3 de Octubre de 1927
Los sucesos de Huitzilac (Primera parte)
Asesinato del general Francisco R. Serrano
Desde el punto de vista político, y aparte del
religioso, el acontecimiento más sonado del régimen callista fue la eliminación
del principio constitucional de no-reelección, con el fin de que Obregón
volviera al Palacio Nacional a partir del 1º de diciembre de 1828.
Comprobación
de que entre Álvaro y Plutarco existía un acuerdo semejante al de 1880 entre
Porfirio Díaz y Manuel González, fueron las maniobras de algunos representantes
populares para modificar la Constitución con el visto bueno del Presidente
Elías Calles, maniobras que principiaron poco después de ocupar éste la
presidencia, o sea, en los últimos días del régimen de Obregón.
En septiembre
de 1925, los periódicos informaron de la iniciativa del senador por Jalisco,
Francisco Labastida Izquierdo, para modificar el artículo 83 de la Carta Magna,
y al año siguiente, en marzo, el mismo Obregón declaró que “legalmente” no
había ninguna objeción para figurar como candidato presidencial pues es el
presidente el que nunca podrá ser reelecto y el concepto no puede abarcar al
ciudadano que, habiéndolo sido, sea designado de nuevo para desempeñar el mismo
puesto.
Ciertamente
Obregón razonaba como un abogado en defensa de sus negocios turbios, pues lo
que declaraba era posible de acuerdo con la Constitución de 1857, reformada
durante el gobierno de Manuel González para que Porfirio Díaz ocupara
nuevamente la presidencia, más no conforme a la Constitución de 1917 cuyo antirreeleccionismo
era tajante y no dejaba lugar a confusiones.
Obregón, veladamente, movía sus marionetas a ciencia y complacencia del
Presidente Calles, tanto que el 21 de diciembre aprobó la Cámara de Diputados
la modificación de los artículos 82 y 83 constitucionales para que el sonorense
expresidente volviera al Palacio Nacional.
La gira política
de los generales Francisco R. Serrano y Arnulfo Gómez, los otros candidatos
presidenciales, fue una campaña a base de desahogos contra Obregón y Calles. El asunto pudo terminar en una reyerta verbal
entre sonorenses, más no fue así porque, entusiasmados por sus bravatas y la
elocuencia de sus jilgueros, se resolvieron a ganar por las buenas o por las
malas; o lo que es lo mismo, contra Sansón a las patadas.
Desde
septiembre el gobierno estaba al tanto de los proyectos sediciosos de Serrano y
Gómez, para cuyo fin contaban con los generales desafectos a los caudillos
sonorenses como Carlos Vidal, Eugenio Martínez y Héctor Almada. El alzamiento lo encabezará el general Eugenio
Martínez pues las fuerzas de la guarnición de la plaza están comprometidas; el
general Héctor Ignacio Almada, jefe del
Estado Mayor del general Martínez, es adicto serranista y según ellos el plan
es perfecto: mañana por la noche, 3 de octubre, se efectuarán en los campos de
Balbuena una maniobras militares nocturnas, a las que concurrirán Calles,
Obregón y el general Joaquín Amaro, ministro de la guerra, quienes serán hechos
prisioneros y fusilados; al día siguiente estará despachando en Chapultepec un
Presidente Provisional.
Los asesinatos de Huitzilac (Segunda parte)
Sabiendo ya los planes del movimiento subversivo el
Secretario de Guerra, general Joaquín Amaro, a comenzado por disuadir al
general Eugenio Martínez convenciendo al viejo general a salir del país antes
de que se susciten hechos por los que puede ser fusilado.
Los
complicados, creyendo que loa ha denunciado, o tal vez, aconsejados por él
mismo, tratan de precipitar los acontecimientos en tanto que otros desisten de
secundar la aventura. Por lo pronto, los ilusos serrano-gomistas, resuelven que
los cadáveres de Obregón, Calles y Amaro, se exhiban mañana en la plaza pública,
a la vez que otros elementos rebeldes atacan al Palacio Nacional, el Castillo
de Chapultepec, la prisión militar de Santiago Tlaltelolco y el cuartel del primer
Regimiento de Artillería. Como mañana
mismo saldrá por tren de la ciudad de México el general Eugenio Martínez,
bajará en Tlalnepantla, calculan los ilusos Serrano y Gómez, y con las tropas
del general Miguel Z. Martínez, reforzara el ataque a esos puntos.
Los
complotistas llegan a reunirse con el general Serrano al hotel Bellavista de
Cuernavaca donde se encuentra pretextando estar celebrando su cumpleaños con un
grupo de amigos, a donde llega también el general Antonio I. Villarreal
encontrándose con Serrano quien le da la noticia que el general Juan Domínguez,
desde Cuautla, le participaba que el nunca había traicionado a ningún gobierno,
que no lo comprometiera su compadre el general Serrano, y que mejor saliera de
la capital de Morelos.
Esto hizo que
el general Villarreal hiciera una graciosa huida maxime cuando el coronel serranista Praxedes Caballero, ex
telegrafista ferrocarrilero, le reveló que a las once de la noche oyó una
conferencia entre Calles y el gobernador Ambrosio Puente, a quien encargaba
hacerse cargo de la jefatura de la guarnición y aprehender al general Serrano y acompañantes.
