BOSQUEJO HISTÓRICO 11
CUADRAGESIMO
SEGUNDO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.
DON AGUSTÍN
DE AHUMADA Y VILLALÓN -1755 – 1760
Don Agustín de
Ahumada y Villalón, Marqués de Amarillas, Comendador de la Reina en la Orden de
Santiago, Gobernador Político y militar de Barcelona, comandante General
Interino de Cataluña, Virrey, Gobernador y Capitán General de la Nueva España y
Presidente de la Real Audiencia.
Cuando el marqués de
Amarillas gobernaba la Nueva España, se recibió en México la grata noticia de
que el Santo Padre Benedicto XIV había designado a Santa María de Guadalupe
patrona del reino y, además, había pronunciado las palabras que todos los
novohispanos consideraron una señal del favor divino concedido a estas tierras:
“no hizo cosa igual con ninguna otra nación”.
Al marqués de Amarillas correspondió, en una fastuosa ceremonia, dar
lectura a la proclama respectiva, en medio del júbilo popular que ovacionaba a
la “Reina de México” y a su virrey.
En su administración
corrigió con energía los defectos de que adolecía el clero de Puebla, continuó
con las obras del desagüe, en 1759 hizo erupción el volcán “Jorullo”; se
distinguió como hombre honrado y trabajador.
Murió en la ciudad de Cuernavaca, el 5 de febrero de 1760, y su cadáver
fue conducido al templo de Nuestra Señora de la Piedad, que ya no existe en
nuestros días. Dejó pobre a su viuda la
marquesa de Amarillas.
Don Agustín de
Ahumada, marqués de amarillas, dejó a su familia en extrema pobreza, pues no
tenía capital alguno ni bienes de fortuna.
Había sido toda su vida, había sido, toda su vida, un militar y un
funcionario de honestidad a toda prueba.
Su esposa y sus hijos buscaron el amparo del arzobispo de México, Manuel
Rubio y Salinas, quien costeó los gastos del funeral y el viaje de los
desamparados deudos a España.
Cinco años gobernó la
Nueva España Agustín de Ahumada y Villalón, hasta que las enfermedades que
padecía lo llevaron a la muerte, en pleno ejercicio de su gobierno. Por su fallecimiento entró a gobernar la
Audiencia presidida por el decano oidor don Francisco Antonio de Echeverri,
desde el 5 de febrero hasta el 25 de abril de 1760, en que llegó el nuevo
virrey.
DON FRANCISCO CAJIGAL DE LA VEGA – 1760.
Don Francisco Cajigal de la Vega, Gobernador de Cuba y de La
Habana, Virrey interino de la Nueva España y Presidente de la Real Audiencia,
se hizo cargo del gobierno de la Nueva España con carácter de interino del 25
de abril al 5 de octubre de 1760.
Pasó casi inadvertido
por la historia de los gobernantes de México.
Son tan escasos los datos que se tienen sobre su persona, que se ignoran
las fechas de su nacimiento y muerte.
Al abrirse el “Pliego
de mortaja” cuando falleció el marqués de Las Amarillas en pleno ejercicio de
su gobierno, en el apareció la designación del Capitán General de Cuba para
ocupar el puesto de virrey interino de México en caso de la falta absoluta del
titular.
De esta forma, quien
gobernaba en La Habana, Francisco Cajigal y de la Vega, pasó a ser gobernante
de la Nueva España sólo el tiempo suficiente para esperar a que llegara el
nuevo virrey propietario, lo que sucedió muy pronto.
En su breve
administración, apenas pudo iniciar las obras que tenía en proyecto, pero si se
hizo pagar su sueldo anual y gastos de viaje.
CUADRAGESIMO CUARTO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.
DON JOAQUÍN DE MONTSERRAT Y CIURANA- 1760 a 1766.
Don Joaquín de
Montserrat y Ciurana, marqués de cruillas, Virrey, Gobernador y Capitán General
de la Nueva España, tomó el mando del gobierno el 6 de octubre de 1760 y lo entregó
el 25 de agosto de 1766.
El primer virrey
designado por el rey Carlos III fue el marqués de Cruillas, quien comenzó a
gobernar urgido por los terribles estragos que una gran epidemia de viruela
causaba en la Nueva España. Tuvo que
sortear otra calamidad: las inundaciones que en su tiempo anegaron las
principales ciudades del Bajío y ocasionaron grandes trastornos en la
explotación minera.
El marqués de
Cruillas se vio en grandes apuros para exigir las exigencias del rey, que
requería grandes cantidades de dinero para costear la guerra que se libraba
entonces con Inglaterra. Por una parte,
las desgracias naturales impedían la recaudación de impuestos; por otra, los
ramos más productivos, como el minero, el del tabaco y el del pulque, no
rendían lo que el fisco real esperaba.
