QUINCUAGESIMO SEPTIMO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.
MARISCAL DON
PEDRO GARIBAY 1808 a 1809
Al ser destituido el
virrey Iturrigaray se reunieron la Audiencia, los Oidores y el Arzobispo, acordando
no abrir el pliego de mortaja por temor a encontrarse que el sucesor fuera
alguien nombrado por influencia del ministro Godoy o algún partidario o amigo
de Iturrigaray, designando al militar de más alta graduación que había en la
capital.
Este resultó el
mariscal de campo retirado don Pedro Garibay, hombre de 80 años y enfermo,
quien al principio se convirtió en instrumento de quienes lo habían puesto en
el poder y de inmediato procedió contra los que habían apoyado a su antecesor,
entre ellos el licenciado Francisco Primo Verdad y Ramos, síndico del
ayuntamiento de la ciudad de México, quien fue asesinado en su celda; el
regidor don Juan Francisco de Azcárate que se le tuvo preso hasta 1811 cuando
fue liberado por el virrey don Francisco Javier Venegas; y el fraile mercedario
fray Melchor de Talamantes quien murió de fiebre amarilla en las lóbregas tinajas
de San Juan de Ulúa.
Sin embargo, Garibay
dio muestras de ser un hombre honesto y previsor. Durante su gobierno de sólo diez meses, se
dedicó a organizar el ejército novohispano, pues intuía que la guerra estaba
próxima, aunque el la pensaba atinadamente contra los franceses. Aumentó el número de soldados, fundió cañones
y adquirió armamento.
La Suprema Corte de
Sevilla, que por entonces gobernaba España en nombre de Fernando VII ---preso
en Francia--- enterada de los sucesos que hicieron caer al virrey Iturrigaray,
decidió nombrar otro virrey en México, no sin antes agradecer a don Pedro
Garibay sus buenos servicios. El viejo
mariscal se retiró y siguió viviendo con la sencillez de siempre, pues no se
llevó un solo peso mal habido.
QUINCUAGESIMO OCTAVO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.
DON FRANCISCO JAVIER DE LIZANA Y BEAUMONT -1809 a 1810
Los sucesos ocurridos
en España alteraron los ánimos y provocaban enconadas discusiones entre
criollos y españoles peninsulares. Reafirmaban
éstos su lealtad al monarca; los otros (criollos: españoles nacidos en México)
argumentaban que la nación debía ser libre e independiente.
Una conspiración de
oficiales criollos fue descubierta en la ciudad de Valladolid (la actual
Morelia), en Michoacán, y los implicados, don José María Michelena y capitán
José María García Obeso, fueron a dar a la cárcel acusados de traición, pues
instigaban en favor de la separación de México respecto de España. El virrey arzobispo intercedió por ellos
quienes, en vez de ser ejecutados, fueron enviados presos a España. Al arzobispo
virrey Lizana y Beaumont, por su eterna pugna contra los oidores por sus arbitrariedades
e injusticias y pretextando su debilidad para gobernar, fue removido de su
cargo entregando el gobierno a la audiencia que lo detentó hasta la llegada del
nuevo virrey.
El afable arzobispo
no podía impedir la marea que se levantaba incontenible. Aprovechando su benévolo modo de gobernar, en
todas partes se conspiraba. Un grupo de
decididos criollos se reunían en la ciudad de Querétaro, pero fueron
descubiertos y denunciados. Sin embargo,
a Lizana y Beaumont no le tocaba enfrentar el peligro que amenazaba a la Nueva
España. Entregó el mando del virreinato
a su sucesor el 14 de septiembre de 1810, precisamente la víspera de iniciación
de la guerra de independencia.
DON FRANCISCO JAVIER VENEGAS Y SAAVEDRA – 1810 a 1813.
Don Francisco Javier
Venegas recibe el bastón de mando de la Nueva España en los momentos en que se
conspiraba en Querétaro por la independencia de México. Llegaba precedido por la fama de ser un
auténtico héroe de guerra --- pues había combatido en Bailen, en la gran
batalla en que los españoles ganaron sobre las tropas napoleónicas--- pero aun
así fue recibido por los mexicanos con burlas por su corte de pelo y sus
patillas al estilo francés.
