QUINCUAGÉSIMO SEPTIMO PRESIDENTE DE MÉXICO
LICENCIADO ADOLFO LÓPEZ MATEOS
Presidente Constitucional: de Dic. 1º de 1958 a Nov. 30 de
1964.
Presidente nacido en Atizapán de
Zaragoza, Estado de México, el 26 de mayo de 1910. Estudió la primaria en el Colegio Francés de
la ciudad de México y la secundaria en un plantel del gobierno. Después del estudio trabajaba cuatro horas
diarias como ayudante de bibliotecario; ya en la preparatoria logró colocarse
como secretario del gobernador del Estado de México, coronel Filiberto Gómez. Luego, en 1934, fue secretario particular del
influyente político Carlos Riva Palacio presidente del Partido Nacional
revolucionario (PNR); ya entonces estudiaba en la facultad de jurisprudencia de
la UNAM.
En 1929 y atraído por el vasconcelismo
renunció al PNR (antecesor del PRI), y tras el fracaso de Vasconcelos se autoexilió
en Guatemala y después de unos meses regresó a la UNAM para recibir su título
de abogado. En la preparatoria había
conocido a la normalista Eva Sámano Bishop, con la cual se casó.
Mas adelante, y
perdonado y readmitido por el PNR, obtuvo algunos empleos modestos hasta llegar
a director del Instituto Científico y Literario de Toluca (la futura universidad del Estado de México),
y en 1946, con la protección de Isidro Favela, patriarca del famoso grupo Atlacomulco, llegó a senador. Después de encabezar la campaña electoral de
Adolfo Ruiz Cortines, en 1952 se convirtió en su Secretario del Trabajo y
Previsión Social.
Cuando el presidente
Ruiz Cortines dio “el dedazo” para “destapar” a su secretario del trabajo,
Adolfo López Mateos, muchos vieron el proceso como un triunfo de la democracia,
ya que antes que éste esperaban en la fila de aspirantes tres o cuatro gallones
priistas ya listos para saltar a la grande.
Después de la clásica y acostumbrada elección de Estado, López Mateos asumió la Presidencia de la República
el 1º de diciembre de 1958.
Durante su
administración impulsó la educación pública, creo el Instituto Nacional de
Protección a la infancia antecesor del DIF nacional y el Instituto de Seguridad
Social de los trabajadores del Estado (ISSSTE); se estableció el régimen de los
diputados de partido (los plurinominales) y la participación de los
trabajadores en las utilidades de las empresas. Tuvo una activa participación
internacional al viajar con frecuencia a diferentes países del mundo a
diferencia de los anteriores mandatarios que sólo iban a los Estados Unidos a
congraciarse con el jefe de los angloamericanos (los gringos).
Uno de los mayores
logros de su sexenio fue ponerle fin a un conflicto que tenía más de cien años,
logrando que el gobierno de los Estados Unidos devolviera a México el
territorio de “El Chamizal”, el cual el vecino se había apropiado injustamente
tras un cambio de curso del Río Bravo, frontera entre las dos naciones.
Los dueños de la generación
de electricidad en México vieron la oportunidad de hacer un buen negocio
entregando sus “fierros viejos” que conformaban lo que llamaban “industria eléctrica”
apresurándose a vender todas sus
acciones al acomodaticio gobierno mexicano, lo que aprovechó el presidente
López Mateos para hacer demagogia presentando lo que era un mal negocio como la
“nacionalización de la industria eléctrica” y festinándolo como un gran triunfo
para el país.
La estabilidad
cambiaria se logró sin aumentar la carga impositiva gracias a la contratación
de deuda externa, la cual paso de 602 millones de dólares en 1958 a 1,723
millones de dólares en 1964; pero como era autofinanciable, no preocupaba gran
cosa. Los precios aumentaron sólo el 14%
en el sexenio lopezmateista y los salarios un espectacular 97%, además que se
concedió a los trabajadores la participación en las ganancias de las empresas.
