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sábado, 21 de mayo de 2022

EFEMÉRIDES MEXICANAS // Rafael Urista de Hoyos


21
 de Mayo de  1920

  Tlaxcalantongo.  Fin de la Epopeya.

  La gente del traidor Rodolfo Herrero, en número reducido, se divide en tres columnas: Una queda al mando del mayor Herminio Màrquez Escobedo, hermano de los generales revolucionarios de 1910 Esteban, Emilio y Gaspar Màrquez; Lleva como segundo jefe al capitán Facundo Garrido, y, como agregado de la columna, a Ernesto Herrero, pariente cercano de Rodolfo;  La otra la dirige el capitán Perfecto Medina, y la tercera el de igual grado Alfredo Gutièrrez.

  Avanzan pie a tierra, pues la caballada se queda en un jacal al cuidado del oficial Francisco Vega.  Al llegar sigilosamente hasta las chozas de Tlaxcalantongo, se rompe el fuego, al principio muy nutrido.  Todos los que dormían en los jacales despiertan sobresaltados.  Unos pretenden llegar hasta el Presidente Carranza, pero en las sombras sienten que las balas pasan silbando sobre sus cabezas, entre vivas a Pelàez y Obregòn y mueras a don Venustiano.  El general Murguìa y el oficial Pancho Valle se baten pretendiendo asimismo  ir al lado del señor Carranza, más comprenden que eso es poco menos que imposible, procuran salvarse. También hace brava resistencia el general Heliodoro Pèrez desde su jacal y desde el suyo el coronel Paulino Fontes, hasta que se les agota el parque.

  Pero a medida que la resistencia se hace más débil, uno de los ayudantes de don Venustiano, el capitán Octavio Amador que ha estado haciendo disparos desde su puerta, oye un ruido como de papeles que alguien rasga y luego escucha al licenciado Manuel Aguirre Berlanga, que es quien más cerca se encuentra del Presidente Carranza, preguntar a èste si se encuentra bien, don Venustiano dice estar molesto y momentos después confiesa:  “Licenciado tengo rotas las piernas y ya no soporto más”, a lo que el licenciado Berlanga contesta “tenga calma señor, que ya no tarda en llegar el auxilio”.

  Las chusmas de Herrero piden a gritos que arrastren de las barbas a don Venustiano, po lo que Aguirre Berlanga infiere que el Presidente, al comprender que está bastante mal y al oír los insultos que le lanzan, prefiere dispararse un balazo antes que verse ultrajado por la soldadesca.  Ese balazo y otro más los distingue en la breve tregua del combate el capitán Amador.  Las detonaciones producen dos intensos fogonazos.  Amador vuelve el rostro al interior del jacalucho y sólo recoje con su olfato el acre olor de la pòlvora.

  El licenciado Aguirre Berlanga deduce que primero el Presidente se da un balazo en el pecho y como le queda vida para buscarse el corazón, se da un segundo balazo para poner fin a su vida antes que sufrir la humillación de verse ultrajado y profanado, sin embargo ese segundo disparo no logra ultimarlo.

  El capitàn Facundo Garrido entra en esos momentos inquiriendo donde está el tesoro, pero al ver al señor Carranza tan malherido da unas disculpas y sale dizque a traer un médico.  Pero con quien regresa es con Herminio Màrquez Escobedo, hermano menor de aquellos hermanos Màrquez a quienes don Venustiano decretò fuera de la ley debido a que volaron un tren que conducía empleados suyos de Veracruz a la ciudad de México.  Herminio había visto la ejecución de sus hermanos y jurò vengarlos.  Al entrar al jacal dice haber oído que alguien exclamaba: “Ya se suicidò el señor Presidente”.  Así que lo primero que hizo es buscar ese supuesto e inexistente tesoro que todos ellos buscaban.

  A la luz de una velas prendidas por el capitán Garrido, distingue el cuerpo del señor Carranza tendido entre papeles desmenuzados y en la diestra una pistola; la exàmina y ve que es una texana calibre 44,  Màrquez Escobedo urga entre las ropas del señor Carranza y nota que el Presidente aún agoniza y le dice quien es y como había visto a ejecución de sus hermanos en Otatlàn, Puebla, por el general Gabriel Barrios.  “Sobre eso hay que hablar mucho, muchacho, y ya no tengo tiempo” alcanza decir don Venustiano, quien, según atestiguan Leoncio Rivera, Abelardo Lima y Gabriel Aguirre, que están presentes, puede disparar todavía sobre Màrquez Escobedo que se salva milagrosamente y quien luego hace fuego sobre el Presidente dejándolo bien muerto.

  Al retirase, se acerca Aguirre Berlanga, y nota entre los dedos índice y pulgar de don Venustiano huellas de fogonazos, mientras el ayudante Suàrez sostiene entre sus brazos el cuerpo del Presidente y ve su reloj fosforescente que marca las cuatro y media de la mañana.

  Secundino Reyes, el fiel asistente de don Venustiano, amortaja lloroso el cadáver y lo coloca en improvisado lecho con los sudaderos de su caballo por colchòn y su silla de montar por cabecera.

  De Tlaxcalantongo fue conducido el cadáver de don Venustiano Carranza al poblado de Xico.  En una escuela se improvisò la capilla ardiente.  Se le cubriò con a bandera nacional y se hicieron las salvas de ordenanza, por disposición del general Francisco de P. Mariel que al saber la muerte del Presidente, con el auxilio de las fuerzas que había en Villa Juárez levantò el campo, condujo el cadáver a esa plaza y ordenó se procediera a inyectarlo.

  Acude el general Pablo Gonzàlez a ver a Obregòn en el hotel Saint Francis.  Anoche al saber la muerte de Don Venustiano Carranza le llama por teléfono y antes de que empezara a hablar de ello, Obregòn le dice: “Ya se lo que me va a comunicar. La muerte de Don Venustiano, ¿no?  ¡Què buen golpe!, ¿verdad?”  “Si---repuso don Pablo---, muy buen golpe, pero para usted, y sobre todo para la Revoluciòn.  Como está usted enfermo, mañana ire a verlo en su alojamiento” y colgó la bocina.

  Hoy lo halla en el hotel departiendo con el licenciado Roque Estrada, con el doctor Cutberto Hidalgo y con el representante diplomático de una nación amiga. Don Pablo llega acompañado por el general Jacinto B. Treviño.  Hay otros civiles y militares a quienes habla de lo de Tlaxcalantongo.  El general Obregòn encuentra el hecho muy adecuado a las circunstancias; se jacta de la habilidad con que se ha procedido.  Don Pablo lo llama aparte y le hace ver su torpeza al hacer del conocimiento de extraños, y sobre todo de un diplomático extranjero, “hechos y detalles que darán lugar a serios comentarios”.

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