Además a los pocos
días de haber tomado posesión del virreinato se enteró que en el curato de
Dolores en el hoy Estado de Guanajuato, un sacerdote de nombre Miguel Hidalgo y
Costilla, había llamado a la insurrección, proclamando la independencia y
guiando a miles de hombres a la guerra.
Venegas no conocía el
país y poco podía hacer para sofocar la revuelta que alcanzó grandes proporciones cuando Hidalgo asalto la
alhóndiga de granaditas en la ciudad de Guanajuato y permitió el asesinato de
todos los que estaban allí incluyendo
mujeres, ancianos y niños.
El virrey confió el
mando de las operaciones militares al brigadier Félix María Calleja del Rey,
ofreciendo una jugosa recompensa por la cabeza de Hidalgo y aclamó a la virgen
de Los Remedios como “generala” de los ejércitos del rey, para oponerla a la
Guadalupana que enarbolaban los insurgentes.
Pero antes de que sus
medidas pudieran ser efectivas, los insurgentes de Hidalgo se acercaron a la
ciudad de México. El virrey envió a los
pocos hombres que tenía a su mando al Monte de las Cruces, antesala de la gran
capital, donde fueron derrotados. Los
sobrevivientes se refugiaron en la capital y Venegas se dispuso a defenderla
hasta vencer o morir, pues sabía que más de ochenta mil hombres se abalanzarían
sobre ella. Venegas sabía que los pocos hombres que tenía (un par de miles)
pronto serían aniquilados pero no podía hacer más y sólo podía esperar un
milagro y éste le fue concedido: Hidalgo no atacó la ciudad de México
retirándose a la ciudad de Toluca.
En su retirada,
Hidalgo fue derrotado en Aculco por las tropas de Calleja, quien persiguió a
los insurgentes hasta la ciudad de
Guanajuato donde volvió a derrotarlos, y luego, volvió hacerlo en el Puente de
Calderón, cerca de Guadalajara. Hidalgo,
Allende y demás jefes insurgentes con los restos de sus tropas huyeron al norte
donde fueron traicionados por su correligionario Ignacio Elizondo, apresados,
enjuiciados y ejecutados por orden del virrey.
Venegas había
sobrevivido. Repuesto del susto que le
dio Hidalgo, se dispuso a tomar en sus manos el control de las operaciones militares
que ahora se organizaban en contra de un nuevo caudillo que apareció en el sur
del virreinato: José María Morelos. Sin
embargo encontró otro enemigo en su subordinado, el ya mariscal Calleja, quien
despreciaba altaneramente al virrey y este le correspondía, ofendiéndolo una y
otra vez.
El virrey Venegas
envió a Calleja a combatir a Morelos, pero este lo humilló, venciéndolo en el
sitio de Cuautla. Calleja regresó con el
fracaso a cuestas, bajo la mirada burlona y satisfecha del virrey a quien
complació ver a su enemigo derrotado al que reprendió severamente quitándole
todo mando de tropas.
Venegas pensaba que
se había deshecho para siempre de Calleja pero no contaba conque este tenía
amigos poderosos, que intrigaron a su favor ante la regencia española, que
gobernaba a nombre de Fernando VII desde el puerto de Cádiz, acusando al virrey
Venegas y haciéndolo responsable de las dificultades para pacificar a la Nueva
España.
Los regentes
escucharon atentos las acusaciones contra Venegas debidas sobre todo por su
política bárbara y sanguinaria, que consistía en fusilar a todo insurgente
capturado. En represalia por la matanza
ordenada por Hidalgo en Guanajuato, Venegas había convertido a México en un mar
de sangre.
Fue removido del mando y le hizo entrega del virreinato a su acérrimo rival por órdenes expresas de la regencia española, el antiguo brigadier y ahora mariscal Félix María Calleja del Rey el 4 de marzo de 1813.
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