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martes, 14 de diciembre de 2021

MEMORIA FRESCA // Evaristo Corona Chávez


EL SILENCIO QUE GUARDA, es producto de la cordura que lleva desde la juventud.

Reflexivo, meditabundo, pausado. La actitud conjuga con su rostro que proyecta paz, tranquilidad.

En cada respuesta, ronda la prudencia y la sensatez.

Despide la imagen de ser distraído, pero en realidad está envuelto de un bagaje donde la meditación es parte de la conducta.

Pareciera un monje en el retiro espiritual. No lo es, pero tampoco está alejado de esa condición.

 En la adolescencia fue seminarista. Quizá por eso se muestra absorto, contemplativo.

 La introspección, es parte de su formalidad. Escueto al hablar. Reflexivo al responder.

Vive un universo de contradicciones que no limitan su exitosa vida. Escogió un camino en el que para llegar a ser una celebridad, fueron los golpes lo que se convirtió en el soporte.

 En la deliberación de la plática, expulsa la frase que lleva melancolía, nunca amargura o frustración. Recapitula:

 Nunca me perdonaron haber derrotado al ídolo de los mexicanos.

 Es Rafael Herrera, campeón mundial de peso gallo.

Boxeador de grandes cualidades. El mismo que el 19 de marzo de 1972, noqueó al “Púas” Rubén Olivares.

Pelea de gladiadores en un atiborrado Toreo de Cuatro Caminos, donde la inmensa mayoría de aficionados quedaron pasmados al ver caer al adorado campeón.

El de La Bondojito era el favorito con momios aplastantes. La multitud lo aclamaba en forma ferviente. La entrega era abrumadora, sin discusión daban por hecho que vencería de manera humillante a ese joven de apagada presencia.

 Pero la realidad fue diferente.

Rafael Herrera, el nativo de Huáscato, noqueó en ocho asaltos a Rubén “El Púas” Olivares y se quedó con los títulos gallo de la Asociación Mundial de Boxeo y del Consejo Mundial de Boxeo.

 La deidad estaba en la lona, vencido. Con la deshonra sobre la espalda.

Eso fue lo que nunca le perdonaron al nuevo monarca.

Tan no tuvo la aceptación, que a pesar de ganar por segunda ocasión el título gallo del CMB no se convirtió en un ídolo.

Ese 14 de abril de 1973, en Monterrey, noqueó en 12 asaltos a Rodolfo Martínez. Otro boxeador fino, con similitud de personalidad a la de su contrincante. También serio, con tintes opacos, con enormes cualidades boxísticas.

 Durante los intercambios de ideas, una de ellas en el interior de su hogar situado en la Campestre Churubusco de la delegación Coyoacán, Rafael Herrera asumió que fue una figura, pero nunca con el arrastre de Rubén Olivares.

 Jamás pude alcanzar la popularidad a los niveles de “El Púas”, asume. Fui dos veces campeón mundial, pero hasta la fecha la gente no me da el mérito por haber derrotado a Rubén.

 Quien escribe recuerda que conoció de manera fortuita a Rafael, un par de días después de haber vencido a Olivares.

En el departamento que habitaba en la esquina de avenida Cuauhtémoc y Obrero Mundial, frente al parque de béisbol del Seguro Social.

 Ese fue el punto de partida de la conversación. Cuando a petición expresa de Mayolo López Narváez, fotógrafo de Excélsior, llegamos para que el gráfico hiciera tomas con el cinturón ceñido a la cintura.

Rafael Herrera Lemus nació el 7 de enero 1945 en Huáscato, Jalisco. Tuvo un record de 61 peleas, con 48 ganadas, 19 por nocaut, 9 derrotas y 4 empates.

 Y lo que es el destino. Después de haber dejado el Seminario, en la década de los 60 Rafael estaba seguro que podría ser una figura ¡del fútbol!.

 Quería seguir la ruta escogida por su hermano Jesús, quien militó en las filas de equipos como Veracruz de la Segunda División y el Atlante.

Pero cuando creemos que nada está escrito, viene el brusco cambio de vida. Rafael tuvo la fortuna de encontrar al mánager Jesús Cuate Pérez, “Chucho Cuate”.

Ni más ni menos que quien alcanzó fama cuando descubrió a otro de los grandes, Ricardo “Pajarito” Moreno. Un ídolo de enormes dimensiones.

 Rafael, quien ya en el retiro daba clases de box en una escuela del Estado de México, llegó a ser Presidente de la Comisión de Box del Distrito Federal.

Figura en los anales de la historia, pero nunca pudo borrar en la afición aquellas escenas de un ídolo caído.

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