20 de Abril 1916
Cae prisionero el valiente general villista Pablo López, hermano del
también villista Martín López, en una cueva del cerro de La Silla, a treinta
kilómetros de la ciudad de Chihuahua. Había sido herido de las dos piernas en
el asalto a Columbus y fue conducido por sus compañeros a su pueblo natal
Satevó donde le hicieron las primeras curaciones, para después irse a ocultar
al rancho El Almagre en la misma sierra de La Silla.
El general Pablo López se enteró oportunamente y antes de la llegada de
los carrancistas abandonó su refugio del rancho del Almagre y con dos de sus
hombres se internó en lo más abrupto de la sierra. Sus ayudantes se turnaban
para bajar al pueblo en busca de alimentos y medicinas y, como siempre, no faltó
otro judas que los entregara al general Garza quien los torturó (práctica
distintiva de todos los carrancistas) hasta dejarlos casi sin vida paro sin
lograr que delataran a su jefe.
En vista de eso los carrancistas se dedicaron a explorar toda la región
cañada por cañada, llamándole al general López pidiéndole que se entregara. Así
pasaron dos días hasta que al amanecer del tercero (abril 20) oyeron una voz:
“¡Si son gringos no me rindo, si son mexicanos me entrego!” En medio de una
enramada tupida, arrastrándose con el máuser en la mano derecha y con mucho
esfuerzo salió del matorral.
Hacía tres días que no probaba bocado, barbón y con el pelo crecido, al
ver a sus atacantes y comprobar que eran mexicanos les dijo “¡Aquí estoy, soy
Pablo López!” Inmediatamente se lo llevaron para Chihuahua y lo internaron en
el hospital militar.
Adelantándonos en el tiempo llegaremos al 5 de junio de 1916 por la
mañana en que Pablo López sale de la penitenciaría de Chihuahua rumbo a la
muerte ocurrida en los patios de la misma.
Es un lunes y serían las 10:30 de la mañana y ya se había reunido una
multitud inmensa, para ver su fusilamiento. Se fumó un puro. Su última voluntad
fue beber un vaso de agua mineral.
Se dirigió a la multitud descubriendo entre ella una cara al mismo
tiempo que gritaba: “¡Saquen a ese gringo de aquí, yo no voy a morir enfrente
de un perro!”
El gringo retirado del público era Marion Lechter, el cónsul estadounidense de Chihuahua, que venía a certificar personalmente que efectivamente fuera fusilado y muerto.
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