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domingo, 12 de marzo de 2023

BOSQUEJO HISTÓRICO // Rafael Urista de Hoyos

Bosquejo histórico  7                          

VIGESIMO TERCER VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA

DON JUAN DE LEYVA Y DE LA CERDA 1660 – 1664



Don Juan de Leyva y de la Cerda, Marqués de Leyva y de Ladrada y Conde de Baños, es recibido por el virrey saliente, Conde de Alburquerque, de quien recibe el gobierno del virreinato el 16 de septiembre de 1660. 

  Las indiscreciones de su primogénito, Pedro de Leyva, le ocasionaron serias dificultades desde el primer día de su administración.

  Resulta que antes de entrar a la ciudad de México, se encontraba el virrey en Chapultepec con su familia cuando su hijo mayor se expresó muy mal de los habitantes de la colonia.  El Conde de Santiago le llamó la atención, suscitándose un serio disgusto, y teniendo que intervenir uno de los criados del Conde, el que fue muerto por el hijo del virrey.  El pueblo se disgustó y el recibimiento del virrey fue muy desairado; el crimen quedó sin castigo y en el olvido.

  Frívolo y vanidoso, al igual que su esposa y su hijo, el nuevo virrey se convirtió en una verdadera calamidad para la Nueva España.  Caracterizaba a esta familia no sólo la falta de escrúpulos en asuntos de dinero, sino también la carencia absoluta de generosidad y compasión, sentimientos necesarios para gobernar a una nación en su mayor parte formada por pobres y desamparados.

  Corría el rumor de que el virrey no era más que un dócil instrumento de la Corte real, que necesitada de grandes cantidades de oro la había enviado para explotar las arcas novohispanas a cambio de permitirle enriquecerse descaradamente.

  Pero el gobierno tiránico y abusivo de este virrey mostró su peor faceta en la conducta de la virreina, mujer ambiciosa que traficaba con la gran influencia que tenía sobre su marido:  ella resolvía los asuntos a cambio de cuantiosas comisiones que los novohispanos tenían que pagar.  Además sus caprichos y desplantes ---como modificar las procesiones o cambiar el orden de las celebraciones con tal de figurar en primera línea--- la hicieron odiosa ante la sociedad que presenciaba una mujer poseída por la avaricia, la petulancia y el poder.

  Pero fue el hijo del virrey quien ofendió todavía más a la población de la Nueva España por asesinar a sangre fría al criado de un prominente hombre, quien al defender a su sirviente se vio amenazado de muerte por el mozalbete.

  En su época tuvo lugar la sublevación de los indios de Tehuantepec, una erupción del volcán Popocatépetl  (24 de junio de 1664) y la entrada de los ingleses a la isla de Cuba frenó los excesos de los oidores, echándose encima la enemistad del obispo Diego de Osorio y Escobar, el principal de ellos.

  Las continuas quejas que el monarca español recibía de la Nueva España comenzaron a arreciar y a subir de tono, exigiendo, por la salud del reino, la remoción del virrey.  El rey Felipe IV se vio obligado a satisfacer los justos reclamos de los novohispanos y destituyó al virrey y a su funesta familia.

  Dejó el virreinato en junio de 1664 y salió rumbo a España donde enviudó y se ordenó, inexplicablemente, sacerdote carmelita.

 VIGESIMO CUARTO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DIEGO OSORIO DE ESCOBAR Y LLAMAS -  1664

  


Asume el gobierno virreinal el obispo de Puebla don Diego Osorio Escobar y Llamas, quien estuvo al frente del gobierno con carácter provisional hasta octubre del mismo año 1664.  Poco más de tres meses gobernó Osorio, suficientes para apaciguar los ánimos, turbados por las iniquidades del anterior virrey.

  Durante los pocos meses de su administración remitió todo el dinero que pudo a España, ayudo en la reedificación de Cuba, casi destruida por los ingleses, autorizó los gastos para la fortificación de Campeche amenazada por los corsarios ingleses y se continuaron las obras de la catedral.

  En cuanto llegó su relevo, el Marqués de Mancera, el obispo gustosamente le entregó el mando de la Nueva España y se regresó a su amada diócesis de Puebla de los Ángeles.

VIGESIMO QUINTO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON ANTONIO SEBASTIÁN DE TOLEDO

MOLINA Y SALAZAR – 1664 – 1673.



El 15 de octubre de 1664 recibe el gobierno del virreinato de la Nueva España Don Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazar, Marqués de Mancera.

