1º de Octubre de 1821
Los primeros pasos de un nuevo
país: México.
La Independencia
trae como consecuencia la necesidad de crear un nuevo orden político que
permita al nuevo gobierno organizarse y tomar las decisiones para afianzarse y
erigirse en dirección de una nación independiente.
Para fortalecer la incipiente nación fue necesario hacer cambios en la administración
pública y seleccionar entre las pocas personas que hay con los conocimientos
básicos para puestos que realmente requieren, aparte de gran capacidad y
aptitud, mucha habilidad y astucia.
En la Regencia se nombraron cuatro secretarios para cubrir los cargos
necesarios para su funcionamiento. Se
procuraron hombres respetables y con, por lo menos, un mínimo conocimiento para
las áreas designadas.
Así, al frente de las oficinas de Hacienda quedó don José Pérez
Maldonado; como Secretario de Guerra, el marino don Antonio Medina; en el
despacho de Justicia, don José Domínguez; y en Relaciones exteriores e
Interiores, el eclesiástico don José Manuel Herrera. Éste último, primero como realista y en el
auge de la lucha por la independencia, había sido capturado por los insurgentes
pero después fue parte de sus filas e incluso participó en el Congreso de
Chilpancingo, que decidió enviarlo a los Estados Unidos a fin de entablar relaciones
con miras de obtener apoyos de éste país para la lucha; las funciones de estos
secretarios no son nada fáciles.
Después de once años de guerra, todo el país está afectado y no se
cuenta con una economía favorable que permita reconstruir de manera expedita
todo lo arrasado en la lucha armada. El
contexto socioeconómico para este nuevo orden político evidentemente no es el
mejor, pero al menos ya se inician los cambios y ajustes
Sólo queda bajo el dominio español el Castillo de San Juan de Ulúa, en
Veracruz. El general español José Dávila
conserva la plaza con el fin de apoyar a las fuerzas que España con toda seguridad,
piensa él, mandará para emprender la reconquista del país.
La fortaleza de San Juan de Ulúa se sostuvo gracias al auxilio que llegó
de La Habana y por falta de elementos para someterla. Al mando de las fuerzas españolas está el
general Dávila, como ya se dijo, quien ha entablado conversaciones con don
Antonio López de Santa Anna a través del coronel don Manuel Rincón.
Aunque Dávila había prometido arreglar con Santa Anna la entrega del
puerto y la fortaleza, fuentes cercanas informan que la noche del día 26 de
octubre se trasladó al castillo con la poca tropa que le queda, llevándose
consigo los cañones de mayor calibre, las municiones y el dinero disponible en
las cajas reales.
El Ayuntamiento, sorprendido por la actitud de Dávila, nombró a Manuel
Rincón Gobernador Interino y levantó un acta de adhesión a la independencia. La ciudad ha quedado expuesta a las hostilidades
que desde el fuerte de San Juan de Ulúa puedan realizar los últimos españoles;
Aunque resulta difícil de creer que todavía abriguen esperanzas de que el rey
Fernando VII envíe tropas a combatir en nuestro territorio con la precaria
situación por la que atraviesa la Corona española.
Programados a los treinta días de la entrada del Ejército Trigarante a
la ciudad de México, los festejos, que se llevaron a cabo el día 27, tuvieron
como acto principal la proclamación en la plaza de armas. Allí se instaló un templete adornado con
algunos lienzos donde se estamparon diversas escenas: vimos desde una
representación de armas de los antiguos aztecas, hasta una de los generales del
Ejército Trigarante.
A las diez de la mañana, el Ayuntamiento juró la independencia y también
publicó un bando que concede el indulto a los condenados a muerte. Al regresar a la plaza de armas, el alcalde
lo presentó a la multitud llamando a jurar la independencia del Imperio
mexicano bajo los principios del Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba, y
obtuvo un clamor unísono y entusiasta: ¡Así
lo juramos!.
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