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domingo, 7 de mayo de 2023

BOSQUEJO HISTÓRICO // Rafael Urista de Hoyos


QUINCUAGESIMO TERCER VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON MIGUEL DE LA GRÚA TALAMANCA Y BRANCIFORTE= 1794-1798

  En contraste con el segundo conde de Revillagigedo, este nuevo virrey de la Nueva España fue acusado de corrupto, ladrón, malvado y lambiscón (el prototipo real de un político mexicano), puesto que su conducta como gobernante demostraba que sólo había venido a México a enriquecerse y, de paso, destruir el sistema administrativo construido por su antecesor; Branciforte fue un eslabón más en la cadena de degradación y corrupción de la corona española que empezaba en la familia real.

  No era la primera vez que esto ocurría, pero fue la vez que más escándalo provocó, a grado tal que el pueblo, temeroso de represalias, se contentó con murmurar a sus espaldas y fijar en las paredes pasquines en que se comparaba al demonio mismo con Branciforte.

  Este virrey estaba casado con doña Antonia María Godoy, hermana del primer ministro y válido del rey Carlos IV, y como tenía la protección del ministro real y favorito de la reina María Luisa de Parma (que era amante del ministro), llegó a la Nueva España a corromper la severa y benéfica administración de su antecesor el segundo conde de Revillagigedo; así este virrey de la Nueva España obtuvo el nombramiento gracias a su relación con el favorito sin otro merecimiento.

  Branciforte empezó a exigir se le diera el tratamiento de monarca (su majestad), favoreció los vicios del pueblo, puso a la venta los empleos públicos, recibía regalías de toda y de nada con tal de obtener dinero fácilmente, traficaba con los puestos de oficiales del ejército, confiscaba bienes, introducía artículos de contrabando y, para completar la rapaz calidad del régimen, la virreina engañaba a las incautas y aduladoras señoras mexicanas, a quienes cambiaba joyas y perlas por collares y aretes de coral, adornos que, según ella, estaba de moda en Europa.

  Cansado, según él, de gobernar y “harto de vivir en México”, el marqués de Branciforte pidió su relevo y su concuño se lo concedió.  Se despidió de la Nueva España saqueando la casa de moneda, con el pretexto de mostrar al monarca, el inepto y cornudo Carlos IV, las nuevas monedas acuñadas que llevaban la efigie real.

  En la ciudad de Orizaba, ya de salida o más bien de huida, entregó el bastón de mando al nuevo virrey el 31 de mayo de 1798.

 

QUINCUAGESIMO CUARTO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON MIGUEL JOSÉ DE AZANZA = 1798 – 1800.

 En un inusitado arranque de buen juicio, y quizá con el propósito de mejorar la tan deteriorada imagen de la monarquía, o tal vez para quitárselo de encima con una jugada política magistral, el ministro Manuel Godoy convenció al rey Carlos IV  de nombrar para el virreinato de la Nueva España a un burócrata eficaz y honesto de nombre Miguel José de Azanza, quien se distinguía por ser un feroz crítico del favorito ministro.

  Don Miguel José de Azanza asume el mando como virrey de la Nueva España quien no ostenta ningún título nobiliario por no pertenecer a la nobleza ibérica   y quien ya había venido a México antes, como escribiente del visitador Gálvez.  Durante su virreinato comenzaron a llegar a Veracruz los barcos neutrales, ya que la guerra en Europa perjudicó grandemente el comercio exterior.  En cambio, en México, la industria y el comercio progresaron debido a que los caudales de oro y plata no  pudieron enviarse a España, lo que contribuyó al engrandecimiento de la colonia.

  Azanza gobernó casi dos años, suficientes para remediar la delicada y lamentable situación heredada por su antecesor el marqués de Branciforte. Corrigió Azanza los abusos, devolvió los bienes confiscados, abolió la compraventa de grados en el ejército, limpió de funcionarios corruptos la real Hacienda y organizó de nueva cuenta el cobro de impuestos, de modo que la recaudación aumento una vez que la población recuperó la confianza en el buen manejo del dinero por parte de la autoridad.

