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domingo, 7 de diciembre de 2025

INVASIÓN NORTEAMERICANA. CRONOLOGÍA 1846-1848 (8ava Parte)



Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador 

BATALLA DE CERRO GORDO.

ABRIL   18  1847

  Después de la capitulación del puerto de Veracruz, Santa Anna, después de arreglar la pacificación de los Polkos, decide salir a combatir al nuevo invasor.  Logra que se designe como Presidente Interino al general Pedro María Anaya, mientras el se pone al frente de una fuerza formada por unos diez mil hombres.  Eligió para combatir a los agresores la meseta del Cerro Gordo, a seis leguas de la ciudad de Jalapa (25 kilómetros), la que hizo fortificar, contra la opinión de los militares que la estimaban mal elegida, tanto por la carencia de agua, como porque siendo el terreno sinuoso y escabroso y cubierto de bosque imposibilitaban las maniobras de la caballería, al igual que por la facilidad conque podían ser flanqueadas sus líneas de combate, dado que la dominaban los cerros del Telégrafo y La Atalaya, que no estaban fortificados.  Pero a pesar de todas estas observaciones, Santa Anna, con nueve mil hombres y cuarenta piezas de artillería, se obstinó en esperar allí a los invasores que se encontraban a 15 kilómetros de distancia en el lugar llamado Plan del Río.  La mano traicionera de Santa Anna se hacía sentir nuevamente cumpliendo el convenio que tenía con lo gringos de facilitarles el avance sobre la ciudad de México.

  Su ejército está de antemano vencido pues muchos de los soldados reclutas.  Algunos han sido sacados de las cárceles y no son pocos los que han sido tomados de leva y que potencialmente son futuros desertores. Mientras que cada uno de los angloamericanos tiene por lo menos un adiestramiento de unos seis meses; entre los mexicanos hay algunos que nunca han manejado un arma.  Por otro lado, el comandante de los mexicanos tiene desconocimiento de los que es la estrategia militar.  Fortifica la posición del cerro del Telégrafo, pero no hace lo mismo con la altura denominada La Atalaya, por considerarla inaccesible para el enemigo.

Lo primero que hizo Scott antes del inicio de la batalla, es ocupar el cerro de La Atalaya el que, según Santa Anna, era inaccesible para los agresores y que estaba totalmente desguarnecido.  El enemigo empleó la noche del 17 de abril para establecer allí las plataformas necesarias y las piezas de grueso calibre de la batería de Taylor, consistentes en un cañón de 24 y dos obuses también de 24, a los que el teniente Hayden, con los peones y zapadores de la división de Twiggs, se encargo de abrir camino por el cerro de La Atalaya el que Santa Anna decía que no lo subiría ni una liebre; y que quedaron montadas y listas para funcionar a la mañana siguiente; por si eso fuera poco, el enemigo también colocó un obús de 8 pulgadas en la margen del río, frente a la batería más próxima  de las tres de la extremidad derecha de nuestras líneas.

  Al día siguiente 18 de abril, cuando se iniciaba el combate, Santa Anna ha debido comprender el grave peligro de su ejército ante la aparición de los invasores a la espalda de nuestras posiciones, que él, en su ignorancia castrense, creía enteramente asegurada con los obstáculos naturales del terreno.  No había previsto que tendría que  habérselas con Scott en su mismo centro al perder sus tres baterías de su derecha, cuya existencia venía ahora a ser inútil si el enemigo lograba ocupar el centro y la extremidad izquierda de nuestra línea.

  Al amanecer el 18, la artillería angloamericana del cerro del Atalaya rompió el fuego sobre el Telégrafo mientras que el general Pillow, jefe de la 1ª brigada de voluntarios texanos, se dirigió a las baterías de nuestra extrema derecha, sobre las cuales disparaba el obús colocado desde la noche anterior en la margen izquierda del río.  La batalla se mantuvo en el cerro del Telégrafo, donde cargaba el grueso del enemigo, atacando por diversos puntos y logrando una de sus columnas apoderarse del parapeto de la izquierda.  En este momento, muerto el general Vázquez, entró la confusión y se emprendió la retirada en desorden, abandonando la posición al enemigo.

  La pérdida del Telégrafo le hizo dueño al enemigo de toda la cañada a la retaguardia de las posiciones mexicanas.  Las fuerzas nuestras que había en ellas se retiraron violentamente.  Las líneas avanzadas de nuestra derecha quedaron cortadas de igual modo, pues estando ya en poder del enemigo las posiciones de nuestra retaguardia, quedaron nuestras últimas fuerzas sin defensa y careciendo de víveres y agua y ya casi sin municiones.  Tales circunstancias decidieron la victoria del enemigo, quedando en posesión de todos nuestros puntos fortificados, y haciendo prisioneras a las fuerzas nuestras que cubrían las líneas avanzadas, y que fueron llevadas el mismo día a Plan de Río.

