QUINCUAGESIMO TERCER VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.
DON MIGUEL DE LA GRÚA TALAMANCA Y BRANCIFORTE= 1794-1798
En contraste con el
segundo conde de Revillagigedo, este nuevo virrey de la Nueva España fue
acusado de corrupto, ladrón, malvado y lambiscón (el prototipo real de un
político mexicano), puesto que su conducta como gobernante demostraba que sólo
había venido a México a enriquecerse y, de paso, destruir el sistema
administrativo construido por su antecesor; Branciforte fue un eslabón más en
la cadena de degradación y corrupción de la corona española que empezaba en la
familia real.
No era la primera vez
que esto ocurría, pero fue la vez que más escándalo provocó, a grado tal que el
pueblo, temeroso de represalias, se contentó con murmurar a sus espaldas y
fijar en las paredes pasquines en que se comparaba al demonio mismo con
Branciforte.
Este virrey estaba
casado con doña Antonia María Godoy, hermana del primer ministro y válido del
rey Carlos IV, y como tenía la protección del ministro real y favorito de la
reina María Luisa de Parma (que era amante del ministro), llegó a la Nueva
España a corromper la severa y benéfica administración de su antecesor el
segundo conde de Revillagigedo; así este virrey de la Nueva España obtuvo el
nombramiento gracias a su relación con el favorito sin otro merecimiento.
Branciforte empezó a
exigir se le diera el tratamiento de monarca (su majestad), favoreció los
vicios del pueblo, puso a la venta los empleos públicos, recibía regalías de
toda y de nada con tal de obtener dinero fácilmente, traficaba con los puestos
de oficiales del ejército, confiscaba bienes, introducía artículos de
contrabando y, para completar la rapaz calidad del régimen, la virreina
engañaba a las incautas y aduladoras señoras mexicanas, a quienes cambiaba
joyas y perlas por collares y aretes de coral, adornos que, según ella, estaba
de moda en Europa.
Cansado, según él, de
gobernar y “harto de vivir en México”, el marqués de Branciforte pidió su
relevo y su concuño se lo concedió. Se
despidió de la Nueva España saqueando la casa de moneda, con el pretexto de
mostrar al monarca, el inepto y cornudo Carlos IV, las nuevas monedas acuñadas
que llevaban la efigie real.
En la ciudad de
Orizaba, ya de salida o más bien de huida, entregó el bastón de mando al nuevo
virrey el 31 de mayo de 1798.
QUINCUAGESIMO CUARTO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.
DON MIGUEL JOSÉ DE AZANZA = 1798 – 1800.
En un inusitado arranque de buen juicio, y quizá con el propósito de mejorar la tan deteriorada imagen de la monarquía, o tal vez para quitárselo de encima con una jugada política magistral, el ministro Manuel Godoy convenció al rey Carlos IV de nombrar para el virreinato de la Nueva España a un burócrata eficaz y honesto de nombre Miguel José de Azanza, quien se distinguía por ser un feroz crítico del favorito ministro.
Don Miguel José de
Azanza asume el mando como virrey de la Nueva España quien no ostenta ningún
título nobiliario por no pertenecer a la nobleza ibérica y quien ya había venido a México antes, como
escribiente del visitador Gálvez. Durante
su virreinato comenzaron a llegar a Veracruz los barcos neutrales, ya que la
guerra en Europa perjudicó grandemente el comercio exterior. En cambio, en México, la industria y el
comercio progresaron debido a que los caudales de oro y plata no pudieron enviarse a España, lo que contribuyó
al engrandecimiento de la colonia.
Azanza gobernó casi
dos años, suficientes para remediar la delicada y lamentable situación heredada
por su antecesor el marqués de Branciforte. Corrigió Azanza los abusos,
devolvió los bienes confiscados, abolió la compraventa de grados en el
ejército, limpió de funcionarios corruptos la real Hacienda y organizó de nueva
cuenta el cobro de impuestos, de modo que la recaudación aumento una vez que la
población recuperó la confianza en el buen manejo del dinero por parte de la
autoridad.
