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domingo, 14 de diciembre de 2025

INVASIÓN NORTEAMERICANA CRONOLOGÍA (9A. Parte).

 


Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador

Mayo  15   1847

  Después de Cerro Gordo. El patriotismo de los hijos de la costa oriental hizo brotar innumerables guerrillas de bravos mexicanos que dispersándose por entre los montes, las barrancas, encrucijadas, desfiladeros y caminos, principiaron a hostilizar los convoyes del enemigo, sorprendiendo sus exploraciones y avanzadas, cayendo de súbito sobre sus grandes corporaciones, atacando en terribles albazos sus columnas, incendiando los pastos y los bosques por donde habrían de pasar, y rodándoles enormes rocas hasta el fondo de las hondonadas por donde tendrían que pasar.

  Gravísimos fueron los perjuicios que sufrieron los invasores con aquellos golpes que les asestaban las susodichas guerrillas, y más de una vez tuvieron la pérdida de centenares de carros con bagajes arrebatados de pronto por magníficos golpes de mano en que los nuestros, a lanza y machete, dispersaban las escoltas de los ricos convoyes, capturando espléndido botín.

  Muchas de esas guerrillas de la costa, dispersas en una gran extensión por las regiones de Tamaulipas, Veracruz y Tabasco, pusieron en alarma al ejército de Scott, amenazando seriamente sus comunicaciones y dando lugar a infinidad de combates vivísimos y a trágicas escaramuzas, bien teñidas de sangre roja norteamericana en los campos y pueblos por donde pasaban los invasores, y también donde no escasearon las odiosas represalias.  Scott se apodera de Jalapa.  Después, como en Puebla no se le hace resistencia, toma posesión pacífica de la ciudad.  Scott, después de la toma de Puebla sin disparar un sólo tiro, decide que será en el Valle de México donde se organizará la resistencia de los mexicanos.  

Mayo  20  de 1847

  Santa Anna entra a México este día y su presencia bastó para desbaratar todas las intrigas que se habían urdido en su contra.  Se encargó desde luego de la Presidencia de la República y decidió continuar la guerra; y a pesar de la indiferencia de la mayoría, obligó al clero a cooperar con dinero para la defensa; estableció el servicio militar obligatorio para todos los mayores de 16 años; fundó una maestranza de artillería; reclutó, adiestro y disciplinó tropas; decretó una ley condenando a los desertores a la pena de muerte, y procedió a fortificar varios puntos de la capital.

  Así Santa Anna, domina nuevamente la situación sin que nadie en el Congreso le pida cuentas de sus vergonzosas maniobras en favor de los invasores, y manifestando festinadamente la continuación de la guerra en defensa del suelo patrio.  Su compromiso con los yanquis continuará y terminará con la entrega de la ciudad de México; a lo que ya dedica todos sus esfuerzos.

JULIO   15   1847

  En la capital de la República, después de la llegada del general Santa Anna con los restos del ejército destrozado en Cerro Gordo, se formó una guarnición de fuerzas heterogéneas con cuerpos veteranos de línea, ligeros y activos de la Guardia Nacional, cuyos soldados manifestaron completa decisión y ánimo robusto para lanzarse al combate, dispuestos a la muerte.  No obstante los inconvenientes, las imposibilidades casi de efectuar algunas obras de fortificación, siquiera las más elementales y ante los puntos más expuestos, principiaron algunos trabajos de defensa, entre los que sobresalió la del Peñón Grande, por donde se creía que el enemigo había de aparecer y comenzar sus ataques.   

Con gran actividad Santa Anna ha levantado un ejército como de 20,000 hombres, más ese ejército no está suficientemente armado, pero aún así está dispuesto a batirse contra el enemigo extranjero, que ha profanado el suelo nacional.  Desgraciadamente las circunstancias son contrarias a sus nobles anhelos.  Subsisten los odios entre liberales y conservadores, unos jefes odian a otros y estas rencillas serán funestas en ciertos momentos a la unidad de mando.  La pólvora no abunda y la que hay no es buena.  Voluntarios no faltan ¿pero con que se les arma? Además, las municiones son escasas.

  Mientras se ejecutaban las obras, se había hecho venir al Ejército del Norte que había permanecido en San Luis, dándose le mando al general Gabriel Valencia, quien había estado separado el servicio activo por orden de Santa Anna, después de las diferencias surgidas entre ambos generales a causa de la protesta de éste último contra la orden de no hostilizar a los invasores por su paso por Tula, Tamaulipas.  Iba a continuar la odisea magnifica y dolorosa de estos valientes soldados del norte, encanecidos en la fatiga y en la sangre y el humo de tantos combates.  Los que desde 1836 habían peleado contra los rebeldes texanos, y después contra las hordas bárbaras de los desiertos fronterizos, y después los sobrevivientes de las catástrofes de Palo Alto, La Resaca de Guerrero, Monterrey y La Angostura, llegarían desde las regiones norteñas hasta el centro y sur de la República, dejando un reguero de muerte a lo largo de los interminables caminos, para ir a batirse en las últimas batallas por la patria.

  El plan del general Santa Anna para la defensa de la ciudad de México, consistía en dejar aproximarse las columnas enemigas hasta cualquier punto del recinto donde habría de resistírsele, en tanto que la división del norte, al mando del general Valencia, cargaría de flanco sobre el asaltante, cayendo sobre la retaguardia de éste la caballería mexicana al mando del general Álvarez. 

  Al grado en que había llegado la situación de nuestra plaza capital, se imponía en efecto aquel plan sencillo y lógico, y que, de haber sido dirigido con firmeza y talento, contando con la unidad de todas las tropas, pudo haber dado excelentes resultados, siempre que la línea de fortificaciones en torno a la plaza se hubiera terminado, aunque fuera provisionalmente.

