BOSQUEJO HISTÓRICO 10
DON JUAN
ANTONIO DE VIZARRÓN Y EGUIARRETA 1734-1740.
Después de la muerte
del virrey marqués de Casa Fuerte, se reunió la real audiencia presidida por el
marqués de Villa Hermosa para abrir el “pliego de mortaja” (un sobre cerrado
con el pliego conteniendo el nombre del próximo virrey) encontrándose que era
designado virrey de la Nueva España, don Juan Antonio Vizarrón de Eguiarreta,
del Consejo de su Majestad, Sumiller de Cortina, Arzobispo de México y
Presidente de la Real Audiencia quien tomó posesión y gobernó hasta el 17 de
agosto de 1740.
Lamentablemente,
durante su gobierno, una catástrofe estremeció a la Nueva España: una epidemia
de “matlazáhuatl” mató a casi cuarenta mil personas en la ciudad de México, y
otras doscientas mil en el resto del país.
El arzobispo virrey hizo todo lo posible para remediar, con los
limitados recursos médicos de la época, los efectos de la epidemia.
Superada la
emergencia, consagró su esfuerzo a continuar la buena administración de sus
antecesores. Por una parte, obtuvo
grandes éxitos en el combate a los gavilleros y asaltantes rurales, y por otra,
logró incrementar la producción de oro y plata, lo que permitió, además de los
caudales regulares que se mandaban a España, enviar un generoso donativo a
nombre de los novohispanos para la reconstrucción del palacio real de Madrid.
Durante su gobierno
además de la terrible epidemia entre los indios, se sublevaron los indígenas de
Sonora; se renovó el palacio arzobispal y se construyó el colegio apostólico de
San Fernando. Tras entregar el mando a
su sucesor, don Antonio de Vizarrón continuó siendo arzobispo de México hasta
su muerte.
DON PEDRO DE CASTRO FIGUEROA Y SALAZAR 1740 – 1741.
Don Pedro de Castro
Figueroa y Salazar, Duque de la Conquista, Marqués de García Real, Caballero de
Castilsera en la de Calatrava, Capitán General de los Ejércitos de su Majestad,
de su Supremo Consejo de Guerra, Sargento Mayor e Inspector de sus reales
guardias de Infantería española, Gentil hombre de Cámara con entrada de su
Majestad Siciliana, Virrey, Gobernador y Capitán General de la Nueva España y
Presidente de la Real Audiencia.
La mala suerte
persiguió al virrey duque de la conquista.
Antes de llegar a México, su barco venía siendo perseguido por piratas
holandeses e ingleses. El navío fue abordado
y los bucaneros se dedicaron a saquearlo.
El nuevo virrey, temeroso de caer prisionero, saltó por la borda
salvando, en vez de sus títulos y nombramiento, un perrito faldero al que
quería mucho ganándose con esto una fuerte reprimenda del rey.
Al llegar a la ciudad de México, la audiencia no autorizó su
toma de posesión, en virtud de que carecía de la cedula real con su
nombramiento. A pesar de que el duque de
la conquista explicó que la habían robado los piratas, los funcionarios no estaban
dispuestos a ceder hasta que exhibiera el nombramiento real que lo acreditaba
como virrey. El propio arzobispo
Vizarrón, a quien le urgía dejar el cargo de virrey interino, fue quien
convenció a la audiencia de la veracidad de lo dicho por el duque.
Poco es lo que se
recuerda del gobierno de Pedro Castro Figueroa y Salazar, porque justo al año
de que tomó posesión, el duque de la conquista murió víctima de la fiebre
amarilla. En su año de gobierno, el
virrey apenas pudo dedicarse a reforzar las obras de defensa de Veracruz y del
castillo de San Juan de Ulúa, y supervisar las remesas de oro y plata que se
embarcaban a España.
Tomo posesión el 17
de agosto de 1740, hasta el 22 de agosto de 1741 en que murió siendo sepultado
en la catedral de México.
Por su fallecimiento, entró a gobernar la real
audiencia presidida por el oidor don Pedro Malo de Villavicencio, desde el 22
de agosto de 1741, hasta el 3 de noviembre de 1742 que llegó el nuevo virrey.
CUADRAGESIMO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.
DON PEDRO CEBRIÁN Y AGUSTÍN
- 1742 – 1746.
El virrey número
cuarenta de la Nueva España, don Pedro Cebrián y Agustín, Conde de Fuenclara,
Grande de primera clase de España, Caballero de la insigne Orden del Toisón de
oro y Real de San Genaro, Comendador en la de Alcántara de las Pueblas,
Mayordomo mayor de la reina de Nápoles, virrey, gobernador y capitán general de
la Nueva España y presidente de la Real Audiencia y Cancillería (Don Pedro fue
el último de los virreyes que en aquella época tuvo la dignidad de “Grande de
Primera Clase de España).