El virrey Azanza
cumplió cabalmente su cometido. Logró gobernar
con el respeto de los novohispanos y obtuvo el agradecimiento del rey, a quien
envió la remesa de oro y plata más importante en le historia de la Nueva
España, valuada en esa época en mas de catorce millones de pesos.
En la ciudad de
México, en tiempos de Azanza, se dio la primera conspiración encaminada a
obtener la independencia de la nación, con una veintena de individuos fraguando
un plan para hacerse del poder.
Los confabulados
fueron denunciados y aprehendidos, pero solamente se les recogieron unos
cuantos machetes que constituían todo su arsenal y que dieron nombre a su
frustrado intento: “La conspiración de los machetes”.
El 20 de abril de
1800 al entregar el virreinato, contrajo nupcias y se trasladó a España, pero
en el trayecto fue hecho prisionero por los ingleses, siendo rescatado tiempo
después y nombrado Consejo de Estado. Posteriormente se adhirió al partido del
intruso José Bonaparte y al caer este, Azanza tuvo que emigrar a Francia
despojándosele de todos sus bienes y empleos.
QUINCUAGESIMO QUINTO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.
DON FÉLIX BERENGUER DE MARQUINA = 1800 a 1803.
El favorito del rey,
Manuel Godoy, volvió a las andadas y consiguió que el monarca designara virrey
de la Nueva España a un obscuro marino, Félix Berenguer de Marquina, pues éste
había tenido el buen tino de obsequiar al poderoso ministro un cargamento de
tejidos de seda ---todo su capital--- que entusiasmó al vanidoso amante de la
reina.
Sin embargo, Félix
Berenguer de Marquina era un hombre bien intencionado pero torpe. Su gran ilusión era hacerse popular entre los
novohispanos y querido por ellos, cosa que no consiguió, aunque obtuvo algunos
triunfos militares ---sofocó la insurrección del indio Mariano en Nayarit--- y
en su tiempo se alcanzó una sosegada prosperidad económica. Además, le gustaba disfrazarse para convivir
con el pueblo y conocer directamente sus necesidades, y puso especial celo en
la vigilancia y combate a la delincuencia.
Nada de esto le
sirvió para ganarse el aplauso de la gente y en cambio pasó a la historia por
dictar una medida muy impopular, que le acarreó el enojo y la indignación de
los vecinos de la Nueva España: prohibió las corridas de toros que,
contrariando los deseos de la población, no se celebraron durante todo su
gobierno.
No dejó obra material
alguna, excepto una fuente que mando construir, de su peculio, en una esquina
de la ciudad de México. Lamentablemente,
por razones incomprensibles, los ingenieros constructores jamás lograron que
funcionara. La fuente fue utilizada por
los habitantes de la metrópoli para otros fines: la usaron como mingitorio.
Durante su virreinato
se firmó la paz con Inglaterra, lo cual hizo que aumentara la prosperidad, el
comercio y la minería; también hubo un temblor en Oaxaca que destruyó templos y
conventos. Entregó el bastón de mando a
principios de 1803.
DON JOSÉ DE ITURRIGARAY Y ARÓSTEGUI = 1803 a 1808.
Don José de Iturrigaray recibe el bastón de mando como virrey de la Nueva España y llega precedido con muy buenas credenciales pues fue nombrado virrey personalmente por el llamado “Príncipe de la paz” Manuel Godoy, favorito y primer ministro del rey Carlos IV, por haber hecho una honrosa carrera en el cuerpo de carabineros reales.
Durante su mandato
dos hechos muy trascendentales sucedieron:
los franceses de Napoleón Bonaparte invadieron España y en México hubo
un intento de independencia política de parte del ayuntamiento de la capital
liderado por el licenciado Francisco Primo Verdad quien finalmente fue apresado
y asesinado en prisión.
