
CADA QUE HABLA, se le inflan lo cachetes. Gruesos los labios. La piel morena, tanto como el refresco de cola mezclado con el ron que lleva una y otra vez a esos gruesos belfos. Salen frase tras frase. El hueco que se abre en la boca cuando enriquece los recuerdos, deja entrever unos dientes amarillentos. Viene un suspiro y, luego, un enorme sollozo. Un lamento que, obligadamente, se hace acompañar de la nostalgia. Primero,...