31 de Mayo de 1820
Por aquel tiempo en España se reunían las Cortes para proclamar una
nueva Constituciòn que garantizara precisamente lo que los pueblos de las
colonias americanas pedìan, ya que se les había dado representación en las
Cortes de Càdiz y se había logrado reunir a la mayoría de los diputados de
todas las provincias de la Amèrica Española.
La diputación de la Nueva España estuvo encabezada por el cura Don
Miguel Ramos Arizpe, diputado por la provincia de Coahuila, y los diputados
liberales: Josè Mariano Michelena, Josè Marìa Couto, Manuel Cortàzar, Francisco
Fagoaga, Josè Marìa Montoya y Juan de Dios Cañedo.
La nueva Constituciòn proclamaba principalmente la libertad de imprente
y de expresión y otras que eran sumamente avanzadas en aquellos años redactadas
de tal modo para que todos los pueblos la comprendieran, y que se creìa era el
mejor medio de detener las revoluciones de Independencia en las colonias de
España en Amèrica.
Ante la evidencia de los hechos sucedidos en España y los decretos del
rey Fernando VII para acatar la Constituciòn de Càdiz, el Jefe Polìtico,
Gobernador y Capitàn General de la Nueva España (anteriormente virrey), don
Juan Ruiz de Apodaca, proclama este día, 31 de mayo de 1820, los estatutos de
la nueva Constituciòn,
En la tarde de este día ante una inmensa concurrencia popular y ante el
pie de la estatua del depuesto rey “Carlos IV” (la famosa estatua del
caballito) que en aquellos años se alzaba en el centro de la Plaza Mayor (hoy
Zòcalo), se leyò la Constituciòn por uno de los miembros del Ayuntamiento
siendo èsta recogida por una abigarrada concurrencia, Desde entonces se le diò
a la Plaza Mayor el nombre de Plaza de la Constituciòn que se conserva hasta
nuestros días.
Este día cerrò sus puertas el Tribunal de la Inquisiciòn de la Nueva
España. La decisión fue tomada por los ministros del,paradójicamente llamado,
Santo Oficio”, quizá temerosos por el conocimiento que se tiene de lo sucedido
en España cuando el pueblo destruyò casi la totalidad de la sede central.
Así para evitar los atentados y cualquier situación de riesgo,
rápidamente se llevó a cabo la evacuación de la cárcel; los presos políticos
fueron llevados a la prisión de la Corte y los religiosos, a los conventos de
la ciudad. Además los clèrigos que allí vivìan se apresuraron a dejar sus
habitaciones. Aún así, el pueblo,
irritado por tantos crímenes perpetrados por este diabòlico tribunal, selanzó
al saqueo del edificio para despuès quemarlo.
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