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viernes, 20 de mayo de 2022

EFEMÉRIDES MEXICANAS // Rafael Urista de Hoyos


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0 de Mayo de 1920

Sigue la despiadada persecución de Carranza

  Muy temprano abandonan Tlaltepango Carranza y los miembros de su columna, y a eso de las once de la mañana arriban a Patla. Son los dominios de Rodolfo Herrero, que tiene su cuartel general en el Plan de Progreso de Zaragoza.

  En Patla come la comitiva repartida en diferentes casas y fondas. A la una de la tarde siguen hacia La Unión.  Interrogado el general Mariel por el Presidente Carranza por el camino que seguirían, opina que deben llegar a Necaxa o Huauchinango, donde estarán cubiertos de cualquier sorpresa, pues cuentan con los contingentes de Lindoro Hernàndez y del fiel Valderrabano. 

  El Presidente objeta que Huauchinango y Necaxa están muy bien comunicados con la capital de la Republica y pueden enviar tropas con facilidad. Tampoco acepta ir a Chiconautla, si no a un punto más bajo de Villa Juárez sin comunicación telefònica ni telegráfica.  Propone Mariel a San Pedrito, pero al saber don Venustiano que está más cerca de Villa Juárez que Tlaxcalantongo, prefiere este lugar.

  Cèsar Lechuga, subordinado de Herrero, a quien con Miguel B. Màrquez hallaron en Patla, es el que sugiere Tlaxcalantongo a Carranza; lo apoya un jinete que los alcanza antes de llegar a La Unión, de “indumentaria limpia y catrina y montura fresca y briosa” según lo advierte el licenciado Cabrera, y hace su propia presentación: Es el general Rodolfo Herrero, de su mismo pueblo (de Cabrera), Zacatlàn. Parece que acaba de salir de un lugar muy próximo a hacerse presente “para proteger el paso del señor Presidente por la región”, afirma al llegar.

  Por órdenes del Presidente, parte el general Mariel a cortar las comunicaciones con México para llegar mañana a Villa Juárez. Cèsar Lechuga le pide acompañarlo, y Herrero, llegando, le dice: “General Mariel, voy a probarle mi gratitud y asegurarle al señor Presidente Carranza que mi adhesión ofrecida será cumplida, aquí no tengan cuidado; yo serè leal y cuenten conmigo y con mis fuerzas para lo que se les ofrezca”.

  El licenciado Cabrera le pregunta si no será conveniente esperar el regreso de Mariel en La Unión y le responde que allí estarán expuestos a un ataque que viniera por el rumbo de Xico; que lo mejor es quedarse esa noche en Tlaxcalantongo, “lugar muy seguro y donde hay bastante que comer y pastura para los caballos”. Comenzaba a lloviznar amenazando una tormenta cuando  a las cinco de la tarde llegaron a Tlaxcantongo, en una de las chozas hay un: “Muera Carranza”, pintado recientemente en uno de los muros de adobe.

  Al descender don Venustiano de su cabalgadura, Rodolfo Herrero ---hasta allí su caballerango, como su más viejo y leal servidor que cuantas veces el Presidente ha querido desmontar echa pie a tierra rápidamente y se deshace en miramientos y atenciones --- considera su presa asegurada y deja de ser solìcito y sumiso, apenas si se digna decir al señor Carranza: “esta es la mejor casa en donde podrá usted pasar la noche, por ahora será aquí su Palacio Nacional”.  Es un pobre jacal que sirve al pueblo de juzgado, frente a una plazoleta. Cuenta con una sola pieza grande, con unos ocho metros de largo por cinco de ancho; el techo es de zacàte con aleros y las paredes son de rajas clavadas con travesaños.

  Don Venustiano, sin resignarse, dispone que don Mario Mèndez vea si no hay otra choza con piso siquiera de madera; envìa al capitán Octavio Amador a buscar maíz, y al general Heliodoro Pèrez y al ayudante Ignacio Suàrez a que con el general Rodolfo Herrero coloquen los puestos avanzados.

