LOS ANILLOS que portaba en los dedos de la mano izquierda, eran deslumbrantes.
Oro de alto kilataje y, en uno, brillantes. El otro, más
austero con diamantes. Un tercero portaba una esmeralda.
Era obvio que estaba
presente la opulencia. Nada de economías.
La frase lo dijo todo:
el dinero, mi periodista, es para
disfrutarse.
Y vaya que él lo
hacía.
Una fortuna en las
manos, mi líder. El comentario fue atajado con prontitud:
En la niñez tuve
muchas carencias. Padecí hambre y burlas. Así que ahora, no tengo por qué
ocultar mi dinerito que tengo en el banco.
Acto seguido, una
estruendosa carcajada y con diestra alzó una copa llena de coñac. Vamos a decir
salud y a mentarle la madre a la pobreza.
Nuevamente la
escandalosa expresión y un largo sorbo de la espirituosa bebida.
Estatura baja, rostro rudo y voluminoso abdomen.
Tras el largo sorbo
del licor, surgido de la uva blanca que tiene su origen en la región francesa
de cogñac, apareció el otro comentario:
Aquí me tiene, mi periodista, me voy a echar un año en la
sombra. Ah, pero saliendo a disfrutar de la vida. A gozar de los ahorritos que
he reunido con el producto de mí trabajo.
Ruidosa la expresión que era una burla de encontrarse tras
las rejas, sin ninguna limitación. Ninguna. Manjares, festejos, música,
compañía femenina y todo lo que se antojara.
Héctor (García Hernández), era mejor conocido por “El
Trampas”. Un líder sindical del ramo petrolero. Cercano a Joaquín Hernández
Galicia, popularmente identificado como “La Quina”.
El apodo le venía
justo. Era un sobrenombre ganado a pulso.
Héctor García Hernández era el responsable de cobrar, y
administrar, los recursos que en las revisiones contractuales con Pemex obtenía
el sindicato para promover la educación.
Un pequeño detalle
interrumpió que siguiera con las arcas abiertas. Dispuso de una pequeña
cantidad (miles de millones de pesos), para dar rienda suelta a sus deslices.
Fue descubierto por “La Quina”, su compadre, quien ordenó
consignarlo a las autoridades y fincarle cargos que merecieron la cárcel.
Alertado de que sería
detenido, huyó a McAllen, Texas, pero allá fueron por él.
Lo trajeron en la cajuela de un automóvil para entregarlo en
las instalaciones que la Procuraduría General de la República tenía en San Juan
de Letrán.
Y más pronto que ya, “El Trampas” fue llevado al Reclusorio
Sur. Donde, efectivamente, estuvo preso un año.
Durante dos conversaciones, una en el penal y la otra en un
restaurante de la Zona Rosa, se dieron las confesiones.
Le habían incautado
diversas propiedades. Un periódico en Coatzacoalcos, Veracruz, varias
residencias y dinero en efectivo. Y un avión.
Pero el grueso del hurto (me quitaron en total 5 mil
millones de pesos, pero me quedan 6 veces más), le permitieron seguir en el
festejo por haber dejado atrás la vida miserable.
Es mucho dinero,
Héctor, garantiza la solvencia de muchas generaciones…
Nunca, mi periodista,
el dinero es mucho. Siempre tiene uno que pensar en que hay que dejarle algo de
herencia a la familia.
La plata –argumentaba
García Hernández- nunca estorba y da respetabilidad. Los que antes se burlaban
de mí, ahora los tengo comiendo de mi mano.
Héctor, por qué el mote de “El Trampas”?
Porque en la juventud, acostumbraba a jugar cartas, y
siempre salía ganador. Los limpiaba con algunos trucos, pero recolectaba buenas
ganancias.
Ya como secretario de Educación y Tesorero del sindicato
petrolero Héctor García Hernández, prefería no recordar cuando era chofer de
Joaquín Hernández Galicia “La Quina”.
Por eso la propuesta: Vamos a decir salud, mi periodista,
porque se siente re’gacho acordarse cuando era jodido.
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