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lunes, 3 de octubre de 2022

EFEMÉRIDES MEXICANAS // Rafael Urista de Hoyos


3
 de Octubre de 1927

Los sucesos de Huitzilac                                  (Primera parte)

Asesinato del general Francisco R. Serrano

  Desde el punto de vista político, y aparte del religioso, el acontecimiento más sonado del régimen callista fue la eliminación del principio constitucional de no-reelección, con el fin de que Obregón volviera al Palacio Nacional a partir del 1º de diciembre de 1828.

  Comprobación de que entre Álvaro y Plutarco existía un acuerdo semejante al de 1880 entre Porfirio Díaz y Manuel González, fueron las maniobras de algunos representantes populares para modificar la Constitución con el visto bueno del Presidente Elías Calles, maniobras que principiaron poco después de ocupar éste la presidencia, o sea, en los últimos días del régimen de Obregón.

  En septiembre de 1925, los periódicos informaron de la iniciativa del senador por Jalisco, Francisco Labastida Izquierdo, para modificar el artículo 83 de la Carta Magna, y al año siguiente, en marzo, el mismo Obregón declaró que “legalmente” no había ninguna objeción para figurar como candidato presidencial pues es el presidente el que nunca podrá ser reelecto y el concepto no puede abarcar al ciudadano que, habiéndolo sido, sea designado de nuevo para desempeñar el mismo puesto.

  Ciertamente Obregón razonaba como un abogado en defensa de sus negocios turbios, pues lo que declaraba era posible de acuerdo con la Constitución de 1857, reformada durante el gobierno de Manuel González para que Porfirio Díaz ocupara nuevamente la presidencia, más no conforme a la Constitución de 1917 cuyo antirreeleccionismo era tajante y no dejaba lugar a confusiones.  Obregón, veladamente, movía sus marionetas a ciencia y complacencia del Presidente Calles, tanto que el 21 de diciembre aprobó la Cámara de Diputados la modificación de los artículos 82 y 83 constitucionales para que el sonorense expresidente volviera al Palacio Nacional.

  La gira política de los generales Francisco R. Serrano y Arnulfo Gómez, los otros candidatos presidenciales, fue una campaña a base de desahogos contra Obregón y Calles.  El asunto pudo terminar en una reyerta verbal entre sonorenses, más no fue así porque, entusiasmados por sus bravatas y la elocuencia de sus jilgueros, se resolvieron a ganar por las buenas o por las malas; o lo que es lo mismo, contra Sansón a las patadas.

  Desde septiembre el gobierno estaba al tanto de los proyectos sediciosos de Serrano y Gómez, para cuyo fin contaban con los generales desafectos a los caudillos sonorenses como Carlos Vidal, Eugenio Martínez y Héctor Almada.  El alzamiento lo encabezará el general Eugenio Martínez pues las fuerzas de la guarnición de la plaza están comprometidas; el general Héctor  Ignacio Almada, jefe del Estado Mayor del general Martínez, es adicto serranista y según ellos el plan es perfecto: mañana por la noche, 3 de octubre, se efectuarán en los campos de Balbuena una maniobras militares nocturnas, a las que concurrirán Calles, Obregón y el general Joaquín Amaro, ministro de la guerra, quienes serán hechos prisioneros y fusilados; al día siguiente estará despachando en Chapultepec un Presidente Provisional.

Los asesinatos de Huitzilac                                         (Segunda parte)

  Sabiendo ya los planes del movimiento subversivo el Secretario de Guerra, general Joaquín Amaro, a comenzado por disuadir al general Eugenio Martínez convenciendo al viejo general a salir del país antes de que se susciten hechos por los que puede ser fusilado.

  Los complicados, creyendo que loa ha denunciado, o tal vez, aconsejados por él mismo, tratan de precipitar los acontecimientos en tanto que otros desisten de secundar la aventura. Por lo pronto, los ilusos serrano-gomistas, resuelven que los cadáveres de Obregón, Calles y Amaro, se exhiban mañana en la plaza pública, a la vez que otros elementos rebeldes atacan al Palacio Nacional, el Castillo de Chapultepec, la prisión militar de Santiago Tlaltelolco y el cuartel del primer Regimiento de Artillería.  Como mañana mismo saldrá por tren de la ciudad de México el general Eugenio Martínez, bajará en Tlalnepantla, calculan los ilusos Serrano y Gómez, y con las tropas del general Miguel Z. Martínez, reforzara el ataque a esos puntos.

  Los complotistas llegan a reunirse con el general Serrano al hotel Bellavista de Cuernavaca donde se encuentra pretextando estar celebrando su cumpleaños con un grupo de amigos, a donde llega también el general Antonio I. Villarreal encontrándose con Serrano quien le da la noticia que el general Juan Domínguez, desde Cuautla, le participaba que el nunca había traicionado a ningún gobierno, que no lo comprometiera su compadre el general Serrano, y que mejor saliera de la capital de Morelos.

  Esto hizo que el general Villarreal hiciera una graciosa huida maxime cuando el coronel  serranista Praxedes Caballero, ex telegrafista ferrocarrilero, le reveló que a las once de la noche oyó una conferencia entre Calles y el gobernador Ambrosio Puente, a quien encargaba hacerse cargo de la jefatura de la guarnición  y aprehender al general Serrano y acompañantes.

  A la una de la mañana de hoy 3 de octubre el general Amaro se percata de que siempre si se sublevó el general Almada, a donde van camino de Texcoco seguido por cuatro corporaciones.  A las nueve de la mañana el gobernador del Estado de Morelos, Ambrosio Puente, y el general Enrique Díaz González, jefe de la Guarnición, se disponen a dar cumplimiento a la orden presidencial de aprehender al general Serrano y acompañantes.

  Para esto el general Claudio Fox, jefe de las operaciones militares del Estado de Guerrero, salía del Castillo de Chapultepec con instrucciones de recibir a los detenidos y conducirlos a la capital cuando interviene el general Obregón exclamando: “¡No, los quiero muertos!  ¿para que traerlos a México? Es preferible ejecutarlos en el camino”.

  Para llevar a cabo la macabra tarea era necesario seleccionar a un elemento acostumbrado a matar gente y entonces Calles mandó traer al general Claudio Fox y le ordena:  “Aquí tiene usted esta orden, bajo su estricta responsabilidad, me los trae a todos muertos”. Se cuadra el general Fox y contesta: “Sus órdenes serán cumplidas, señor presidente”.

  A la hora prevista dan comienzo las aprehensiones del general Serrano y amigos, acto que se llevó a cabo en los hoteles Bellavista y Moctezuma, salvándose milagrosamente el licenciado Santa María, el general Antonio I. Villarreal y otras personas más. