TRIGESIMO SEPTIMO PRESIDENTE DE MÉXICO
GENERAL
PORFIRIO DÍAZ MORI
Presidente de Facto:
Nov. 21 de 1876 a Mayo 5 de 1877
Presidente
Constitucional: Mayo 5 de 1877 a Nov. 30
de 1880.
Presidente
Constitucional: Dic. 1º de 1884 a Mayo 25 de 1911.
El 15 de julio, el Presidente de la República,
licenciado don Benito Juárez, acompañado por los miembros de su gabinete, hace
su entrada triunfal a la ciudad de México en medio del mayor entusiasmo popular
y ese mismo día publica un manifiesto que principia así: “¡Mexicanos! Hemos alcanzado el mayor bien
que pudiéramos desear, viendo consumada por segunda vez la independencia de
nuestra patria. . .”. Finalizando con su
famosa frase: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al
derecho ajeno es la paz”.
Como estaba previsto,
el día 7 de octubre de 1867 el Congreso de la Unión realiza la elección para el
Poder Ejecutivo de la nación, y de acuerdo al resultado de la misma, se hace la
declaratoria de Presidente de la República a favor del licenciado don Benito
Juárez García, y la de Vicepresidente en el licenciado don Sebastián Lerdo de
Tejada, a quien, conforme a la Constitución, correspondía el cargo de
Presidente de la Suprema Corte de Justicia, para el período que terminará el 30
de noviembre de 1871.
El día 10 de julio de
1871 se llevan a cabo las elecciones de Presidente de la República para el
cuatrienio 1872 a 1875. Los resultados
fueron los siguientes: Benito Juárez, 5837 votos; Porfirio Díaz, 3555 votos; y
Sebastián Lerdo de Tejada, 2874 votos (en ese entonces las elecciones se
desarrollaban por medio de votos electorales representados por las legislaturas
de los Estados de acuerdo a la cantidad de habitantes de cada Distrito, en esta
elección el total de votos electorales fue de 12,266).
El general Díaz no
reconoció el triunfo de Juárez y se inconformó aduciendo que los juaristas habían
comprado una gran cantidad de diputados.
Y al publicarse el decreto el 12 de octubre por el cual el Congreso de
la Unión declaraba electo al Presidente don Benito Juárez para un nuevo
cuatrienio consumándose así un vidente fraude electoral, se subleva
levantándose en armas contra la reelección fraudalenta de Juárez para un nuevo
período.
Así las cosas, el día
8 de noviembre el general Porfirio Díaz desde su hacienda “La Noria”, cerca de
la ciudad de Oaxaca, se pronuncia bajo la bandera del Plan de La Noria,
desconociendo la presidencia de Benito Juárez bajo el apotegma de “que ningún
ciudadano se imponga e intente perpetuarse en el poder, y esta será la última
revolución.
La revolución de La
Noria duró bien poco pues a los 6 meses de iniciarse las hostilidades el
general Sóstenes Rocha derrota a los rebeldes porfiristas en todos los frentes
quedando así sofocada la revuelta de Porfirio Díaz quien no tuvo más remedio
que acogerse al autoexilio.
Reinaba la
tranquilidad en el país, cuando el 18 de julio de 1872, fallece en sus
habitaciones de Palacio Nacional, el Presidente de la República, licenciado Benito Juárez. Por ministerio de ley, fue
llamado el Presidente de la Suprema Corte, licenciado Sebastián Lerdo de Tejada,
para que rinda la protesta ante el Congreso de la Unión como Presidente
interino.
Uno de los primeros
actos del gobierno de Lerdo, fue expedir una ley de amnistía, a la que se
acogieron los pronunciados en el Plan de La Noria, pero con tales restricciones,
perjudiciales a los porfiristas levantados en armas, sus antiguos aliados, que
disgustó a éstos grandemente, ya que les privaba de sus grados militares,
sueldos y empleos. Aún así, Porfirio
Díaz llegó a la capital, se entrevistó con el presidente, y se fue a residir a
Tlacotalpan, Ver.
El 27 de octubre de 1872
se efectúan las elecciones para elegir presidente constitucional de la
República para el período del 1º de diciembre de 1872 al 30 de noviembre de
1876, y el resultado favorece casi por unanimidad al licenciado Lerdo de
Tejada, pues el general Porfirio Díaz, que fue su único competidor, apenas si
obtuvo seiscientos cuatro votos. Lerdo
rinde protesta de ley ante el Congreso de la Unión como Presidente
Constitucional. También el licenciado José
María Iglesias es designado como Presidente de la Suprema Corte de Justicia y
con funciones de vicepresidente de la nación.
