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domingo, 18 de febrero de 2024

BOSQUEJO HISTÓRICO // Rafael Urista de Hoyos


QUINCUAGESIMO OCTAVO PRESIDENTE DE MÉXICO

LICENCIADO GUSTAVO DÍAZ ORDAZ

Presidente Constitucional: Dic. 1º de 1964 a Nov. 30 de 1970.

  Presidente nacido en San Andrés Chalchicomula, Puebla, (Ciudad Serdán) el 12 de marzo de 1911.  Estudió Derecho en la Universidad de Puebla (1937).  Oficial de Justicia y juez de Tecamachalco; presidente del Consejo de Conciliación y Arbitraje y del Tribunal Superior de Justicia de Puebla.  Catedrático y vicerrector de la Universidad de Puebla.  Diputado federal (1943 – 1946) y senador (1946 – 1952);  director general de Asuntos Jurídicos, Oficial Mayor (1953 – 1958) y titular de la Secretaría de Gobernación (1958 – 1963).  Postulado como candidato a la Presidencia de la República por el Partido Revolucionario Institucional, toma posesión como Presidente el 1º de diciembre de 1964.

  Desde joven ingresó Díaz Ordaz al ejército burocrático del gobernador poblano general Maximino Ávila Camacho, como presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje del Estado, y ascendió a secretario de gobierno de Gonzalo Bautista, el pelele a quien el gobernador dejó la gubernatura cuando pasó a la ciudad de México para encabezar la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas.

  La principal característica que don Maximino buscaba en sus subordinados era el sometimiento total, sin reservas morales o de simple dignidad personal, y el joven abogado satisfizo ampliamente tales requisitos.  Más tarde pretendería cobrarse en toda la nación las humillaciones padecidas en su época de burócrata poblano.

  No soportaba que ningún subordinado le restara lucimiento.  Ratificó a Ernesto P. Uruchurtu en la jefatura del Departamento del Distrito Federal, pero al advertir que la popularidad de éste seguía siendo enorme, a mediados de septiembre de 1966 le mandó armar un burdo conflicto enviándole unos invasores de tierras a los que la policía descalabró.  Uruchurtu fue acusado de insensibilidad social y se le obligó a renunciar.

  Los izquierdistas, a quienes López Mateos había dejado muy maltrechos, quisieron “probar” la firmeza del nuevo presidente y en 1965 organizaron una huelga de médicos del Seguro Social, la que fue suprimida a base de despidos y macanazos de los cumplidos granaderos.  Los partidarios de Fidel Castro optaron por alinearse y guardar máxima compostura para no provocar a los granaderos y sus temibles “amansalocos” (las macanas), pues Díaz Ordaz los amenazó con tomar represalias contra ellos y sus dirigentes.  El poblano jamás ocultó el odio infernal que sentía por los comunistas y no perdió ocasión para humillarlos.

  Sin embargo, en su obra de gobierno también tuvo muchos aciertos.  No se obstruyó el desarrollo de la iniciativa privada, que entonces comenzó a adquirir dimensiones importantes; con los 14,200 kilómetros de carreteras que mandó  hacer, la red nacional llegó a los 70,244 kilómetros; y todavía se echó a cuestas la tarea de iniciar la construcción del metro del Distrito Federal; además de realizar los trabajos necesarios para tanto la Olimpiada de 1968 y la copa mundial de futbol de 1970 tuvieran un magnifico escenario: todo ello, sin elevar impuestos y dejando la deuda externa en la todavía manejable cantidad de 4,200 millones de dólares. 

  Días Ordaz emprendió una amplia reforma administrativa.  Transformó a la Conasupo en un organismo descentralizado, creo la compañía de Productos Forestales Mexicanos y emprendió la construcción de la siderúrgica Lázaro Cárdenas en Las Truchas.  En el área de infraestructura, puso énfasis en el sector hidráulico construyéndose 107 presas.

  Su política internacional se fundó en el principio de no intervención.  Visitó todas las repúblicas de Centroamérica y asistió a la reunión de mandatarios de Punta del Este, Uruguay, consiguiendo que el protocolo para la Prescripción de armas nucleares en América Latina (Tratado de Tlatelolco) tuviera el apoyo necesario para ser aprobado.

