SEXAGÉSIMO PRESIDENTE DE MÉXICO.
LICENCIADO JOSÉ LÓPEZ PORTILLO Y PACHECO.
Presidente constitucional de dic. 1º de 1976 a 30 de Nov. De 1982.
José López Portillo,
presidente de la República, nació en la ciudad de México. Estudió la carrera de Licenciado en Derecho
en la UNAM. Dictó cátedra en dicha
universidad. Fue subsecretario del
Patrimonio Nacional, director de la Comisión Federal de Electricidad y
secretario de Hacienda y Crédito Público durante la presidencia de Luis
Echeverría.
Tomó el cargo de
Presiente el 1º de diciembre de 1976.
Durante su administración se realizaron proyectos como La Alianza para
la Producción, el Plan Global de desarrollo y el Sistema Alimentario Mexicano. El petróleo fue utilizado durante su régimen
para la reactivación económica. Intentó
llevar a cabo una reforma administrativa y política que lo único que permitió
fue la legalización de partidos políticos de índole y control familiar.
En México el PRI y su
“tapado”, José López Portillo, ganaron las elecciones de 1976 por unanimidad de
votos, pues el PAN parecía tener miedo de triunfar: desaprovechó la oportunidad de encabezar el
descontento herencia del echeverrismo, se abstuvo de designar candidato propio
y dejó sin contrincante al PRI el cual no tuvo que recurrir al fraude como era
su costumbre.
José López Portillo
nació el 6 de junio de 1920 en una cómoda casa ubicada en la calle de Bruselas
de la colonia Juárez, en el Distrito Federal.
El futuro presidente cursó la primaria en la escuela oficial “Benito
Juárez” de la colonia Roma, donde tuvo como condiscípulo a Luis Echeverría. Ambos fueron amigos íntimos y recorrieron a
pie la ruta de Hernán Cortés desde Veracruz a la ciudad de México. Obtuvo el título de abogado en 1946 en la
Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de México (UNAM).
Trabajó en bufetes
particulares hasta 1950, cuando advirtió el error de vivir fuera del
presupuesto. Consiguió empleos de tercer
y segundo nivel en el gobierno, hasta que en mayo de 1973 su amigote
Echeverría, ya como presidente, lo ascendió por considerar que podía ser el
secretario de Hacienda dócil que necesitaba para remplazar al problemático Hugo
B. Margáin, que no le había permitido manejar la economía desde Los Pinos.
En 1951 casó con la
volcánica Carmen Romano Nolk y aunque en las fotos aparecen tomados de la mano
la pareja vivía en una especie de “matrimonio abierto” o pactado según se
comentaba en los corrillos políticos pero aún así, tuvieron tres hijos: José
Ramón (el orgullo de su nepotismo), y sus hijas Carmen Beatriz y Paulina.
En el inicio del
sexenio su capital político era grande.
Por la grave situación económica del país, la lógica y el sentido común
indicaban que los primeros dos años estarían destinados a tomar medidas
emergentes. Existía el compromiso con el
Fondo Monetario Internacional de no contraer una deuda de más de tres mil
millones anuales, controlar el déficit presupuestal, recortar el gasto público
y restringir las políticas salariales.
El costo lo asumía, como siempre, la población mexicana.
López Portillo pasó
de la serenidad inicial al ánimo triunfalista el resto de su administración. En cada una de sus acciones, en cada palabra,
en cada programa, se notaba un optimismo exagerado. Y Tenía motivos para hacerlo. Desde los primeros meses de su gobierno, el
presidente anunció a los cuatro vientos “tenemos petróleo”, para luego
advertir, soberbiamente, debemos prepararnos para administrar la abundancia.
El petróleo abrió un
nuevo horizonte ante la crisis. Se presentó como la oportunidad real de garantizar
el crecimiento y el desarrollo del país. De 1976 a 1982 los yacimientos
colocaron a México en el cuarto lugar mundial de producción petrolera. Con la garantía del oro negro, los organismos
financieros internacionales ofrecieron prestamos al gobierno mexicano para
apoyar los proyectos, las grandes obras públicas y para sostener el monstruoso
y corrupto aparato burocrático que no dejó de crecer durante el sexenio. La economía comenzó su reactivación y
lógicamente sobrevino el endeudamiento.
Todavía cuando rindió su primer informe de gobierno, al
iniciarse septiembre de 1977, López Portillo parecía justificar las esperanzas
depositadas en él. Se pronosticaba una
tasa de desarrollo del 3%. La confianza
renacía; ya no circulaban rumores catastrofistas y había cesado la fuga masiva
de divisas. Las noticias publicadas
entonces acerca de que México poseía enormes yacimientos de petróleo
contribuyeron al entusiasmo. Los precios
del combustible subían continuamente ---habían pasado de dos a quince dólares
el barril--- y las grandes potencias se esmeraban en mejorar sus relaciones con
los países productores. Sólo preocupaban
las noticias de que México estaba contratando más empréstitos en el exterior e
importando cada vez más alimentos del extranjero.