El 17 de abril se presentaron los invasores practicando un reconocimiento en el cerro del Telégrafo ya ocupado por nuestras topas, teniendo que retirarse con algunas pérdidas;  pero al día siguiente Scott, al frente de 8,500 hombres, dio la batalla flanqueando el cerro ya citado, el que, aunque fue defendido con valor, quedó finalmente en su poder, sin que nuestra caballería pudiera operar, por lo que, atacada también la línea de fortificaciones, antes de las diez de la mañana se consumó por completo la derrota de las fuerzas mexicanas, las que perdieron más de 1,200 hombres entre muertos y heridos, y tres mil prisioneros.  Los yanquis tuvieron bajas de 430 hombres entre muertos y heridos: a los prisioneros, Scott, en la imposibilidad de mantenerlos y menos aún de trasladarlos a Veracruz, optó por dejarlos en libertad bajo la palabra empeñada en ya no combatir contra ellos.

  Santa Anna por su parte, al verse prácticamente cercado por los soldados de Scott y hallándose en inminente peligro apenas pudo salvarse con seis de sus ayudantes llegando el mismo día 18 a la hacienda de Tusamapa, de la que hubo que salir esa misma noche al saberse que se aproximaba una partida enemiga.  El 19 atravesaron el río de La Junta y llegaron al rancho El Volador.  El 20 llegaron a Huatusco donde fueron muy bien recibidos pernoctando esa noche y el 21, pasando por Coscomatepec, llegaron a Orizaba, cuyos vecinos más notables salieron al encuentro del general Presidente,

            ¡Así lavó Santa Anna la deshonra de Veracruz!.

         MAYO  15   1847

  Después del desastre (uno más) de Cerro Gordo, en que la mayor parte del ejército se desbandó, Santa Anna, fugitivo de la batalla, marchó a Orizaba, donde procuró reunir a los dispersos sin ningún éxito marchando enseguida a Puebla; pero como en esta población encontró cierta tibieza para resistir al invasor, y no hubiera elementos bastantes para hacerlo con éxito, abandonó la ciudad huyendo nuevamente, en la que entró el general gabacho (yanqui) Worth sin disparar un tiro.  Santa Anna después de la derrota parecía haber perdido todo su prestigio, y los políticos trataban a todo trance de substituirlo; pero los partidos predominantes moderados y puros se estorbaban mutuamente, y, lo que es peor, estorbaban tanto la continuación de la guerra como la negociación de paz.

  La actitud del Congreso era verdaderamente vergonzosa y miserable.  Difícilmente se reunía; pero cuando se lograba que hubiera quorum, los diputados en vez de ocuparse de votar impuestos o reunir fondos para sostener la guerra, o de aceptar la mediación que ofrecía Inglaterra, se injuriaban mutuamente, “igual que ahora”, acusándose de traición, “igual que ahora”, y disputándose la preeminencia en el poder, “igual que ahora”.  No era más noble la actitud de las otras clases directoras de la capital de la República:  el clero, negociando sus pagarés para obtener ganancias; los ricos, dedicados a negocios de agio o acordando transacciones con el invasor, procurando siempre ocultar sus bienes; la mayoría del ejército desmoralizado o acobardado por sus continuadas derrotas, hasta el punto de que había jefes y oficiales que proclamaban invencibles a los yanquis.  El partido de la paz, en secreto, era numeroso;  pero públicamente nadie se atrevía a hablar de ella, y los periódicos seguían publicando ridículas fanfarronadas.

MAYO  20   1848

  Ante el desastre de Cerro Gordo y con el ejército invasor posesionado de la ciudad de Puebla y preparándose para intervenir ya en el Valle de México y a punto de llegar a la capital de la República, ésta, enardecida como siempre por la efervescencia de los odios políticos que la dividían, sintió por fin que la estocada del fuerte enemigo norteamericano se cernía como un péndulo sobre ella con un ímpetu de muerte:  ¿Qué hacer? ¿Qué hacer cuando lo mejor del ejército que Santa Anna había llevado a la batalla estaba aniquilado

  El Presidente Interino don Pedro María Anaya, hizo esfuerzos prodigiosos para lograr la unión de todos los partidos políticos tratando de presentar una resistencia patriótica  defendiendo heroicamente la ciudad de México, pues Santa Anna había tenido que abandonar Puebla, que sugestionada por el clero, abatida por el pánico que le produjo el derrotado ejército mexicano, abrió sus puertas al invasor.

  Sin embargo, tenemos que consignar que, ante la inminencia del peligro, la capital olvidó de repente sus enconos y lides fratricidas, y por fin hubo unión entre todos los ciudadanos.  Reuniéronse entonces los cuerpos de la Guardia Nacional, en tanto que los principales jefes comenzaban las más esenciales obras de fortificación en torno de la ciudad.   En el interior del gobierno se multiplicaban los planes de defensa nacional, ya por la diplomacia y la astucia, ya concertando un golpe de mano sobre la guarnición angloamericana de Puebla, sorprendiéndola instantáneamente en combinación con tres mil irlandeses que desertaron de las filas del invasor, pasándose a nuestro campo volviendo sus armas contra el enemigo;  ya optando por la mediación del cónsul inglés que se ofrecía, en la vía diplomática, hacer dar tregua a las hostilidades de los beligerantes, ganando tiempo para la prosecución de la campaña.      

                                                                        Continúa en la novena parte.

           

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