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domingo, 9 de abril de 2023

BOSQUEJO HISTÓRICO // Rafael Urista de Hoyos

BOSQUEJO HISTÓRICO  11             

CUADRAGESIMO SEGUNDO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON AGUSTÍN DE AHUMADA Y VILLALÓN  -1755 – 1760

  


Don Agustín de Ahumada y Villalón, Marqués de Amarillas, Comendador de la Reina en la Orden de Santiago, Gobernador Político y militar de Barcelona, comandante General Interino de Cataluña, Virrey, Gobernador y Capitán General de la Nueva España y Presidente de la Real Audiencia.

  Cuando el marqués de Amarillas gobernaba la Nueva España, se recibió en México la grata noticia de que el Santo Padre Benedicto XIV había designado a Santa María de Guadalupe patrona del reino y, además, había pronunciado las palabras que todos los novohispanos consideraron una señal del favor divino concedido a estas tierras: “no hizo cosa igual con ninguna otra nación”.  Al marqués de Amarillas correspondió, en una fastuosa ceremonia, dar lectura a la proclama respectiva, en medio del júbilo popular que ovacionaba a la “Reina de México” y a su virrey.

  En su administración corrigió con energía los defectos de que adolecía el clero de Puebla, continuó con las obras del desagüe, en 1759 hizo erupción el volcán “Jorullo”; se distinguió como hombre honrado y trabajador.  Murió en la ciudad de Cuernavaca, el 5 de febrero de 1760, y su cadáver fue conducido al templo de Nuestra Señora de la Piedad, que ya no existe en nuestros días.  Dejó pobre a su viuda la marquesa de Amarillas.

  Don Agustín de Ahumada, marqués de amarillas, dejó a su familia en extrema pobreza, pues no tenía capital alguno ni bienes de fortuna.  Había sido toda su vida, había sido, toda su vida, un militar y un funcionario de honestidad a toda prueba.  Su esposa y sus hijos buscaron el amparo del arzobispo de México, Manuel Rubio y Salinas, quien costeó los gastos del funeral y el viaje de los desamparados deudos a España.

  Cinco años gobernó la Nueva España Agustín de Ahumada y Villalón, hasta que las enfermedades que padecía lo llevaron a la muerte, en pleno ejercicio de su gobierno.  Por su fallecimiento entró a gobernar la Audiencia presidida por el decano oidor don Francisco Antonio de Echeverri, desde el 5 de febrero hasta el 25 de abril de 1760, en que llegó el nuevo virrey.

 CUADRAGESIMO TERCER VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON FRANCISCO CAJIGAL DE LA VEGA – 1760.



Don Francisco Cajigal de la Vega, Gobernador de Cuba y de La Habana, Virrey interino de la Nueva España y Presidente de la Real Audiencia, se hizo cargo del gobierno de la Nueva España con carácter de interino del 25 de abril al 5 de octubre de 1760.

  Pasó casi inadvertido por la historia de los gobernantes de México.  Son tan escasos los datos que se tienen sobre su persona, que se ignoran las fechas de su nacimiento y muerte.

  Al abrirse el “Pliego de mortaja” cuando falleció el marqués de Las Amarillas en pleno ejercicio de su gobierno, en el apareció la designación del Capitán General de Cuba para ocupar el puesto de virrey interino de México en caso de la falta absoluta del titular.

  De esta forma, quien gobernaba en La Habana, Francisco Cajigal y de la Vega, pasó a ser gobernante de la Nueva España sólo el tiempo suficiente para esperar a que llegara el nuevo virrey propietario, lo que sucedió muy pronto.

  En su breve administración, apenas pudo iniciar las obras que tenía en proyecto, pero si se hizo pagar su sueldo anual y gastos de viaje.

CUADRAGESIMO CUARTO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON JOAQUÍN DE MONTSERRAT Y CIURANA- 1760 a 1766.

  Don Joaquín de Montserrat y Ciurana, marqués de cruillas, Virrey, Gobernador y Capitán General de la Nueva España, tomó el mando del  gobierno el 6 de octubre de 1760 y lo entregó el 25 de agosto de 1766.

  El primer virrey designado por el rey Carlos III fue el marqués de Cruillas, quien comenzó a gobernar urgido por los terribles estragos que una gran epidemia de viruela causaba en la Nueva España.  Tuvo que sortear otra calamidad: las inundaciones que en su tiempo anegaron las principales ciudades del Bajío y ocasionaron grandes trastornos en la explotación minera.

  El marqués de Cruillas se vio en grandes apuros para exigir las exigencias del rey, que requería grandes cantidades de dinero para costear la guerra que se libraba entonces con Inglaterra.  Por una parte, las desgracias naturales impedían la recaudación de impuestos; por otra, los ramos más productivos, como el minero, el del tabaco y el del pulque, no rendían lo que el fisco real esperaba.  Además, los ingleses se posesionaron de la capital de Cuba, La Habana, e impedían el tráfico comercial español, por lo que no podían mandarse recursos al rey español.

