20 de Mayo de 1920
Sigue la despiadada persecución de
Carranza
Muy temprano abandonan Tlaltepango Carranza y los miembros de su
columna, y a eso de las once de la mañana arriban a Patla. Son los dominios de
Rodolfo Herrero, que tiene su cuartel general en el Plan de Progreso de
Zaragoza.
En Patla come la comitiva repartida en diferentes casas y fondas. A la
una de la tarde siguen hacia La Unión.
Interrogado el general Mariel por el Presidente Carranza por el camino
que seguirían, opina que deben llegar a Necaxa o Huauchinango, donde estarán
cubiertos de cualquier sorpresa, pues cuentan con los contingentes de Lindoro
Hernàndez y del fiel Valderrabano.
El Presidente objeta que Huauchinango y Necaxa están muy bien
comunicados con la capital de la Republica y pueden enviar tropas con
facilidad. Tampoco acepta ir a Chiconautla, si no a un punto más bajo de Villa
Juárez sin comunicación telefònica ni telegráfica. Propone Mariel a San Pedrito, pero al saber
don Venustiano que está más cerca de Villa Juárez que Tlaxcalantongo, prefiere
este lugar.
Cèsar Lechuga, subordinado de Herrero, a quien con Miguel B. Màrquez
hallaron en Patla, es el que sugiere Tlaxcalantongo a Carranza; lo apoya un
jinete que los alcanza antes de llegar a La Unión, de “indumentaria limpia y
catrina y montura fresca y briosa” según lo advierte el licenciado Cabrera, y
hace su propia presentación: Es el general Rodolfo Herrero, de su mismo pueblo
(de Cabrera), Zacatlàn. Parece que acaba de salir de un lugar muy próximo a
hacerse presente “para proteger el paso del señor Presidente por la región”,
afirma al llegar.
Por órdenes del Presidente, parte el general Mariel a cortar las
comunicaciones con México para llegar mañana a Villa Juárez. Cèsar Lechuga le
pide acompañarlo, y Herrero, llegando, le dice: “General Mariel, voy a probarle
mi gratitud y asegurarle al señor Presidente Carranza que mi adhesión ofrecida
será cumplida, aquí no tengan cuidado; yo serè leal y cuenten conmigo y con mis
fuerzas para lo que se les ofrezca”.
El licenciado Cabrera le pregunta si no será conveniente esperar el
regreso de Mariel en La Unión y le responde que allí estarán expuestos a un
ataque que viniera por el rumbo de Xico; que lo mejor es quedarse esa noche en
Tlaxcalantongo, “lugar muy seguro y donde hay bastante que comer y pastura para
los caballos”. Comenzaba a lloviznar amenazando una tormenta cuando a las cinco de la tarde llegaron a
Tlaxcantongo, en una de las chozas hay un: “Muera Carranza”, pintado
recientemente en uno de los muros de adobe.
Al descender don Venustiano de su cabalgadura, Rodolfo Herrero ---hasta
allí su caballerango, como su más viejo y leal servidor que cuantas veces el
Presidente ha querido desmontar echa pie a tierra rápidamente y se deshace en
miramientos y atenciones --- considera su presa asegurada y deja de ser
solìcito y sumiso, apenas si se digna decir al señor Carranza: “esta es la
mejor casa en donde podrá usted pasar la noche, por ahora será aquí su Palacio
Nacional”. Es un pobre jacal que sirve
al pueblo de juzgado, frente a una plazoleta. Cuenta con una sola pieza grande,
con unos ocho metros de largo por cinco de ancho; el techo es de zacàte con
aleros y las paredes son de rajas clavadas con travesaños.
Don Venustiano, sin resignarse, dispone que don Mario Mèndez vea si no
hay otra choza con piso siquiera de madera; envìa al capitán Octavio Amador a
buscar maíz, y al general Heliodoro Pèrez y al ayudante Ignacio Suàrez a que
con el general Rodolfo Herrero coloquen los puestos avanzados.
