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domingo, 14 de mayo de 2023

BOSQUEJO HISTÓRICO // Rafael Urista de Hoyos

QUINCUAGESIMO SEPTIMO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

MARISCAL DON PEDRO GARIBAY   1808 a 1809

  


Al ser destituido el virrey Iturrigaray se reunieron la Audiencia, los Oidores y el Arzobispo, acordando no abrir el pliego de mortaja por temor a encontrarse que el sucesor fuera alguien nombrado por influencia del ministro Godoy o algún partidario o amigo de Iturrigaray, designando al militar de más alta graduación que había en la capital.

  Este resultó el mariscal de campo retirado don Pedro Garibay, hombre de 80 años y enfermo, quien al principio se convirtió en instrumento de quienes lo habían puesto en el poder y de inmediato procedió contra los que habían apoyado a su antecesor, entre ellos el licenciado Francisco Primo Verdad y Ramos, síndico del ayuntamiento de la ciudad de México, quien fue asesinado en su celda; el regidor don Juan Francisco de Azcárate que se le tuvo preso hasta 1811 cuando fue liberado por el virrey don Francisco Javier Venegas; y el fraile mercedario fray Melchor de Talamantes quien murió de fiebre amarilla en las lóbregas tinajas de San Juan de Ulúa.

  Sin embargo, Garibay dio muestras de ser un hombre honesto y previsor.  Durante su gobierno de sólo diez meses, se dedicó a organizar el ejército novohispano, pues intuía que la guerra estaba próxima, aunque el la pensaba atinadamente contra los franceses.  Aumentó el número de soldados, fundió cañones y adquirió armamento.

  La Suprema Corte de Sevilla, que por entonces gobernaba España en nombre de Fernando VII ---preso en Francia--- enterada de los sucesos que hicieron caer al virrey Iturrigaray, decidió nombrar otro virrey en México, no sin antes agradecer a don Pedro Garibay sus buenos servicios.  El viejo mariscal se retiró y siguió viviendo con la sencillez de siempre, pues no se llevó un solo peso mal habido.

 

QUINCUAGESIMO OCTAVO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON FRANCISCO JAVIER DE LIZANA Y BEAUMONT -1809 a 1810


Por las circunstancias en que se debatía España por el yugo francés, la Junta Suprema designó virrey interino al arzobispo de México, don Francisco Javier de Lizana y Beaumont, quien, dado su carácter apacible, se pensó sería el indicado para calmar los ánimos encendidos por las múltiples amenazas de guerra extranjera y las discordias civiles. En su corto período de sólo diez meses también, pidió un préstamo de varios millones de pesos para remitirlos a España en su lucha contra Francia.

  Los sucesos ocurridos en España alteraron los ánimos y provocaban enconadas discusiones entre criollos y españoles peninsulares.  Reafirmaban éstos su lealtad al monarca; los otros (criollos: españoles nacidos en México) argumentaban que la nación debía ser libre e independiente.

  Una conspiración de oficiales criollos fue descubierta en la ciudad de Valladolid (la actual Morelia), en Michoacán, y los implicados, don José María Michelena y capitán José María García Obeso, fueron a dar a la cárcel acusados de traición, pues instigaban en favor de la separación de México respecto de España.  El virrey arzobispo intercedió por ellos quienes, en vez de ser ejecutados, fueron enviados presos a España. Al arzobispo virrey Lizana y Beaumont, por su eterna pugna contra los oidores por sus arbitrariedades e injusticias y pretextando su debilidad para gobernar, fue removido de su cargo entregando el gobierno a la audiencia que lo detentó hasta la llegada del nuevo virrey.

  El afable arzobispo no podía impedir la marea que se levantaba incontenible.  Aprovechando su benévolo modo de gobernar, en todas partes se conspiraba.  Un grupo de decididos criollos se reunían en la ciudad de Querétaro, pero fueron descubiertos y denunciados.  Sin embargo, a Lizana y Beaumont no le tocaba enfrentar el peligro que amenazaba a la Nueva España.  Entregó el mando del virreinato a su sucesor el 14 de septiembre de 1810, precisamente la víspera de iniciación de la guerra de independencia.

  QUINCUAGESIMO NOVENO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON FRANCISCO JAVIER VENEGAS Y SAAVEDRA – 1810 a 1813.



