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domingo, 5 de noviembre de 2023

BOSQUEJO HISTÓRICO // Rafael Urista de Hoyos


TRIGESIMO SEPTIMO PRESIDENTE DE MÉXICO

GENERAL PORFIRIO DÍAZ MORI

Presidente  de Facto:  Nov. 21 de 1876 a Mayo 5 de 1877

Presidente Constitucional:  Mayo 5 de 1877 a Nov. 30 de 1880.

Presidente Constitucional: Dic. 1º de 1884 a Mayo 25 de 1911.

  El día 19 de junio de 1867 a las siete y cinco de la mañana fueron fusilados:  el Archiduque de Austria Maximiliano de Habsburgo y los generales mexicanos Miguel Miramón y Tomás Mejía, en el Cerro de las Campanas de la ciudad de Querétaro.

   El 15 de julio, el Presidente de la República, licenciado don Benito Juárez, acompañado por los miembros de su gabinete, hace su entrada triunfal a la ciudad de México en medio del mayor entusiasmo popular y ese mismo día publica un manifiesto que principia así:  “¡Mexicanos! Hemos alcanzado el mayor bien que pudiéramos desear, viendo consumada por segunda vez la independencia de nuestra patria. . .”.  Finalizando con su famosa frase: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

  Como estaba previsto, el día 7 de octubre de 1867 el Congreso de la Unión realiza la elección para el Poder Ejecutivo de la nación, y de acuerdo al resultado de la misma, se hace la declaratoria de Presidente de la República a favor del licenciado don Benito Juárez García, y la de Vicepresidente en el licenciado don Sebastián Lerdo de Tejada, a quien, conforme a la Constitución, correspondía el cargo de Presidente de la Suprema Corte de Justicia, para el período que terminará el 30 de noviembre de 1871.

  El día 10 de julio de 1871 se llevan a cabo las elecciones de Presidente de la República para el cuatrienio 1872 a 1875.  Los resultados fueron los siguientes: Benito Juárez, 5837 votos; Porfirio Díaz, 3555 votos; y Sebastián Lerdo de Tejada, 2874 votos (en ese entonces las elecciones se desarrollaban por medio de votos electorales representados por las legislaturas de los Estados de acuerdo a la cantidad de habitantes de cada Distrito, en esta elección el total de votos electorales fue de 12,266).

  El general Díaz no reconoció el triunfo de Juárez y se inconformó aduciendo que los juaristas habían comprado una gran cantidad de diputados.  Y al publicarse el decreto el 12 de octubre por el cual el Congreso de la Unión declaraba electo al Presidente don Benito Juárez para un nuevo cuatrienio consumándose así un vidente fraude electoral, se subleva levantándose en armas contra la reelección fraudalenta de Juárez para un nuevo período.

  Así las cosas, el día 8 de noviembre el general Porfirio Díaz desde su hacienda “La Noria”, cerca de la ciudad de Oaxaca, se pronuncia bajo la bandera del Plan de La Noria, desconociendo la presidencia de Benito Juárez bajo el apotegma de “que ningún ciudadano se imponga e intente perpetuarse en el poder, y esta será la última revolución.

  La revolución de La Noria duró bien poco pues a los 6 meses de iniciarse las hostilidades el general Sóstenes Rocha derrota a los rebeldes porfiristas en todos los frentes quedando así sofocada la revuelta de Porfirio Díaz quien no tuvo más remedio que acogerse al autoexilio.

  Reinaba la tranquilidad en el país, cuando el 18 de julio de 1872, fallece en sus habitaciones de Palacio Nacional, el Presidente de la República, licenciado  Benito Juárez. Por ministerio de ley, fue llamado el Presidente de la Suprema Corte, licenciado Sebastián Lerdo de Tejada, para que rinda la protesta ante el Congreso de la Unión como Presidente interino.

  Uno de los primeros actos del gobierno de Lerdo, fue expedir una ley de amnistía, a la que se acogieron los pronunciados en el Plan de La Noria, pero con tales restricciones, perjudiciales a los porfiristas levantados en armas, sus antiguos aliados, que disgustó a éstos grandemente, ya que les privaba de sus grados militares, sueldos y empleos.  Aún así, Porfirio Díaz llegó a la capital, se entrevistó con el presidente, y se fue a residir a Tlacotalpan, Ver.

  El 27 de octubre de 1872 se efectúan las elecciones para elegir presidente constitucional de la República para el período del 1º de diciembre de 1872 al 30 de noviembre de 1876, y el resultado favorece casi por unanimidad al licenciado Lerdo de Tejada, pues el general Porfirio Díaz, que fue su único competidor, apenas si obtuvo seiscientos cuatro votos.  Lerdo rinde protesta de ley ante el Congreso de la Unión como Presidente Constitucional.  También el licenciado José María Iglesias es designado como Presidente de la Suprema Corte de Justicia y con funciones de vicepresidente de la nación.

