18 de Julio de 1824
Fusilamiento de Agustín
de Iturbide.
Las conspiraciones en favor de Iturbide, se hacían sentir en
todas partes; y aún en la capital se descubrió una, pues borbonistas e
iturbidistas unidos, procuraban crear todo género de dificultades al gobierno.
Esta agitación en
favor del ex emperador, y el conocimiento que por sus espías tenía el ejecutivo
de su próxima venida, hizo que el Congreso, temeroso de una restauración de la
monarquía, expidiera este día un decreto por el que se declaraba traidor y
fuera de la ley a Iturbide, siempre que se presentara en territorio de la
República, y se declaraban igualmente traidores a los que por cualquier medio
favorecieran su regreso.
Iturbide, entretanto,
incitado por las cartas de sus amigos y partidarios, que le pintaban con negros
colores el estado de anarquía en que se encontraba el país y le invitaban a
volver para salvarlo, salió de Londres para México, mandando un oficio al
Congreso en el que le ofrecía sus espada para defender la independencia del
país contra España y la llamada “Santa Alianza” que pensaban reconquistarlo.
El 26 de septiembre
de 1815 el Zar de todas las Rusias, Alejandro I, emitió un documento con ese
nombre que fue firmado de inmediato por Federico Guillermo III, Rey de Prusia
(la posterior Alemania) y por Francisco I, Emperador de Austria (la posterior
Austria-Hungría), y posteriormente por todos los soberanos europeos, con
excepción del Papa, Inglaterra y el Imperio Otomano (Turquía).
El Zar pretendía que
esa inocente manifestación sirviera de
base para una organización internacional que evitara en el futuro otro
cataclismo como el que había provocado Napoleón Bonaparte. Sin embargo, en el aspecto bélico, también se
ofrecía apoyo militar para la reconquista de las colonias de los países
firmantes que hubieran perdido su posesión debido a movimientos de
independencia, España en primer lugar, con el despliegue de veinte mil hombres
que emprenderían la reconquista de México maniobra que fue conjurada por la revolución
del coronel Rafael Riego en contra del absolutismo de Fernando VII.
Iturbide se embarcó
en el bergantín inglés “Spring”, el día 4 de mayo, con su mujer, dos de sus
hijos, su sobrino don Ramón Malo. Su servidumbre y el coronel polaco Beneski. Desembarcaron
ese mismo día en Soto La Marina e inmediatamente fueron apresados por el
comandante de la guarnición militar general Felipe de la Garza quien ya estaba
advertido, por espías del gobierno mexicano liderados por el nefando cura Juan
de Marchena.
Aprehendido por De la
Garza, este dio parte al Congreso del Estado de Tamaulipas quien decidió que
Iturbide fuera fusilado, dando cumplimiento al decreto del Congreso General que
dictaminó la ejecución de Iturbide en cuanto pisara territorio mexicano.
Este día, 18 de Julio
de 1824, sacaron a Iturbide de su celda y lo hicieron formar entre los soldados. Iba vestido de civil, con la levita negra que
portaba desde su desembarco en Soto La Marina. Conducido entre las dos filas de
su guardia llegó a la placita del lugar, San Antonio de Padilla, donde se iba a
ejecutar la sentencia.
Sintió que se le iba
a atar los brazos por detrás y el se resistió pues no quería ir atado al paredón
pero el oficial del pelotón, don Gordiano del Castillo ayudante el general De
la Garza, le pidió que se dejase atar, pues tal era la ordenanza. Se dirigió al
sitio de la ejecución con paso firme y llamó al padre Gutiérrez de Lara, que
iba acompañándolo, y le pidió que sacara el reloj que llevaba en el bolsillo y
que le quitara el rosario que siempre traía colgado al cuello. Debería hacerlos llegar a su hijo mayor. Le pidió igualmente que extrajera del
bolsillo interior de la levita la carta que había escrito a su esposa. Finalmente, le dijo, traía en el bolsillo
tres onzas y media en monedas pequeñas de oro.
Era todo lo que le quedaba de riquezas mundanas: quería que se les dieran a los soldados que
lo iban a fusilar.
Finalmente inclinó la
cabeza y en voz baja pero perfectamente audible, comenzó a rezar el Credo y
terminando éste y, como recogiéndose sobre sí mismo, rezó un acto de contrición:
---Yo, pecador, me confieso a dios, etc, etc.
Después se puso de
frente al pelotón, e irguiéndose, en alto la cabeza, esperó la descarga con
serenidad. La voz de mando de Gordiano
del Castillo fue un triple látigo que golpeó el silencio imponente de la tarde;
El general De la Garza no quiso asistir a la ejecución pues siempre la
consideró una injusticia y un auténtico asesinato, que vino a saciar la cruel
venganza de un Congreso plagado de vengativos chacales.
Pasadas una horas,
cuando la noche había caído ya, uno hombres recogieron el cuerpo, cuyas ropas
estaban ya tintas en sangre, lo metieron en un tosco ataúd y lo llevaron al
sitio donde tenían lugar las sesiones del Congreso Local que tendrían que ser
diurnas porque el local no tenia techo.
El cadáver de Iturbide fue vestido con el sayal de San Francisco, y se
le colocó sobre una mesa, alumbrada por la incierta luz de cuatro cirios.
El cadáver fue sepultado
en la iglesia del lugar permaneciendo allí hasta el 6 de agosto de 1828 en que
por decreto del Presidente Guadalupe Victoria, sus restos fueron exhumados y
depositados en la Catedral Metropolitana de la ciudad de Mèxico.
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