  La situación económica por la que atravesaba la colonia era angustiosa:  las expediciones de conquista y repoblaciones en el norte del país se habían paralizado por falta de recursos; luchó contra los abusos de la justicia y el despotismo y la crueldad de los encomenderos, que había originado que los caminos se infestaran de bandoleros que asaltaban y robaban.

  Nueve años gobernó este virrey, distinguiéndose por la austeridad de su conducta y su vida personal, lo que contribuyó a que su época fuera de paz y de relativa prosperidad, aun en medio de las dificultades económicas, que enfrentaba, obligado a enviar grandes remesas de caudales a España.

 Como la Nueva España era una inagotable mina de recursos para la metrópoli española, el virrey Toledo Molina y Salazar se preocupó porque la explotación se hiciera al menos más humanitaria:  prohibió terminantemente no sólo la esclavitud y el maltrato de los indios, sino también el comercio de esclavos negros, pue si bien no podía libertar a los que ya existían, si podía evitar que llegaran más.

  El virrey Toledo Molina, además, es recordado porque en su corte virreinal, que presidía con su esposa la virreina, doña Leonor Carreto, se descubrió la precocidad y brillante inteligencia de la niña Juana de Asbaje Ramírez, que tiempo después tomaría el nombre de Sor Juana Inés de la Cruz, la mayor poetisa mexicana, que descolló también en filosofía, matemáticas, teología, astronomía, música y por los guisos exquisitos que preparaba.

  Los marqueses de Mancera se convirtieron en protectores de la niña Juana y de Sor Juana, particularmente la virreina en quien la Decima Musa encontró afecto, amistad y confianza.   Finalmente el virrey Toledo Molina Salazar fue llamado a España y durante el camino a Veracruz al llegar al pueblo de Tepeaca, cerca de Puebla, muere sus esposa doña Leonor Carreto.

VIGESIMO SEXTO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON PEDRO NUÑO COLÓN DE PORTUGAL Y CASTRO-1673.



Don Pedro Nuño de Colón y Castro, Duque de Veraguas, Marqués de Jamaica, Grande de España de Primera Clase y Caballero de Toisón de Oro, gobernó a la Nueva España del 8 al 13 de diciembre de 1673. 

  Descendiente del ilustre descubridor Almirante de mar y tierra don Cristóbal Colón, el Duque de Veragua llegó a gobernar a la Nueva España pese a que su avanzada edad y sus enfermedades lo hacían poco apto para el desempeño de tan alto cargo.

  En efecto, no era apto, pero Pedro Nuño había aprovechado la evidente decadencia del imperio español, gobernado también por la decadente Casa de Austria, para alcanzar el gobierno novohispano comprando el puesto en cincuenta mil ducados, una verdadera fortuna, y pensando en resarcirse y recuperar su inversión con los jugosos negocios que realizaría como virrey.

  No pudo cumplir sus ambiciones.  Antes de cumplir un mes en el cargo, Pedro Nuño Colón de Portugal falleció.  Tras las solemnes honras fúnebres, el cadáver fue enviado a España para ser sepultado en el panteón familiar en obediencia a su última voluntad.

La Reina Regente Mariana de Austria, presintiendo la muerte de Nuño de Colón, envió de antemano un sobre cerrado en el cual designaba substituto; y a  partir de ese momento quedó establecido que al cese, fallecimiento o simple cambio de virrey, la nueva designación fuera mediante los pliegos cerrados del rey de España enviados en el momento mismo de nombrar un nuevo virrey.

 VIGESIMO SEPTIMO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

FRAY PAYO ENRÍQUEZ DE RIVERA -1673 – 1680.



La reina regente de España, Mariana de Austria, actuando en nombre de su hijo el joven rey Carlos II, y en previsión de un fatal desenlace, dada la mala salud del Duque de Veragua, había enviado con éste a la Nueva España un documento llamado “pliego de mortaja”, en el que, en caso de fallecimiento del virrey, el monarca designaba de antemano a su sucesor en el gobierno.  Así al morir don Pedro Nuño de Colón la Audiencia abrió el pliego y leyó el nombre del nuevo virrey novohispano:  el arzobispo de México el fraile agustino Payo Enríquez de Rivera, quien gobernó hasta el 30 de noviembre de 1680.

  A partir de ese momento quedó establecido que el cese, fallecimiento o simple cambio de virrey, fuera mediante los pliegos cerrados del rey de España en el momento mismo de nombrar un nuevo virrey.