Al tocar a su fin el
período presidencial, los partidarios de Lerdo preparan su reelección. Efectuados los comicios. Efectuados los comicios y habiendo resultado reelecto
mediante una elección de Estado, el Presidente de la Suprema Corte, licenciado
José María Iglesias, declara fraudulenta la elección y fundándose en la
Constitución se declara presidente legal marchándose a Guanajuato donde
encontró el apoyo del gobernador general
Florencio Antillón y ahí establece su gobierno desconociendo a Lerdo y declarándose
jefe de una revolución contra el gobierno.
Pero ya los
porfiristas habían lanzado el Plan de Tuxtepec y vuelven a levantarse en armas
siendo, en principio, derrotados por el general Carlos Fuero en Icamole, Porfirio
Díaz, al frente de sus tropas, sostiene con el general Ignacio Alatorre una
decisiva batalla en Tecoac, Tlaxcala, que sólo la intervención del general
Manuel González hace que triunfe cuando estaba prácticamente derrotado. El Presidente Lerdo abandona el gobierno y
antes de salir al exilio entrega la ciudad a los porfiristas.
El ejército
victorioso hace su entrada a la capital y conforme al “Plan de Tuxtepec”, el
general Porfirio Díaz se hace cargo del Poder Ejecutivo el 28 de noviembre de 1876. El 6 de diciembre le hace entrega de la
Presidencia al general Juan N. Méndez y sale rumbo al bajío a tener una
conferencia con el licenciado Iglesias y como no llegaron a ningún acuerdo, por
medio de las armas los iglesistas fueron totalmente derrotados en la hacienda
de La Capilla, Querétaro.
Terminada la campaña,
Porfirio Díaz regresa a la capital y vuelve a hacerse cargo del poder como
presidente interino el 16 de febrero de 1877.
Efectuadas las elecciones y habiendo resultado electo, rinde la protesta
como Presidente Constitucional para el período que terminará el 30 de noviembre
de 1880.
Los amantes de hacer
predicciones creyeron que Porfirio Díaz pasaría a la historia como otro soldadón
ambicioso y torpe cuyo papel iba a reducirse para servir como un bombero que
libraría a la nación del incendio en que se encontraba, y dejar libre el
presupuesto para servirse de él los autores del Plan de Tuxtepec para cuando se
libraran de él (de Porfirio).
Desde luego, la
situación del país era poco propicia para alentar esperanzas de crear un
gobierno estable, Por los gastos extraordinarios que hizo para combatir la
rebelión, Lerdo dejó la Tesorería en bancarrota. No había dinero para pagar el sueldo completo
ni siquiera al ejército; los caminos hervían de bandidos y más que nunca
abundaban los militares deseosos de participar en cualquier aventura que les
ofreciera la esperanza de enriquecerse.
La situación internacional tampoco era tranquilizadora. Juárez había roto relaciones con los países
europeos que apoyaron la invasión francesa y apenas en 1878 otorgó Estados
Unidos el reconocimiento diplomático surgido del Plan de Tuxtepec.
América latina veía
en México a un pariente molesto y conflictivo con el que era preferible no
tener tratos. Y, sin embargo, apenas
cabe dudar de que la principal preocupación de Porfirio Díaz al asumir la
Presidencia era la de eternizarse en el puesto.
Esto requería imponer la paz a toda costa.
El orden, la paz y el
progreso se convirtieron en sus patrióticas obsesiones. Su
primer cuatrienio estuvo enfocado en ganarse la confianza de Estados
Unidos gracias al pago puntual de los compromisos de la deuda y a la
pacificación del país. Del resultado
doloroso de la violencia para erradicar la violencia nació la paz porfiriana.
Y como medio para
alcanzar tal objetivo encontró en desarrollar económicamente al país, ya que la
creación de fuentes de trabajo generaría una corriente de simpatía para su
persona y así se crearían elementos interesados en conservar la estabilidad a
base de “poca política y mucha administración”; por lo pronto un centenar de
magnates estadounidense aceptaron la invitación de visitar México y observar de
primera mano el país.
Siempre se acusó a
Díaz de haber entregado el país a los extranjeros. Lo que nadie explicó quienes más podían
haberlo ayudado a superar la catastrófica situación que le tocó enfrentar, pues
casi ya no quedaban ricos nacionales y los pocos que continuaban actuando no
tenían interés en crear empresas modernas ni sabían manejarlas por lo que se
concretaban en practicar el agio y cobrando intereses hasta del 100% anual.
