Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador
Mayo 15 1847
Después de Cerro
Gordo. El patriotismo de los hijos de la costa oriental hizo brotar
innumerables guerrillas de bravos mexicanos que dispersándose por entre los
montes, las barrancas, encrucijadas, desfiladeros y caminos, principiaron a
hostilizar los convoyes del enemigo, sorprendiendo sus exploraciones y
avanzadas, cayendo de súbito sobre sus grandes corporaciones, atacando en
terribles albazos sus columnas, incendiando los pastos y los bosques por donde
habrían de pasar, y rodándoles enormes rocas hasta el fondo de las hondonadas
por donde tendrían que pasar.
Gravísimos fueron los
perjuicios que sufrieron los invasores con aquellos golpes que les asestaban las
susodichas guerrillas, y más de una vez tuvieron la pérdida de centenares de
carros con bagajes arrebatados de pronto por magníficos golpes de mano en que
los nuestros, a lanza y machete, dispersaban las escoltas de los ricos convoyes,
capturando espléndido botín.
Muchas de esas
guerrillas de la costa, dispersas en una gran extensión por las regiones de
Tamaulipas, Veracruz y Tabasco, pusieron en alarma al ejército de Scott, amenazando
seriamente sus comunicaciones y dando lugar a infinidad de combates vivísimos y
a trágicas escaramuzas, bien teñidas de sangre roja norteamericana en los
campos y pueblos por donde pasaban los invasores, y también donde no escasearon
las odiosas represalias. Scott se
apodera de Jalapa. Después, como en
Puebla no se le hace resistencia, toma posesión pacífica de la ciudad. Scott, después de la toma de Puebla sin
disparar un sólo tiro, decide que será en el Valle de México donde se
organizará la resistencia de los mexicanos.
Mayo 20 de 1847
Santa Anna entra a
México este día y su presencia bastó para desbaratar todas las intrigas que se
habían urdido en su contra. Se encargó
desde luego de la Presidencia de la República y decidió continuar la guerra; y
a pesar de la indiferencia de la mayoría, obligó al clero a cooperar con dinero
para la defensa; estableció el servicio militar obligatorio para todos los
mayores de 16 años; fundó una maestranza de artillería; reclutó, adiestro y
disciplinó tropas; decretó una ley condenando a los desertores a la pena de
muerte, y procedió a fortificar varios puntos de la capital.
Así Santa Anna,
domina nuevamente la situación sin que nadie en el Congreso le pida cuentas de
sus vergonzosas maniobras en favor de los invasores, y manifestando
festinadamente la continuación de la guerra en defensa del suelo patrio. Su compromiso con los yanquis continuará y
terminará con la entrega de la ciudad de México; a lo que ya dedica todos sus
esfuerzos.
JULIO 15 1847
En la capital de la
República, después de la llegada del general Santa Anna con los restos del
ejército destrozado en Cerro Gordo, se formó una guarnición de fuerzas heterogéneas
con cuerpos veteranos de línea, ligeros y activos de la Guardia Nacional, cuyos
soldados manifestaron completa decisión y ánimo robusto para lanzarse al
combate, dispuestos a la muerte. No
obstante los inconvenientes, las imposibilidades casi de efectuar algunas obras
de fortificación, siquiera las más elementales y ante los puntos más expuestos,
principiaron algunos trabajos de defensa, entre los que sobresalió la del Peñón
Grande, por donde se creía que el enemigo había de aparecer y comenzar sus
ataques.
Con gran actividad Santa Anna ha levantado un ejército como
de 20,000 hombres, más ese ejército no está suficientemente armado, pero aún
así está dispuesto a batirse contra el enemigo extranjero, que ha profanado el
suelo nacional. Desgraciadamente las
circunstancias son contrarias a sus nobles anhelos. Subsisten los odios entre liberales y
conservadores, unos jefes odian a otros y estas rencillas serán funestas en
ciertos momentos a la unidad de mando.
La pólvora no abunda y la que hay no es buena. Voluntarios no faltan ¿pero con que se les
arma? Además, las municiones son escasas.
Mientras se
ejecutaban las obras, se había hecho venir al Ejército del Norte que había
permanecido en San Luis, dándose le mando al general Gabriel Valencia, quien
había estado separado el servicio activo por orden de Santa Anna, después de
las diferencias surgidas entre ambos generales a causa de la protesta de éste
último contra la orden de no hostilizar a los invasores por su paso por Tula,
Tamaulipas. Iba a continuar la odisea magnifica
y dolorosa de estos valientes soldados del norte, encanecidos en la fatiga y en
la sangre y el humo de tantos combates.
Los que desde 1836 habían peleado contra los rebeldes texanos, y después
contra las hordas bárbaras de los desiertos fronterizos, y después los
sobrevivientes de las catástrofes de Palo Alto, La Resaca de Guerrero,
Monterrey y La Angostura, llegarían desde las regiones norteñas hasta el centro
y sur de la República, dejando un reguero de muerte a lo largo de los
interminables caminos, para ir a batirse en las últimas batallas por la patria.
El plan del general
Santa Anna para la defensa de la ciudad de México, consistía en dejar
aproximarse las columnas enemigas hasta cualquier punto del recinto donde
habría de resistírsele, en tanto que la división del norte, al mando del
general Valencia, cargaría de flanco sobre el asaltante, cayendo sobre la
retaguardia de éste la caballería mexicana al mando del general Álvarez.
Al grado en que había
llegado la situación de nuestra plaza capital, se imponía en efecto aquel plan
sencillo y lógico, y que, de haber sido dirigido con firmeza y talento,
contando con la unidad de todas las tropas, pudo haber dado excelentes
resultados, siempre que la línea de fortificaciones en torno a la plaza se
hubiera terminado, aunque fuera provisionalmente.