  Las obras del Peñón Viejo, cerca del aislado cerro, pretendían atravesar el camino de Puebla a México, habiéndosele desplegado en ellas ingenuamente gran número de fortificaciones, en la creencia pueril de que el enemigo habría de atacar precisamente la posición nuestra más fuerte y  reforzada, cuando no había necesidad de pasar ante ella para la toma de la orgullosa capital de la República.

  Hacia el sur se levantaron atrincheramientos por Mexicaltzingo, San Antonio y puente y convento de Churubusco; al suroeste los parapetos y cortaduras que cercaban Chapultepec, cuya artillería dominaba el camino que iba por el oeste a la garita de San Cosme, la cual se había fortificado, lo mismo que la de Santo Tomás.  Hacia el norte no había ningunas obras de defensa, y apenas se practicaron ligeros atrincheramientos en las garitas de Nonoalco, Vallejo y Peralvillo.

   El ejército del norte encontrábase en la Villa de Guadalupe. a las órdenes del general Gabriel Valencia, en espera de moverse, como lo efectuó, hacia Texcoco de donde debía de abalanzarse sobre el flanco de la columna americana que intentase atacar el Peñón Viejo, en tanto que la caballería del general Álvarez cargaba sobre la retaguardia del ejército enemigo.

  Éste, mientras tanto, cada vez más orgulloso por sus triunfos, después de haber permanecido en Puebla algunos días, se puso en marcha contra la capital. Y el día catorce aparecen sus avanzadas muy cerca de Texcoco, donde chocan con la caballería del general Álvarez, creyéndose que va a ser atacado el Peñón.  Muévese entonces el general Valencia, y en un instante su aguerrida división del norte queda lista para lanzarse al combate.

  Pero el general Scott, evadiendo el Peñón, burlando como era natural, todos los aprestos de defensa y todo el acumulamiento de fuerzas mexicanas allí aglomeradas con una infantil ignorancia del arte de la guerra, se había dirigido a su izquierda, rumbo a Chalco, para amagar la ciudad por el sur y poniente, haciendo quedar inútiles y contraproducentes, las obras emprendidas en tan opuestos rumbos.

  En vista de estas maniobras, nuestro ejército del norte cambió de posición, pasando de Texcoco a Guadalupe Hidalgo, de donde sin tomar descanso, siguió a México, atravesó la ciudad sin detenerse, y habiéndose reunido con la caballería que acababa de hostilizar a los invasores cerca del pueblo de Ayotla, llegó a las once de la mañana del día 17, al pintoresco San Ángel.  Innumerables habían sido las fatigas que abrumaron a la digna división del norte que muchas veces tuvo que dejar abandonado su rancho (su comida), para ir del oriente al norte, del norte al centro y de aquí al oeste, al bello San Ángel, desde donde creyó Santa Anna destrozar el flanco izquierdo del ejército enemigo cuando cambió la dirección de su ataque contra la capital.

AGOSTO  17   1847

  A partir del día 17, se desarrolló un vergonzoso altercado entre el general presidente y y el general Valencia, en virtud de ordenes sucesivamente contradictorias del primero al segundo, cosa muy en carácter de aquel cuya personalidad era todo vacilación y atrabancamiento, deshaciendo en un instante lo que se había ejecutado a gran costo.  Primero ordenó Santa Anna que Valencia permaneciera en Padierna, resistiendo el ataque enemigo; Valencia contesto que estaba convencido de que no había campo donde poder maniobrar, opinando por cambiar de posición al amanecer del 18, replegándose hacia Panzacola, que si estaba fortificado.

  Santa Anna contestó estas indicaciones, ordenando que, no obstante, permaneciera en su posición con orden de que cuando avanzara el enemigo se retirase a Tacubaya.  Pero al otro día le envía otra orden mandándole que avance con todas sus fuerzas hasta Coyoacán, adelantando la artillería hasta Churubusco, en la creencia de que los invasores avanzarían sobre San Antonio.

  Sin embargo, juzgó con cierta perspicacia que era peligroso abandonar el punto que ocupaba y por donde el enemigo podría dirigirse hacia San Ángel y por eso el general mexicano rehusó abandonar aquella posición.  Santa Anna no insiste ya; halaga su rencor de rivalidad contra el general Valencia, convencido de que será envuelto y hecho pedazos, prometiéndose el envidioso jefe gozar con la derrota de su compañero de armas a quien no habría de auxiliar en el más apurado trance, aunque con tal auxilio se lograse infligir seria derrota al ejército invasor y dar un triunfo esplendido y decisivo a la patria, que tanto lo necesitaba.

  Así, pues, el general Valencia obstinado en defender a todo trance su posición en Padierna, continuó sus reconocimientos, mandando ejecutar las fortificaciones pasajeras más indispensables y urgentes.  Sobre aquellos campos el general Valencia extendió su veterano y bravo ejército del norte con la intención estratégico-táctica de atacar el flanco izquierdo del enemigo, si caía éste desprendiéndose de Tlalpan sobre San Antonio, donde deberían encontrarse las tropas de Santa Anna (al cual éste nunca acudió), o de sostener un choque de frente contra las columnas enemigas, sobre cuya retaguardia o derecha podía el general en jefe mexicano destruir las filas enemigas cosa que finalmente no ocurrió porque Santa Anna abandonó el campo dejando a las tropas de Valencia totalmente inermes frente al enemigo invasor.

                                                                              Continúa en la décima parte. 

 

  

  

                                            

 

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