La ciudad de México,
gobernada por el “regente de hierro” Ernesto P. Uruchurtu, adquirió visos de
gran urbe, bien pavimentada, con magnifica iluminación y dotada de mercados
limpios y jardines cubiertos de flores.
La seguridad pública adquirió un nivel envidiable. En el extranjero se hablaba del “milagro
mexicano”, y muchos pensaron que el país estaba a punto de incorporarse al
primer mundo.
Sin dificultad, López
Mateos consiguió la sede de los juegos olímpicos de 1968 de la decima novena
olimpiada en 1968 y la del campeonato mundial de futbol en 1970. Veintiséis jefes de Estado viajaron a México
para felicitarlo por sus logros, entre ellos: Dwight D. Eisenhower y John F.
Kennedy de Estados Unidos; Charles de
Gaulle, de Francia; Jawaharlal Nerhu, de La India; Josyp Bros Tito, de
Yugoeslavia; la reina Juliana de los Países Bajos, el príncipe Akihito, de
Japón y el caudillo indonesio Sukarno.
Con esto llegó al cenit el prestigio internacional de México.
La política exterior
de México también vivió sus mejores años al mantener una posición de
independencia y enarbolar la bandera de la autodeterminación de los pueblos
frente a Estados Unidos, que a toda costa quería intervenir en la Cuba de Fidel
Castro. Sin embargo, la simpatía de
ciertos sectores mexicanos por el régimen marxista cubano inquietó a buena
parte de la sociedad. Temerosa de una
nueva reforma educativa, la sociedad media mexicana se manifestó al grito de “cristianismo si, comunismo no”,
que se apagó al ver que el gobierno era tan conservador como una buena parte de
la sociedad. Los empresarios encontraron
tranquilidad una vez que López Mateos se comprometió a sostener el
proteccionismo, los bajos salarios, los sindicatos “charros” y la política de
represión a todo intento de desestabilizar económica o políticamente a la
nación; todos quedaron satisfechos.
Pero la gran obra de
López Mateos sufrió un gran tropiezo al llegar el momento del “destape”, cuando
otorgó con el “dedazo” al secretario de gobernación Gustavo Díaz Ordaz. Tal vez había perdido ya la facultad de
pensar acertadamente. Desde su llegada a
la Presidencia comenzó a sufrir fuertes dolores de cabeza, al grado de que uno
de sus ayudantes recibió el encargo de llevar siempre consigo un puñado de
aspirinas para mitigar en arte esos dolores.
Al finalizar el sexenio se le agudizó el padecimiento y los neurólogos
Gregorio González Mariscal y Bertrán Goñi diagnosticaron aneurisma cerebral.
El doctor William
Poppen, eminencia en la materia, quien en aquella época ejercía en Boston, fue
llamado a México para operar al enfermo, y le encontró no uno, sino siete
aneurismas ( el aneurisma es la dilatación o aumento de volumen de un vaso
sanguíneo). Primero se le cayó a López
Mateos el parpado izquierdo; se le inmovilizaron la pierna y el brazo
izquierdos y luego se le entorpecieron los movimientos del pie y la mano
derecha; para caminar tenía que usar aparatos ortopédicos.
Su matrimonio con
doña Eva Sámano había naufragado desde mediados de su sexenio. Vivió desde entonces con la guapa educadora
Angelina Gutiérrez Sarduni que le dio dos hijos, Adolfo y Elena. “Avecita” la única hija que tuvo con doña
Eva, ha dirigido una escuela de la ciudad de México y vive modestamente en su
casa al lado de su esposo, el pastelero italiano Carlo Zolla (datos del año
1985).
Adolfo López Mateos
murió el 29 de septiembre de 1969. Al
morir no tenía siquiera una cuenta bancaria y los únicos valores que se le
conocieron fueron un bono del Ahorro Nacional por ciento veinte mil pesos, más
dinero en efectivo que guardaba en un buró de la recamara de su casa
particular. También poseía una casa en Ixtapan de la Sal, otra en Valle de
Bravo y una más en Cozumel.
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