El general Urquizo, por más que busca, sólo encuentra un cobertizo de
paja, sin paredes, y mientras los asistentes buscan zacate para los caballos,
asan un pedazo de carne traído de Patla.
El general Urquizo no se anima a dormir todavía y va a ver al Presidente
para hacerle ver su recelo en cuanto al lugar que se escogiò para pasar la
noche; no hay absolutamente nada de forraje para los caballos cansados y
hambrientos, lo cual es alarmante, pues al salir de esta condenada serranìa se
necesitarìa más de ellos.
“Es cierto, estamos aquí y podríamos caminar cuatro o cinco leguas más
---responde don Venustiano---, pero tenemos que esperar noticias de Mariel para
saber como està el camino más adlante”.
Regresa el Ministro de la Guerra a su cobertizo donde se asa la carne en
buena lumbre, y pensando que al día siguiente quizá no haya en que caminar, el
general Urquizo y sus acompañantes devoran la carne asada, sin tortillas y sólo
con café muy caliente.
El general Barragan va a dar al general Murguìa una noticia que puede
ser muy grave: Rodolfo Herrero se ha regresado a Paxtla pretextando que un
hermano suyo, en una riña con un soldado, recibió un balazo. Se le facilitò yodo y vendas por orden de
Carranza, y acaba de partir. Juntos
Murguìa y el licenciado Cabrera, que ve con cada detalle confirmadas sus
sospechas respecto de Herrero, se dirigen ha hablar con don Venustiano.
Aún se resiste Murguìa a creer en una celada, satisfecho con las
demostraciones de lealtad de Herrero desde su incorporación, le vino hablando
durante el camino muy cariñosamente y hasta le ha recomendado que si salen
todos de la zona el plan es ganar el norte de la República para escogerlo como
base de operaciones, llegar primero a Villa Juárez, reforzar la columna con la
gente de Lindoro Hernàndez y Valderrabano, seguir por la sierra de Hidalgo,
para por las inmediaciones de Jacala rumbo a Querètaro, por las cercanías de
Jalpa, continuar a Valles, San Luis Potosì, y entrar en Tamaulipas, o si no, en
caso de que un tal Porfirio Rubio los hostilice, seguir por Zacualtipàn, la
tierra del inmenso Felipe Àngeles, a Huejutla y de ahí a San Vicente
Tancuayalab y penetrar en dicho Estado.
Hasta se ha designado una comisión que marche a los Estados Unidos a
comunicarse con los representantes del carrancismo, y conseguir elementos para
la campaña; de paso, la comisión hablarà con los jefes adictos que encuentre,
para que estén listos a incorporarse. Cont. Día 20.
Cont, día 20
El licenciado Cabrera no baja a Herrero de Taimado, perito en las
prácticas latrofacciosas de un servidor de Victoriano Huerta. Sus antecedentes indican que jamás ha sido
revolucionario. Su carrera política y
militar ---dice Cabrera a Gersayn Ugarte
y Murguìa--- se inició organizando el batallón “Blanquet” de voluntarios de
Zacatlàn, en tiempos de Huerta. De 1914
a 1919 permaneciò alzado a las órdenes de Pelàez y Fèlix Dìaz hasta que se
rindió a Mariel.
Ya ante Carranza, el licenciado Cabrera lo urgiò reanudar la marcha ya
que es muy sospechosa la actitud y la ausencia de Herrero. Acto seguido Cabrera extiende en la tosca mesa
un mal trazado mapa que lleva consigo y en el cual ha señalado el lugar donde
se encuentran: Una mezquina meseta a lo largo del lomo de una cresta, con una
entrada al sur y una salida al norte y a los lados profundas barrancas. Propone Cabrera salir inmediatamente de esa
ratonera y reanudar la jornada hasta un sitio llamado “Lo de Esquitin!, más al
norte y con casas de mampostería.
Don Venustiano hace ver que ya son las siete y media de la noche y el
aguacero se ha intensificado.
