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martes, 22 de noviembre de 2022

FEMÉRIDES MEXICANAS // Rafael Urista de Hoyos


22
 de Noviembre de 1815

  Cautiverio y muerte de Morelos.

El Generalísimo Don José María Morelos y Pavón custodiaba al Congreso Nacional en su camino de tierras michoacanas a Tehuacán.  Ya llevaban los insurgentes más de la mitad del camino recorridos, cuando el enemigo lo sorprendió en Tezmalaca el 5 de noviembre de 1815.

  Morelos, que iba al centro, dejó que las corporaciones con el Congreso emprendieran la huida y marchó a la retaguardia para detener a los realistas.  Fue imposible y cayó prisionero.  El brigadier español Manuel de la Concha comandaba el destacamento que lo aprehendió.

  Morelos no fue ejecutado inmediatamente, porque el virrey Calleja y el arzobispo Fonte vieron en su captura una gran oportunidad para juzgar y condenar solemnemente a toda la insurgencia en la persona de su más grande comandante y líder.  Y por eso dispusieron que el juicio tuviese lugar en la ciudad de México y fuese ejemplar, tanto en el sentido de escarmiento, como de formalidad, esto es, tenía que darse la apariencia de que no era el arbitrio personal de Calleja lo que condenaba a Morelos, sino las leyes del reino y de la Iglesia.

  El primer proceso contra Morelos se llama de las jurisdicciones unidas, porque intervenía el poder real y el eclesiástico.  La principal acusación del poder real fue que Morelos había incurrido en alta traición al levantarse en armas contra el rey y causar muertes y otros males.  Morelos contestó que no había rey, y que, si había regresado, estaba “napoleonizado”, esto es, contaminado de irreligiosidad. 

  Desde el ángulo eclesiástico fue acusado de no hacer caso de las excomuniones en que había incurrido.  Morelos contestó distinguiendo las excomuniones particulares contra él y las generales contra la insurgencia.  Las particulares no valían, porque el llamado obispo Abad y Queipo no lo era legítimamente; Las excomuniones generales solo las podía lanzar el Papa o un Concilio.

  La sentencia de la parte eclesiástica condeno a Morelos a la degradación, esto es, a la máxima humillación que puede sufrir un clérigo por parte de la misma Iglesia que lo ha exaltado.  Delante de unas quinientas personas entre lo más representativo del gobierno, de la sociedad y de la Iglesia, se llevó a cabo el rito de la degradación:  Morelos se presentó revestido de sacerdote como para oficiar y un obispo lo fue despojando de cada uno de sus ornamentos, mientras pronunciaba palabras terribles, que más bien parecían exhalaciones satánicas. El acto, que causó pavor, cumplía otra finalidad importante: una vez degradado, el reo estaba privado del fuero eclesiástico y así el poder real podía ejecutarlo “con arreglo a las leyes”.

  Otro proceso seguido de Morelos fue el de la Inquisición, cuya finalidad era desprestigiarlo declarándolo hereje.  Además de mal súbdito y mal sacerdote, aparecería como mal cristiano; la nota caería sobre toda la insurgencia.  A falta de testigos y de pruebas, el fiscal echó mano de sofismas para encontrar herejías en el creyente Morelos (razonamiento falso que se puede hacer pasar como verdadero). 

  La principal acusación fue que el caudillo había firmado la Constitución de Apatzingán, condenada por la misma Inquisición, porque supuestamente contenía doctrinas contrarias a la fe cristiana.  Estas en realidad eran frases sacadas del contexto, que está marcado por la fundamental profesión de fe católica que hace la propia Constitución.  Morelos, desde luego se negó a reconocer que hubiera incurrido en alguna herejía; de todas maneras lo declararon hereje.

  Sus acusadores fueron el fiscal y oidor Miguel Bataller, auditor de la Capitanía General, y por la eclesiástica el provisor del arzobispado Félix Flores Alatorre.  En todas las declaraciones que se le tomaron respondió Morelos con digna firmeza; a nadie atribuyó la responsabilidad de las decisiones tomadas en las batallas en cuanto al tratamiento aplicado a los prisioneros, sino a él mismo, ni sobre nadie descargó la responsabilidad de sus actos.

  “. . . La huida de Fernando VII a Francia otorgó a la Colonia su libertad;  y los americanos (los habitantes de la América hispana) al levantarse contra las autoridades que representaban al monarca no habían incurrido en falta alguna; al contrario, habían ejercido un derecho sacratísimo. . . “.

  Morelos contestó con toda dignidad a todos los cargos y acto continuo se pronunció el fallo, de conformidad con lo pedido por el fiscal, declarando que:  “. . .  el presbítero José María Morelos era hereje formal, fautor de herejes, perseguidor y perturbador de la jerarquía eclesiástica, lascivo, hipócrita, enemigo irreconciliable del cristianismo. Traidor a Dios, al Rey y al Papa. . . “ y como tal se le condena a que asistiese a su auto en traje de penitente, y con sotanilla sin cuello y vela verde; a que hiciese confesión general y tomara ejercicios, y para el caso remotísimo de que se le perdonara la vida, a una reclusión para todo el resto de ella en África, a disposición del inquisidor general”.

  El virrey Félix María Calleja, conforme al dictamen del auditor, condenó a la pena de muerte al denodado campeón de la independencia y  la confiscación de sus bienes, debiendo el reo ser fusilado por la espalda como traidor al rey, su cabeza colocada en una jaula de hierro que se fijase en la plaza mayor de México, y su mano derecha en la de Oaxaca.

  El 21 de diciembre de 1815 el coronel Manuel de la Concha, su aprehensor, se presentó a Morelos y le ordenó ponerse de rodillas, para que así escuchase su sentencia de muerte.  Al día siguiente, que era viernes, salió de madrugada rumbo al norte custodiado por una numerosa escolta.

  Al pasar por el santuario de Guadalupe, quiso ponerse de rodillas, lo que logró no obstante el estorbo de los grillos, y se acordó de un bando que había dado sobre el culto a “María santísima en su milagrosa imagen de Guadalupe, patrona, defensora y distinguida Emperatriz de este Reino.  Llegaron por fin a Ecatepec, lugar escogido para su ejecución.  Concha fue a avisar al cura del lugar para que preparara el entierro.  Volvió a donde Morelos y conversaron un poco. Luego Morelos comió algo.  Prevenido del momento fatal, se confesó con el padre Salazar y rezó el salmo que empieza “Misericordia, Dios mío por tu bondad”.

  Eran las tres de la tarde del día 22 de diciembre de 1815.  Pidió un crucifijo y le dirigió estas palabras: “Señor, si he obrado bien, tú lo sabes; y si mal, yo me acojo a tu infinita misericordia”.  No quería que le vendaran los ojos, pero al fin el mismo lo hizo.  Arrastrando sus cadenas y con los brazos atados, llegó al lugar donde le mandaron que se hincara. “Haga usted cuenta que aquí fue nuestra redención”, le dijo por último al padre Salazar.  Dos descargas de cuatro disparos cada una, y el Generalísimo Morelos termino con su etapa mundana para entrar a la de su glorificación.

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