ABRIL 18 1847
Después de la
capitulación del puerto de Veracruz, Santa Anna, después de arreglar la
pacificación de los Polkos, decide salir a combatir al nuevo invasor. Logra que se designe como Presidente Interino
al general Pedro María Anaya, mientras el se pone al frente de una fuerza
formada por unos diez mil hombres. Eligió
para combatir a los agresores la meseta del Cerro Gordo, a seis leguas de la
ciudad de Jalapa (25 kilómetros), la que hizo fortificar, contra la opinión de
los militares que la estimaban mal elegida, tanto por la carencia de agua, como
porque siendo el terreno sinuoso y escabroso y cubierto de bosque
imposibilitaban las maniobras de la caballería, al igual que por la facilidad
conque podían ser flanqueadas sus líneas de combate, dado que la dominaban los
cerros del Telégrafo y La Atalaya, que no estaban fortificados. Pero a pesar de todas estas observaciones,
Santa Anna, con nueve mil hombres y cuarenta piezas de artillería, se obstinó en
esperar allí a los invasores que se encontraban a 15 kilómetros de distancia en
el lugar llamado Plan del Río. La mano
traicionera de Santa Anna se hacía sentir nuevamente cumpliendo el convenio que
tenía con lo gringos de facilitarles el avance sobre la ciudad de México.
Su ejército está de
antemano vencido pues muchos de los soldados reclutas. Algunos han sido sacados de las cárceles y no
son pocos los que han sido tomados de leva y que potencialmente son futuros
desertores. Mientras que cada uno de los angloamericanos tiene por lo menos un
adiestramiento de unos seis meses; entre los mexicanos hay algunos que nunca
han manejado un arma. Por otro lado, el
comandante de los mexicanos tiene desconocimiento de los que es la estrategia
militar. Fortifica la posición del cerro
del Telégrafo, pero no hace lo mismo con la altura denominada La Atalaya, por
considerarla inaccesible para el enemigo.
Lo primero que hizo Scott antes del inicio de la batalla, es
ocupar el cerro de La Atalaya el que, según Santa Anna, era inaccesible para
los agresores y que estaba totalmente desguarnecido. El enemigo empleó la noche del 17 de abril
para establecer allí las plataformas necesarias y las piezas de grueso calibre
de la batería de Taylor, consistentes en un cañón de 24 y dos obuses también de
24, a los que el teniente Hayden, con los peones y zapadores de la división de
Twiggs, se encargo de abrir camino por el cerro de La Atalaya el que Santa Anna
decía que no lo subiría ni una liebre; y que quedaron montadas y listas para
funcionar a la mañana siguiente; por si eso fuera poco, el enemigo también
colocó un obús de 8 pulgadas en la margen del río, frente a la batería más
próxima de las tres de la extremidad
derecha de nuestras líneas.
Al día siguiente 18
de abril, cuando se iniciaba el combate, Santa Anna ha debido comprender el
grave peligro de su ejército ante la aparición de los invasores a la espalda de
nuestras posiciones, que él, en su ignorancia castrense, creía enteramente
asegurada con los obstáculos naturales del terreno. No había previsto que tendría que habérselas con Scott en su mismo centro al
perder sus tres baterías de su derecha, cuya existencia venía ahora a ser inútil
si el enemigo lograba ocupar el centro y la extremidad izquierda de nuestra
línea.
Al amanecer el 18, la
artillería angloamericana del cerro del Atalaya rompió el fuego sobre el
Telégrafo mientras que el general Pillow, jefe de la 1ª brigada de voluntarios
texanos, se dirigió a las baterías de nuestra extrema derecha, sobre las cuales
disparaba el obús colocado desde la noche anterior en la margen izquierda del
río. La batalla se mantuvo en el cerro
del Telégrafo, donde cargaba el grueso del enemigo, atacando por diversos
puntos y logrando una de sus columnas apoderarse del parapeto de la izquierda. En este momento, muerto el general Vázquez,
entró la confusión y se emprendió la retirada en desorden, abandonando la
posición al enemigo.
La pérdida del
Telégrafo le hizo dueño al enemigo de toda la cañada a la retaguardia de las
posiciones mexicanas. Las fuerzas
nuestras que había en ellas se retiraron violentamente. Las líneas avanzadas de nuestra derecha
quedaron cortadas de igual modo, pues estando ya en poder del enemigo las
posiciones de nuestra retaguardia, quedaron nuestras últimas fuerzas sin
defensa y careciendo de víveres y agua y ya casi sin municiones. Tales circunstancias decidieron la victoria
del enemigo, quedando en posesión de todos nuestros puntos fortificados, y
haciendo prisioneras a las fuerzas nuestras que cubrían las líneas avanzadas, y
que fueron llevadas el mismo día a Plan de Río.