Inició el virrey
Iturrigaray con una medida populista: restauró las corridas de toros. Luego le correspondió inaugurar la estatua
ecuestre en bronce del rey Carlos IV presentado a la usanza de los emperadores
romanos; este monumento es conocido por la gente capitalina como “El caballito”
y fue colocada en la plaza mayor de la ciudad de México. Otra medida incrementó su popularidad: trajo
a México la vacuna contra la viruela e inició la campaña de vacunación en sus
propios hijos en presencia de la multitud y frente al palacio virreinal, para
vencer el recelo que el pueblo tenía contra la vacunación
Eran años de bonanza
y lujo, de ostentación y complacencia.
La Nueva España era el reino más rico de América (los Estados Unidos casi no existían entonces como nación, recién
se habían independizado de Inglaterra en 1803).
El producto de la real Hacienda alcanzaba los 20 millones de pesos al
año. España, las islas del Caribe y las
Antillas vivían de México, así como las provincias centroamericanas. La Nueva España era una auténtica potencia
mundial; ahora sería una nación de primer mundo.
Vivió el virrey
Iturrigaray como un rey en tiempos de esplendor, en los últimos estertores de
época moribunda. Logró impresionar con
la grandeza novohispana al ilustre viajero alemán el barón Alejandro de Humboldt,
a quien dio todas las facilidades para que viajara y conociera el país. Humboldt admiró la monumental ciudad de
México y la llamó “ciudad de los palacios”, fue gratamente sorprendido por los
avances científicos logrados por el Colegio de Minería, comprobó la riqueza
inagotable de las minas del Bajío y se maravilló ante la pluralidad de razas y
costumbres. De tal modo le encantaron las tierras mexicanas que no dudo en
describirlas como un auténtico “cuerno de la abundancia”
En la Corte del
virrey se codeaban personalidades de primer orden, pues lo mismo había allí
nobles destacados que hombres de fortunas comparables con las mayores del mundo. Engalanaban la Corte bellas mujeres, entre
ellas la célebre “Güera” Rodríguez, que impresionó no sólo al virrey y al
viajero Humboldt, sino también a un joven visitante que venía de su natal
Venezuela: el futuro libertador Simón Bolívar.
Y en 1808 todo cambió
repentinamente. Se hallaba el virrey en
Tlalpan presenciando peleas de gallos, cuando se entera de una serie de
noticias. El pueblo español, amotinado
ante el palacio real de Aranjuez, obligó al rey Carlos IV a abdicar en favor de
su hijo Fernando VII. El favorito Manuel
Godoy perdió el poder. El nuevo gobierno español mandó investigar las denuncias
de corrupción que contra Iturrigaray se habían formulado.
Por último, loe
ejércitos de Napoleón Bonaparte habían invadido España y tomado la capital
Madrid, y loe reyes españoles, padre e hijo, fueron forzados a renunciar en
favor de José Bonaparte el borrachin hermano de Napoleón, a quien se proclamó
rey de España.
España se hallaba sin
rey legítimo y por lo tanto la Nueva España También. Los criollos vieron la circunstancia propicia
para proclamar la independencia.
Encontraron apoyo en el virrey, que, para librar una investigación real
por corrupción, y quedar frente al gobierno independiente de México, se adhirió
a un plan del ayuntamiento de la capital que pedía que la Nueva España, a falta
del rey legítimo, reasumiera su soberanía y la ejerciera mediante las
autoridades constituidas, es decir, el virrey.
Pero la palabra
soberanía sonó a sacrilegio en los oídos de los inquisidores y los peninsulares
(los españoles llegados de España), miembros de la audiencia o sencillamente
residentes en México. Una conspiración
(la famosa conspiración de “la Profesa”) depuso a Iturrigaray y lo envió en
calidad de prisionero a España; con ello se frustró otro intento de
independizar a México.
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