  El virrey Azanza cumplió cabalmente su cometido.  Logró gobernar con el respeto de los novohispanos y obtuvo el agradecimiento del rey, a quien envió la remesa de oro y plata más importante en le historia de la Nueva España, valuada en esa época en mas de catorce millones de pesos.

  En la ciudad de México, en tiempos de Azanza, se dio la primera conspiración encaminada a obtener la independencia de la nación, con una veintena de individuos fraguando un plan para hacerse del poder.

  Los confabulados fueron denunciados y aprehendidos, pero solamente se les recogieron unos cuantos machetes que constituían todo su arsenal y que dieron nombre a su frustrado intento: “La conspiración de los machetes”.

  El 20 de abril de 1800 al entregar el virreinato, contrajo nupcias y se trasladó a España, pero en el trayecto fue hecho prisionero por los ingleses, siendo rescatado tiempo después  y nombrado Consejo de Estado.  Posteriormente se adhirió al partido del intruso José Bonaparte y al caer este, Azanza tuvo que emigrar a Francia despojándosele de todos sus bienes y empleos.

 

QUINCUAGESIMO QUINTO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON FÉLIX BERENGUER DE MARQUINA = 1800 a 1803.

  


El favorito del rey, Manuel Godoy, volvió a las andadas y consiguió que el monarca designara virrey de la Nueva España a un obscuro marino, Félix Berenguer de Marquina, pues éste había tenido el buen tino de obsequiar al poderoso ministro un cargamento de tejidos de seda ---todo su capital--- que entusiasmó al vanidoso amante de la reina.

  Sin embargo, Félix Berenguer de Marquina era un hombre bien intencionado pero torpe.  Su gran ilusión era hacerse popular entre los novohispanos y querido por ellos, cosa que no consiguió, aunque obtuvo algunos triunfos militares ---sofocó la insurrección del indio Mariano en Nayarit--- y en su tiempo se alcanzó una sosegada prosperidad económica.  Además, le gustaba disfrazarse para convivir con el pueblo y conocer directamente sus necesidades, y puso especial celo en la vigilancia y combate a la delincuencia.

  Nada de esto le sirvió para ganarse el aplauso de la gente y en cambio pasó a la historia por dictar una medida muy impopular, que le acarreó el enojo y la indignación de los vecinos de la Nueva España: prohibió las corridas de toros que, contrariando los deseos de la población, no se celebraron durante todo su gobierno.

  No dejó obra material alguna, excepto una fuente que mando construir, de su peculio, en una esquina de la ciudad de México.  Lamentablemente, por razones incomprensibles, los ingenieros constructores jamás lograron que funcionara.  La fuente fue utilizada por los habitantes de la metrópoli para otros fines:  la usaron como mingitorio.

  Durante su virreinato se firmó la paz con Inglaterra, lo cual hizo que aumentara la prosperidad, el comercio y la minería; también hubo un temblor en Oaxaca que destruyó templos y conventos.  Entregó el bastón de mando a principios de 1803.    

 QUINCUAGESIMO SEXTO VIRREY DE LA NUEVA España.

DON JOSÉ DE ITURRIGARAY Y ARÓSTEGUI = 1803 a 1808.

Don José de Iturrigaray recibe el bastón de mando como virrey de la Nueva España y llega  precedido con muy buenas credenciales pues fue nombrado virrey personalmente por el llamado “Príncipe de la paz” Manuel Godoy, favorito y primer ministro del rey Carlos IV, por haber hecho una honrosa carrera en el cuerpo de carabineros reales.

  Durante su mandato dos hechos muy trascendentales sucedieron:  los franceses de Napoleón Bonaparte invadieron España y en México hubo un intento de independencia política de parte del ayuntamiento de la capital liderado por el licenciado Francisco Primo Verdad quien finalmente fue apresado y asesinado en prisión.