Además, los ingleses se posesionaron de la capital de Cuba, La Habana, e
impedían el tráfico comercial español, por lo que no podían mandarse recursos
al rey español.
Ante la amenaza
inglesa, el virrey Montserrat fortificó las costas del Golfo de México y
reclutó un ejército para defenderlas en caso de una invasión inglesa. Con este motivo se crea en la Nueva España el
ejército y se fortificó el puerto de Veracruz y el Castillo de San juan de Ulúa.
Afortunadamente fue
firmada la paz en Europa y México no fue atacado, pero el virrey solicitó al
monarca español el establecimiento profesional del ejército, que nunca había
existido de manera permanente en México.
Para ello el rey Carlos III envió al general Juan de Villalba con tropas
españolas y con la misión de crear el ejército real en la Nueva España, pero el
virrey marqués de Cruillas se sintió ofendido porque sus facultades incluían
las de Capitán General y Villalba tenía, por órdenes del rey, mando absoluto de
la tropa. El virrey entorpeció en tal
forma las actividades de Villalba, quien finalmente regresa a España
informándole al rey toda la situación.
Sin embargo,el monarca,
a quien seguramente no le agradaba su virrey, envió entonces un visitador
general con poderes y facultades suficientes no sólo pata visitar y revisar al ejército,
los tribunales y la Hacienda pública, sino para destituir y enjuiciar al virrey
si fuese necesario.
Este personaje que
sería determinante en la historia de México de finales del siglo XVIII,
respondía al nombre de José de Gálvez.
Por supuesto que Galvez y el marqués de Cruillas no se entendieron, lo
que dio lugar a la remoción del virrey
CUADRAGESIMO QUINTO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA
DON CARLOS FRANCISCO DE CROIX – 1766 a 1771.
El 25 de agosto de
1766 don Carlos Francisco de Croix, Caballero de la Orden de Calatrava, Marqués
de Croix y Comendador de Molmosi, llega a México y asume el cargo de virrey de
la Nueva España. Al tomar posesión de su
alto cargo se negó a recibir los regalos que era costumbre hacerle a los nuevos
virreyes; fue uno de los gobernantes más íntegros y rectos de la Nueva España.
El acto más
trascendental de su gobierno fue la expulsión de los miembros de la Compañía de
Jesús (los jesuitas) en obediencia a un decreto del rey Carlos III, que
establecía la expulsión de los jesuitas de todos los territorios españoles. Otras de sus obras son: eliminar el quemadero
de la inquisición que se encontraba en San Diego para ampliar la alameda
central; la construcción del castillo de Perote; el franco comercio de la
colonia con otros países con el objeto de acabar con el comercio clandestino.
El marqués de Croix
si se plegó a las órdenes del visitador José de Gálvez. Fue el virrey de la Nueva España, quien
pasaría a la historia por ser el eficaz y severo ejecutor de las radicales e
inmisericordes reformas borbónicas, puestas en vigor por el rey Carlos III con
la finalidad de explotar intensivamente los reinos americanos, esencia en
realidad de la finalidad de la comisión secreta que su majestad confió al
visitador Gálvez, quien encontró apoyo irrestricto en el marqués de Croix.
Las reformas
comenzaron en 1767, pues obedeciendo las órdenes del rey, el virrey de Croix
escribió personalmente el bando de proscripción de expulsión de la Compañía de
Jesús de todos los colegios, misiones y templos que tenían en la Nueva España,
dejando plasmados para siempre los conceptos que definen el despotismo
ilustrado de Carlos III implantado en México: “los súbditos nacieron para
callar y obedecer”
Al marqués de Croix
no le tembló la mano para aplicar la fuerza. Así, quienes se atrevieron a
defender a los jesuitas fueron reprimidos violentamente, empleándose contra
ellos al ejército formado pocos años atrás.
Luego, de nueva cuenta la tropa fue enviada a sofocar los disturbios
provocados por los que se oponían al incremento de los impuestos resultantes de
las reformas borbónicas.
Estos motines
populares alarmaron al virrey y al visitador, sobretodo porque era la primera
vez que en la Nueva España se escuchara un grito aterrador: los novohispanos,
indignados por la política real, gritaban “¡Muera el rey!”. Por ello, para escarmiento público, en los
caminos se mostraban las cabezas de los principales amotinados, que fueron
decapitados.
A pesar de la
terrible fama ---que tenía bien ganada--- de déspota, el marqués de Croix fue
un excelente gobernante: administrador bueno y probo, que mereció el aplauso y
reconocimiento por sus justad decisiones, que beneficiaban a quien tenía la
razón; además fue extremadamente honrado.
Al dejar el poder, después de pedir su retiro, fue necesario que el rey
le costeara su viaje a España, pues carecía de recursos propios.
El 22 de septiembre
de 1771 hizo entrega del gobierno y fue enviado a Valencia, España, como
Capitán General.
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