  Al tocar a su fin el período presidencial, los partidarios de Lerdo preparan su reelección.  Efectuados los comicios.  Efectuados los comicios y habiendo resultado reelecto mediante una elección de Estado, el Presidente de la Suprema Corte, licenciado José María Iglesias, declara fraudulenta la elección y fundándose en la Constitución se declara presidente legal marchándose a Guanajuato donde encontró el apoyo del gobernador  general Florencio Antillón y ahí establece su gobierno desconociendo a Lerdo y declarándose jefe de una revolución contra el gobierno.

  Pero ya los porfiristas habían lanzado el Plan de Tuxtepec y vuelven a levantarse en armas siendo, en principio, derrotados por el general Carlos Fuero en Icamole, Porfirio Díaz, al frente de sus tropas, sostiene con el general Ignacio Alatorre una decisiva batalla en Tecoac, Tlaxcala, que sólo la intervención del general Manuel González hace que triunfe cuando estaba prácticamente derrotado.  El Presidente Lerdo abandona el gobierno y antes de salir al exilio entrega la ciudad a los porfiristas.

  El ejército victorioso hace su entrada a la capital y conforme al “Plan de Tuxtepec”, el general Porfirio Díaz se hace cargo del Poder Ejecutivo el 28 de noviembre de 1876.  El 6 de diciembre le hace entrega de la Presidencia al general Juan N. Méndez y sale rumbo al bajío a tener una conferencia con el licenciado Iglesias y como no llegaron a ningún acuerdo, por medio de las armas los iglesistas fueron totalmente derrotados en la hacienda de La Capilla, Querétaro.

  Terminada la campaña, Porfirio Díaz regresa a la capital y vuelve a hacerse cargo del poder como presidente interino el 16 de febrero de 1877.  Efectuadas las elecciones y habiendo resultado electo, rinde la protesta como Presidente Constitucional para el período que terminará el 30 de noviembre de 1880.

  Los amantes de hacer predicciones creyeron que Porfirio Díaz pasaría a la historia como otro soldadón ambicioso y torpe cuyo papel iba a reducirse para servir como un bombero que libraría a la nación del incendio en que se encontraba, y dejar libre el presupuesto para servirse de él los autores del Plan de Tuxtepec para cuando se libraran de él (de Porfirio).

  Desde luego, la situación del país era poco propicia para alentar esperanzas de crear un gobierno estable, Por los gastos extraordinarios que hizo para combatir la rebelión, Lerdo dejó la Tesorería en bancarrota.  No había dinero para pagar el sueldo completo ni siquiera al ejército; los caminos hervían de bandidos y más que nunca abundaban los militares deseosos de participar en cualquier aventura que les ofreciera la esperanza de enriquecerse.  La situación internacional tampoco era tranquilizadora.  Juárez había roto relaciones con los países europeos que apoyaron la invasión francesa y apenas en 1878 otorgó Estados Unidos el reconocimiento diplomático surgido del Plan de Tuxtepec.

  América latina veía en México a un pariente molesto y conflictivo con el que era preferible no tener tratos.  Y, sin embargo, apenas cabe dudar de que la principal preocupación de Porfirio Díaz al asumir la Presidencia era la de eternizarse en el puesto.  Esto requería imponer la paz a toda costa.

  El orden, la paz y el progreso se convirtieron en sus patrióticas obsesiones.  Su  primer cuatrienio estuvo enfocado en ganarse la confianza de Estados Unidos gracias al pago puntual de los compromisos de la deuda y a la pacificación del país.  Del resultado doloroso de la violencia para erradicar la violencia nació la paz porfiriana.

  Y como medio para alcanzar tal objetivo encontró en desarrollar económicamente al país, ya que la creación de fuentes de trabajo generaría una corriente de simpatía para su persona y así se crearían elementos interesados en conservar la estabilidad a base de “poca política y mucha administración”; por lo pronto un centenar de magnates estadounidense aceptaron la invitación de visitar México y observar de primera mano el país.

  Siempre se acusó a Díaz de haber entregado el país a los extranjeros.  Lo que nadie explicó quienes más podían haberlo ayudado a superar la catastrófica situación que le tocó enfrentar, pues casi ya no quedaban ricos nacionales y los pocos que continuaban actuando no tenían interés en crear empresas modernas ni sabían manejarlas por lo que se concretaban en practicar el agio y cobrando intereses hasta del 100% anual.