El 17 de abril se presentaron los invasores practicando un
reconocimiento en el cerro del Telégrafo ya ocupado por nuestras topas, teniendo
que retirarse con algunas pérdidas; pero
al día siguiente Scott, al frente de 8,500 hombres, dio la batalla flanqueando
el cerro ya citado, el que, aunque fue defendido con valor, quedó finalmente en
su poder, sin que nuestra caballería pudiera operar, por lo que, atacada
también la línea de fortificaciones, antes de las diez de la mañana se consumó
por completo la derrota de las fuerzas mexicanas, las que perdieron más de
1,200 hombres entre muertos y heridos, y tres mil prisioneros. Los yanquis tuvieron bajas de 430 hombres
entre muertos y heridos: a los prisioneros, Scott, en la imposibilidad de
mantenerlos y menos aún de trasladarlos a Veracruz, optó por dejarlos en
libertad bajo la palabra empeñada en ya no combatir contra ellos.
Santa Anna por su
parte, al verse prácticamente cercado por los soldados de Scott y hallándose en
inminente peligro apenas pudo salvarse con seis de sus ayudantes llegando el
mismo día 18 a la hacienda de Tusamapa, de la que hubo que salir esa misma
noche al saberse que se aproximaba una partida enemiga. El 19 atravesaron el río de La Junta y
llegaron al rancho El Volador. El 20
llegaron a Huatusco donde fueron muy bien recibidos pernoctando esa noche y el
21, pasando por Coscomatepec, llegaron a Orizaba, cuyos vecinos más notables
salieron al encuentro del general Presidente,
¡Así lavó
Santa Anna la deshonra de Veracruz!.
MAYO 15
1847
Después del desastre
(uno más) de Cerro Gordo, en que la mayor parte del ejército se desbandó, Santa
Anna, fugitivo de la batalla, marchó a Orizaba, donde procuró reunir a los
dispersos sin ningún éxito marchando enseguida a Puebla; pero como en esta
población encontró cierta tibieza para resistir al invasor, y no hubiera
elementos bastantes para hacerlo con éxito, abandonó la ciudad huyendo
nuevamente, en la que entró el general gabacho (yanqui) Worth sin disparar un
tiro. Santa Anna después de la derrota
parecía haber perdido todo su prestigio, y los políticos trataban a todo trance
de substituirlo; pero los partidos predominantes moderados y puros se
estorbaban mutuamente, y, lo que es peor, estorbaban tanto la continuación de
la guerra como la negociación de paz.
La actitud del Congreso era verdaderamente vergonzosa y miserable. Difícilmente se reunía; pero cuando se
lograba que hubiera quorum, los diputados en vez de ocuparse de votar impuestos
o reunir fondos para sostener la guerra, o de aceptar la mediación que ofrecía
Inglaterra, se injuriaban mutuamente, “igual que ahora”, acusándose de
traición, “igual que ahora”, y disputándose la preeminencia en el poder, “igual
que ahora”. No era más noble la actitud
de las otras clases directoras de la capital de la República: el clero, negociando sus pagarés para obtener
ganancias; los ricos, dedicados a negocios de agio o acordando transacciones
con el invasor, procurando siempre ocultar sus bienes; la mayoría del ejército
desmoralizado o acobardado por sus continuadas derrotas, hasta el punto de que
había jefes y oficiales que proclamaban invencibles a los yanquis. El partido de la paz, en secreto, era
numeroso; pero públicamente nadie se
atrevía a hablar de ella, y los periódicos seguían publicando ridículas fanfarronadas.
MAYO
20 1848
Ante el desastre de Cerro Gordo y con el ejército invasor posesionado de
la ciudad de Puebla y preparándose para intervenir ya en el Valle de México y a
punto de llegar a la capital de la República, ésta, enardecida como siempre por
la efervescencia de los odios políticos que la dividían, sintió por fin que la estocada
del fuerte enemigo norteamericano se cernía como un péndulo sobre ella con un
ímpetu de muerte: ¿Qué hacer? ¿Qué hacer
cuando lo mejor del ejército que Santa Anna había llevado a la batalla estaba
aniquilado
El Presidente Interino don Pedro María Anaya, hizo esfuerzos prodigiosos
para lograr la unión de todos los partidos políticos tratando de presentar una
resistencia patriótica defendiendo
heroicamente la ciudad de México, pues Santa Anna había tenido que abandonar
Puebla, que sugestionada por el clero, abatida por el pánico que le produjo el
derrotado ejército mexicano, abrió sus puertas al invasor.
Sin embargo, tenemos que consignar que, ante la inminencia del peligro,
la capital olvidó de repente sus enconos y lides fratricidas, y por fin hubo
unión entre todos los ciudadanos.
Reuniéronse entonces los cuerpos de la Guardia Nacional, en tanto que
los principales jefes comenzaban las más esenciales obras de fortificación en
torno de la ciudad. En el interior del
gobierno se multiplicaban los planes de defensa nacional, ya por la diplomacia
y la astucia, ya concertando un golpe de mano sobre la guarnición
angloamericana de Puebla, sorprendiéndola instantáneamente en combinación con
tres mil irlandeses que desertaron de las filas del invasor, pasándose a
nuestro campo volviendo sus armas contra el enemigo; ya optando por la mediación del cónsul inglés
que se ofrecía, en la vía diplomática, hacer dar tregua a las hostilidades de
los beligerantes, ganando tiempo para la prosecución de la campaña.
Continúa
en la novena parte.







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