En septiembre de 1978,
al pronunciar su segundo informe ante el Congreso, López Portillo anunció que
se preveía para ese año un crecimiento económico del 5%, superior, por primera
vez al crecimiento de la población, ya pasó lo peor, aseguró. La producción diaria de petróleo crudo y
derivados es actualmente de un millón cuatrocientos mil barriles. Por primera vez tenemos la oportunidad de
disfrutar de autodeterminación financiera.
Cierto, la deuda externa había subido 5,000 millones de dólares con
respecto a la dejada por Echeverría, para sobrepasar los 25,000 millones. Para López Portillo esas eran minucias y para no descuidar el equilibrio fiscal, se
inauguró el cobro del IVA.
Cuando en 1979 el
Papa Juan Pablo II visitó México, por algunos meses los mexicanos olvidaron la
palabra crisis. La sociedad aplaudió la
amnistía decretada por el presidente para presos políticos, exiliados y
perseguidos por el sistema político mexicano.
Al mismo tiempo, el partido comunista mexicano dejó las catacumbas de la
acción clandestina para incorporarse a la legalidad. Con todo, en la política interior dos piezas
no encajaban: el autoritarismo del presidente y la antidemocracia del sistema
político mexicano.
El nepotismo y la
corrupción impune fueron los dos mayores vicios del sexenio. Nadie cuestionaba el enriquecimiento de
figuras prominentes del gobierno como Carlos Hank González, Arturo Durazo
Moreno o la propia familia del presidente.
López Portillo no quiso escuchar las voces que alertaban sobre el
peligro de petrolizar la economía y descuidar el fomento de la diversificación
de la planta productiva mexicana. La
monoproducción se volvería sinónimo del caos.
En 1981 los precios
del petróleo cayeron drásticamente. Al
finalizar el sexenio, la deuda exterior había crecido de 26 mil millones a 80
mil millones de dólares. La inflación se
disparó y el tipo de cambio pasó de 22 pesos por dólar en 1977 a 70 en 1982. Con todo su carisma y su perfecta oratoria,
hacia el último informe de gobierno el pueblo repudiaba a López Portillo. Lo
acusaban y con razón, de nepotismo y corrupción, de permitir el enriquecimiento
de su familia y sus colaboradores a costa de la pobreza del pueblo; Como
contestación López Portillo se aventó la puntada de nacionalizar la banca en
una de sus ocurrencias de megalomanía.
José López Portillo
perdió la gran oportunidad histórica de convertir a la nación mexicana en una
potencia intermedia permanente. En cambio,
la condujo al otro extremo: el de la
dependencia absoluta. Al terminar su
sexenio entregaba un país hundido en la desesperanza.
Antes de entregar la
residencia de Los Pinos, López Portillo mandó saquearla para llevarse en varios
camiones todos los muebles, los cuadros, los candiles y hasta las alfombras. Sin duda estaba seguro de que la vida
seguiría sonriéndole y que el país
acabaría por agradecerle sus servicios.
Con un cinismo
invencible se había apoderado con terreno de 122,881 metros cuadrados que era
propiedad del Departamento del D.F. y con esplendida vista a la transitada
carretera de Toluca. Meses antes de
dejar la presidencia mandó erigir allí un caserón de 6249 metros cuadrados
dividido en dos para que allí vivieran él y doña Carmen; otra casa de 4,474
metros cuadrados de construcción destinada para el hijito, José Ramón; una
tercera de 2,600 metros cuadrados para Carmen, la hija mayor y una cuarta de 2,250
metros cuadrados para Paulina, la menos.
Además López Portillo
poseía el rancho de Tepoxtepec, una inmensa residencia de playa en Acapulco y
varias más, todas con playas privadas. No
contento con eso, había invadido y apropiado un terreno de diez mil metros
cuadrados pertenecientes al bosque de Chapultepec para construir tres mansiones
destinadas a su madre, doña Cuquita y a sus hermanas Margarita y Alicia.
Enterado de que la “colina
del perro” ---como fue llamada--- y demás excesos estaban provocando una
tormenta de indignación, López Portillo declaro que los mexicanos eran unos
malagradecidos. Al cabo no pudo resistir
las críticas y se marchó a Europa
dándose una gran vida de califa árabe por varias capitales europeas donde lo
veían con íntimo desprecio, como suelen hacer los europeos con los tiranuelos africanos
y latinoamericanos que se refugian en sus países.
En 1991 el expresidente sufrió un infarto cerebral cuya secuela fue la parálisis de los miembros del lado izquierdo. En mayo del 2001 el mal se recrudeció y hubo que trasladarlo a Houston para que le hicieran una delicada operación que en nada lo mejoró y al regresar a México en silla de ruedas supo que su última esposa, la actriz Sacha Montenegro, lo había abandonado, que la casa de la colina del perro y la del Valle de Bravo habían pasado a ser propiedad de ella, y tuvo que refugiarse en la casa de su hermana Margarita donde murió el 17 de febrero de 2004.
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