  El general Urquizo, por más que busca, sólo encuentra un cobertizo de paja, sin paredes, y mientras los asistentes buscan zacate para los caballos, asan un pedazo de carne traído de Patla.  El general Urquizo no se anima a dormir todavía y va a ver al Presidente para hacerle ver su recelo en cuanto al lugar que se escogiò para pasar la noche; no hay absolutamente nada de forraje para los caballos cansados y hambrientos, lo cual es alarmante, pues al salir de esta condenada serranìa se necesitarìa más de ellos.

  “Es cierto, estamos aquí y podríamos caminar cuatro o cinco leguas más ---responde don Venustiano---, pero tenemos que esperar noticias de Mariel para saber como està el camino más adlante”.

  Regresa el Ministro de la Guerra a su cobertizo donde se asa la carne en buena lumbre, y pensando que al día siguiente quizá no haya en que caminar, el general Urquizo y sus acompañantes devoran la carne asada, sin tortillas y sólo con café muy caliente.

  El general Barragan va a dar al general Murguìa una noticia que puede ser muy grave: Rodolfo Herrero se ha regresado a Paxtla pretextando que un hermano suyo, en una riña con un soldado, recibió un balazo.  Se le facilitò yodo y vendas por orden de Carranza, y acaba de partir.  Juntos Murguìa y el licenciado Cabrera, que ve con cada detalle confirmadas sus sospechas respecto de Herrero, se dirigen ha hablar con don Venustiano.

  Aún se resiste Murguìa a creer en una celada, satisfecho con las demostraciones de lealtad de Herrero desde su incorporación, le vino hablando durante el camino muy cariñosamente y hasta le ha recomendado que si salen todos de la zona el plan es ganar el norte de la República para escogerlo como base de operaciones, llegar primero a Villa Juárez, reforzar la columna con la gente de Lindoro Hernàndez y Valderrabano, seguir por la sierra de Hidalgo, para por las inmediaciones de Jacala rumbo a Querètaro, por las cercanías de Jalpa, continuar a Valles, San Luis Potosì, y entrar en Tamaulipas, o si no, en caso de que un tal Porfirio Rubio los hostilice, seguir por Zacualtipàn, la tierra del inmenso Felipe Àngeles, a Huejutla y de ahí a San Vicente Tancuayalab y penetrar en dicho Estado.

  Hasta se ha designado una comisión que marche a los Estados Unidos a comunicarse con los representantes del carrancismo, y conseguir elementos para la campaña; de paso, la comisión hablarà con los jefes adictos que encuentre, para que estén listos a incorporarse.                           Cont. Día 20.

Cont, día 20

  El licenciado Cabrera no baja a Herrero de Taimado, perito en las prácticas latrofacciosas de un servidor de Victoriano Huerta.  Sus antecedentes indican que jamás ha sido revolucionario.  Su carrera política y militar ---dice  Cabrera a Gersayn Ugarte y Murguìa--- se inició organizando el batallón “Blanquet” de voluntarios de Zacatlàn, en tiempos de Huerta.  De 1914 a 1919 permaneciò alzado a las órdenes de Pelàez y Fèlix Dìaz hasta que se rindió a Mariel.

  Ya ante Carranza, el licenciado Cabrera lo urgiò reanudar la marcha ya que es muy sospechosa la actitud y la ausencia de Herrero.  Acto seguido Cabrera extiende en la tosca mesa un mal trazado mapa que lleva consigo y en el cual ha señalado el lugar donde se encuentran: Una mezquina meseta a lo largo del lomo de una cresta, con una entrada al sur y una salida al norte y a los lados profundas barrancas.  Propone Cabrera salir inmediatamente de esa ratonera y reanudar la jornada hasta un sitio llamado “Lo de Esquitin!, más al norte y con casas de mampostería.

    Don Venustiano hace ver que ya son las siete y media de la noche y el aguacero se ha intensificado.

