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lunes, 7 de noviembre de 2022

EFEMÉRIDES MEXICANAS // Rafael Urista de Hoyos


5
 de Noviembre de 1815                                                             

Apresamiento de Morelos.        

  El 13 de septiembre de 1813 a instancias de Morelos se instala solemnemente el Congreso Nacional en Chilpancingo.  Don José María Morelos y Pavón viendo el fracaso de la Junta de Zitácuaro (primer intento de independencia) expuso la necesidad de reemplazarla por un cuerpo de sabios varones que con la denominación de Congreso Nacional, fuera representante de la soberanía, centro del gobierno y depositario de la suprema autoridad, que debían de obedecer todos los que proclamaban la independencia de México.

  Después de once meses de labores y peregrinaje por la persecución que de él hacía el realista Iturbide que había jurado exterminar hasta el último constituyente de ese Congreso que era el centro del gobierno liberal de la América mexicana, los congresistas deciden trasladarse por el rumbo de oriente y acercarse al Golfo de México, en donde pensaban recibir armas de los Estados Unidos (por lo visto los miembros del Congreso rebosaban de ingenuidad e ignorancia política).

  Para realizar este atrevido proyecto que significaba atravesar más de ciento cincuenta leguas (unos setecientos kilómetros) de un territorio ocupado totalmente por los realistas, se tuvieron varias discusiones resolviendo finalmente trasladarse en principio a Tehuacán y confió la ejecución del peligroso plan al único hombre que en dado caso podría realizar el milagro: el Generalísimo Morelos.

  Morelos receló, como era natural, del buen resultado del fantasioso plan, pero como Poder Ejecutivo (cargo detentado por él) tenía la obligación de obedecer al Congreso, y esa obediencia de Morelos para encabezar aquella caravana de miserables derrotados podemos decir que vino a ser su propio cortejo fúnebre.

  En noviembre 3 la caravana de Morelos y el Congreso hacen alto en Tezmalaca después de tomar el camino por la orilla del Río Mezcala con dirección al Este, tocando sucesivamente Cutzamala, Tlachapa, Poliutla y Pesopán.

  El virrey Calleja, avisado del éxodo, pues nunca falta un miserable traidor, despachó inmediatamente al teniente coronel De la Concha, a Villasana y a Claverino, por diversos puntos para ponerle cerco a Morelos.  Ëste había convocado a varios jefes, entre ellos a Guerrero, para que lo apoyasen, pero por una u otra razón no obedecieron las órdenes del Generalísimo.

  La razón que tenían los insurgentes para detenerse en Tezmalaca, fue el insuperable cansancio de los soldados; esto fue la perdición de Morelos y también su grave y equivocada decisión, pues se compadeció de su gente y puso a descansar a sus tropas con el peligro de ser alcanzado por los realistas, pues quizá si hubiese seguido, la historia se hubiese escrito de diferente manera.

  El teniente coronel De la Concha, que supo del alto de Morelos en Tezmalaca (el servicio de espías de los realistas era muy eficiente y costoso), forzó hasta la crueldad su propia marcha, pues el no le dio descanso a su tropa, y al día siguiente por la mañana (noviembre 5) alcanzaron a la retaguardia de las fuerzas de Morelos.

  Apenas supo Morelos de los movimientos realistas para cercarlo y entre más avanzaba hacía el oriente más se estrechaba el círculo de las tropas españolas que lo ceñían, dispuso como primera providencia que se escaparan sus protegidos, los poderes nacionales, quedando él a recibir el golpe con el único objeto de defender al gobierno insurgente, sin importarle el sacrificio mismo de su vida.

  Morelos después de hábiles maniobras que engañaron por algunos días a su perseguidor De la Concha y que pudo lograr que los miembros del poder nacional escaparan, ordenó a sus tropas que se prepararan a resistir a un enemigo altamente muy superior en tropas y pertrechos. Para ello dividió sus líneas de batalla en tres cuerpos, quedando el de la izquierda a las órdenes del general Nicolás Bravo; el de la derecha al mando del brigadier Lobato; y el mismo Morelos en el centro con los dos únicos cañones que tenía.

  El general Gómez Pedraza, que entonces era realista y que años después llega a ser Presidente de la República, con un piquete de dragones de España ataco a las tropas de Morelos, iniciando este memorable combate;  el ala de Lobato recibió el ataque de Pedraza heroicamente pero al final tuvo que sucumbir;  la gente de Nicolás Bravo fue arrollada por la superioridad numérica de los realistas.  En la confusión del combate se encontraron Bravo y Morelos.  Don Nicolás exhortaba al Generalísimo a que huyera:  “. . . No ---le contestó éste--- vaya usted a escoltar al Congreso, que aunque yo perezca, importa poco”.

  Palabras que aún resuenan en el vasto espacio de la historia de México, del hombre que supo cumplir su juramento a la Patria dejándonos toda una disciplina de ejemplar conducta que desgraciadamente nunca se pudo seguir en la infinidad de dificultades políticas que México padeció y que contrariamente al pensamiento de Morelos, siempre se antepusieron las mezquinas ambiciones personales a aquellas de la Patria (y actualmente, 2022, sigue siendo lo mismo). El Generalísimo nos dejó como un legado, de que primero es el amor a la Patria, el cumplimiento del deber a ella y después es lo personal, incluyendo la vida misma.

  Batiéndose en retirada, vio caer en torno suyo a toda su escolta.  Seguido de sólo un asistente, se internó en el bosque y mientras se detiene a quitarse las espuelas para marchar a pie con mas soltura, fue alcanzado por las fuerzas del traidor Matías Carranco (siempre los traidores), que había servido a sus órdenes años antes.

  Apuntaban los realistas al pecho de Morelos; éste clavando su mirada con la sangre fría y el valor que lo caracterizó siempre ante todo peligro, le dijo al traidor:  “Parece que nos conocemos. . .”  Intimidado el tránsfuga con las serenas palabras del Generalísimo, ordenó que no se le hiciera daño al prisionero; Aún más, demostrando su agradecimiento y su nobleza, Morelos premia a su aprehensor regalándole su reloj.  Con verdadero lujo de fuerza, entre la compasiva admiración de todas las poblaciones por donde pasaba, fue llevado Morelos a Tlalpan siendo allí requerido por la inquisición para enviarlo a la cárcel y contestar los cargos de traidor y hereje.

  A su llegada a Tlalpan, una multitud salida de la capital para admirar al famoso general, lo vio pasar demostrándole grandísimo respeto, lo que hizo más notable el bajo alarde de algunos realistas que se esforzaban para demostrar desprecio en su tránsito por aquel pueblo.  Fue tan considerado el concurso de aquel pueblo, que el virrey Calleja, temeroso de algún levantamiento a favor del prisionero, ordenó que en la madrugada del día 22 (noviembre 1815) lo condujeran en un coche a la cárcel de la inquisición.

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