10 de Abril 1919
Son las nueve y media de la mañana y el general Emiliano Zapata junto
con su lugarteniente coronel Palacios y otros diez soldados, llega a la
hacienda de Chinameca donde sale a recibirlos el coronel carrancista Jesús M.
Guajardo quien le ha solicitado aceptarlo en sus filas pues ha decidido
desertar del ejército federal, por tener serias dificultades con su jefe el general
Pablo González. Zapata, que se ha carteado con Guajardo desde hace varios días,
en principio lo ha aceptado pero, desconfiado como ha sido siempre, le pide una
prueba definitiva y efectiva para integrarlo a su ejército.
Antes de entregarse por completo, Zapata le pide a Guajardo una última
prueba de su lealtad. Entre las filas del coronel se encontraba Victoriano
Bárcenas, un militar que en los últimos meses había dejado una estela de muerte
y destrucción por todo Morelos, Al parecer había militado antes en las filas
zapatistas, razón demás para que Zapata pidiera su cabeza y la de sus hombres.
Con la sangre fría que corre siempre por las venas de los traidores, y
con la venia de su jefe carrancista Pablo González, Guajardo mando fusilar a
Bárcenas junto con 59 de sus hombres, sus compañeros en el ejército federal al
cual pertenecía. Zapata, complacido se convenció y abrió las puertas de su
movimiento para recibir a Guajardo.
Un día anterior Zapata y Guajardo se conocieron personalmente en Tepalcingo,
Morelos. Zapata lo felicitó por incorporarse a la causa del “Plan de Ayala” y
Guajardo le regala un hermoso alazán llamado “As de Oros” y lo invita a comer
al día siguiente en la Hacienda de Chinameca donde le hará entrega como primera
remesa una gran cantidad de cartuchos.
Amaneció el jueves 10 de abril soleado y caluroso. Por la mañana Zapata
y sus hombres se acercaron a la Hacienda de Chinameca recordando él que el 1º
de septiembre de 1911 se había salvado de morir en una emboscada en ese mismo lugar.
No pudo encontrarse con Guajardo porque corrió el rumor de que los federales se
acercaban. El general se movilizó para esperar el ataque y luego de algunas
horas de alerta nada sucedió. Zapata regresó a Chinameca cerca de las doce y
media de la tarde y envió al interior de la Hacienda al coronel Palacios a
anunciar su llegada.
Dos hombres de Guajardo, los capitanes Castillo y Castrejón, y a nombre
de Guajardo invitaron a Zapata a pasar a la hacienda a tomar unas cervezas y un
buen almuerzo. Luego de mucho insistir pues el general aún recordaba el mal
momento que pasó anteriormente en ese mismo lugar, el caudillo finalmente
aceptó, montó su caballo y cabalgó hacia la inmortalidad.
Monta el alazàn que le regaló Guajardo y penetra a eso de las dos de la
tarde entre la guardia que aparentemente le hace honores escoltado por diez de
sus hombres. El clarín toca tres veces llamada de honor y al terminar la última
nota, ya Zapata en el umbral de la puerta, el jefe carrancista Rodolfo Sànchez
Taboada ordena a los soldados que presentan armas, disparar a quemarropa.
Todavía Zapata alcanza a regresar por el zaguán, montado en su caballo, pero
con los brazos extendidos en cruz y próximo a caer. También cae su asistente
Martín Cortés; mientras tanto Feliciano Palacios pregunta, azorado: ¿Qué pasa?
Y Guajardo le dispara diciéndole: “Esto”.
El cuerpo de Zapata rodó por los suelos sin vida, y ante la sorpresa su
escolta apenas acierta a repeler la agresión y aprovechando que los agresores
disparaban sólo a su general, logran salir de la hacienda pero finalmente son
alcanzados por las balas asesinas y nadie se salva.
Los soldados del traídor conducen el cuerpo de Zapata al interior de la Hacienda, y al caer la tarde lo trasladaron, a lomo de mula, a la ciudad de Cuautla,
donde esperaba el gran traidor y autor intelectual del asesinato general Pablo
González para certificar la muerte del caudillo. El cadáver fue expuesto para
que la gente lo viera y no quedara lugar a dudas.
En la ciudad de México, el gran asesino Venustiano Carranza recibió la
noticia con gran alegría y beneplácito, felicitó a Pablo González por el
ingenioso plan urdido por él y que se llevó a cabo con “todo éxito” y le otorgó
a Guajardo como premio a su “heroicidad” el grado de general y cincuenta mil
pesos plata, por el gran “servicio prestado a la Patria”; ese fue nuestro gran
Barón de Cuatrociénegas: El gran orgullo para el Estado de Coahuila.
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