  Inició el virrey Iturrigaray con una medida populista: restauró las corridas de toros.  Luego le correspondió inaugurar la estatua ecuestre en bronce del rey Carlos IV presentado a la usanza de los emperadores romanos; este monumento es conocido por la gente capitalina como “El caballito” y fue colocada en la plaza mayor de la ciudad de México.  Otra medida incrementó su popularidad: trajo a México la vacuna contra la viruela e inició la campaña de vacunación en sus propios hijos en presencia de la multitud y frente al palacio virreinal, para vencer el recelo que el pueblo tenía contra la vacunación

  Eran años de bonanza y lujo, de ostentación y complacencia.  La Nueva España era el reino más rico de América (los Estados Unidos  casi no existían entonces como nación, recién se habían independizado de Inglaterra en 1803).  El producto de la real Hacienda alcanzaba los 20 millones de pesos al año.  España, las islas del Caribe y las Antillas vivían de México, así como las provincias centroamericanas.  La Nueva España era una auténtica potencia mundial; ahora sería una nación de primer mundo.

  Vivió el virrey Iturrigaray como un rey en tiempos de esplendor, en los últimos estertores de época moribunda.  Logró impresionar con la grandeza novohispana al ilustre viajero alemán el barón Alejandro de Humboldt, a quien dio todas las facilidades para que viajara y conociera el país.  Humboldt admiró la monumental ciudad de México y la llamó “ciudad de los palacios”, fue gratamente sorprendido por los avances científicos logrados por el Colegio de Minería, comprobó la riqueza inagotable de las minas del Bajío y se maravilló ante la pluralidad de razas y costumbres. De tal modo le encantaron las tierras mexicanas que no dudo en describirlas como un auténtico “cuerno de la abundancia”

  En la Corte del virrey se codeaban personalidades de primer orden, pues lo mismo había allí nobles destacados que hombres de fortunas comparables con las mayores del mundo.  Engalanaban la Corte bellas mujeres, entre ellas la célebre “Güera” Rodríguez, que impresionó no sólo al virrey y al viajero Humboldt, sino también a un joven visitante que venía de su natal Venezuela: el futuro libertador Simón Bolívar.

  Y en 1808 todo cambió repentinamente.  Se hallaba el virrey en Tlalpan presenciando peleas de gallos, cuando se entera de una serie de noticias.  El pueblo español, amotinado ante el palacio real de Aranjuez, obligó al rey Carlos IV a abdicar en favor de su hijo Fernando VII.  El favorito Manuel Godoy perdió el poder. El nuevo gobierno español mandó investigar las denuncias de corrupción que contra Iturrigaray se habían formulado.

  Por último, loe ejércitos de Napoleón Bonaparte habían invadido España y tomado la capital Madrid, y loe reyes españoles, padre e hijo, fueron forzados a renunciar en favor de José Bonaparte el borrachin hermano de Napoleón, a quien se proclamó rey de España.

  España se hallaba sin rey legítimo y por lo tanto la Nueva España También.  Los criollos vieron la circunstancia propicia para proclamar la independencia.  Encontraron apoyo en el virrey, que, para librar una investigación real por corrupción, y quedar frente al gobierno independiente de México, se adhirió a un plan del ayuntamiento de la capital que pedía que la Nueva España, a falta del rey legítimo, reasumiera su soberanía y la ejerciera mediante las autoridades constituidas, es decir, el virrey.

  Pero la palabra soberanía sonó a sacrilegio en los oídos de los inquisidores y los peninsulares (los españoles llegados de España), miembros de la audiencia o sencillamente residentes en México.  Una conspiración (la famosa conspiración de “la Profesa”) depuso a Iturrigaray y lo envió en calidad de prisionero a España; con ello se frustró otro intento de independizar a México.   

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