30 de Julio de 1811
Fusilamiento de Don
Miguel Hidalgo y Costilla.
Don Miguel Hidalgo y
Costilla, iniciador del movimiento armado que culminó finalmente con la independencia
mexicana, es fusilado por fuerzas españolas a las siete de la mañana en el
mismo patio de su prisión en la ciudad de Chihuahua.
Después de muerto fue
decapitado, como habían sido sus compañeros, y su cuerpo recibió sepultura en
la capilla de San Antonio del convento de San Francisco de Chihuahua, mientras
que su cabeza, junto con las de Allende, Aldama y Jiménez, fueron enviadas en
jaulas de hierro a Guanajuato para exponerlas a la curiosidad pública en las
cuatro esquinas del edificio de la Alhóndiga de Granaditas, como en venganza
cumplida por el gobierno virreinal, elevando de esta manera al orgullo español
a un grado de insolencia y bajeza, y demostrando el desprecio que los españoles
sentían por los mexicanos.
Con su breviario en
una mano, y en la otra un crucifijo de marfil, salió Hidalgo de su habitación
en el Real Hospital de Chihuahua. No
parecía que iba a morir, sino a tomar el sol de la mañana. Su serenidad admiro a unos (mexicanos) y a
otros los indignó (españoles). Uno de estos últimos, que presenció el
fusilamiento, describió en una carta la conducta de Hidalgo el día anterior a
su muerte: “Permaneciò con una serenidad
tan desvergonzada que escandalizó a todos los concurrentes. . . y escuchó la
sentencia capital también con excesiva indiferencia, sin hacerle impresión
alguna. . . Entró platicando y pidiendo permiso para ir a la sacristía a chupar
(fumar). Luego almorzó perfectamente,
comió y cenó con la misma apetencia;
todo el día se llevó hablando de cosas indiferentes, durmió bien en la
anoche, se desayunó con ganas, y con muy pocas trazas de arrepentimiento le
quitaron la vida en lo privado a las 7 de la mañana”.
No era desvergüenza,
era paz interior la fuente de la serenidad de Hidalgo. No iba a la muerte entre congojas de miedo, ni
tampoco llegaba al cadalso con alardes de mártir o caudillo. Llegaba casi con alegría, como quien arriba a
un deseado fin.
Comandaba el pelotón un
militar que se llamaba Pedro Armendáriz.
Si el nombre llama la atención, más sorprende este otro dato: años
después al triunfo de la independencia, se formará un club de amigos de Hidalgo.
¿Quién fue su fundador y presidente? Pedro Armendáriz el mismo que lo fusiló.
Caminaba Hidalgo
hacia el patio trasero del hospital donde sería la ejecución. No se tenía memoria ahí de un sacerdote que
hubiera muerto ejecutado. Las personas
de los sacerdotes eran sagradas, y cometía un sacrilegio quien levantara la
mano contra uno de ellos. Los soldados
no iban a levantar la mano, sino el fusil, en contra de aquel ministro del
Señor. Y así, se veían azorados, los
doce soldados encargados de la ejecución (3 cuartetos de soldados por si alguno
de ellos fallaba) temblorosos, llenos de vacilaciones en aquella hora fatal.
Llegados que fueron
soldados y reo al paredón, Armendáriz ordenó a Hidalgo que se sentara en un
banquillo, de espaldas al pelotón del fusilamiento. Tal era la muerte que se deparaba a los
traidores. Hidalgo se negó a ocupar el
banquillo reservado a los traidores, y ante su determinación, Armendáriz le
otorgó morir dando el frente al pelotón.
Con una cuerda le ataron los pies y luego le vendaron los ojos. Armendáriz levantò su sable y se dispuso a
dar las órdenes de la ejecución.
Tal fue la muerte de
Don Miguel Hidalgo y Costilla, mostrando extraordinaria serenidad tanto en la
víspera de su ejecución como a la hora de la muerte misma. Enfrentado a su fin, en el pórtico de la
eternidad, el Padre Hidalgo fue un hombre que había encontrado la paz: paz consigo mismo, paz con los hombres, paz
con Dios. En esa paz llegó al término de
su vida.
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