EL SILENCIO QUE GUARDA, es producto de la cordura que lleva desde la juventud.
Reflexivo, meditabundo, pausado. La actitud conjuga con su
rostro que proyecta paz, tranquilidad.
En cada respuesta, ronda la prudencia y la sensatez.
Despide la imagen de ser distraído, pero en realidad está
envuelto de un bagaje donde la meditación es parte de la conducta.
Pareciera un monje en el retiro espiritual. No lo es, pero
tampoco está alejado de esa condición.
En la adolescencia
fue seminarista. Quizá por eso se muestra absorto, contemplativo.
La introspección, es
parte de su formalidad. Escueto al hablar. Reflexivo al responder.
Vive un universo de contradicciones que no limitan su
exitosa vida. Escogió un camino en el que para llegar a ser una celebridad,
fueron los golpes lo que se convirtió en el soporte.
En la deliberación de
la plática, expulsa la frase que lleva melancolía, nunca amargura o
frustración. Recapitula:
Nunca me perdonaron haber
derrotado al ídolo de los mexicanos.
Es Rafael Herrera,
campeón mundial de peso gallo.
Boxeador de grandes cualidades. El mismo que el 19 de marzo
de 1972, noqueó al “Púas” Rubén Olivares.
Pelea de gladiadores en un atiborrado Toreo de Cuatro
Caminos, donde la inmensa mayoría de aficionados quedaron pasmados al ver caer
al adorado campeón.
El de La Bondojito era el favorito con momios aplastantes.
La multitud lo aclamaba en forma ferviente. La entrega era abrumadora, sin
discusión daban por hecho que vencería de manera humillante a ese joven de
apagada presencia.
Pero la realidad fue
diferente.
Rafael Herrera, el nativo de Huáscato, noqueó en ocho
asaltos a Rubén “El Púas” Olivares y se quedó con los títulos gallo de la
Asociación Mundial de Boxeo y del Consejo Mundial de Boxeo.
La deidad estaba en
la lona, vencido. Con la deshonra sobre la espalda.
Eso fue lo que nunca le perdonaron al nuevo monarca.
Tan no tuvo la aceptación, que a pesar de ganar por segunda
ocasión el título gallo del CMB no se convirtió en un ídolo.
Ese 14 de abril de 1973, en Monterrey, noqueó en 12 asaltos
a Rodolfo Martínez. Otro boxeador fino, con similitud de personalidad a la de
su contrincante. También serio, con tintes opacos, con enormes cualidades
boxísticas.
Durante los intercambios
de ideas, una de ellas en el interior de su hogar situado en la Campestre
Churubusco de la delegación Coyoacán, Rafael Herrera asumió que fue una figura,
pero nunca con el arrastre de Rubén Olivares.
Jamás pude alcanzar
la popularidad a los niveles de “El Púas”, asume. Fui dos veces campeón
mundial, pero hasta la fecha la gente no me da el mérito por haber derrotado a
Rubén.
Quien escribe
recuerda que conoció de manera fortuita a Rafael, un par de días después de
haber vencido a Olivares.
En el departamento que habitaba en la esquina de avenida
Cuauhtémoc y Obrero Mundial, frente al parque de béisbol del Seguro Social.
Ese fue el punto de
partida de la conversación. Cuando a petición expresa de Mayolo López Narváez,
fotógrafo de Excélsior, llegamos para que el gráfico hiciera tomas con el
cinturón ceñido a la cintura.
Rafael Herrera Lemus nació el 7 de enero 1945 en Huáscato,
Jalisco. Tuvo un record de 61 peleas, con 48 ganadas, 19 por nocaut, 9 derrotas
y 4 empates.
Y lo que es el
destino. Después de haber dejado el Seminario, en la década de los 60 Rafael
estaba seguro que podría ser una figura ¡del fútbol!.
Quería seguir la ruta
escogida por su hermano Jesús, quien militó en las filas de equipos como
Veracruz de la Segunda División y el Atlante.
Pero cuando creemos que nada está escrito, viene el brusco
cambio de vida. Rafael tuvo la fortuna de encontrar al mánager Jesús Cuate
Pérez, “Chucho Cuate”.
Ni más ni menos que quien alcanzó fama cuando descubrió a
otro de los grandes, Ricardo “Pajarito” Moreno. Un ídolo de enormes
dimensiones.
Rafael, quien ya en
el retiro daba clases de box en una escuela del Estado de México, llegó a ser
Presidente de la Comisión de Box del Distrito Federal.
Figura en los anales de la historia, pero nunca pudo borrar
en la afición aquellas escenas de un ídolo caído.
0 comentarios:
Publicar un comentario