  Hasta mediados de 1968, Díaz Ordaz podía sentirse satisfecho de su gestión en materia económica.  Durante su administración el país tuvo la menor tasa de inflación desde 1930, el 2.7% anual, al mismo tiempo que la tasa de crecimiento (el PIB) llegaba al 3.3% la mayor desde 1921.  Con estabilidad en el tipo de cambio y los precios controlados y ajustados por el gobierno, la mayoría de la población, sobre todo la urbana, percibía bastante bienestar.  La sociedad esperaba pacientemente la inauguración de los Juegos Olímpicos y el campeonato mundial de futbol.

  Díaz Ordaz creyó siempre que el movimiento estudiantil de 1968--- generado a partir de una gresca entre estudiantes reprimida por los granaderos--- era producto de una secreta conspiración para impedir la celebración de la Olimpiada.  A sus ojos los comunistas se habían infiltrado entre los estudiantes.

  El 23 de julio dos pandillas seudoestudiantiles atacaron la vocacional 2 y una preparatoria particular del Distrito Federal.  Se trataba de un simple choque de pandilleros y vagos, pero el jefe del Departamento del D. F., el presidenciable Alfonso Corona del Rosal ---afanoso de mostrar lealtad al presidente--- mando aplastar a los rijosos.  La policía, por un error digno de retrasados mentales, cayó sobre la Vocacional 5, que se hallaba en completa calma, y los agentes se dieron gusto golpeando a maestros y alumnos, hasta entonces ajenos al conflicto.

  La barbarie policiaca indignó a otros grupos y los choques se multiplicaron.  Pronto la policía resultó incapaz de sofocar  los disturbios y se llamó al ejército, que una noche destrozó con un tiro de bazuka el portón de la venerable preparatoria de San Ildefonso, para penetrar al edificio donde se habían refugiado algunos alborotadores; Innumerables personas quedaron horrorizadas y empezaron a incorporarse a las manifestaciones.

  El movimiento cayó en manos de un reducido grupo de logreros.  Tanto la Secretaría de Gobernación como los principales grupos de inteligencia de algunos gobiernos extranjeros habían infiltrado espías y agentes provocadores y, según parece, algunos de ellos consiguieron en la asamblea del Consejo General de Huelga, organismo rector del movimiento estudiantil, que fuera aprobada la moción de realizar un último despliegue de fuerza en la plaza de las tres culturas en Tlaltelolco.

  El 2 de octubre, tres mil individuos llegaron a la plaza para participar en un mitin que, o fue una provocación, o estuvo promovido por gente empeñada en reventar el movimiento.  Lo único que puede asegurarse es que en Tlaltelolco se congregaron los lideres estudiantiles más importantes asesorados y manipulados por agentes ajenos al movimiento, y que se envió contra ellos un millar de soldados.

Los soldados tenían instrucciones de capturar a los dirigentes y llevarlos a la cárcel, aunque tratando de evitar derramamiento de sangre.  Pero alguien que se encontraba en lo alto de un edificio ---se ignora quien fue o a que ordenamiento obedecía--- disparó contra los militares y de inmediato puso fuera de combate al general en jefe de la columna, José Hernández Toledo, que cayó al suelo herido gravemente.  Sintiéndose agredidos, los soldados empezaron a disparar contra todo lo que se movía y llevaron a cabo una matanza en la que perdieron la vida de cincuenta a quinientas personas, según las distintas versiones que circularon al respecto.

  Díaz Ordaz estaba convencido de que México vivía en riesgo porque tenía enemigos externos e internos que querían destruirlo y no quedaba otra alternativa más que salvar al país a costa de lo que fuera.  “asumo íntegramente la responsabilidad personal, ética, jurídica, política e histórica por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado”, dijo Díaz Ordaz en su informe de gobierno de 1969, con lo cual también permitió que el Estado mexicano se quitara la parte que le correspondía de la culpa por haber masacrado a sus jóvenes en la Plaza de las Tres Culturas.

  El 12 de octubre de 1968 Díaz Ordaz inauguró los XIX Juegos Olímpicos, que fueron como un bálsamo anestésico para la población.  Pero el 2 de octubre no se olvidó jamás y los fantasmas de su recuerdo persiguieron por siempre al presidente, al hombre que reconoció públicamente su responsabilidad en tales sucesos.

  Al entregar el poder se retiró a la vida privada y no fue sino hasta que se reanudaron las relaciones diplomáticas con España, durante el gobierno de López Portillo, que fue nombrado embajador de México el 4 de abril de 1977, lo que produjo múltiples protestas.  A los pocos meses el hombre renunció y de vuelta a México permaneció aislado.  Murió el 15 de julio de 1979, de cáncer estomacal.      

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