---Decididamente no se puede reanudar la marcha ---sentencia---, todos
están cansados; esta muy obscuro, llueve mucho y no conocemos el camino; y,
sobre todo, Mariel sabe que aquí estamos esperándolo. Diremos ahora lo que Miramòn: Dios cuide de
nosotros estas veinticuatro horas.
Llega el capitán Amador e informa que ni en el pueblo ni en sus
alrededores se ha conseguido nada de pasturas; apenas pudo cortar una puntas de
caña de maíz, pese a lo asegurado por Herrero sobre la abundancia que reinaba
en Tlaxcalantongo.
Esto, unido a lo que comunica el general Heliodoro Pèrez acerca de que
las avanzadas de vigilancia se han distribuido de acuerdo a las indicaciones
del propio Herrero, hace que el Presidente confiese que el también ha captado
la psicología del sospechoso sujeto, pro advierte que retroceder es perder una
jornada y aproximarse a los perseguidores. Por lo tanto, ordena que todos se
vayan a descansar.
Ya en su choza, el licenciado Cabrera demuestra su inconformidad con la
decisión del señor Carranza y exclama:
---Yo creo que debemos levantarnos a las tres de la mañana y salir lo
más temprano de este pueblo si no queremos que nos den un albazo (emboscada).
Yo no me quito ni las polainas para poder levantarme fácilmente.
Igual ha hecho el general Urquizo en su cobertizo, no por sospechas, si no
porque el sueño lo domina. Tentado en
descalzarse, apenas si tiene tiempo de aflojarse el cinturón y oír decir a su
asistente que hay que echar más leña al fuego para que el café esté bien
caliente en la madrugada.
Mientras tanto, el general Mariel ha llegado a San Pedrito y manda
llamar a Lindoro Hernàndez y Valderrabano, que llegan a las ocho de la noche y
sin titubear se ponen a las órdenes de él y del Presidente Carranza. Urge que así se lo comuniquen a Carranza y se
le invite desde luego a pasar a Villa Juárez, donde será recibido con los
honores correspondientes a su alta investidura.
Mariel envìa con un propio la buena nueva y con la promesa que a la
mañana siguiente ---no en esos momentos porque la lluvia està en todo su
furor--- irà por él.
Duermen ya después de oír al señor Carranza relatar anécdotas de su
infancia, cuando el capitán Octavio Amador ve dibujarse en la puerta la figura
de un hombre de aspecto vulgar, probablemente un indígena totonaca cubierto con
una manga de hule. En voz alta da las
buenas noches y pregunta por el señor Carranza:
---Soy un correo con un recado del general Mariel para el señor
Carranza. Vengo de Villa Juárez y
necesito entregarlo en propia mano del señor Carranza, según la orden del
general Mariel.
Don Venustiano ya despierto se incorpora y ordena al propio que pase, Se
enciende una vela y el Presidente recibe u pliego. Al terminar de leer, da las gracias al
viajero y le indica buscar alojamiento para pasar la noche, pero el propio se
despide y se pierde en la obscuridad. El
Presidente lee a todos el parte del general Mariel acerca de que todo está
arreglado satisfactoriamente. Ne aún la
medianoche, y un tanto más tranquilos, se disponen a dormir bajo el rumor de la
tormenta y entre los resplandores y los truenos de los relámpagos.
A esta hora Rodolfo Herrera hace las últimas maniobras para que su
segundo, Miguel B. Màrquez, por la madrugada sorprenda los que duermen en
Tlaxcalantongo y se cumpla al pie de la letra la orden de Àlvaro Obregòn y que
le ha entregado Àlvaro Basave y Piña, por mediación del general Làzaro
Càrdenas:
“Tengo informes que por esos rumbos va don Venustiano Carranza con
escasa comitiva. Atàquelo y aniquílelo,
que es el único obstáculo que hay para la pacificaciòn de la República. Muy afectuosamente, A. Obregòn”.
Según expreso días después Basave
y Piña, no fue así como rezaba textualmente la orden. A otra persona confió que
la redacción era esta:
“Bata usted a don Venustiano Carranza y rinda parte de que èste murió en
el combate”.
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