SEXAGESIMO TERCER PRESIDENTE DE MÉXICO
LICENCIADO ERNESTO ZEDILLO PONCE DE LEÓN
Presidente Constitucional de Dic. 1º de 1994 a Nov. 30 de
2000.
Ernesto Zedillo Ponce
de león nació el 27 de diciembre de 1951 en la ciudad de México. Presidente de la República entre 1994 y 2000. Nacido en el seno de una familia de clase
media, cursó estudios en la Escuela Superior de Economía del Instituto
Politécnico Nacional y las universidades de Bradford (Inglaterra), Colorado y
Yale (Estados Unidos); en esta última se doctoró con una tesis sobre la deuda
externa mexicana.
Afiliado desde 1971
al Partido Revolucionario Institucional (PRI), en 1987 fue designado
subsecretario de Control Presupuestario, y defendió la aplicación de un
riguroso plan para combatir la inflación.
Nombrado secretario de educación en el gabinete de Carlos Salinas de
Gortari, abandonó el cargo en 1994 para dirigir la campaña del candidato presidencial
del PRI, Luis Donaldo Colosio, que fue asesinado en un atentado el 23 de marzo
del mismo año.
Según el presidente
Salinas, la noche misma del asesinato de Colosio recibió la sorpresiva visita
del expresidente Luis Echeverría, quien le solicitó designar como nuevo
candidato a uno de sus subalternos (de Salinas) Emilio Gamboa Patrón. Al día siguiente, desde la propia sede del
PRI, alguien (que se presume fue el ultra echeverrista y maquiavelista Augusto
Gómez Villanueva) transmitió faxes a toda la República en apoyo para la
candidatura del presidente del partido, Fernando Ortiz Arana quien, presionado
por Salinas, rechazó aspirar a la candidatura, y sólo entonces el presidente
procedió al destape de Ernesto Zedillo.
Zedillo resultó ser
un candidato sin el menor carisma, pero la simpatía que aún conservaba Salinas y el apoyo del partido
le permitieron conseguir bastantes votos.
No podría decirse que con esto volviera la tranquilidad al país, pero sí
impero la sensación de que por lo menos se habían superado ya los mayores
obstáculos.
La elección de
Zedillo fue aceptada como legitima por el país entero, ya que los
oposicionistas habían logrado arrancar concesiones como la creación del
Instituto Federal Electoral (IFE), dirigido por ciudadanos independientes y
apartidistas, y a la aceptación de un ejército de observadores inéditos hasta
entonces, entre los cuales hubo un millar de extranjeros interesados en vigilar
el proceso electoral mexicano.
La campaña electoral
de Zedillo se inició en un tono soporífero.
La personalidad del candidato sencillamente no entusiasmaba al público.
Los periodistas se deshacían por enaltecer a Manuel Camacho, al tiempo que
desairaban todo lo relacionado a la campaña presidencial. Para inyectarle interés, Zedillo invitó a sus
principales adversarios, el perredista Cuauhtémoc Cárdenas y el panista Diego
Fernández de Cevallos, al primer debate televisivo entre presidenciales que se
escenificó en el país.
Con su vehemencia de
experto polemista, Fernández de Cevallos puso prácticamente fuera de combate a
Cárdenas y a Zedillo lo dejó muy maltrecho en el debate, según la opinión de la
mayoría de los observadores. El
enfrentamiento tuvo lugar el 12 de mayo, y hubo quien asignara al panista las
máximas probabilidades de ganar la Presidencia.
Pero en lugar de aprovechar la oportunidad para asestar el nocaut, el
panista dejó pasar un par de meses en una pasividad que pareció y sigue pareciendo
sospechosa, con lo cual el priista logró avanzar en las encuestas.
Probablemente esto
influyó para que en las elecciones que se efectuaron en agosto Zedillo
obtuviera el 50,2% de los votos, contra 26.7% de Fernández de Cevallos y 17.1
de Cárdenas. Sin embargo, muchos
atribuyeron el triunfo al prestigio que aún conservaba Salinas. La mayoría de los votantes y un millar de
observadores extranjeros aceptaron como limpias las elecciones y más aún con el
hecho que fueron organizadas y escrutadas ya no por el mismo gobierno sino por
un organismo compuesto por ciudadanos dignos e independientes, y así Ernesto
Zedillo recibió la banda presidencial el 1º de diciembre de 1994.
Zedillo recibió una
economía “pegada con alfileres”, según se diría más tarde. Pero en aquel momento parece haber pensado
que lograría mantener los alfileres en su sitio y normalizar la situación. Después de todo, las cuentas que le entregaba
Salinas eran infinitamente más halagüeñas que las rendidas por De la Madrid en
1988, cuando la inflación alcanzaba el 90% anual, el déficit fiscal equivalía
al 12.5% del producto interno bruto (con Salinas el déficit era de sólo 1%) y
cuando el pago de las deudas externa e interna consumían el 50% del presupuesto
federal.
Pero el gabinete
nombrado por Zedillo no entusiasmó a los inversionistas, quienes desconfiaban
principalmente del nuevo secretario de Hacienda, Jaime Serra Puche, un hombre
carente de las relaciones personales que Pedro Aspe, su antecesor, había
cultivado en los altos círculos financieros de Nueva York y que, para colmo, se
negaba contestar el teléfono a los administradores de fondos de inversión,
quienes confiados en la accesibilidad que disfrutaron en el sexenio de Salinas,
estaban arriesgando su prestigio al mantener en México inversiones por miles de
millones de dólares.
