11 de Noviembre de 1817
Epopeya y muerte de Francisco Javier Mina.
Días antes del inicio
de la Revolución Francesa, el primero de julio de 1789 nacía en Otano, un poblado
de Navarra, España, un pequeño que dejaría su huella en la historia de dos
naciones unidas por lazos de sangre, el idioma y la fe común: España y México; en
aquel tiempo La Nueva España.
Javier Martín Mina, y
no Francisco Javier como erróneamente se le llama, fue el tercer hijo del
sencillo labrador Juan José Mina y su esposa Marie Andrés Larrea. Su infancia
transcurrió entre verdes y azules colinas, montañas lejanas de color violeta,
riachuelos bordeados de árboles y silenciosos templos románicos.
Aquellos recios
paisajes forjaron un carácter noble, firme y valiente en aquel joven diestro en
las faenas rurales, en la cacería, y aplicado en la escuela de las primeras
letras y más tarde en su primer año en la Universidad de Zaragoza. Javier hablaba, además del castellano, el
éuzquera, ( dialecto de la región vascongada) y algo de francés, y más tarde
aprendería el inglés.
El joven Javier de 18
años estudiaba la carrera de Derecho en la Universidad de Zaragoza cuando un
aciago suceso transformó para siempre su vida:
a fines de 1807 y principios de 1808 el ejército francés invadió España
y empezó a ocupar las principales villas y ciudades. Ante el avance de los
invasores, Javier pasó, de la alegre vida de un estudiante, a convertirse en un
afamado guerrillero contra las tropas napoleónicas.
El estudiante de
Derecho promovió una partida de voluntarios para luchar contra los franceses en
su natal Navarra, y al poco tiempo se convirtió en el legendario guerrillero
llamado “Mina, el Mozo”.
En la primavera de
1814 Napoleón Bonaparte fue derrotado por los aliados Inglaterra, Prusia,
Austria y Rusia. Aunque en la lucha fue
hecho prisionero, la derrota de Napoleón lo conduciría Londres, un nido de
conspiradores en ese momento. Allí
resolvió que el absolutismo español del rey Fernando VII no sería derrotado si
no caería su principal columna se sostén: La Nueva España.
Entonces se dio a la
tarea de armar un ejército de voluntarios con oficiales de distintos países y
con experiencia militar. Más adelante y llegado a los Estados Unidos, donde
recibió más apoyos, y con el asesoramiento del cura mexicano Fray Servando
Teresa de Mier reafirmó su estrategia: se incorporaría a las fuerzas
insurgentes de José María Morelos.
Finalmente, el 17 de
abril de 1817 desembarcaba la expedición en la barra del Río Santander y para
el 22 de abril se encontraba en Soto la Marina (en la actual Tamaulipas), donde
Mina imprimió un texto en su imprenta portátil:
“Manifiesto contra la tiranía de Fernando VII”.
De abril a noviembre
de 1817 Javier y sus compañeros de armas realizaron una campaña relámpago a
favor de la independencia de lo que ellos llamaban República Mexicana, nombre
que asombraría a los habitantes de las provincias de San Luis Potosí,
Guanajuato y Michoacán. La fuerza de
Mina era de trescientos hombres, todos a caballo, que marcharon unas doscientas
leguas (965 kilómetros) a través de territorios hostiles, pasando sed, hambre,
calor sofocante, picaduras de animales, sufrimientos de toda índole para
desafiar la fuerza entera de los realistas del “Reino de México”.
En el Fuerte del
Sombrero Mina y sus fuerzas se unieron a las del insurgente Pedro Moreno
formando una sola división con la que combatieron a las fuerzas realistas en
los hoy Estados de San Luis Potosí, Guanajuato, Guerrero y Michoacán durante
los meses de Julio a noviembre.
A fines de octubre
las fuerzas de Mina y Moreno llegaron a la Hacienda de la Tlachiquera propiedad
de don Mariano Herrera, conocido de Mina, quien los alojó en un rancho de la
misma propiedad llamado El Venadito donde acantonaron ambas fuerzas con el
propósito de descansar, ya que el señor Herrera les dio todo tipo de
seguridades.
El coronel realista
Francisco de Orrantia, enterado por el dicho de un traidor, llegó
subrepticiamente en la madrugada del 27 de octubre de 1817 y sorprendió a los
insurgentes que entregados al descanso sólo pudieron oponer una débil resistencia.
Pedro Moreno y Javier Mina, aunque
peleando bravamente, quedaron solos ante el enemigo y mientras don Pedro fue
muerto en el combate mina fue hecho prisionero.
Hoy, 11 de noviembre
de 1817 a las cuatro de la tarde, una escolta de Cazadores de Zaragoza condujo
a Mina del cuartel del ejército al crestón del Cerro del Bellaco, para
fusilarlo. Los dos campos enemigos que
en ese momento de enfrentaban en las faldas del cerro, suspendieron las
hostilidades como de común acuerdo y se hizo profundo y solemne silencio.
Mina, acompañado del
capellán del primer batallón de Zaragoza, don Lucas Sainz, que lo había ayudado
a bien morir, llegó al crestón y se enfrentó al pelotón, ordenándoles que
dispararan certeramente y que no lo dejaran vivo. Se le coloca de espalda a los fusiles,
considerándolo como traidor al Rey.
Así murió aquel joven
de 29 años, fanático defensor de las libertades populares, que cuando no pudo
hostilizar al tirano en su propia guarida, lo hizo en la Nueva España, que
después de todo era un jirón del suelo español que se desprendía de la
administración feroz de los absolutistas.
A Francisco Javier
Mina no se le puede llamar traidor, pues, como dijo él mismo, no peleaba en
contra de España, sino contra la tiranía. En cambio, Iturbide atacó la libertad
de su pueblo para defender al régimen despótico de Fernando VII (hay que
recordar que Iturbide era mexicano). Es por eso que en nuestra historia se
consagran palabras de gratitud para el español que nos defendió y duros
reproches para el mexicano que nos atacó.
El oficial español
que de un tajo desprendió la cabeza de don Pedro Moreno fue gratificado y
ascendido. El cobarde realista Orrantia
fue también felicitado y premiado por el virrey don Juan Ruiz de Apodaca, que
desde la capital hilaba la trama valiéndose de miserables traidores. Éste recibió del rey de España el título de
Conde del Venadito, aunque no se sabe si el rey lo quiso premiar o lo quiso
ridiculizar imponiéndole ese título.
Así se premió la
hazaña que privaba a los mexicanos de uno de sus grandes héroes, de un hombre
como don Pedro Moreno que por amor a México perdió su bienestar, su fortuna, su
familia y su propia vida, quedando en la historia como un gran ejemplo de
abnegación y sacrificio.
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