OCTAVO PRESIDENTE DE MÉXICO
ANTONIO
LÓPEZ DE SANTA ANNA
Períodos en
función de presidente:
Mayo 16 a junio
3, 1833
Junio 18 a
julio 3, 1833
Oct. 27 a dic 15, 1833
Abril 24, 1834 a enero 28, 1835
Marzo 18 a julio 10, 1839
Oct. 10, 1841 a oct. 25, 1842
Mayo 5, a sept 6, 1843
Junio 4 a sept. 12, 1844
Marzo 21 a abril 2, 1847
Mayo 20 a sept. 16, 1847
Abril 21, 1853 a agosto 12, 1855
López de Santa Anna, que había pertenecido al ejército realista y había combatido a los insurgentes mexicanos, después al imperial, cuando traicionó a Iturbide, y por último al federal, cuando acaudilló sublevaciones contra los gobiernos de Victoria, Guerrero y Bustamante, era el mismo que se alzaba contra su propio gobierno federal, reprobaba y suspendía las leyes reformistas e instituía la República Centralista, haciéndose cargo de la presidencia, esta vez y cuatro más durante los doce años de centralismo, para regresar al federalismo y ocupar otras seis veces el poder ejecutivo; fue el primero de la trilogía funesta lopista de la historia, los otros dos son: José López Portillo y el más funesto de todos Andrés Manuel López Obrador: el megalómano demente. Hay otro López, Adolfo López Mateos, pero éste ni benefició ni perjudicó al país sino “todo lo contrario”.
López de Santa Anna 0nce veces se sentó en la silla presidencial. Fue quien mayor número de ocasiones llegó al
Palacio Nacional, y sin embargo, en tiempo efectivo no sumó siquiera un sexenio. No le gustaba el poder; anhelaba la fama, la
gloria y el reconocimiento público con que se inviste el poder, pero rehuía la responsabilidad
de ejercerlo. Salvo la última vez que
asumió la presidencia, en las diez anteriores no hizo nada digno de recordarse,
excepto construir un teatro que llevaba su nombre, edificarse una estatua, y
sepultar con gran pompa la pierna que perdió en una batalla.
Su vida militar, en términos generales, fue un rotundo fracaso. En Texas (1836) se quedó dormido y perdió la
guerra y todo el Estado; durante el
conflicto con Estados Unidos (1846-1848) fue derrotado en todas las acciones
que comandó, y cuando en la batalla de “La Angostura” teniéndola prácticamente
ganada y a punto de retirarse el enemigo, abandonó el campo dejándolo en poder
de los invasores.
El general presidente, a quien los texanos quisieron fusilar a raíz de
su aprehensión cuando se quedó dormido en la batalla de San Jacinto, no pudo
observar una conducta más vil y más cobarde.
Se humilló ante los vencedores, reconoció la independencia de Texas,
conviniendo en no tomar las armas contra ella, escribió al nefasto Andrew
Jackson, presidente estadounidense en ese momento, ofreciéndole a apoyar
secretamente la próxima invasión de México por los Estados Unidos que le fue
anunciada por Jackson, mediante una “gratificación”, llamémosle así, en
metálico que podría ascender hasta un millón de dólares.
Y por la actuación de Santa Anna en esa cobarde agresión angloamericana
casi podemos asegurar la veracidad de esa versión. Desde luego que el gobierno estadounidense no
le cumplió a Santa Anna lo prometido con el pretexto de que la invasión duró
más de dos años, cuando él había
prometido que cuando mucho en diez meses les entregaría el país con todo y sus
habitantes; y mucho menos accedió cuando al inicio de la invasión el cínico les
pidió un “adelantito” por su trabajo.
Aparte está perfectamente documentado que
cuando se inició la invasión del general Winfield Scott por Veracruz en marzo
de 1847, este general y el diplomático yanqui Nicholas Trist estudiaron varias
propuestas transmitidas por enviados de Santa Anna que prometían dejarse
derrotar en los campos de batalla a cambio de determinadas sumas de dólares.