  Ante la amenaza inglesa, el virrey Montserrat fortificó las costas del Golfo de México y reclutó un ejército para defenderlas en caso de una invasión inglesa.  Con este motivo se crea en la Nueva España el ejército y se fortificó el puerto de Veracruz y el Castillo de San juan de Ulúa.

  Afortunadamente fue firmada la paz en Europa y México no fue atacado, pero el virrey solicitó al monarca español el establecimiento profesional del ejército, que nunca había existido de manera permanente en México.  Para ello el rey Carlos III envió al general Juan de Villalba con tropas españolas y con la misión de crear el ejército real en la Nueva España, pero el virrey marqués de Cruillas se sintió ofendido porque sus facultades incluían las de Capitán General y Villalba tenía, por órdenes del rey, mando absoluto de la tropa.  El virrey entorpeció en tal forma las actividades de Villalba, quien finalmente regresa a España informándole al rey toda la situación.

  Sin embargo,el monarca, a quien seguramente no le agradaba su virrey, envió entonces un visitador general con poderes y facultades suficientes no sólo pata visitar y revisar al ejército, los tribunales y la Hacienda pública, sino para destituir y enjuiciar al virrey si fuese necesario.

  Este personaje que sería determinante en la historia de México de finales del siglo XVIII, respondía al nombre de José de Gálvez.  Por supuesto que Galvez y el marqués de Cruillas no se entendieron, lo que dio lugar a la remoción del virrey

CUADRAGESIMO QUINTO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA

DON CARLOS FRANCISCO DE CROIX – 1766 a 1771.

  


El 25 de agosto de 1766 don Carlos Francisco de Croix, Caballero de la Orden de Calatrava, Marqués de Croix y Comendador de Molmosi, llega a México y asume el cargo de virrey de la Nueva España.  Al tomar posesión de su alto cargo se negó a recibir los regalos que era costumbre hacerle a los nuevos virreyes; fue uno de los gobernantes más íntegros y rectos de la Nueva España.

  El acto más trascendental de su gobierno fue la expulsión de los miembros de la Compañía de Jesús (los jesuitas) en obediencia a un decreto del rey Carlos III, que establecía la expulsión de los jesuitas de todos los territorios españoles.  Otras de sus obras son: eliminar el quemadero de la inquisición que se encontraba en San Diego para ampliar la alameda central; la construcción del castillo de Perote; el franco comercio de la colonia con otros países con el objeto de acabar con el comercio clandestino.

  El marqués de Croix si se plegó a las órdenes del visitador José de Gálvez.  Fue el virrey de la Nueva España, quien pasaría a la historia por ser el eficaz y severo ejecutor de las radicales e inmisericordes reformas borbónicas, puestas en vigor por el rey Carlos III con la finalidad de explotar intensivamente los reinos americanos, esencia en realidad de la finalidad de la comisión secreta que su majestad confió al visitador Gálvez, quien encontró apoyo irrestricto en el marqués de Croix.

  Las reformas comenzaron en 1767, pues obedeciendo las órdenes del rey, el virrey de Croix escribió personalmente el bando de proscripción de expulsión de la Compañía de Jesús de todos los colegios, misiones y templos que tenían en la Nueva España, dejando plasmados para siempre los conceptos que definen el despotismo ilustrado de Carlos III implantado en México: “los súbditos nacieron para callar y obedecer”      

  Al marqués de Croix no le tembló la mano para aplicar la fuerza. Así, quienes se atrevieron a defender a los jesuitas fueron reprimidos violentamente, empleándose contra ellos al ejército formado pocos años atrás.  Luego, de nueva cuenta la tropa fue enviada a sofocar los disturbios provocados por los que se oponían al incremento de los impuestos resultantes de las reformas borbónicas.

  Estos motines populares alarmaron al virrey y al visitador, sobretodo porque era la primera vez que en la Nueva España se escuchara un grito aterrador: los novohispanos, indignados por la política real, gritaban “¡Muera el rey!”.  Por ello, para escarmiento público, en los caminos se mostraban las cabezas de los principales amotinados, que fueron decapitados.

  A pesar de la terrible fama ---que tenía bien ganada--- de déspota, el marqués de Croix fue un excelente gobernante: administrador bueno y probo, que mereció el aplauso y reconocimiento por sus justad decisiones, que beneficiaban a quien tenía la razón; además fue extremadamente honrado.  Al dejar el poder, después de pedir su retiro, fue necesario que el rey le costeara su viaje a España, pues carecía de recursos propios.

  El 22 de septiembre de 1771 hizo entrega del gobierno y fue enviado a Valencia, España, como Capitán General.    

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