Junto a la paz y el progreso, la conciliación. Bajo su gobierno las viejas rencillas partidistas desaparecieron casi por completo.  Con el tiempo y la generosa y acertada distribución de cargos públicos, todos terminaron siendo porfiristas.  El clero se acercó nuevamente al poder político, no para ejercerlo sino apoyarlo; los poderes de la federación fueron sometidos a la voluntad presidencial, y el Congreso fue conocido como el club  amigos del Presidente.

  A partir de su segundo período ---luego de los cuatro años de préstamo a su compadre Manuel González--- la modernización tocó a las puertas de México.  Principió entonces un crecimiento económico sin precedentes.  El ferrocarril se convirtió en el ícono de la dictadura.  Al comenzar el nuevo régimen existían en el país poco más de 800 kilómetros de vías férreas, al dejar Díaz el poder en 1911 la red alcanzaba los veinte mil kilómetros.

  La inversión extranjera empezó a fluir dentro de las fronteras mexicanas, se reactivaron la minería y la industria, la explotación del petróleo se manifestó como la actividad más rentable del nuevo siglo, los bancos abrieron sucursales en distintos puntos del país, las casas comerciales se multiplicaron.  Las ciudades comenzaron a mostrar un rostro diferente: el de la luz eléctrica y las calles asfaltadas; el del telégrafo, el correo eficiente y el teléfono.

  Los apellidos de abolengo florecieron pronto y una pequeña aristocracia rodeó al presidente.  Dentro de esta nueva esfera social ---la clase alta--- se creó el famoso grupo de “Los científicos” los cuales alcanzaron notoriedad al ocupar los cargos más importantes del Gabinete de Díaz.  Su tarea era la de asesorar y aconsejar al dictador, mantener a la nación en la ruta del progreso y de paso enriquecerse con los negocios públicos y a veces turbios; el mote de “los científicos” se los impuso la gente porque para todo ponían por delante a la ciencia como elemento principal para todas las actividades de gobierno, aunque atropellaran, muchas veces, los intereses de las clases populares.

  Pero como en toda dictadura, la prosperidad de unos cuantos se asentaba sobre la miseria de las mayorías (como actualmente en 2023 ocurre con la clase gobernante).  Las contradicciones sociales eran escandalosas, el progreso material corría sobre los rieles de la desigualdad.  Buena parte de las haciendas porfirianas habían despojado a los pueblos de sus tierras; la llamada “paz porfiriana” se había escrito con sangre.

Nade olvidaba que don Porfirio inauguró su primera administración con la frase “mátalos en caliente” o “mátalos in continenti” (que quiere decir sin averiguaciones), ni que centenas de indios yaquis y mayos sufrieran deportaciones al Valle Nacional, en Oaxaca y Quintana Roo, donde la esclavitud era un hecho.  Tampoco podía olvidarse la represión y la masacre de los obreros en Cananea, Sonora, y Río Blanco, Veracruz, ni los periodistas que terminaron sus días en las tinajas de San Juan de Ulúa por criticar al régimen; lo mismo que ahora en 2023, nada más que ahora los asesinan “en caliente”.

  En 1878, en observancia del Plan de Tuxtepec, Díaz promovió dos reformas a la Constitución.  La primera restó al Presidente de la Suprema Corte de Justicia la función de vicepresidente de la República y, como tal, un adversario en potencia del jefe.  La segunda prohibió la reelección presidencial, con un añadido: “excepto después de un período de cuatro años”.  Era obvio que trataría de reelegirse una vez transcurrido ese tiempo.

Díaz cerró las puertas al otro progreso, el político, y en 1910 prefirió atrincherarse en una dictadura vieja y decadente.  Con sobrada razón, el movimiento revolucionario le cobró cada uno de los agravios sociales condenándolo a la mayor de las penas que puede sufrir un soldado de la patria:  morir en la soledad del exilio.

Sinopsis biográfica:

  Porfirio Díaz Mori nació en Oaxaca, Oaxaca, el 15 de septiembre de 1830.  Principio la carrera de abogado, pero siguió la de las armas.  Sirvió al partido liberal en la Guerra de Reforma, combatió la intervención francesa y el imperio de Maximiliano; desempeñó la gubernatura de Oaxaca, el ministerio de fomento en el gobierno del general Manuel González y la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

  Traicionó los principios de “sufragio efectivo y no reelección”, que lo elevaron al poder y que también lo hicieron caer al rescatar esos principios la Revolución de 1910.  Se expatrió y murió en París, Francia, el 2 de Julio de 1915.

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