Tanto Scott como Trist dijeron haber rechazado las ofertas por considerarlas
deshonrosas para el ejército yanqui, pero el rechazo no está totalmente claro
en los documentos de la época.
Santa Anna fue traidor al rey de España, a Iturbide, a los federalistas
y a los centralistas y quizá sería pasarse de ingenuo el creer que desaprovechara
la oportunidad de traicionar a su propia patria si con eso pudiese ganar
dinero. Finalmente, y en el colmo de la desvergüenza
y el escarnio, las atrocidades y las tonterías de Santa Anna en su actuación
como político y militar, merecieron una mención destacada en la famosa serie de
Ripley titulada “aunque usted no lo crea” y, cuidado, que eso puede repetirse
en la actualidad.
La última presidencia de Santa Anna (1853 a 1855) fue diferente. Como si quisiera recuperar el tiempo perdido,
se fijó por vez primera la tarea de gobernar y se rodeó de los más destacados
conservadores de la época, encabezados por Lucas Alamán. Durante su administración publicó una ley de imprenta
que casi eliminó la prensa libre. Envió
al exilio a miembros del partido liberal como Melchor Ocampo y Benito Juárez. Con la muerte de Alamán, ocurrida el 2 de
junio de 1853, la dictadura conservadora se transformó en una dictadura sin
programa político, sometida a las veleidades de Santa Anna. Como si fuera un monarca, se entregó al boato
imperial, al dispendio y a los lujos cortesanos.
Pero el grandioso aparato burocrático y cortesano tenía un precio y
alguien tenía que pagarlo. Pronto
aparecieron los impuestos más absurdos:
por el número de puertas y ventanas que tuvieran las casas, por la
cantidad de perros y en general de mascotas, por el número de ejes de los
carruajes, etc.
Sin embargo, desde el nuevo ministerio de fomento, con apoyo en las
ideas de Miguel Lerdo de Tejada y Joaquín Velázquez de León, el gobierno
impulsó la carretera de México a Cuernavaca y de la línea telegráfica a Guanajuato,
aceleró la construcción de la línea férrea a Veracruz, estableció bibliotecas
en las principales ciudades, promovió la adquisición de maquinaria nueva para
las fábricas, se promulgó el primer código de comercio mexicano. Y para llenar
a los mexicanos de patria, el 16 de septiembre de 1854 se estrenó el Himno
Nacional.
Obligado por Estados Unidos, Santa Anna tuvo que vender el territorio
fronterizo llamado “La Mesilla”, el cual, arbitrariamente, ya lo había ocupado
el ejército angloamericano. La venta se
pactó en veinte millones de dólares o pesos (en ese momento la paridad entre
peso y dólar era la misma), luego se redujo a quince y finalmente quedó en
diez. Ese dinero siguió alimentando los
excesos del dictador.
La continua y tenaz oposición de los liberales se materializó en una
revolución que encabezada por los generales Juan Álvarez e Ignacio Comonfort,
comenzó el primero de marzo de 1854. En
poco más de un año los revolucionarios terminaron con el régimen de Santa Anna,
quien abandonó la presidencia y huyó del país.
Entre el triunfo de Iturbide y la caída de “Su Alteza Serenísima”
transcurrieron 34 años y el gobierno nacional cambió de dirigente 48
veces. Antoni López de Santa Anna ocupó
de dejó la presidencia once veces. En
las primeras 10 desempeñó el cargo
durante 3 años, 6 meses y 15 días; en la
última 2 años, 3 meses y 6 días, lo que hace un total de 5 años, 6 meses y 6 odías,
o sea menos que un sexenio.
Durante sus últimos años, ya viejo y enfermo y con 80 años encima, vivía
de las cortas sumas que le pasaba un yerno.
Se volvió católico devotísimo y pidió ser enterrado en el cementerio de
la Basílica de Guadalupe. Falleció, sólo
en su cama, la noche del 20 al 21 de julio de 1876.
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