Junto a la paz y el progreso, la conciliación. Bajo su
gobierno las viejas rencillas partidistas desaparecieron casi por
completo. Con el tiempo y la generosa y
acertada distribución de cargos públicos, todos terminaron siendo
porfiristas. El clero se acercó
nuevamente al poder político, no para ejercerlo sino apoyarlo; los poderes de
la federación fueron sometidos a la voluntad presidencial, y el Congreso fue
conocido como el club amigos del
Presidente.
A partir de su
segundo período ---luego de los cuatro años de préstamo a su compadre Manuel
González--- la modernización tocó a las puertas de México. Principió entonces un crecimiento económico
sin precedentes. El ferrocarril se
convirtió en el ícono de la dictadura.
Al comenzar el nuevo régimen existían en el país poco más de 800
kilómetros de vías férreas, al dejar Díaz el poder en 1911 la red alcanzaba los
veinte mil kilómetros.
La inversión
extranjera empezó a fluir dentro de las fronteras mexicanas, se reactivaron la
minería y la industria, la explotación del petróleo se manifestó como la
actividad más rentable del nuevo siglo, los bancos abrieron sucursales en
distintos puntos del país, las casas comerciales se multiplicaron. Las ciudades comenzaron a mostrar un rostro
diferente: el de la luz eléctrica y las calles asfaltadas; el del telégrafo, el
correo eficiente y el teléfono.
Los apellidos de
abolengo florecieron pronto y una pequeña aristocracia rodeó al
presidente. Dentro de esta nueva esfera
social ---la clase alta--- se creó el famoso grupo de “Los científicos” los
cuales alcanzaron notoriedad al ocupar los cargos más importantes del Gabinete
de Díaz. Su tarea era la de asesorar y
aconsejar al dictador, mantener a la nación en la ruta del progreso y de paso
enriquecerse con los negocios públicos y a veces turbios; el mote de “los
científicos” se los impuso la gente porque para todo ponían por delante a la
ciencia como elemento principal para todas las actividades de gobierno, aunque atropellaran,
muchas veces, los intereses de las clases populares.
Pero como en toda
dictadura, la prosperidad de unos cuantos se asentaba sobre la miseria de las
mayorías (como actualmente en 2023 ocurre con la clase gobernante). Las contradicciones sociales eran
escandalosas, el progreso material corría sobre los rieles de la
desigualdad. Buena parte de las
haciendas porfirianas habían despojado a los pueblos de sus tierras; la llamada
“paz porfiriana” se había escrito con sangre.
Nade olvidaba que don Porfirio inauguró su primera
administración con la frase “mátalos en caliente” o “mátalos in continenti”
(que quiere decir sin averiguaciones), ni que centenas de indios yaquis y mayos
sufrieran deportaciones al Valle Nacional, en Oaxaca y Quintana Roo, donde la
esclavitud era un hecho. Tampoco podía
olvidarse la represión y la masacre de los obreros en Cananea, Sonora, y Río
Blanco, Veracruz, ni los periodistas que terminaron sus días en las tinajas de
San Juan de Ulúa por criticar al régimen; lo mismo que ahora en 2023, nada más
que ahora los asesinan “en caliente”.
En 1878, en
observancia del Plan de Tuxtepec, Díaz promovió dos reformas a la
Constitución. La primera restó al
Presidente de la Suprema Corte de Justicia la función de vicepresidente de la
República y, como tal, un adversario en potencia del jefe. La segunda prohibió la reelección
presidencial, con un añadido: “excepto después de un período de cuatro años”. Era obvio que trataría de reelegirse una vez
transcurrido ese tiempo.
Díaz cerró las puertas al otro progreso, el político, y en
1910 prefirió atrincherarse en una dictadura vieja y decadente. Con sobrada razón, el movimiento
revolucionario le cobró cada uno de los agravios sociales condenándolo a la
mayor de las penas que puede sufrir un soldado de la patria: morir en la soledad del exilio.
Sinopsis biográfica:
Porfirio Díaz Mori
nació en Oaxaca, Oaxaca, el 15 de septiembre de 1830. Principio la carrera de abogado, pero siguió
la de las armas. Sirvió al partido
liberal en la Guerra de Reforma, combatió la intervención francesa y el imperio
de Maximiliano; desempeñó la gubernatura de Oaxaca, el ministerio de fomento en
el gobierno del general Manuel González y la presidencia de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación.
Traicionó los principios de “sufragio efectivo y no reelección”, que lo elevaron al poder y que también lo hicieron caer al rescatar esos principios la Revolución de 1910. Se expatrió y murió en París, Francia, el 2 de Julio de 1915.
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