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miércoles, 20 de julio de 2022

EFEMÉRIDES MEXICANAS // Rafael Urista de Hoyos


20 de Julio de
  1923

  Asesinato de Francisco Villa

  Hoy a las siete y cuarenta y cinco minutos de la mañana, el General Francisco Villa y un grupo de sus hombres son emboscados cuando salían de Parral con rumbo a la Hacienda de Canutillo, muriendo el general y sus acompañantes de los cuales sobrevive uno pero muy malherido.  El asesinato fue preparado por el general Plutarco Elías Calles, Ministro de Guerra y Marina, por órdenes expresas del Presidente Álvaro Obregón.

  Calles, a su vez, comunicó esas órdenes al general Félix C. Lara, comandante de la guarnición militar de Parral, Chih., quien inició su misión entrevistando a destacados enemigos del General Villa, a quienes les ofreció protección e  impunidad así como toda clase de facilidades y dinero suficiente para lograr su macabro cometido.

  Los particulares escogieron un lugar estratégico por donde iba a pasar el general en su regreso a Canutillo y con paciencia esperaron (mas de dos meses) la oportunidad que por fin se presentó hoy en la mañana.  El general Lara, por instrucciones de Calles, protegió a los asesinos hospedándolos en el cuartel y haciendo volar la especie de que éstos están siendo activamente perseguidos sin que hasta el momento (mediodía de hoy) se les haya dado alcance.

  Desde el 10 de mayo fueron rentados unos locales en el cruce de las calles Juárez y Gabino Barreda, paso obligado del General Villa cuando salía  de Parral para dirigirse a Canutillo, con el pretexto de instalar en ellos un expendio de pastura.  Hoy, minutos antes de las ocho de la mañana, subió el General Villa a su automóvil, Dodge 1921, y tomó el volante, a su lado en el asiento delantero se sentó su secretario el coronel Miguel Trillo, en el asiento trasero el asistente del general el dorado Daniel Tamayo y el coronel Rafael Medrano, en los asientos convertibles el dorado Claro Hurtado, asistente del coronel Trillo, y el coronel Ramón Contreras, jefe de la escolta y el único sobreviviente que pudo repeler la agresión matando a uno de los asesinos; finalmente en la salpicadera del lado derecho el chofer del general, Rosalío Rosales.

  Avanzó el automóvil a marcha moderada por calle Juárez y al iniciar la vuelta por la calle Gabino Barreda se abrió la puerta del primer cuarto y de los cuatro rifles emboscados tras las pacas de alfalfa salió un huracán de fuego.  Inmediatamente del segundo cuarto retumbaron las armas homicidas  vomitando muerte.  Balas expansivas y de acero brotaron de los ocho rifles en descargas sucesivas y mas de 100 disparos acribillaron cuerpos y automóvil barriendo como un huracán de fuego con el Centauro y sus hombres.

  Como es lógico, todos los disparos iban dirigidos al General Villa y tan acertadamente lo fueron que ni siquiera le dio tiempo a éste, a pesar de sus formidables reflejos, sacar su pistola.  Quedó muerto, con el lado derecho de la cara contra el respaldo del asiento y con el cuerpo horriblemente destrozado por una bala expansiva en el corazón que le abrió el pecho, otra bala expansiva que pegó  en el codo derecho y le destrozó el brazo, otra mas en la mano derecha, una bala de acero en el codo izquierdo, una bala en el hemitórax que perforó los pulmones, otra en el hipocondrio derecho que le interesó los intestinos y seis balas mas que le produjeron heridas de menor importancia; doce balazos, tres de ellos con bala expansiva que le alcanzaron de lleno.

  Hubo un balazo mas, el treceavo, que le fue dado ya muerto en la cabeza por uno de los asesinos para asegurarse de su muerte.  El único sobreviviente de la tragedia fue el coronel Ramón Contreras quien aún herido en el pecho, piernas y brazo izquierdo, logró huir sacando antes su pistola y disparando contra uno de los asesinos en el momento en que éstos, tranquilamente y sin prisas, salían de los cuartos para rematar su obra.  Su víctima, Román Guerra, recibió un balazo en el brazo derecho y otro en el pecho quedando muerto en el dintel de la puerta.  Un poco mas tarde el juez Jesús B. Páez y el agente del ministerio público, Fernando Ramírez Mendaca, acudieron al lugar de la tragedia trasladando los cuerpos al hotel Hidalgo, propiedad del General Villa.

  Los asesinos fueron premiados por el mismo Presidente de la República en persona Álvaro Obregón con cinco mil pesos cada uno y con una total y absoluta impunidad.  Melitón Lozoya, José Guerra, Librado Martínez, José Sáenz Pardo, Ruperto Vara y por último Román Guerra, quien no pudo cobrar su gratificación recibiendo allí mismo su justo castigo: la muerte.

  En cuanto al general Félix C. Lara, un matarife cualquiera y orquestador de la conjura, recibió del Presidente Obregón, mediante la intervención de otro matarife aunque de mas categoría, Plutarco Elías Calles, la cantidad de cincuenta mil pesos y el ascenso al grado inmediato superior por su “valiente, honrosa y patriótica comisión”

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