13 de Mayo de 1920
Continúa la odisea de Carranza rumbo
a Veracruz
Luego de un
desayuno con huevos revueltos con frijoles y café aguado, el Presidente
Carranza convoca a un consejo de generales, en el que se aprueba la proposición
del general Murguía de abandonar los trenes y la impedimenta que no se pueda conducir;
transportar a lomo de mula o en carruajes el dinero y las municiones y
emprender la marcha a caballo hasta Veracruz.
Mientras la mayoría de la tropa hace sus maletas para iniciar la salida,
las caballerías del general Guadalupe Sánchez (otro carrancista traidor), se
vienen encima a marcha cerrada pero son
contenidas por la infantería del Colegio Militar y los cañones y ametralladoras
del teniente coronel Hinojosa. Los generales Murguía y Urquizo intentar
organizar la resistencia pero sus fuerzas son diezmadas por la intensa metralla
proveniente de los cerros de la derecha y entonces sobreviene la confusión y el
pánico dispersándose la tropa entre los civiles que huyen.
Viendolo todo perdido, los generales Murguía y Urquizo se dirigen a la
plataforma del carro presidencial. El
Presidente Carranza, sentado en uno de los sillones del hall del carro y sin
mostrar ninguna alteración, observa por una de las ventanillas el desastre.
Todos han huido de él y lo han dejado solo.
Urquizo y Murguía lo instan desde afuera para que salga: “No—responde—no salgo yo de aquí, aquí me
quedo”.
Una lluvia de balas cae sobre el tren y el no se mueve de su sillón, ni
su voz denuncia el más ligero temor.
Pero ante la insistencia de sus leales generales finalmente acepta salir
y montar un caballo que le ofrece el general Urquizo. Mientras el enemigo desciende de los cerros y
el tiroteo arrecia, algunas balas rebotan en las ruedas del tren o en el
barandal de la plataforma pero el Presidente, ya montado en el caballo, no se
mueve, localiza a su asistente y le ordena: “Mira, busca en mi camarote una
petaca con papeles que tengo allí; tráela tu mismo”. Después de una angustiosa espera el asistente
regresa con la petaca y el Presidente ordena: “Ahora sí, vámonos”. Al iniciar
la marcha, Urquizo comenta con Murguìa: “No toma para nada en cuenta la
apremiante y espantosa situación. Tal parece que va a dar su acostumbrado paseo
diario a caballo, allá en la capital”.
Bajan paso a paso el terraplén de la vía del ferrocarril y a la cabeza
de un pequeño grupo, se toma el rumbo del rancho de Santa María. El jefe del Escuadrón de Caballería del
Colegio Militar pide órdenes al general Urquizo, que le indica que con su
escuadrón escolte al señor Presidente.
Llega Carranza y su comitiva a la hacienda de Zacatepec hoy por la
noche. Se da agua y maíz a los caballos y solamente se aflojan las monturas. La
servidumbre de la hacienda se pone en movimiento. En torno a la tosca mesa y a
la luz de un quinquè se espera lo que buenamente den de cenar al Presidente de
la República y a sus fieles en derrota.
Carne asada, frijoles, tortillas y café, una buena cena dadas las
circunstancias aunque insuficiente pero, repartida con equidad.
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