SEXAGESIMO VIRREY DE LA NUEVA ESPAÑA.
DON FÉLIX MARÍA CALLEJA Y DEL REY – 1813 a 1816.
Al año siguiente
vuelve al trono Fernando VII y el virrey Calleja llegó a tener el poder
absoluto de la Nueva España en todos sus órdenes. Le fue concedido el título de Conde de
Calderón por haber librado con éxito la famosa batalla en el puente de Calderón
al derrotar a los insurgentes; batalla que ya la tenía perdida cuando al
ordenar la retirada una granada cayó sobre el depósito de pólvora de los
insurgentes matando a varios cientos de estos y causando la dispersión de las
fuerzas de Hidalgo y con esto la derrota insurgente.
Sus honrosos
antecedentes militares, sus contundentes victorias sobre los insurgentes y las
intrigas realizadas en su favor, lo elevaron al virreinato de la Nueva España,
sitio donde residía desde 20 años atrás y donde se había casado y tenía hijos. Decían que Félix María Calleja se había
acriollado porque incluso le tenía devoción a la Virgen de Guadalupe.
Paradójicamente,
aunque combatió con saña a los insurgentes, al mismo tiempo se hallaba
convencido de la justicia de la causa de los independentistas. Afirmaba que si los métodos usados por
Hidalgo hubiesen sido otros, la nación entera lo habría apoyado y nada ni nadie
hubiera logrado detener la independencia; después de todo, con más de veinte
años viviendo en la Nueva España, y con familia novohispana, prácticamente ya
se había convertido en un criollo mexicano. Fue uno de sus grandes dilemas como virrey. Pero otro le angustiaba más: el de la lealtad
al rey, enfrentada en su alma con la manera torpe e injusta con que los
españoles gobernaban la Nueva España.
Debatiendo siempre
consigo mismo, sin encontrar respuesta a sus dudas e inquietudes, se resolvió
acabar con el insurgente que lo había humillado, José María Morelos, a quien
combatió hasta vencerlo y capturarlo. Lo
hzo prisionero y lo enjuició, pero antes de condenarlo a muerte estuvo a punto
de perdonarle la vida. Finalmente, su
espíritu atormentado se decidió por ejecutarlo.
Fue un virrey
sanguinario, que permitía y aun ordenaba el baño de sangre; sin embargo, lo
hizo en menor medida que su antecesor, jugando un peligroso doble juego: deliberadamente nunca sofocó por completo la
insurrección, sino que se conformaba con asestarle duros golpes, sin
aniquilarla.
Sus malquerientes
llegaron a percatarse de tan extraños manejos.
A algunos les parecía un sátrapa
cruel que asesinaba insurgentes: a otros se les figuraba en extremo
complaciente y tolerante con ellos.
Diversas acusaciones llegaron a oídos del rey Fernando VII, quien había
regresado de su prisión en Francia, y el monarca dispuso el relevo de su virrey
Calleja. Don Félix había quedado en mal
con todos: para los mexicanos era un tirano; para los españoles, un traidor.
DON JUAN RUIZ DE APODACA Y ELISA = 1816 a 1821.
Don Juan Ruiz de
Apodaca Y Elisa López de Letona y Lasqueti, fue de hecho el último delegado
efectivo del poder real en la Nueva España.
Se distinguió por su benevolencia al concederles el indulto a numerosos
insurgentes. En los primeros días de su
gobierno desembarcó don Francisco Javier Mina, el que fue combatido,
aprehendido y fusilado en el rancho “El Venadito”, motivo por el cual le fue
concedido el título de Conde del Venadito (en realidad es título fue una
despectiva gracejada del rey Fernando VII hacía el virrey Apodaca.
El 22 de febrero de
1819, España cedió a los Estados Unidos la península de La Florida con la
condición que se le respetara la isla de Cuba, se restableció la Constitución
Española de Cádiz por el movimiento militar del brigadier don Rafael Riego
convocando nuevamente las Cortes.
El virrey Apodaca
utilizó una muy eficaz arma para que los insurgentes aceptaran someterse al
rey: el indulto. Les concedía el perdón
y el olvido de sus delitos si se rendían.
La gracia del indulto minaba gravemente las filas insurgentes, pues
significaba para ellos el retorno a la vida normal, a la familia, al trabajo y
la tranquilidad. Cuando el cerco se fue
cerrando, hasta los más firmes comenzaron a ceder a la tentación y admitieron
el perdón del rey. Apodaca informó que
en tres años había concedido caso sesenta mil indultos.
En 1821 las cosas
cambiaron radicalmente. Aunque la Nueva
España ya había sido de hecho pacificada, pues los insurgentes sólo oponían
resistencia en algunos cuantos lugares como Vicente Guerrero en las montañas
del sur, el coronel realista Agustín de Iturbide, nombrado por Apodaca
comandante de las tropas realistas y quizá con la aprobación y complicidad del
virrey, proclamó la independencia en Iguala, actual Guerrero, e inició una
fulgurante e incruenta campaña militar aliándose con el último insurgente:
Vicente Guerrero.
En España había sido
restaurada la Constitución de Cádiz de 1808 y, de ser aplicadas, sus
disposiciones afectarían los españoles y criollos adinerados que vivían en
México, quienes perderían muchos de sus privilegios. Una conspiración en el templo de La Profesa
de la capital, al parecer instigada ---o por lo menos tolerada--- por el virrey
Apodaca, proponía independizar la Nueva España para evitar que las medidas
liberales de la nueva Constitución afectaran el orden social; o sea, que ellos,
los españoles en México, gobernarían ya sin la dependencia de España.
Designaron a Iturbide
comandante en jefe del movimiento y el virrey, al parecer comprometido con
ellos, lo nombró a su vez comandante de las tropas enviadas a combatir a
Vicente Guerrero, el último de los caudillos insurgentes.
La tibia actitud de
Apodaca frente al ejército Trigarante de Iturbide (una mezcla de insurgentes y
realistas comprometidos con él) hizo recelar a los oficiales de los cuerpos
españoles que guarnecían la ciudad de México, los cuales decidieron rebelarse y
relevarlo del mando supremo de la Nueva España.
Así, derrotado por los últimos soldados fieles al rey de España, Apodaca
dejó de ser virrey; entregó el poder el 5 de julio de 1821.
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