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domingo, 19 de noviembre de 2023

BOSQUEJO HISTÓRICO // Rafael Urista de Hoyos


TRIGESIMO NOVENO PRESIDENTE DE MÉXICO

DON FRANCISCO IGNACIO MADERO

Presidente constitucional: Nov. 6 de 1911 a feb. 19 de 1913.

El 25 de mayo de 1911 el general Porfirio Díaz renuncia al cargo de Presidente de la República y por ministerio de ley el Secretario de Relaciones Exteriores, licenciado Francisco León de la Barra, asume el cargo de Presidente Provisional con la única encomienda de celebrar elecciones a más tardar el próximo mes de octubre.

El primero de octubre se efectúan las elecciones para Presidente y Vicepresidente de la República con los siguientes resultados: para Presidente don Francisco I. Madero obtuvo 19,997 votos; Francisco León de la Barra 87 votos y diversas personas 45 votos. Para Vicepresidente el licenciado José María Pino Suárez tuvo 10,245 votos; De la Barra 5,564 votos y Francisco Vázquez Gómez 3,373 votos. En consecuencia, el Congreso de la Unión declaró a Madero y Pino Suárez ganadores para sustentar dichos cargos durante el cuatrienio del 1º de diciembre de 1911 al 30 de noviembre de 1915.

La Revolución había triunfado, a Madero sus hombres lo apoyaban, podía gobernar como un caudillo victorioso, tenía el derecho de asumir el poder y acabar con sus enemigos. Sin embargo, su convicción democrática era más fuerte. Sólo ocuparía la presidencia de la república si la nación le otorgaba esa responsabilidad mediante el voto.

Respetuoso de la ley, Madero asumió el poder ejecutivo cinco meses después del triunfo de la revolución tras salir victorioso en el proceso electoral. Su gobierno pretendía realizar un ejercicio de equidad política, delimitar los poderes de la Unión, defender el federalismo, aplicar correctamente la justicia y fortalecer las instituciones. Uno de los pilares de su gobierno fue el respeto a la libertad de expresión, el estado del derecho y las libertades públicas.

A los ojos de la sociedad mexicana, acostumbrada al servilismo durante la dictadura, Madero parecía todo menos un presidente. No usaba escoltas ni

hacía ostentación de la investidura; no abusaba del poder ni se mostraba autoritario. Era cariñoso con su esposa, practicaba el espiritismo, era un excelente conversador y mejor bailarín. Era, en suma, el anticaudillo.

Con todo y las buenas intenciones y un inquebrantable optimismo, no era un hombre hecho para gobernar. Su percepción de los grandes problemas nacionales era limitada. A su juicio, la terrible desigualdad social imperante en el país sería solucionada, simple y llanamente, con la instauración de la democracia y el respeto a la ley; Lo demás vendría por añadidura. No quiso o no pudo ver que los restos políticos del porfirismo intentaban acabar, a toda costa, con su gobierno.

Madero no vislumbró los alcances del proceso revolucionario iniciado un año antes, y se limitó a promover transformaciones insustanciales. Zapata continuó la lucha en el sur, y los militares porfiristas continuaron manteniendo el poder del ejército mientras que las milicias locales que habían hecho la revolución eran disueltas.

En beneficio de la libertad de expresión aceptó el ataque sistemático de la prensa, que llegó al libertinaje al criticar hasta los detalles más íntimos de su persona y de su familia. Aceptó la renuncia de sus colaboradores más importantes y dio la espalda a otros que pudieron abrirle camino para gobernar acertadamente; se enfrentó a un Congreso plagado de elementos porfiristas totalmente adverso a sus propuestas políticas, que por momentos paralizaron su administración; resistió la presión del embajador de los Estados Unidos, el dipsómano y corrupto Henry Lane Wilson, que detestaba a Madero porque de su administración no recibió un solo centavo, contrariamente a lo que sucedía bajo el régimen porfirista

Después de la de Zapata, Madero tuvo que enfrentar una serie de rebeliones: la del general Bernardo Reyes en diciembre, la de Emilio Vázquez Gómez, con los planes de Tacubaya y Santa Rosa; la del “sobrino de su tío” Félix Díaz en Veracruz, y la más seria de todas, la de Pascual Orozco en el norte durante casi todo 1912, en la que Victoriano Huerta alcanzó relevancia nacional al conseguir el triunfo maderista, aunque con la ayuda del general irregular Francisco Villa.

Los desaciertos políticos del nuevo gobernante propiciaron su caída. En los escaso quince meses de gobierno, Madero enfrentó las rebeliones de Emiliano

Zapata, Bernardo Reyes, Félix Díaz y Pascual Orozco. No quiso hacer uso de la autoridad con que legítimamente estaba investido y perdonó a Reyes y a Díaz, sentenciados a muerte por un tribunal militar por el delito de sedición.

Madero, ingenuamente, había considerado al ejército federal como elemento básico para el sostenimiento de las instituciones, pero el resentimiento de los militares derrotados en la revolución se concentró en varios altos oficiales de dicho cuerpo. Así, el 9 de febrero de 1913 estalló otro movimiento en su contra en la misma capital: el general Manuel Mondragón, al mando de los infieles cadetes de la Escuela Nacional de Aspirantes, liberó a Bernardo Reyes y a Félix Díaz; luego atacaron el Palacio Nacional que defendía el general Lauro Villar, muriendo Reyes en el combate. Félix Díaz se retiró a La Ciudadela y Madero, extraña y cándidamente, designó a Victoriano Huerta en substitución del general Villar que había resultado herido.

La política del señor Madero había provocado la aversión del embajador angloamericano Henry Lane Wilson, quien protegió a los rebeldes y negoció un acuerdo político entre Félix Díaz y Huerta. Después de ese acuerdo, y siguiendo las órdenes de Huerta, el funesto traidor general Aureliano Blanquet aprehendió a Madero y Pino Suárez el día 18 de ese febrero de 1922 y éstos, a cambio de que se les permitiera salir al extranjero, firmaron sus renuncias un día después; no obstante, fueron asesinados por órdenes del chacal Huerta tres días después, el día 22.

Al fin, cercado por la estructura económica y militar de la sociedad porfirista que había permanecido intacta, Madero fue ahogado. La decena trágica ---febrero de 1913--- fue el acto final del fallido gobierno democrático de don Francisco I. Madero. El presidente, ingenuamente, puso las instituciones de seguridad en manos del chacal Victoriano Huerta. El 18 de febrero se consuma la traición y es aprehendido por otro chacal Aureliano Blanquet. Un día después el presidente firma su renuncia y el día 22 es asesinado.

SINOPSIS BIOGRÁFICA:

Francisco I Madero nació en la hacienda El Rosario, del municipio de Parras, Coahuila, el 30 de octubre de 1873. Desde 1905 se declara contrario al régimen de Porfirio Díaz. Escribió el libro “La Sucesión Presidencial en 1910” donde plasmaba sus ideas antirreeleccionistas y de democracia. Promovió la

Revolución mexicana en contra de la dictadura del general Porfirio Díaz a quien finalmente derrocó, asumiendo él la presidencia. Murió asesinado juntamente con el licenciado José María Pino Suárez, en las afueras de la penitenciaría de ciudad de México el 22 de febrero de 1913.

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