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domingo, 21 de mayo de 2023

BOSQUEJO HISTÓRICO // Rafael Urista de Hoyos

SEXAGESIMO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON FÉLIX MARÍA CALLEJA Y DEL REY – 1813 a 1816.


Don Félix María Calleja y del Rey, Bruder, Losada, Flores, Campeño y Montero de Espinosa, Conde de Calderón, desde que se hizo cargo del gobierno virreinal, elevó los impuestos; trató de defender La Florida, pero fracasó en su intento por lo despoblado y lejano de esa región, durante su administración fue abolido el Tribunal de la Inquisición el 22 de febrero de 1813 (me niego categóricamente a llamarla “santa” cuando en realidad fue “demoniaca”).

  Al año siguiente vuelve al trono Fernando VII y el virrey Calleja llegó a tener el poder absoluto de la Nueva España en todos sus órdenes.  Le fue concedido el título de Conde de Calderón por haber librado con éxito la famosa batalla en el puente de Calderón al derrotar a los insurgentes; batalla que ya la tenía perdida cuando al ordenar la retirada una granada cayó sobre el depósito de pólvora de los insurgentes matando a varios cientos de estos y causando la dispersión de las fuerzas de Hidalgo y con esto la derrota insurgente.

  Sus honrosos antecedentes militares, sus contundentes victorias sobre los insurgentes y las intrigas realizadas en su favor, lo elevaron al virreinato de la Nueva España, sitio donde residía desde 20 años atrás y donde se había casado y tenía hijos.  Decían que Félix María Calleja se había acriollado porque incluso le tenía devoción a la Virgen de Guadalupe.

  Paradójicamente, aunque combatió con saña a los insurgentes, al mismo tiempo se hallaba convencido de la justicia de la causa de los independentistas.  Afirmaba que si los métodos usados por Hidalgo hubiesen sido otros, la nación entera lo habría apoyado y nada ni nadie hubiera logrado detener la independencia; después de todo, con más de veinte años viviendo en la Nueva España, y con familia novohispana, prácticamente ya se había convertido en un criollo mexicano.  Fue uno de sus grandes dilemas como virrey.  Pero otro le angustiaba más: el de la lealtad al rey, enfrentada en su alma con la manera torpe e injusta con que los españoles gobernaban la Nueva España.

  Debatiendo siempre consigo mismo, sin encontrar respuesta a sus dudas e inquietudes, se resolvió acabar con el insurgente que lo había humillado, José María Morelos, a quien combatió hasta vencerlo y capturarlo.  Lo hzo prisionero y lo enjuició, pero antes de condenarlo a muerte estuvo a punto de perdonarle la vida.  Finalmente, su espíritu atormentado se decidió por ejecutarlo.

  Fue un virrey sanguinario, que permitía y aun ordenaba el baño de sangre; sin embargo, lo hizo en menor medida que su antecesor, jugando un peligroso doble juego:  deliberadamente nunca sofocó por completo la insurrección, sino que se conformaba con asestarle duros golpes, sin aniquilarla.

  Sus malquerientes llegaron a percatarse de tan extraños manejos.  A algunos les  parecía un sátrapa cruel que asesinaba insurgentes: a otros se les figuraba en extremo complaciente y tolerante con ellos.  Diversas acusaciones llegaron a oídos del rey Fernando VII, quien había regresado de su prisión en Francia, y el monarca dispuso el relevo de su virrey Calleja.  Don Félix había quedado en mal con todos: para los mexicanos era un tirano; para los españoles, un traidor.

 SEXAGESIMO PRIMER VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.

DON JUAN RUIZ DE APODACA Y ELISA = 1816 a 1821.

  


Don Juan Ruiz de Apodaca Y Elisa López de Letona y Lasqueti, fue de hecho el último delegado efectivo del poder real en la Nueva España.  Se distinguió por su benevolencia al concederles el indulto a numerosos insurgentes.  En los primeros días de su gobierno desembarcó don Francisco Javier Mina, el que fue combatido, aprehendido y fusilado en el rancho “El Venadito”, motivo por el cual le fue concedido el título de Conde del Venadito (en realidad es título fue una despectiva gracejada del rey Fernando VII hacía el virrey Apodaca.

  El 22 de febrero de 1819, España cedió a los Estados Unidos la península de La Florida con la condición que se le respetara la isla de Cuba, se restableció la Constitución Española de Cádiz por el movimiento militar del brigadier don Rafael Riego convocando nuevamente las Cortes.

  El virrey Apodaca utilizó una muy eficaz arma para que los insurgentes aceptaran someterse al rey: el indulto.  Les concedía el perdón y el olvido de sus delitos si se rendían.  La gracia del indulto minaba gravemente las filas insurgentes, pues significaba para ellos el retorno a la vida normal, a la familia, al trabajo y la tranquilidad.  Cuando el cerco se fue cerrando, hasta los más firmes comenzaron a ceder a la tentación y admitieron el perdón del rey.  Apodaca informó que en tres años había concedido caso sesenta mil indultos.

  En 1821 las cosas cambiaron radicalmente.  Aunque la Nueva España ya había sido de hecho pacificada, pues los insurgentes sólo oponían resistencia en algunos cuantos lugares como Vicente Guerrero en las montañas del sur, el coronel realista Agustín de Iturbide, nombrado por Apodaca comandante de las tropas realistas y quizá con la aprobación y complicidad del virrey, proclamó la independencia en Iguala, actual Guerrero, e inició una fulgurante e incruenta campaña militar aliándose con el último insurgente: Vicente Guerrero.

  En España había sido restaurada la Constitución de Cádiz de 1808 y, de ser aplicadas, sus disposiciones afectarían los españoles y criollos adinerados que vivían en México, quienes perderían muchos de sus privilegios.  Una conspiración en el templo de La Profesa de la capital, al parecer instigada ---o por lo menos tolerada--- por el virrey Apodaca, proponía independizar la Nueva España para evitar que las medidas liberales de la nueva Constitución afectaran el orden social; o sea, que ellos, los españoles en México, gobernarían ya sin la dependencia de España.

  Designaron a Iturbide comandante en jefe del movimiento y el virrey, al parecer comprometido con ellos, lo nombró a su vez comandante de las tropas enviadas a combatir a Vicente Guerrero, el último de los caudillos insurgentes.

  La tibia actitud de Apodaca frente al ejército Trigarante de Iturbide (una mezcla de insurgentes y realistas comprometidos con él) hizo recelar a los oficiales de los cuerpos españoles que guarnecían la ciudad de México, los cuales decidieron rebelarse y relevarlo del mando supremo de la Nueva España.  Así, derrotado por los últimos soldados fieles al rey de España, Apodaca dejó de ser virrey; entregó el poder el 5 de julio de 1821.

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