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sábado, 15 de enero de 2022

MEMORIA FRESCA // Evaristo Corona Chávez


EL HOMBRE ROBUSTO, de vestimenta que lo confunde con la gente que lo rodea, está sentado en la banqueta.

Sobre las rodillas, tiene un abultado paquete de papeles que revisa minuciosamente. Los ojea una y otra vez. Apenas y mueve de un lado a otro la cabeza poblada de cabello entrecano.

 Con frecuencia lleva la mano derecha a la sien del mismo lado. Dos motivos son por los que sus dedos se colocan en esa parte del cráneo.

Ahí, entre la parte superior de la oreja, el ojo, el hueso frontal y el pómulo frota sus dedos para rascarse.

 El otro motivo es para ajustar sus gafas. Lentes de aumento que le permiten leer detenidamente los documentos.

 La indumentaria que lleva, es una camisa de cuadros azul y blanco. Un pantalón de gabardina azul marino. A leguas se nota que es norteño.

Don Manuel, soltamos las palabras para captar su atención y se logra.

 Él voltea y con amabilidad responde, permítame. Deme un par de minutos y ahorita platicamos.

 Acicalado, como siempre, se dirige al grupo que lo cerca amistosamente y les dice: Estás son fregaderas, les quieren ver la cara.

 Ellos, que no ocultan su condición de campesinos, acarician los sombreros y le responden: Es que quieren abusar de nuestra ignorancia, señor gobernador.

Y efectivamente, quien se encuentra postrado plácidamente en ese pedazo de cemento a la luz de todos, es Manuel Bernardo Aguirre. El mismísimo gobernador del estado de Chihuahua.

Ese lugar, la banqueta, junto con la pequeña oficina de intendencia que se encuentra a la entrada del Palacio de Gobierno, son los lugares de su preferencia para atender a sus gobernados.

 Justo ahí nos invita a conversar. De entrada, como siempre, es afectuoso y amigable.

¿Cómo en la banqueta, don Manuel?

 Ellos, amigo Evaristo, no quieren ver oficinas lujosas ni sentirse humillados. Tampoco quieren sentir la incomodidad de sillones y mesas que usan los funcionarios.

Vinieron a verme, añade, porque quieren respuestas. Soluciones a sus problemas. Evitar que los despojen de sus tierras. Ponerle un alto a funcionarios abusivos y prepotentes que los quieren robar.

Ellos, establece, no me hicieron gobernador para que yo les presuma mis oficinas. Confiaron en mí porque quieren sentirse protegidos, porque no quieren palabras huecas ni promesas que los lleven a la desesperación.

 En cada expresión de don Manuel Bernardo Aguirre hay un torrente de pasión y de verdad. No busca poses ni convencer con retóricas que sean halagadoras. No.

 Él dice lo que piensa. Lo que hace. Lo que ordena para evitar injusticias y atropellos a la comunidad.

 Gobernar, argumenta, es no traicionar a la gente. Gobernar es darles respuestas que solucionen sus problemas. Es darles medios para que tengan una vida digna.

 Gobernar, insiste, ganarse su confianza y hacerles ver cuál es la razón. La humana y la jurídica. Tienen entendimiento porque son personas que piensan y reclaman lo justo.

 Manuel Bernardo Aguirre, hombre carente de estudios pero con una lógica humanitaria, no quiere pasar a la historia como un gobernador abusivo ni como ratero.

Fue Diputado Federal, Senador, presidente municipal de Chihuahua y secretario de Agricultura con los presidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luís Echeverría Álvarez.

 Vive, habita, en un modesto hotel (El Mirador), sin lujos ni excentricismos. Tiene lo necesario y nunca se hace acompañar de un puñado de guardaespaldas.

Quiere servir a sus representados y demostrarles que la palabra empeñada es más valiosa que rasguñar el presupuesto que se le entrega para garantizar servicios, obras, programas asistenciales y todo lo que corresponde a un gobernador.

Don Manuel, como todo mundo le dice, no tiene empacho en detenerse a escuchar peticiones, solicitudes o propuestas que tienen una liga directa con sus tareas de gobernabilidad.

 Por eso vaticina:

Cuando el gobernante entienda que está para servir, podrá vivir con el alma tranquila y saborear los alimentos que diariamente consume.

El tiempo no sólo le dio la razón, sino las generaciones de políticos que llegaron después, ni por enterados se dieron de esos principios.

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