1º de Diciembre de 1819
El Imperio Español se desmorona.
La crisis económica se recrudece en
España; el vandalismo y la fiebre amarilla asuelan a la población y una cruenta
persecución se lleva a cabo contra todos aquellos sospechosos de conspirar
contra la Corona para restablecer la Constitución de 1812.
La situación es
España es insostenible. Por un lado la
economía está prácticamente estancada desde el regreso del rey Fernando VII al
trono y, a pesar de los esfuerzos del antiguo ministro de Hacienda, Don Martín
de Garay, quien sostuvo una negociación con el Papa Pio VII para aplicar la
exención de la deuda pública española por dos años, las arcas españolas están
completamente disminuidas.
La población sufre la
miseria debido a la prohibición de extracción de frutos y la tremenda
inseguridad en los caminos donde campean sin freno alguno las gavillas
organizadas de criminales, vándalos y salteadores que han detenido
prácticamente el comercio. Además, el
despotismo y la tiranía de Fernando VII hicieron crecer el descontento general
en la nación que añora los ideales de la Constitución de 1812 y las Cortes de
Cádiz.
Esto ha motivado que
muchos inconformes se agrupen en sociedades secretas de francmasones y, desde
1816, han sido múltiples las conspiraciones que intentan derrocar al rey,
aunque en su mayoría fueron rápidamente aplacadas por el ministro de gracia y
justicia don Bernardo Mozo Rosales, Marqués de Mata Florida. El ministro ha declarado nula tolerancia y
brutal persecución a aquellos sospechosos de sedición contra la Corona, lo cual
ha provocado persecuciones injustas y un inmenso derramamiento de sangre en
todo el territorio español.
Aún así, se dice que
las reuniones secretas no han dejado de celebrarse y que circulan papeles de
manera clandestina para incitar a la población a un levantamiento; como sea, la
situación en la península es desastrosa.
Los corresponsales informan que se vive un clima enrarecido. ¿Cómo pretende el rey mantener el poder sobre
sus colonias si en la propia metrópoli tiene tantos problemas?
El día 15 de
diciembre de 1819 se rompió el luto en la Nueva España. A pesar de las muertes de la Reina Doña María
Isabel de Braganza y los padres de Fernando VII, Carlos IV y María Luisa de
Parma, el rey de España celebró sus terceras nupcias con la princesa María
Josefa de Sajonia.
A finales del año
pasado falleció la reina Doña María Isabel de Braganza, esposa del rey Fernando
VII, a causa de complicaciones en el parto.
Se trataba, según los médicos, de un embarazo difícil que, lamentablemente
cobró dos vidas. El momento del
alumbramiento fue tan doloroso que la joven reina perdió el conocimiento y los
“brillantes médicos reales” la creyeron muerta.
Estos matarifes, sin efectuar ninguna prueba post-mortem, decidieron
practicar una cirugía para extraerle el bebé.
Así, cuando lograron sacar a la niña, notaron que estaba muerta (la
niña) y fue cuando se oyó un grito desgarrador; la reina había recuperado el
conocimiento, ¡no había fallecido todavía! Y se encontró con su bebé muerto y
los órganos al aire en plena cirugía. Los
médicos “carniceros” no pudieron controlar la situación y finalmente la reina
murió. Sus restos fueron sepultados en el panteón de infantes del Escorial.
La pena del rey fue
mayor cuando unos días después, en enero de este año 1819, fallecieron sus
padres: Don Carlos IV y Doña María Luisa de Parma, con apenas unos pocos días
de diferencia.
Sin embargo, unos
meses después, el rey contrajo terceras nupcias con la princesa María Josefa
Amalia, hija del príncipe Maximilano de Sajonia y la duquesa Carolina de
Borbón. Las bodas se celebraron con gran
pompa el pasado mes de octubre en Madrid.
La nueva reina, quien ha pasado prácticamente toda su vida recluida en
un convento, tiene 16 años y el rey espera finalmente con ella poder tener
descendencia que asegure el trono español; aunque finalmente esa descendencia
se cristalizó en una niña, la futura reina de España Isabel II. Pero esa es otra historia.
Cuando llegaron estas
noticias a la Nueva España, el luto se terminó, el Tribunal del Santo Oficio (nombre
que significa una diabólica paradoja), ordenó la celebración de exequias
solemnes que se llevaron a cabo el 17 de Julio de 1820, el virrey Apodaca
ordeno romper el luto en toda la Nueva España y celebrar la noticia de la boda
del rey con tres días de fiestas.
Ya para terminar el
año de 1820, concretamente el día 20 de diciembre, se firma el Tratado
Adams-Onís que redefine el territorio de los Estados Unidos que siguen
extendiéndose a costa de otros países. La causa de esta negociación es el
levantamiento que pobladores de La Florida, que poco a poco fueron enviados por
los yanquis, han llevado a cabo contra España y la invasión que hiciera el
ejército del presidente James Monroe en aquella provincia, aprovechando la
situación; 16 años después la misma pérfida acción de los angloamericanos se
repetiría ahora contra México con la provincia mexicana de Texas.
Ante los hechos
consumados España, cediendo al chantaje de los angloamericanos, tuvo que firmar
un tratado por los que España cede los territorios de la península de La
Florida a cambio de que los agresores respeten los territorios de la provincia
de Texas y de la isla de Cuba. Los firmantes de este acuerdo fueron Don Luis de
Onís, representante del rey de España Fernando VII, y Mr. John Quincy Adams secretario
de Estado de los Estados Unidos de América. Y como siempre, los miserables
gringos no respetaron el tratado ni su palabra empeñada, pues finalmente se
apropiaron tanto de Texas como de Cuba.
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