20 de Julio de 1923
Asesinato de
Francisco Villa
Hoy a las
siete y cuarenta y cinco minutos de la mañana, el General Francisco Villa y un
grupo de sus hombres son emboscados cuando salían de Parral con rumbo a la
Hacienda de Canutillo, muriendo el general y sus acompañantes de los cuales
sobrevive uno pero muy malherido. El
asesinato fue preparado por el general Plutarco Elías Calles, Ministro de Guerra
y Marina, por órdenes expresas del Presidente Álvaro Obregón.
Calles, a su
vez, comunicó esas órdenes al general Félix C. Lara, comandante de la guarnición
militar de Parral, Chih., quien inició su misión entrevistando a destacados
enemigos del General Villa, a quienes les ofreció protección e impunidad así como toda clase de facilidades
y dinero suficiente para lograr su macabro cometido.
Los
particulares escogieron un lugar estratégico por donde iba a pasar el general en
su regreso a Canutillo y con paciencia esperaron (mas de dos meses) la
oportunidad que por fin se presentó hoy en la mañana. El general Lara, por instrucciones de Calles,
protegió a los asesinos hospedándolos en el cuartel y haciendo volar la especie
de que éstos están siendo activamente perseguidos sin que hasta el momento
(mediodía de hoy) se les haya dado alcance.
Desde el 10 de
mayo fueron rentados unos locales en el cruce de las calles Juárez y Gabino
Barreda, paso obligado del General Villa cuando salía de Parral para dirigirse a Canutillo, con el
pretexto de instalar en ellos un expendio de pastura. Hoy, minutos antes de las ocho de la mañana,
subió el General Villa a su automóvil, Dodge 1921, y tomó el volante, a su lado
en el asiento delantero se sentó su secretario el coronel Miguel Trillo, en el
asiento trasero el asistente del general el dorado Daniel Tamayo y el coronel
Rafael Medrano, en los asientos convertibles el dorado Claro Hurtado, asistente
del coronel Trillo, y el coronel Ramón Contreras, jefe de la escolta y el único
sobreviviente que pudo repeler la agresión matando a uno de los asesinos; finalmente
en la salpicadera del lado derecho el chofer del general, Rosalío Rosales.
Avanzó el
automóvil a marcha moderada por calle Juárez y al iniciar la vuelta por la
calle Gabino Barreda se abrió la puerta del primer cuarto y de los cuatro
rifles emboscados tras las pacas de alfalfa salió un huracán de fuego. Inmediatamente del segundo cuarto retumbaron
las armas homicidas vomitando
muerte. Balas expansivas y de acero
brotaron de los ocho rifles en descargas sucesivas y mas de 100 disparos
acribillaron cuerpos y automóvil barriendo como un huracán de fuego con el
Centauro y sus hombres.
Como es lógico,
todos los disparos iban dirigidos al General Villa y tan acertadamente lo
fueron que ni siquiera le dio tiempo a éste, a pesar de sus formidables
reflejos, sacar su pistola. Quedó
muerto, con el lado derecho de la cara contra el respaldo del asiento y con el
cuerpo horriblemente destrozado por una bala expansiva en el corazón que le
abrió el pecho, otra bala expansiva que pegó
en el codo derecho y le destrozó el brazo, otra mas en la mano derecha,
una bala de acero en el codo izquierdo, una bala en el hemitórax que perforó
los pulmones, otra en el hipocondrio derecho que le interesó los intestinos y
seis balas mas que le produjeron heridas de menor importancia; doce balazos,
tres de ellos con bala expansiva que le alcanzaron de lleno.
Hubo un balazo
mas, el treceavo, que le fue dado ya muerto en la cabeza por uno de los
asesinos para asegurarse de su muerte.
El único sobreviviente de la tragedia fue el coronel Ramón Contreras
quien aún herido en el pecho, piernas y brazo izquierdo, logró huir sacando
antes su pistola y disparando contra uno de los asesinos en el momento en que
éstos, tranquilamente y sin prisas, salían de los cuartos para rematar su obra. Su víctima, Román Guerra, recibió un balazo
en el brazo derecho y otro en el pecho quedando muerto en el dintel de la
puerta. Un poco mas tarde el juez Jesús
B. Páez y el agente del ministerio público, Fernando Ramírez Mendaca, acudieron
al lugar de la tragedia trasladando los cuerpos al hotel Hidalgo, propiedad del
General Villa.
Los asesinos
fueron premiados por el mismo Presidente de la República en persona Álvaro
Obregón con cinco mil pesos cada uno y con una total y absoluta impunidad. Melitón Lozoya, José Guerra, Librado Martínez,
José Sáenz Pardo, Ruperto Vara y por último Román Guerra, quien no pudo cobrar
su gratificación recibiendo allí mismo su justo castigo: la muerte.
En cuanto al
general Félix C. Lara, un matarife cualquiera y orquestador de la conjura,
recibió del Presidente Obregón, mediante la intervención de otro matarife
aunque de mas categoría, Plutarco Elías Calles, la cantidad de cincuenta mil
pesos y el ascenso al grado inmediato superior por su “valiente, honrosa y
patriótica comisión”
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