QUINCUAGESIMO OCTAVO PRESIDENTE DE MÉXICO
LICENCIADO
GUSTAVO DÍAZ ORDAZ
Presidente
Constitucional: Dic. 1º de 1964 a Nov. 30 de 1970.
Presidente nacido en San Andrés
Chalchicomula, Puebla, (Ciudad Serdán) el 12 de marzo de 1911. Estudió Derecho en la Universidad de Puebla
(1937). Oficial de Justicia y juez de
Tecamachalco; presidente del Consejo de Conciliación y Arbitraje y del Tribunal
Superior de Justicia de Puebla. Catedrático
y vicerrector de la Universidad de Puebla.
Diputado federal (1943 – 1946) y senador (1946 – 1952); director general de Asuntos Jurídicos,
Oficial Mayor (1953 – 1958) y titular de la Secretaría de Gobernación (1958 –
1963). Postulado como candidato a la
Presidencia de la República por el Partido Revolucionario Institucional, toma
posesión como Presidente el 1º de diciembre de 1964.
Desde joven ingresó
Díaz Ordaz al ejército burocrático del gobernador poblano general Maximino
Ávila Camacho, como presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje del
Estado, y ascendió a secretario de gobierno de Gonzalo Bautista, el pelele a
quien el gobernador dejó la gubernatura cuando pasó a la ciudad de México para
encabezar la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas.
La principal
característica que don Maximino buscaba en sus subordinados era el sometimiento
total, sin reservas morales o de simple dignidad personal, y el joven abogado
satisfizo ampliamente tales requisitos.
Más tarde pretendería cobrarse en toda la nación las humillaciones
padecidas en su época de burócrata poblano.
No soportaba que
ningún subordinado le restara lucimiento.
Ratificó a Ernesto P. Uruchurtu en la jefatura del Departamento del
Distrito Federal, pero al advertir que la popularidad de éste seguía siendo
enorme, a mediados de septiembre de 1966 le mandó armar un burdo conflicto
enviándole unos invasores de tierras a los que la policía descalabró. Uruchurtu fue acusado de insensibilidad
social y se le obligó a renunciar.
Los izquierdistas, a
quienes López Mateos había dejado muy maltrechos, quisieron “probar” la firmeza
del nuevo presidente y en 1965 organizaron una huelga de médicos del Seguro
Social, la que fue suprimida a base de despidos y macanazos de los cumplidos
granaderos. Los partidarios de Fidel
Castro optaron por alinearse y guardar máxima compostura para no provocar a los
granaderos y sus temibles “amansalocos” (las macanas), pues Díaz Ordaz los
amenazó con tomar represalias contra ellos y sus dirigentes. El poblano jamás ocultó el odio infernal que
sentía por los comunistas y no perdió ocasión para humillarlos.
Sin embargo, en su
obra de gobierno también tuvo muchos aciertos.
No se obstruyó el desarrollo de la iniciativa privada, que entonces
comenzó a adquirir dimensiones importantes; con los 14,200 kilómetros de
carreteras que mandó hacer, la red
nacional llegó a los 70,244 kilómetros; y todavía se echó a cuestas la tarea de
iniciar la construcción del metro del Distrito Federal; además de realizar los
trabajos necesarios para tanto la Olimpiada de 1968 y la copa mundial de futbol
de 1970 tuvieran un magnifico escenario: todo ello, sin elevar impuestos y
dejando la deuda externa en la todavía manejable cantidad de 4,200 millones de
dólares.
Días Ordaz emprendió
una amplia reforma administrativa.
Transformó a la Conasupo en un organismo descentralizado, creo la
compañía de Productos Forestales Mexicanos y emprendió la construcción de la
siderúrgica Lázaro Cárdenas en Las Truchas.
En el área de infraestructura, puso énfasis en el sector hidráulico
construyéndose 107 presas.
Su política
internacional se fundó en el principio de no intervención. Visitó todas las repúblicas de Centroamérica
y asistió a la reunión de mandatarios de Punta del Este, Uruguay, consiguiendo que
el protocolo para la Prescripción de armas nucleares en América Latina (Tratado
de Tlatelolco) tuviera el apoyo necesario para ser aprobado.
Hasta mediados de
1968, Díaz Ordaz podía sentirse satisfecho de su gestión en materia
económica. Durante su administración el
país tuvo la menor tasa de inflación desde 1930, el 2.7% anual, al mismo tiempo
que la tasa de crecimiento (el PIB) llegaba al 3.3% la mayor desde 1921. Con estabilidad en el tipo de cambio y los
precios controlados y ajustados por el gobierno, la mayoría de la población,
sobre todo la urbana, percibía bastante bienestar. La sociedad esperaba pacientemente la
inauguración de los Juegos Olímpicos y el campeonato mundial de futbol.
