22 de Diciembre de 1815
Fusilamiento de Don José María Morelos y Pavón.
Desde el día 28 de noviembre se había
pedido para Morelos la pena capital y la confiscación de sus bienes, debiendo
ser fusilado por la espalda como traidor al rey, y su cabeza colocada en una
jaula de hierro que se fijase en la plaza mayor de México, y su mano derecha en
la de Oaxaca.
El virrey Félix María
Calleja, conforme al dictamen del auditor, condenó este día a la pena de muerte
al denodado campeón de la independencia, pero en consideración a lo que a favor
de éste habían expuesto el obispo y el clero, dispuso que la ejecución se
efectuara fuera de la ciudad, y que por respeto a su carácter se sacerdote, el
cadáver fuera enterrado inmediatamente y sin imputación de miembro alguno. En el mismo documento ofrecía el virrey un
nuevo indulto a los que militaban aún en las filas insurgentes con el objeto de
terminar la guerra de independencia que día a día aniquilaba la economía de la
nación y esta se sangraba más.
El día 21 de
diciembre el coronel don Manuel de la Concha, su aprehensor, informó la sentencia
a Morelos, a quien se obligó a que oyese de rodillas la lectura de la misma. Después de esto fueron llamados el cura
Guerra y otros eclesiásticos para disponerlo a bien morir.
No obstante que se le
había dicho a Morelos que sería fusilado tres días después de la lectura de la
sentencia, a las seis de la mañana de este día 22 de diciembre de 1815, el
coronel De La Concha lo hizo salir engrillado en un coche con el padre Salazar
y un oficial, escoltándolo la división de su mando, y tomaron el camino a San
Cristóbal Ecatepec.
Al llegar a la Villa
de Guadalupe, como el carruaje se detuviese, creyó el prisionero que aquel era
el lugar señalado para la ejecución, pero se le dijo que allí se le iba a
servir el desayuno. Después de algunos
minutos prosiguió su marcha hasta llegar al llamado Palacio de San Cristóbal
Ecatepec, tosco edificio construido por el Consulado de México para el
recibimiento que allí se hacía a los virreyes.
Gran serenidad, como de costumbre, mostró Morelos en los postreros instantes
de su vida como en toda su ejemplar trayectoria de héroe.
Mientras se hacían
los preparativos para la ejecución, se le sirvió la comida y se dice que comió
con apetito. De repente oyó el redoble
de los tambores, y levantándose de la mesa violentamente exclamó: “. . . esta
llamada es para formar: no mortifiquemos más . . . deme un abrazo señor De La
Concha y será el último. . .”
En esos momentos
llegó la escolta que debía conducirlo al lugar del suplicio, acercándose luego
un soldado a vendarle los ojos, el se resistió diciendo “. . . aquí no hay nada
que me distraiga. . .” Más habiendo
insistido el jefe de la escolta el mismo se vendó con un pañuelo que sacó de su
bolsillo.
Atados los brazos con
los portafusiles de los dos soldados que lo conducían y arrastrando con dificultad
los pesados, fue llevado al recinto exterior del edificio y al hacer un alto
preguntó con voz enérgica: “. . .¿Aquí es el lugar?. . “sí”, le respondieron.
Obligáronle a arrodillarse
con el rostro vuelta hacía la pared; diose la voz de fuego y tronó la descarga
de la fusilería asesina, y apenas se había disipado el humo, se percibió el
cuerpo agitándose en continuas convulsiones; disparáronle una segunda descarga,
y quedó inmóvil sobre un charco enorme de sangre el más notable y el más bravo
defensor de la Independencia de México, el más noble, obediente y abnegado
Siervo de la Nación, el héroe más limpio de nuestra historia patria.
José María Morelos
murió convencido de que su sacrificio y el de sus hombres no había sido
estéril. Con su muerte, el gobierno
virreinal pensaba que se extinguiría la batalla, pues se le consideraba como el
único candidato posible para lograr la Independencia de México.
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