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sábado, 30 de julio de 2022

EFEMÉRIDES MEXICANAS // Rafael Urista de Hoyos

 


30 de Julio de 1811

  Fusilamiento de Don Miguel Hidalgo y Costilla.

  Don Miguel Hidalgo y Costilla, iniciador del movimiento armado que culminó finalmente con la independencia mexicana, es fusilado por fuerzas españolas a las siete de la mañana en el mismo patio de su prisión en la ciudad de Chihuahua.

  Después de muerto fue decapitado, como habían sido sus compañeros, y su cuerpo recibió sepultura en la capilla de San Antonio del convento de San Francisco de Chihuahua, mientras que su cabeza, junto con las de Allende, Aldama y Jiménez, fueron enviadas en jaulas de hierro a Guanajuato para exponerlas a la curiosidad pública en las cuatro esquinas del edificio de la Alhóndiga de Granaditas, como en venganza cumplida por el gobierno virreinal, elevando de esta manera al orgullo español a un grado de insolencia y bajeza, y demostrando el desprecio que los españoles sentían por los mexicanos.

  Con su breviario en una mano, y en la otra un crucifijo de marfil, salió Hidalgo de su habitación en el Real Hospital de Chihuahua.  No parecía que iba a morir, sino a tomar el sol de la mañana.  Su serenidad admiro a unos (mexicanos) y a otros los indignó (españoles). Uno de estos últimos, que presenció el fusilamiento, describió en una carta la conducta de Hidalgo el día anterior a su muerte:  “Permaneciò con una serenidad tan desvergonzada que escandalizó a todos los concurrentes. . . y escuchó la sentencia capital también con excesiva indiferencia, sin hacerle impresión alguna. . . Entró platicando y pidiendo permiso para ir a la sacristía a chupar (fumar).  Luego almorzó perfectamente, comió y cenó con la misma apetencia;  todo el día se llevó hablando de cosas indiferentes, durmió bien en la anoche, se desayunó con ganas, y con muy pocas trazas de arrepentimiento le quitaron la vida en lo privado a las 7 de la mañana”.

  No era desvergüenza, era paz interior la fuente de la serenidad de Hidalgo.  No iba a la muerte entre congojas de miedo, ni tampoco llegaba al cadalso con alardes de mártir o caudillo.  Llegaba casi con alegría, como quien arriba a un deseado fin.

  Comandaba el pelotón un militar que se llamaba Pedro Armendáriz.  Si el nombre llama la atención, más sorprende este otro dato: años después al triunfo de la independencia, se formará un club de amigos de Hidalgo. ¿Quién fue su fundador y presidente? Pedro Armendáriz el mismo que lo fusiló.

  Caminaba Hidalgo hacia el patio trasero del hospital donde sería la ejecución.  No se tenía memoria ahí de un sacerdote que hubiera muerto ejecutado.  Las personas de los sacerdotes eran sagradas, y cometía un sacrilegio quien levantara la mano contra uno de ellos.  Los soldados no iban a levantar la mano, sino el fusil, en contra de aquel ministro del Señor.  Y así, se veían azorados, los doce soldados encargados de la ejecución (3 cuartetos de soldados por si alguno de ellos fallaba) temblorosos, llenos de vacilaciones en aquella hora fatal.

  Llegados que fueron soldados y reo al paredón, Armendáriz ordenó a Hidalgo que se sentara en un banquillo, de espaldas al pelotón del fusilamiento.  Tal era la muerte que se deparaba a los traidores.  Hidalgo se negó a ocupar el banquillo reservado a los traidores, y ante su determinación, Armendáriz le otorgó morir dando el frente al pelotón.  Con una cuerda le ataron los pies y luego le vendaron los ojos.  Armendáriz levantò su sable y se dispuso a dar las órdenes de la ejecución.

  Tal fue la muerte de Don Miguel Hidalgo y Costilla, mostrando extraordinaria serenidad tanto en la víspera de su ejecución como a la hora de la muerte misma.  Enfrentado a su fin, en el pórtico de la eternidad, el Padre Hidalgo fue un hombre que había encontrado la paz:  paz consigo mismo, paz con los hombres, paz con Dios.  En esa paz llegó al término de su vida.

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