5 de Noviembre de 1815
Apresamiento de Morelos.
El 13 de septiembre de 1813 a
instancias de Morelos se instala solemnemente el Congreso Nacional en
Chilpancingo. Don José María Morelos y
Pavón viendo el fracaso de la Junta de Zitácuaro (primer intento de
independencia) expuso la necesidad de reemplazarla por un cuerpo de sabios
varones que con la denominación de Congreso Nacional, fuera representante de la
soberanía, centro del gobierno y depositario de la suprema autoridad, que
debían de obedecer todos los que proclamaban la independencia de México.
Después de once meses
de labores y peregrinaje por la persecución que de él hacía el realista
Iturbide que había jurado exterminar hasta el último constituyente de ese
Congreso que era el centro del gobierno liberal de la América mexicana, los
congresistas deciden trasladarse por el rumbo de oriente y acercarse al Golfo
de México, en donde pensaban recibir armas de los Estados Unidos (por lo visto
los miembros del Congreso rebosaban de ingenuidad e ignorancia política).
Para realizar este
atrevido proyecto que significaba atravesar más de ciento cincuenta leguas
(unos setecientos kilómetros) de un territorio ocupado totalmente por los
realistas, se tuvieron varias discusiones resolviendo finalmente trasladarse en
principio a Tehuacán y confió la ejecución del peligroso plan al único hombre
que en dado caso podría realizar el milagro: el Generalísimo Morelos.
Morelos receló, como
era natural, del buen resultado del fantasioso plan, pero como Poder Ejecutivo
(cargo detentado por él) tenía la obligación de obedecer al Congreso, y esa
obediencia de Morelos para encabezar aquella caravana de miserables derrotados
podemos decir que vino a ser su propio cortejo fúnebre.
En noviembre 3 la
caravana de Morelos y el Congreso hacen alto en Tezmalaca después de tomar el
camino por la orilla del Río Mezcala con dirección al Este, tocando
sucesivamente Cutzamala, Tlachapa, Poliutla y Pesopán.
El virrey Calleja,
avisado del éxodo, pues nunca falta un miserable traidor, despachó
inmediatamente al teniente coronel De la Concha, a Villasana y a Claverino, por
diversos puntos para ponerle cerco a Morelos.
Ëste había convocado a varios jefes, entre ellos a Guerrero, para que lo
apoyasen, pero por una u otra razón no obedecieron las órdenes del
Generalísimo.
La razón que tenían
los insurgentes para detenerse en Tezmalaca, fue el insuperable cansancio de
los soldados; esto fue la perdición de Morelos y también su grave y equivocada decisión,
pues se compadeció de su gente y puso a descansar a sus tropas con el peligro
de ser alcanzado por los realistas, pues quizá si hubiese seguido, la historia
se hubiese escrito de diferente manera.
El teniente coronel
De la Concha, que supo del alto de Morelos en Tezmalaca (el servicio de espías
de los realistas era muy eficiente y costoso), forzó hasta la crueldad su
propia marcha, pues el no le dio descanso a su tropa, y al día siguiente por la
mañana (noviembre 5) alcanzaron a la retaguardia de las fuerzas de Morelos.
Apenas supo Morelos
de los movimientos realistas para cercarlo y entre más avanzaba hacía el
oriente más se estrechaba el círculo de las tropas españolas que lo ceñían,
dispuso como primera providencia que se escaparan sus protegidos, los poderes
nacionales, quedando él a recibir el golpe con el único objeto de defender al
gobierno insurgente, sin importarle el sacrificio mismo de su vida.
Morelos después de
hábiles maniobras que engañaron por algunos días a su perseguidor De la Concha
y que pudo lograr que los miembros del poder nacional escaparan, ordenó a sus
tropas que se prepararan a resistir a un enemigo altamente muy superior en
tropas y pertrechos. Para ello dividió sus líneas de batalla en tres cuerpos,
quedando el de la izquierda a las órdenes del general Nicolás Bravo; el de la
derecha al mando del brigadier Lobato; y el mismo Morelos en el centro con los
dos únicos cañones que tenía.
El general Gómez
Pedraza, que entonces era realista y que años después llega a ser Presidente de
la República, con un piquete de dragones de España ataco a las tropas de
Morelos, iniciando este memorable combate;
el ala de Lobato recibió el ataque de Pedraza heroicamente pero al final
tuvo que sucumbir; la gente de Nicolás
Bravo fue arrollada por la superioridad numérica de los realistas. En la confusión del combate se encontraron
Bravo y Morelos. Don Nicolás exhortaba al
Generalísimo a que huyera: “. . . No
---le contestó éste--- vaya usted a escoltar al Congreso, que aunque yo
perezca, importa poco”.
Palabras que aún
resuenan en el vasto espacio de la historia de México, del hombre que supo
cumplir su juramento a la Patria dejándonos toda una disciplina de ejemplar
conducta que desgraciadamente nunca se pudo seguir en la infinidad de
dificultades políticas que México padeció y que contrariamente al pensamiento
de Morelos, siempre se antepusieron las mezquinas ambiciones personales a
aquellas de la Patria (y actualmente, 2022, sigue siendo lo mismo). El
Generalísimo nos dejó como un legado, de que primero es el amor a la Patria, el
cumplimiento del deber a ella y después es lo personal, incluyendo la vida
misma.
Batiéndose en
retirada, vio caer en torno suyo a toda su escolta. Seguido de sólo un asistente, se internó en
el bosque y mientras se detiene a quitarse las espuelas para marchar a pie con
mas soltura, fue alcanzado por las fuerzas del traidor Matías Carranco (siempre
los traidores), que había servido a sus órdenes años antes.
Apuntaban los
realistas al pecho de Morelos; éste clavando su mirada con la sangre fría y el
valor que lo caracterizó siempre ante todo peligro, le dijo al traidor: “Parece que nos conocemos. . .” Intimidado el tránsfuga con las serenas
palabras del Generalísimo, ordenó que no se le hiciera daño al prisionero; Aún
más, demostrando su agradecimiento y su nobleza, Morelos premia a su aprehensor
regalándole su reloj. Con verdadero lujo
de fuerza, entre la compasiva admiración de todas las poblaciones por donde
pasaba, fue llevado Morelos a Tlalpan siendo allí requerido por la inquisición
para enviarlo a la cárcel y contestar los cargos de traidor y hereje.
A su llegada a Tlalpan, una multitud
salida de la capital para admirar al famoso general, lo vio pasar demostrándole
grandísimo respeto, lo que hizo más notable el bajo alarde de algunos realistas
que se esforzaban para demostrar desprecio en su tránsito por aquel pueblo. Fue tan considerado el concurso de aquel
pueblo, que el virrey Calleja, temeroso de algún levantamiento a favor del
prisionero, ordenó que en la madrugada del día 22 (noviembre 1815) lo
condujeran en un coche a la cárcel de la inquisición.
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