Díaz Ordaz creyó
siempre que el movimiento estudiantil de 1968--- generado a partir de una
gresca entre estudiantes reprimida por los granaderos--- era producto de una
secreta conspiración para impedir la celebración de la Olimpiada. A sus ojos los comunistas se habían
infiltrado entre los estudiantes.
El 23 de julio dos
pandillas seudoestudiantiles atacaron la vocacional 2 y una preparatoria
particular del Distrito Federal. Se
trataba de un simple choque de pandilleros y vagos, pero el jefe del
Departamento del D. F., el presidenciable Alfonso Corona del Rosal ---afanoso
de mostrar lealtad al presidente--- mando aplastar a los rijosos. La policía, por un error digno de retrasados
mentales, cayó sobre la Vocacional 5, que se hallaba en completa calma, y los
agentes se dieron gusto golpeando a maestros y alumnos, hasta entonces ajenos
al conflicto.
La barbarie policiaca
indignó a otros grupos y los choques se multiplicaron. Pronto la policía resultó incapaz de
sofocar los disturbios y se llamó al
ejército, que una noche destrozó con un tiro de bazuka el portón de la
venerable preparatoria de San Ildefonso, para penetrar al edificio donde se
habían refugiado algunos alborotadores; Innumerables personas quedaron
horrorizadas y empezaron a incorporarse a las manifestaciones.
El movimiento cayó en
manos de un reducido grupo de logreros.
Tanto la Secretaría de Gobernación como los principales grupos de
inteligencia de algunos gobiernos extranjeros habían infiltrado espías y
agentes provocadores y, según parece, algunos de ellos consiguieron en la
asamblea del Consejo General de Huelga, organismo rector del movimiento
estudiantil, que fuera aprobada la moción de realizar un último despliegue de
fuerza en la plaza de las tres culturas en Tlaltelolco.
El 2 de octubre, tres
mil individuos llegaron a la plaza para participar en un mitin que, o fue una
provocación, o estuvo promovido por gente empeñada en reventar el movimiento. Lo único que puede asegurarse es que en
Tlaltelolco se congregaron los lideres estudiantiles más importantes asesorados
y manipulados por agentes ajenos al movimiento, y que se envió contra ellos un
millar de soldados.
Los soldados tenían instrucciones de capturar a los
dirigentes y llevarlos a la cárcel, aunque tratando de evitar derramamiento de
sangre. Pero alguien que se encontraba
en lo alto de un edificio ---se ignora quien fue o a que ordenamiento
obedecía--- disparó contra los militares y de inmediato puso fuera de combate
al general en jefe de la columna, José Hernández Toledo, que cayó al suelo
herido gravemente. Sintiéndose agredidos,
los soldados empezaron a disparar contra todo lo que se movía y llevaron a cabo
una matanza en la que perdieron la vida de cincuenta a quinientas personas,
según las distintas versiones que circularon al respecto.
Díaz Ordaz estaba
convencido de que México vivía en riesgo porque tenía enemigos externos e
internos que querían destruirlo y no quedaba otra alternativa más que salvar al
país a costa de lo que fuera. “asumo íntegramente
la responsabilidad personal, ética, jurídica, política e histórica por las
decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado”, dijo Díaz
Ordaz en su informe de gobierno de 1969, con lo cual también permitió que el
Estado mexicano se quitara la parte que le correspondía de la culpa por haber
masacrado a sus jóvenes en la Plaza de las Tres Culturas.
El 12 de octubre de
1968 Díaz Ordaz inauguró los XIX Juegos Olímpicos, que fueron como un bálsamo
anestésico para la población. Pero el 2
de octubre no se olvidó jamás y los fantasmas de su recuerdo persiguieron por
siempre al presidente, al hombre que reconoció públicamente su responsabilidad
en tales sucesos.
Al entregar el poder
se retiró a la vida privada y no fue sino hasta que se reanudaron las
relaciones diplomáticas con España, durante el gobierno de López Portillo, que fue
nombrado embajador de México el 4 de abril de 1977, lo que produjo múltiples
protestas. A los pocos meses el hombre
renunció y de vuelta a México permaneció aislado. Murió el 15 de julio de 1979, de cáncer
estomacal.
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