Durante su
administración se reedificó el acueducto de Chapultepec; la calzada de San
Antonio Abad y otras vialidades; organizó expediciones de conquista por el
norte del país; mandó aprehender a don Lorenzo de Boturini Benaduci el 28 de
enero de 1742 por haber entrado al país sin licencia del Consejo de Indias y
recolectar fondo para la corona de Nuestra Señora de Guadalupe sin la
autorización de las autoridades eclesiásticas.
Se le confiscaron sus
bienes, entre estos, cuantiosos manuscritos, mapas, planos, que como
historiador y guadalupano había elaborado durante muchos años de trabajo,
siendo remitido a España donde se le exoneró, pero, por desgracia, se perdieron
todos los documentos, manuscritos y planos y jamás han aparecido. Boturini no sólo fue exonerado por el rey
español Felipe V sino rehabilitado nombrándose historiador de Indias. Desairado, el conde de Fuenclara, virrey de
la Nueva España, quedó en vergonzoso ridículo.
Para congraciarse con
el monarca, el virrey decidió enviar un gran cargamento de oro y plata a
España, el mayor que se había reunido en más de doscientos años de dominación
española en México. El valor que se
atribuye a dicho cargamento es de más de millón y medio de pesos de aquel
tiempo, una inmensa y asombrosa fortuna.
Esa riqueza fue
embarcada en el navío “Nuestra Señora de Covadonga” y, urgido el virrey de que
el barco saliera, en su apresuramiento ordenó que no se esperase a la Armada de
Barlovento ni a ninguna otra nave para que lo escoltase. Naturalmente, los piratas ingleses, siempre
al acecho de cualquier navío español, asaltaron al Covadonga y se apropiaron
del tesoro.
La economía mexicana sufrió una grave crisis por la pérdida
del navío. Igualmente, en España, que
esperaba con ansia tanta riqueza, el daño fue mayúsculo, pue se habían
comprometido ya esos recursos. El rey
reprendió severamente al virrey por su torpeza e imprevisión y éste, en un acto de dignidad y
adelantándose al vergonzoso despido, renunció al virreinato.
El 9 de julio de 1746
entregó el mando y por orden real se embarcó a España donde le esperaba un
obscuro futuro.
DON FRANCISCO DE GÜEMES Y HORCASITAS. 1746 - 1755
El 9 de julio de 1746
llega a México a gobernar a la Nueva España don Francisco de Güemes y
Horcasitas, Primer Conde de Revillagigedo, Teniente General de los Reales
Ejércitos, Gobernador que fue de La Habana, Virrey, Gobernador, y Capitán
General de la Nueva España y Presidente de la Real Audiencia.
Era tan notoria y
brillante actuación como virrey, que el nuevo monarca español, Fernando VI,
concedió a Francisco de Güemes el título nobiliario de Conde de Revillagigedo
en el año 1749.
En efecto, el virrey
Güemes, como era conocido, resultó un eficaz administrador que concentró sus
afanes en reorganizar y moralizar la Hacienda pública. Mejoró la recaudación de los impuestos,
permitió el libre comercio y aumentó la vigilancia aduanera para evitar el
contrabando; corrigió los abusos de los empleados del fisco y encarceló a los
corruptos que malversaban los fondos públicos.
El virrey Güemes
logró que la minería novohispana alcanzara las más altas cuotas de extracción
de metales valiosos, gracias a su celo en cuanto a la producción pues
supervisaba personalmente las minas y las haciendas de beneficios de los
metales. Bajo su gobierno se descubrió y
tomó posesión, en nombre del rey de España, de un archipiélago de muy pequeñas
islas en el Océano Pacífico, al que el monarca autorizó se les diera el nombre
de Islas Revillagigedo.
Durante su gobierno
mejoró la Hacienda pública y aumentó considerablemente su tesoro; dio gran
impulso y prosperidad a la minería; se fundaron once pueblos y villas en la
Nueva Santander, hoy Estado de Tamaulipas, y una de ellas es actualmente el
municipio que lleva su nombre, “Güemes”, en dicho Estado.
Después de nueve años
de gobernar acertadamente la Nueva España, el conde de Revillagigedo fue
relevado del mando y retornó a Europa con todos los honores y dueño de una
fabulosa fortuna. Sus enemigos llegaron
a decir que su riqueza era producto de malos manejos de las rentas públicas,
acusación que nunca pudieron probar.
El 9 de noviembre de
1755 fue llamado a España donde recibió el título de Capitán General del
Ejército de su Majestad y Presidente del Consejo de Guerra.
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