EL HOMBRE ROBUSTO, de vestimenta que lo confunde con la gente que lo rodea, está sentado en la banqueta.
Sobre las rodillas, tiene un abultado paquete de papeles que
revisa minuciosamente. Los ojea una y otra vez. Apenas y mueve de un lado a
otro la cabeza poblada de cabello entrecano.
Con frecuencia lleva
la mano derecha a la sien del mismo lado. Dos motivos son por los que sus dedos
se colocan en esa parte del cráneo.
Ahí, entre la parte superior de la oreja, el ojo, el hueso
frontal y el pómulo frota sus dedos para rascarse.
El otro motivo es
para ajustar sus gafas. Lentes de aumento que le permiten leer detenidamente
los documentos.
La indumentaria que
lleva, es una camisa de cuadros azul y blanco. Un pantalón de gabardina azul
marino. A leguas se nota que es norteño.
Don Manuel, soltamos las palabras para captar su atención y
se logra.
Él voltea y con
amabilidad responde, permítame. Deme un par de minutos y ahorita platicamos.
Acicalado, como
siempre, se dirige al grupo que lo cerca amistosamente y les dice: Estás son
fregaderas, les quieren ver la cara.
Ellos, que no ocultan
su condición de campesinos, acarician los sombreros y le responden: Es que
quieren abusar de nuestra ignorancia, señor gobernador.
Y efectivamente, quien se encuentra postrado plácidamente en
ese pedazo de cemento a la luz de todos, es Manuel Bernardo Aguirre. El
mismísimo gobernador del estado de Chihuahua.
Ese lugar, la banqueta, junto con la pequeña oficina de
intendencia que se encuentra a la entrada del Palacio de Gobierno, son los
lugares de su preferencia para atender a sus gobernados.
Justo ahí nos invita
a conversar. De entrada, como siempre, es afectuoso y amigable.
¿Cómo en la banqueta, don Manuel?
Ellos, amigo
Evaristo, no quieren ver oficinas lujosas ni sentirse humillados. Tampoco
quieren sentir la incomodidad de sillones y mesas que usan los funcionarios.
Vinieron a verme, añade, porque quieren respuestas.
Soluciones a sus problemas. Evitar que los despojen de sus tierras. Ponerle un
alto a funcionarios abusivos y prepotentes que los quieren robar.
Ellos, establece, no me hicieron gobernador para que yo les
presuma mis oficinas. Confiaron en mí porque quieren sentirse protegidos, porque
no quieren palabras huecas ni promesas que los lleven a la desesperación.
En cada expresión de
don Manuel Bernardo Aguirre hay un torrente de pasión y de verdad. No busca
poses ni convencer con retóricas que sean halagadoras. No.
Él dice lo que piensa.
Lo que hace. Lo que ordena para evitar injusticias y atropellos a la comunidad.
Gobernar, argumenta,
es no traicionar a la gente. Gobernar es darles respuestas que solucionen sus
problemas. Es darles medios para que tengan una vida digna.
Gobernar, insiste,
ganarse su confianza y hacerles ver cuál es la razón. La humana y la jurídica.
Tienen entendimiento porque son personas que piensan y reclaman lo justo.
Manuel Bernardo
Aguirre, hombre carente de estudios pero con una lógica humanitaria, no quiere
pasar a la historia como un gobernador abusivo ni como ratero.
Fue Diputado Federal, Senador, presidente municipal de
Chihuahua y secretario de Agricultura con los presidentes Gustavo Díaz Ordaz y
Luís Echeverría Álvarez.
Vive, habita, en un
modesto hotel (El Mirador), sin lujos ni excentricismos. Tiene lo necesario y
nunca se hace acompañar de un puñado de guardaespaldas.
Quiere servir a sus representados y demostrarles que la
palabra empeñada es más valiosa que rasguñar el presupuesto que se le entrega
para garantizar servicios, obras, programas asistenciales y todo lo que
corresponde a un gobernador.
Don Manuel, como todo mundo le dice, no tiene empacho en
detenerse a escuchar peticiones, solicitudes o propuestas que tienen una liga
directa con sus tareas de gobernabilidad.
Por eso vaticina:
Cuando el gobernante entienda que está para servir, podrá
vivir con el alma tranquila y saborear los alimentos que diariamente consume.
El tiempo no sólo le dio la razón, sino las generaciones de
políticos que llegaron después, ni por enterados se dieron de esos principios.
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