  Don Francisco Javier Venegas recibe el bastón de mando de la Nueva España en los momentos en que se conspiraba en Querétaro por la independencia de México.  Llegaba precedido por la fama de ser un auténtico héroe de guerra --- pues había combatido en Bailen, en la gran batalla en que los españoles ganaron sobre las tropas napoleónicas--- pero aun así fue recibido por los mexicanos con burlas por su corte de pelo y sus patillas al estilo francés.

  Además a los pocos días de haber tomado posesión del virreinato se enteró que en el curato de Dolores en el hoy Estado de Guanajuato, un sacerdote de nombre Miguel Hidalgo y Costilla, había llamado a la insurrección, proclamando la independencia y guiando a miles de hombres a la guerra.

  Venegas no conocía el país y poco podía hacer para sofocar la revuelta que alcanzó grandes  proporciones cuando Hidalgo asalto la alhóndiga de granaditas en la ciudad de Guanajuato y permitió el asesinato de todos  los que estaban allí incluyendo mujeres, ancianos y niños.

  El virrey confió el mando de las operaciones militares al brigadier Félix María Calleja del Rey, ofreciendo una jugosa recompensa por la cabeza de Hidalgo y aclamó a la virgen de Los Remedios como “generala” de los ejércitos del rey, para oponerla a la Guadalupana que enarbolaban los insurgentes.

  Pero antes de que sus medidas pudieran ser efectivas, los insurgentes de Hidalgo se acercaron a la ciudad de México.  El virrey envió a los pocos hombres que tenía a su mando al Monte de las Cruces, antesala de la gran capital, donde fueron derrotados.  Los sobrevivientes se refugiaron en la capital y Venegas se dispuso a defenderla hasta vencer o morir, pues sabía que más de ochenta mil hombres se abalanzarían sobre ella.  Venegas sabía que  los pocos hombres que tenía (un par de miles) pronto serían aniquilados pero no podía hacer más y sólo podía esperar un milagro y éste le fue concedido: Hidalgo no atacó la ciudad de México retirándose a la ciudad de Toluca.

  En su retirada, Hidalgo fue derrotado en Aculco por las tropas de Calleja, quien persiguió a los insurgentes  hasta la ciudad de Guanajuato donde volvió a derrotarlos, y luego, volvió hacerlo en el Puente de Calderón, cerca de Guadalajara.  Hidalgo, Allende y demás jefes insurgentes con los restos de sus tropas huyeron al norte donde fueron traicionados por su correligionario Ignacio Elizondo, apresados, enjuiciados y ejecutados por orden del virrey.

  Venegas había sobrevivido.  Repuesto del susto que le dio Hidalgo, se dispuso a tomar en sus manos el control de las operaciones militares que ahora se organizaban en contra de un nuevo caudillo que apareció en el sur del virreinato: José María Morelos.  Sin embargo encontró otro enemigo en su subordinado, el ya mariscal Calleja, quien despreciaba altaneramente al virrey y este le correspondía, ofendiéndolo una y otra vez.

  El virrey Venegas envió a Calleja a combatir a Morelos, pero este lo humilló, venciéndolo en el sitio de Cuautla.  Calleja regresó con el fracaso a cuestas, bajo la mirada burlona y satisfecha del virrey a quien complació ver a su enemigo derrotado al que reprendió severamente quitándole todo mando de tropas.

  Venegas pensaba que se había deshecho para siempre de Calleja pero no contaba conque este tenía amigos poderosos, que intrigaron a su favor ante la regencia española, que gobernaba a nombre de Fernando VII desde el puerto de Cádiz, acusando al virrey Venegas y haciéndolo responsable de las dificultades para pacificar a la Nueva España.

  Los regentes escucharon atentos las acusaciones contra Venegas debidas sobre todo por su política bárbara y sanguinaria, que consistía en fusilar a todo insurgente capturado.  En represalia por la matanza ordenada por Hidalgo en Guanajuato, Venegas había convertido a México en un mar de sangre.

  Fue removido del mando y le hizo entrega del virreinato a su acérrimo rival por órdenes expresas de la regencia española, el antiguo brigadier y ahora mariscal Félix María Calleja del Rey el 4 de marzo de 1813.

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