CADA QUE HABLA, se le inflan lo cachetes.
Gruesos los labios. La piel morena, tanto como el refresco de cola mezclado con el ron que lleva una y otra vez a esos gruesos belfos.
Salen frase tras frase. El hueco que se abre en la boca cuando enriquece los recuerdos, deja entrever unos dientes amarillentos.
Viene un suspiro y, luego, un enorme sollozo. Un lamento que, obligadamente, se hace acompañar de la nostalgia.
Primero, mi hermano, debo decirte que soy un obrero de la música.
La gente comenta que soy un bohemio.
Que soy un artista. Hay quienes me dicen que soy un prodigio, pero son ganas de molestar.
Mientras el hombre de gordas manos acaricia su inseparable guitarra, voltea al cielo como para implorar clemencia por lo que va a relatar.
Igual que si pidiera misericordia. Pero no, es sólo una forma de ausentarse por unos segundos. Fugarse de un pasado que no deja de ser presente.
Y comienza el relato. Evocación que es una ofrenda para una mujer.
Yo cantaba en un centro nocturno que se llamaba Iris Astoria. Un cabaret de lujo que era visitado por hombres de notable presencia y hermosas mujeres que lucían largos vestidos y estolas.
Estaba en Insurgentes. Entre Antonio Caso y el Monumento a la Revolución Mexicana. Sobre Insurgentes, como ya te dije. Ahí, era un asalariado.
Vivía con una mujer hermosa. Estaba enamorado de ella, pero era muy celosa. Habitábamos una casa en la colonia San Rafael.
Me acuerdo que era sábado para amanecer domingo. Pasadas las 2 de la mañana, era mi último turno.
Repentinamente escuche cómo crujían el techo y las paredes. La gente comenzó a correr y salir despavorida.
Yo me quedé atrapado entre los escombros. No podía moverme, pero estaba vivo. Con mi regordete cuerpo, cubría mi guitarra. Era lo que me daba para comer y recuerda que yo soy un obrero de la música.
Finalmente, con la ayuda de muchas personas, logré salir. Ya era el medio día. Estaba todo maltrecho y con el traje arruinado.
Tras caminar unas cuadras, saqué las llaves pero no pude abrir. La puerta de mi casa estaba asegurada por dentro. Mi mujer, la mexicana celosa, no me daba oportunidad de entrar.
Adolorido del cuerpo y del alma, tomé mi guitarra. Nacieron unos acordes, y unos versos que luego se harían famosos.
Si me comprendieras,
Si me conocieras,
Que feliz serías,
Si me comprendieras,
Si me conocieras,
Jamás llorarías.
La historia nace después de que José Antonio Méndez, ese obrero de la música, ofreció la oportunidad de charlar seis o siete veces. Unas en la Ciudad de México, el resto en Cuba.
Él es autor de La Gloria Eres Tú, Si me Comprendieras, Novia Mía, Ese sentimiento que se llama amor, Me faltabas tú, Mi mejor canción, No crees en mi amor, Nuevo amanecer, Y decídete mi amor y Por qué dudas.
José Antonio Méndez García, su nombre completo. Compositor, guitarrista, intérprete, uno de los fundadores del Filin. Autor de obras emblemáticas de la canción romántica latinoamericana.
Intérprete con timbre claro y afinado, aunque cuando hablaba era ronca su voz. Su manera de cantar influyó en Pablo Milanés.
Al ejecutar la guitarra, igual que César Portillo de la Luz, la pulsaba con el dedo pulgar de la mano derecha, y poseía un rico y bello sonido.
Nació el 21 de junio de 1927 y falleció atropellado por una guagua (camión) el 10 del mismo mes pero en 1989, tenía 62 años de edad.
José Antonio tuvo estudios preuniversitarios y cantaba por deleitarse con la música.
Un día, explica, sin proponérmelo compuse una canción. La escuchó uno de mis compañeros. Fue el punto de partida para dejar que nacieran grandes obras.
Tuvo una larga amistad, interrumpida por un mal entendido, con otro grande de la trova cubana: César Portillo de la Luz. El autor de Contigo a la Distancia y Delirio.
En 1949 viajó a México por invitación del cantante cubano Pepe Reyes. Ya era conocido por La gloria eres tú, en las voces y guitarras del Trío Durango, que después interpretaron Toña la Negra y Los Tres Ases, con Marco Antonio Muñiz.
En México trabajó junto a grandes músicos como Dámaso Pérez Prado. En 1955 grabó para la RCA Víctor, por iniciativa de Mario Rivera Conde, director artístico de esa casa discográfica.
En 1956 viajó a Guatemala y de allí regresó a México, cuando compuso en 1957 Si me comprendieras, que grabó Lucho Gatica con la orquesta de Sabre Marroquín.
Si me comprendieras fuer producto de aquel temblor conocido como el Terremoto del Ángel (28 de julio de 1957), porque fue cuando se cayó el Ángel de la Independencia.
Cuando no lo dejaron entrar a su casa y, sentado en la banqueta el obrero de la música, compuso la inolvidable canción.
Regresó a Cuba en 1959. En 1967 fue elegido presidente de la Sociedad Cubana de Autores Musicales (SCAM).
La última conversación con él fue en Cuba, en el Hotel Saint John’s. Ahí hubo la oportunidad de hacer que limara asperezas con Portillo de la Luz y se reconciliaran.
Años después, al salir de ese lugar donde era una fábrica de inspiración para el obrero-artista, fue arrollado por esa guagua.
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