Las obras del Peñón
Viejo, cerca del aislado cerro, pretendían atravesar el camino de Puebla a
México, habiéndosele desplegado en ellas ingenuamente gran número de
fortificaciones, en la creencia pueril de que el enemigo habría de atacar
precisamente la posición nuestra más fuerte y
reforzada, cuando no había necesidad de pasar ante ella para la toma de
la orgullosa capital de la República.
Hacia el sur se
levantaron atrincheramientos por Mexicaltzingo, San Antonio y puente y convento
de Churubusco; al suroeste los parapetos y cortaduras que cercaban Chapultepec,
cuya artillería dominaba el camino que iba por el oeste a la garita de San
Cosme, la cual se había fortificado, lo mismo que la de Santo Tomás. Hacia el norte no había ningunas obras de
defensa, y apenas se practicaron ligeros atrincheramientos en las garitas de
Nonoalco, Vallejo y Peralvillo.
El ejército del norte encontrábase en la
Villa de Guadalupe. a las órdenes del general Gabriel Valencia, en espera de
moverse, como lo efectuó, hacia Texcoco de donde debía de abalanzarse sobre el
flanco de la columna americana que intentase atacar el Peñón Viejo, en tanto
que la caballería del general Álvarez cargaba sobre la retaguardia del ejército
enemigo.
Éste, mientras tanto,
cada vez más orgulloso por sus triunfos, después de haber permanecido en Puebla
algunos días, se puso en marcha contra la capital. Y el día catorce aparecen
sus avanzadas muy cerca de Texcoco, donde chocan con la caballería del general
Álvarez, creyéndose que va a ser atacado el Peñón. Muévese entonces el general Valencia, y en un
instante su aguerrida división del norte queda lista para lanzarse al combate.
Pero el general Scott,
evadiendo el Peñón, burlando como era natural, todos los aprestos de defensa y
todo el acumulamiento de fuerzas mexicanas allí aglomeradas con una infantil
ignorancia del arte de la guerra, se había dirigido a su izquierda, rumbo a
Chalco, para amagar la ciudad por el sur y poniente, haciendo quedar inútiles y
contraproducentes, las obras emprendidas en tan opuestos rumbos.
En vista de estas
maniobras, nuestro ejército del norte cambió de posición, pasando de Texcoco a
Guadalupe Hidalgo, de donde sin tomar descanso, siguió a México, atravesó la
ciudad sin detenerse, y habiéndose reunido con la caballería que acababa de
hostilizar a los invasores cerca del pueblo de Ayotla, llegó a las once de la
mañana del día 17, al pintoresco San Ángel.
Innumerables habían sido las fatigas que abrumaron a la digna división
del norte que muchas veces tuvo que dejar abandonado su rancho (su comida),
para ir del oriente al norte, del norte al centro y de aquí al oeste, al bello
San Ángel, desde donde creyó Santa Anna destrozar el flanco izquierdo del
ejército enemigo cuando cambió la dirección de su ataque contra la capital.
AGOSTO 17 1847
A partir del día 17,
se desarrolló un vergonzoso altercado entre el general presidente y y el
general Valencia, en virtud de ordenes sucesivamente contradictorias del
primero al segundo, cosa muy en carácter de aquel cuya personalidad era todo
vacilación y atrabancamiento, deshaciendo en un instante lo que se había
ejecutado a gran costo. Primero ordenó
Santa Anna que Valencia permaneciera en Padierna, resistiendo el ataque enemigo;
Valencia contesto que estaba convencido de que no había campo donde poder
maniobrar, opinando por cambiar de posición al amanecer del 18, replegándose
hacia Panzacola, que si estaba fortificado.
Santa Anna contestó
estas indicaciones, ordenando que, no obstante, permaneciera en su posición con
orden de que cuando avanzara el enemigo se retirase a Tacubaya. Pero al otro día le envía otra orden
mandándole que avance con todas sus fuerzas hasta Coyoacán, adelantando la
artillería hasta Churubusco, en la creencia de que los invasores avanzarían
sobre San Antonio.
Sin embargo, juzgó
con cierta perspicacia que era peligroso abandonar el punto que ocupaba y por
donde el enemigo podría dirigirse hacia San Ángel y por eso el general mexicano
rehusó abandonar aquella posición. Santa
Anna no insiste ya; halaga su rencor de rivalidad contra el general Valencia,
convencido de que será envuelto y hecho pedazos, prometiéndose el envidioso
jefe gozar con la derrota de su compañero de armas a quien no habría de
auxiliar en el más apurado trance, aunque con tal auxilio se lograse infligir
seria derrota al ejército invasor y dar un triunfo esplendido y decisivo a la
patria, que tanto lo necesitaba.
Así, pues, el general
Valencia obstinado en defender a todo trance su posición en Padierna, continuó
sus reconocimientos, mandando ejecutar las fortificaciones pasajeras más
indispensables y urgentes. Sobre
aquellos campos el general Valencia extendió su veterano y bravo ejército del
norte con la intención estratégico-táctica de atacar el flanco izquierdo del
enemigo, si caía éste desprendiéndose de Tlalpan sobre San Antonio, donde
deberían encontrarse las tropas de Santa Anna (al cual éste nunca acudió), o de
sostener un choque de frente contra las columnas enemigas, sobre cuya
retaguardia o derecha podía el general en jefe mexicano destruir las filas
enemigas cosa que finalmente no ocurrió porque Santa Anna abandonó el campo
dejando a las tropas de Valencia totalmente inermes frente al enemigo invasor.
Continúa en la décima parte.







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