21 de Mayo de 1920
Tlaxcalantongo. Fin de la
Epopeya.
La gente del
traidor Rodolfo Herrero, en número reducido, se divide en tres columnas: Una
queda al mando del mayor Herminio Màrquez Escobedo, hermano de los generales
revolucionarios de 1910 Esteban, Emilio y Gaspar Màrquez; Lleva como segundo
jefe al capitán Facundo Garrido, y, como agregado de la columna, a Ernesto
Herrero, pariente cercano de Rodolfo; La
otra la dirige el capitán Perfecto Medina, y la tercera el de igual grado
Alfredo Gutièrrez.
Avanzan pie a tierra, pues la caballada se queda en un jacal al cuidado
del oficial Francisco Vega. Al llegar
sigilosamente hasta las chozas de Tlaxcalantongo, se rompe el fuego, al
principio muy nutrido. Todos los que
dormían en los jacales despiertan sobresaltados. Unos pretenden llegar hasta el Presidente
Carranza, pero en las sombras sienten que las balas pasan silbando sobre sus
cabezas, entre vivas a Pelàez y Obregòn y mueras a don Venustiano. El general Murguìa y el oficial Pancho Valle
se baten pretendiendo asimismo ir al
lado del señor Carranza, más comprenden que eso es poco menos que imposible,
procuran salvarse. También hace brava resistencia el general Heliodoro Pèrez
desde su jacal y desde el suyo el coronel Paulino Fontes, hasta que se les
agota el parque.
Pero a medida que la resistencia se hace más débil, uno de los ayudantes
de don Venustiano, el capitán Octavio Amador que ha estado haciendo disparos
desde su puerta, oye un ruido como de papeles que alguien rasga y luego escucha
al licenciado Manuel Aguirre Berlanga, que es quien más cerca se encuentra del
Presidente Carranza, preguntar a èste si se encuentra bien, don Venustiano dice
estar molesto y momentos después confiesa:
“Licenciado tengo rotas las piernas y ya no soporto más”, a lo que el
licenciado Berlanga contesta “tenga calma señor, que ya no tarda en llegar el
auxilio”.
Las chusmas de Herrero piden a gritos que arrastren de las barbas a don
Venustiano, po lo que Aguirre Berlanga infiere que el Presidente, al comprender
que está bastante mal y al oír los insultos que le lanzan, prefiere dispararse
un balazo antes que verse ultrajado por la soldadesca. Ese balazo y otro más los distingue en la
breve tregua del combate el capitán Amador.
Las detonaciones producen dos intensos fogonazos. Amador vuelve el rostro al interior del
jacalucho y sólo recoje con su olfato el acre olor de la pòlvora.
El licenciado Aguirre Berlanga deduce que primero el Presidente se da un
balazo en el pecho y como le queda vida para buscarse el corazón, se da un
segundo balazo para poner fin a su vida antes que sufrir la humillación de
verse ultrajado y profanado, sin embargo ese segundo disparo no logra
ultimarlo.
El capitàn Facundo Garrido entra en esos momentos inquiriendo donde está
el tesoro, pero al ver al señor Carranza tan malherido da unas disculpas y sale
dizque a traer un médico. Pero con quien
regresa es con Herminio Màrquez Escobedo, hermano menor de aquellos hermanos
Màrquez a quienes don Venustiano decretò fuera de la ley debido a que volaron
un tren que conducía empleados suyos de Veracruz a la ciudad de México. Herminio había visto la ejecución de sus
hermanos y jurò vengarlos. Al entrar al
jacal dice haber oído que alguien exclamaba: “Ya se suicidò el señor
Presidente”. Así que lo primero que hizo
es buscar ese supuesto e inexistente tesoro que todos ellos buscaban.
A la luz de una velas prendidas por el capitán Garrido, distingue el
cuerpo del señor Carranza tendido entre papeles desmenuzados y en la diestra
una pistola; la exàmina y ve que es una texana calibre 44, Màrquez Escobedo urga entre las ropas del
señor Carranza y nota que el Presidente aún agoniza y le dice quien es y como
había visto a ejecución de sus hermanos en Otatlàn, Puebla, por el general
Gabriel Barrios. “Sobre eso hay que
hablar mucho, muchacho, y ya no tengo tiempo” alcanza decir don Venustiano,
quien, según atestiguan Leoncio Rivera, Abelardo Lima y Gabriel Aguirre, que
están presentes, puede disparar todavía sobre Màrquez Escobedo que se salva
milagrosamente y quien luego hace fuego sobre el Presidente dejándolo bien
muerto.
Al retirase, se acerca Aguirre Berlanga, y nota entre los dedos índice y
pulgar de don Venustiano huellas de fogonazos, mientras el ayudante Suàrez
sostiene entre sus brazos el cuerpo del Presidente y ve su reloj fosforescente
que marca las cuatro y media de la mañana.
Secundino Reyes, el fiel asistente de don Venustiano, amortaja lloroso
el cadáver y lo coloca en improvisado lecho con los sudaderos de su caballo por
colchòn y su silla de montar por cabecera.
De Tlaxcalantongo fue conducido el cadáver de don Venustiano Carranza al
poblado de Xico. En una escuela se
improvisò la capilla ardiente. Se le
cubriò con a bandera nacional y se hicieron las salvas de ordenanza, por
disposición del general Francisco de P. Mariel que al saber la muerte del
Presidente, con el auxilio de las fuerzas que había en Villa Juárez levantò el
campo, condujo el cadáver a esa plaza y ordenó se procediera a inyectarlo.
Acude el general Pablo Gonzàlez a ver a Obregòn en el hotel Saint
Francis. Anoche al saber la muerte de
Don Venustiano Carranza le llama por teléfono y antes de que empezara a hablar
de ello, Obregòn le dice: “Ya se lo que me va a comunicar. La muerte de Don
Venustiano, ¿no? ¡Què buen golpe!,
¿verdad?” “Si---repuso don Pablo---, muy
buen golpe, pero para usted, y sobre todo para la Revoluciòn. Como está usted enfermo, mañana ire a verlo
en su alojamiento” y colgó la bocina.
Hoy lo halla en el hotel departiendo con el licenciado Roque Estrada,
con el doctor Cutberto Hidalgo y con el representante diplomático de una nación
amiga. Don Pablo llega acompañado por el general Jacinto B. Treviño. Hay otros civiles y militares a quienes habla
de lo de Tlaxcalantongo. El general
Obregòn encuentra el hecho muy adecuado a las circunstancias; se jacta de la
habilidad con que se ha procedido. Don
Pablo lo llama aparte y le hace ver su torpeza al hacer del conocimiento de
extraños, y sobre todo de un diplomático extranjero, “hechos y detalles que
darán lugar a serios comentarios”.
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