A la una de la
mañana de hoy 3 de octubre el general Amaro se percata de que siempre si se
sublevó el general Almada, a donde van camino de Texcoco seguido por cuatro
corporaciones. A las nueve de la mañana
el gobernador del Estado de Morelos, Ambrosio Puente, y el general Enrique Díaz
González, jefe de la Guarnición, se disponen a dar cumplimiento a la orden
presidencial de aprehender al general Serrano y acompañantes.
Para esto el
general Claudio Fox, jefe de las operaciones militares del Estado de Guerrero, salía
del Castillo de Chapultepec con instrucciones de recibir a los detenidos y
conducirlos a la capital cuando interviene el general Obregón exclamando: “¡No,
los quiero muertos! ¿para que traerlos a
México? Es preferible ejecutarlos en el camino”.
Para llevar a
cabo la macabra tarea era necesario seleccionar a un elemento acostumbrado a
matar gente y entonces Calles mandó traer al general Claudio Fox y le
ordena: “Aquí tiene usted esta orden,
bajo su estricta responsabilidad, me los trae a todos muertos”. Se cuadra el
general Fox y contesta: “Sus órdenes serán cumplidas, señor presidente”.
A la hora
prevista dan comienzo las aprehensiones del general Serrano y amigos, acto que
se llevó a cabo en los hoteles Bellavista y Moctezuma, salvándose
milagrosamente el licenciado Santa María, el general Antonio I. Villarreal y
otras personas más. Si era verdad que el general Serrano y correligionarios se
iban a sublevar contra el gobierno, en el momento en que fueron aprehendidos
aún no se levantaban en armas.
Un empleado de
la embajada de los Estados Unidos, la cual siempre está en todo, se identifica
y pide hablar con el general Serrano, pues tiene órdenes de saber si algo se le
ofrece “No gracias ---expresa Serrano--- un incidente sin importancia. Nos van
a enviar a México, donde arreglare el caso tan luego como hable con el señor
Presidente”.
Los soldados
atan fuertemente las manos en las espaldas a los prisioneros, con excepción del
general Serrano, del licenciado Martínez de Escobar y de Augusto Peña a quien
le falta la mano derecha. Los van
nombrando para introducirlos en automóviles que parten por la carretera a la
capital de la República, perfectamente custodiados por una Compañía del 57º
Batallón comandados por el general Enrique Díaz González.
Ya en poder de
las fuerzas del gobierno, los detenidos eran conducidos a la ciudad de México,
pero al llegar a la población de Tres Marías el general Díaz González se
encuentra con el general Claudio Fox, que venía con una pequeña escolta al
mando de los coroneles Nazario Medina, Hilario Marroquín, Carlos S. Valdez,
capitanes Gabriel Durán, Salvador Guerrero, teniente José Escamilla y
subteniente José Alvarado.
El general
Díaz González, después de los trámites de rigor entre los dos militares,
entrega al general Fox los reos para conducirlos a México, regresando él a
Cuernavaca. El coronel Hilario Marroquín, jefe de la escolta del general Amaro,
y el capitán Pedro Mercado, del Estado Mayor Presidencial, registran a los
reos, los desarman y los distribuyen a empellones en los autos, de dos en dos y
con tres soldados detrás para que los vigilen.
Pardeaba la
tarde cuando la caravana emprende el regreso; apenas habían avanzado unos
cuantos kilómetros y la caravana se detiene en el kilómetro 48 en un lugar
llamado “Huitzilac”, el general Fox dice algo en voz baja a Marroquín y a
Mercado, dos asesinos profesionales, y se adelanta presuroso fuera del alcance
de los presos, pues a pesar de ser él también un asesino no quiso ser testigo
de la cruel matanza.
Marroquín y
Mercado disputan porque ambos quieren encargarse (para asesinarlos) del grupo
en que queda el general Serrano, a quien, finalmente, el primero baja abofeteándolo
y golpeándolo en el cuello con el cañón de la “Thompson” hasta hacerlo sangrar
por la boca. Tira del llamador del arma
y cruza el cuerpo de Serrano con una hilera de tiros. Serrano permanece de pie unos segundos con el
semblante horrorizado y con el tórax cosido por los impactos. Cae y su verdugo
le patea el rostro varias veces hasta desfigurarlo por completo.
Como si eso
fuera la contraseña, se desata un nutrido fuego a quemarropa sobre los
prisioneros, que lanzan gritos de terror que son ahogados por las continuas descargas
de metralla, y finalmente quedan todos muertos; catorce cadáveres regados por
el terreno polvoso y pedregoso
Serían las
siete de la noche y el último cadáver fue colocado junto con los demás, para
después acomodarlos en los autos y conducirlos, ahora si, a la ciudad de México,
al hospital militar donde se les practicó la autopsia de ley, encontrándose en
el anfiteatro, sobre la plancha, el cadáver del general Serrano con el rostro
totalmente desfigurado, su asesino Obregón
fue a verlo comentando al final: “Como te dejaron, Pancholin”.
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