Serra fue cesado y lo
substituyó Guillermo Ortiz que a duras penas pudo, más o menos, nivelar la
situación. Pronto circularon rumores tendientes
a culpar a Salinas de la próxima catástrofe.
Pero lo realmente catastrófico fue que, por la devaluación del peso, las
tasas de interés subieron de 15% en diciembre de 1994 a 110% en marzo de 1995. La devaluación, que pudo haber sido pequeña,
llegó al 120%.
Para cientos de miles
de deudores fue imposible liquidar sus préstamos y por tal motivo quebraron
muchos miles de empresas, además de que una infinidad de personas que tenían
automóviles y casas hipotecadas perdieron los bienes que habían dado por
garantía. Muchos tenedores de tarjetas
de crédito cayeron en la insolvencia.
Los ingresos fiscales se desplomaron y lo único que se le ocurrió
cómodamente al gobierno fue aumentar el IVA del 10 al 15%, a fin de obtener el
dinero que se necesitaba para atender los compromisos más urgentes.
Quienes peor la
pasaron fueron los banqueros. Encandilados por el optimismo salinista, habían
comprado los bancos a precios excesivamente altos y aceptando cargar con una
cartera vencida que a fines de noviembre de 1994 ascendía a 50,000 millones de
pesos y estaba formada en buena parte por “préstamos amistosos” que los
banqueros estatales habían concedido a los favoritos del gobierno, a sus
familiares o a ellos mismos. Zedillo decidió
entonces rescatar a la banca a cualquier costo, empleando para ello el fondo bancario para la protección del
ahorro (FOBAPROA). Muchos deudores
acaudalados y muchos banqueros aprovecharon la ocasión para incluir préstamos y
operaciones fraudulentas en la lista de pérdidas, lo que al cabo obligaría a
los “pagaimpuestos” mexicanos a asumir el costo del rescate, que ascendió al
equivalente de 90,000 millones de dólares, más intereses que se fueran acumulando.
Por el “error de
diciembre”, como le llamó Salinas, en 1995 perdieron su empleo cerca de un
millón de trabajadores y el producto interno bruto cayó a un menos 6% en lugar
de crecer el esperado 4 o 5%. Pero la
suerte no abandonaba al presidente mexicano.
El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá produjo mejores
resultados de lo que se esperaba; en 1995 comenzaron a crecer las exportaciones
mexicanas y para 1999 esta actividad había permitido la creación de un millón
de nuevos empleos y aportaba considerables ingresos a la reserva de divisas,
que a fines del sexenio rebasó los 30,000 millones de dólares. La irritación del público se suavizó. La clave del éxito fue haber satanizado a
Salinas para convertirlo en chivo expiatorio de la crisis.
los logros políticos
de Zedllo fueron escasos, pero fundamentales para la transición
democrática. Zedillo fue respetuoso de
los triunfos de la oposición. A
principios de 1995, los estados de Jalisco y Guanajuato fueron ganados por
Acción nacional; más adelante Nuevo León y Querétaro siguieron el mismo
camino. El parido de la Revolución
democrática no se quedó atrás al ganar el estado de Zacatecas.
Llegó así noviembre
de 1999, cuando había que elegir candidato presidencial para elecciones del
2000. Acción nacional (PAN) ya tenía
elegido a su candidato en la persona de Vicente Fox. En cuanto al PRI, Zedillo, fiel a su
propósito, se negó a dar el “dedazo”; Francisco Labastida Ochoa, Roberto
Madrazo Pintado, Manuel Bartlett y Humberto Roque Villanueva ---apodados “Los
cuatro fantásticos--- tuvieron que disputarse la candidatura en unas elecciones
internas semejantes a las primarias de los Estados Unidos. Y cuando Labastida ganó los partidarios de
los derrotados, principalmente los de Bartlett, afirmaron sin razón que Zedillo
había manipulado la elección para favorecer a Labastida.
El gobierno otorgó plena autonomía al Instituto Federal
Electoral y dejó de ser juez y parte en las elecciones. La reforma dio frutos de inmediato. En las elecciones intermedias de 1997, para
renovar la Cámara de diputados, la oposición en conjunto obtuvo la mayoría
---por primera vez desde 1912--- y el PRD le ganó al PRI el gobierno del
Distrito Federal. Zedillo no metió las
manos en el proceso electoral del 2000 y la oposición finalmente ganó la
Presidencia de la República. El priismo
derrotado, encabezado por el corrupto Manuel Bartlett, acusó al presidente
Zedillo de traidor.
La noche del 2 de
julio de 2000, dos minutos después que
el presidente del IFE, José Woldenberg, anunciara el triunfo del panista
Vicente Fox, la voz de Zedillo, transmitida en cadena nacional, felicitó al
ganador por su victoria. Con esto
perdería todo su valor cualquier pronunciamiento de impugnación del priismo
derrotado, en caso de llegar a emitirse.
Así, después de haber ejercido el poder durante 71 años (de 1930 a 2000), el Partido revolucionario institucional (PRI) pasó a la oposición.
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