  ---Decididamente no se puede reanudar la marcha ---sentencia---, todos están cansados; esta muy obscuro, llueve mucho y no conocemos el camino; y, sobre todo, Mariel sabe que aquí estamos esperándolo.  Diremos ahora lo que Miramòn: Dios cuide de nosotros estas veinticuatro horas.

  Llega el capitán Amador e informa que ni en el pueblo ni en sus alrededores se ha conseguido nada de pasturas; apenas pudo cortar una puntas de caña de maíz, pese a lo asegurado por Herrero sobre la abundancia que reinaba en Tlaxcalantongo.

  Esto, unido a lo que comunica el general Heliodoro Pèrez acerca de que las avanzadas de vigilancia se han distribuido de acuerdo a las indicaciones del propio Herrero, hace que el Presidente confiese que el también ha captado la psicología del sospechoso sujeto, pro advierte que retroceder es perder una jornada y aproximarse a los perseguidores. Por lo tanto, ordena que todos se vayan a descansar.

  Ya en su choza, el licenciado Cabrera demuestra su inconformidad con la decisión del señor Carranza y exclama:

  ---Yo creo que debemos levantarnos a las tres de la mañana y salir lo más temprano de este pueblo si no queremos que nos den un albazo (emboscada). Yo no me quito ni las polainas para poder levantarme fácilmente.

  Igual ha hecho el general Urquizo en su cobertizo, no por sospechas, si no porque el sueño lo domina.  Tentado en descalzarse, apenas si tiene tiempo de aflojarse el cinturón y oír decir a su asistente que hay que echar más leña al fuego para que el café esté bien caliente en la madrugada.

  Mientras tanto, el general Mariel ha llegado a San Pedrito y manda llamar a Lindoro Hernàndez y Valderrabano, que llegan a las ocho de la noche y sin titubear se ponen a las órdenes de él y del Presidente Carranza.  Urge que así se lo comuniquen a Carranza y se le invite desde luego a pasar a Villa Juárez, donde será recibido con los honores correspondientes a su alta investidura.  Mariel envìa con un propio la buena nueva y con la promesa que a la mañana siguiente ---no en esos momentos porque la lluvia està en todo su furor--- irà por él.

  Duermen ya después de oír al señor Carranza relatar anécdotas de su infancia, cuando el capitán Octavio Amador ve dibujarse en la puerta la figura de un hombre de aspecto vulgar, probablemente un indígena totonaca cubierto con una manga de hule.  En voz alta da las buenas noches y pregunta por el señor Carranza:

  ---Soy un correo con un recado del general Mariel para el señor Carranza.  Vengo de Villa Juárez y necesito entregarlo en propia mano del señor Carranza, según la orden del general Mariel.

  Don Venustiano ya despierto se incorpora y ordena al propio que pase, Se enciende una vela y el Presidente recibe u pliego.  Al terminar de leer, da las gracias al viajero y le indica buscar alojamiento para pasar la noche, pero el propio se despide y se pierde en la obscuridad.  El Presidente lee a todos el parte del general Mariel acerca de que todo está arreglado satisfactoriamente.  Ne aún la medianoche, y un tanto más tranquilos, se disponen a dormir bajo el rumor de la tormenta y entre los resplandores y los truenos de los relámpagos.

  A esta hora Rodolfo Herrera hace las últimas maniobras para que su segundo, Miguel B. Màrquez, por la madrugada sorprenda los que duermen en Tlaxcalantongo y se cumpla al pie de la letra la orden de Àlvaro Obregòn y que le ha entregado Àlvaro Basave y Piña, por mediación del general Làzaro Càrdenas:

  “Tengo informes que por esos rumbos va don Venustiano Carranza con escasa comitiva.  Atàquelo y aniquílelo, que es el único obstáculo que hay para la pacificaciòn  de la República.  Muy afectuosamente, A. Obregòn”.

  Según expreso días después  Basave y Piña, no fue así como rezaba textualmente la orden. A otra persona confió que la redacción era esta:

  “Bata usted a don Venustiano Carranza y rinda parte de que èste murió en el combate”.

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