  Llegó al solio virreinal, uno de los más recordados y queridos gobernantes de la Nueva España, que durante siete años condujo con mano firme y misericordiosa los destinos del virreino.  Se dijo que de tal manera supo “hermanar la justicia con la mansedumbre, y la libertad con la economía, que su gobierno servirá de ejemplo en los siglos venideros”.

  Durante su gobierno se ejecutaron muchas obras materiales en beneficio de sus habitantes:  Se continuaron las grandes obras del desagûe del Valle de México, se hicieron grandes mejoras al palacio de los virreyes (hoy Palacio Nacional); se construyeron puentes sobre los arroyos que cruzaban la ciudad; se renovaron y ampliaron las grandes calzadas, sobresaliendo la de Guadalupe; se introdujo agua potable por medio de una arquería al santuario del Tepeyac; envió misioneros a las zonas más alejadas al norte del territorio del virreinato:  Nuevo México, Las Californias y Sonora.  También promovió expediciones y la colonización de los litorales mexicanos en el Mar Caribe, donde se establecieron puestos de avanzada para evitar la intromisión inglesa, con el llamado ”Payo Obispo” que con el tiempo se transformaría en “Chetumal”.

  Fray Payo se consagró también al cuidado de los indios, combatiendo los abusos arraigados desde la época de la conquista y que siglo y medio después no habían podido erradicarse.

  Dando muestras de temple incansable, Fray Payo atendía con empeño sus funciones de virrey, gobernador, capitán general, presidente de la audiencia, superintendente de la hacienda y arzobispo de México.  Todo con modestia y austeridad del fraile que nunca dejó de ser.

  Fray Payo Enríquez de Rivera renunció por haber sido promovido, por su honradez y capacidad de trabajo, al Real Consejo de Indias en España.

                      VIGESIMO OCTAVO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON TOMÁS ANTONIO DE LA CERDA Y ARAGÓN – 1680 – 1686.

 


El 30 de noviembre de 1680 recibe el gobierno de la Nueva España don Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, conde de Paredes y marqués de La Laguna.

  El marqués de La Laguna fue recibido en México con un arco triunfal en que estaban inscritos los versos del poema “Neptuno Alegórico”, escritos por  sor Juana Inés de la Cruz, que contenían máximas de sabiduría y buen gobierno que el nuevo virrey leyó y disfrutó con su esposa la condesa Paredes.  La pareja se convirtió de inmediato en protectora de la monja poeta.

  Sor Juana encontró en la virreina una gran amiga a quien consagró varias de sus poesías.  En sus arrebatos poéticos la decima musa llamaba a la condesa “Divina Lysi”, dando pie a interpretaciones que hacen pensar que su amistad no era tan casta e inocente debido a la maledicencia popular.

  Su gobierno coincidió con numerosos sucesos infortunados, entre ellos la sublevación de indios en Nuevo México, que costó la vida a 21 frailes franciscanos y a muchos colonos europeos; en Oaxaca se suscitó un grave motín por la imposición de alcabalas demasiado altas; la ayuda que otorgó al fraile Eusebio Kino en su expedición a las Californias que resultó infructuosa; el puerto de Veracruz fue atacado por los piratas holandeses del corsario Lorencillo, que llenó de pánico a la población y obligó al virrey a perseguir por todo el Golfo de México a los piratas, ahorcando a la mayoría de ellos.

  Este virrey, en cambio, se enriqueció en México gracias a que, utilizando su alta posición, invirtió grandes cantidades y obteniendo grandes beneficios en las empresas mercantiles que fletaban año con año el famoso galeón de Manila, también llamado La Nao de China, que comerciaba con efectos traídos de las Filipinas y el lejano oriente.

  En su tiempo sucedió un auto de fe que conmocionó a la sociedad novohispana. En el año 1683 llegaba al puerto de Veracruz don Antonio de Benavides ostentando el título de marqués de San Vicente, mariscal de campo y visitador, siendo recibido en este puerto y en la ciudad de Puebla con todos los honores de que era acreedor.

  Pero al llegar a la ciudad de México, se descubrió que era un impostor, que no tenía títulos ni mucho menos era visitador, siendo consignado a la lúgubre santa inquisición, donde se le formó proceso dándosele tormento en la temible garrucha.

  El día 14 de octubre de 1864, después de ser paseado por las calles de la ciudad, llegó al patíbulo de la plaza mayor donde se celebró la ceremonia.  El verdugo lo subió a la horca, le amputaron las manos, las que fueron clavadas en los postes, para después cortarle la cabeza y enviarla a Puebla donde se exhibió en el templo de La Compañía.

  Finalmente, el virrey fue llamado a España en noviembre de 1686.


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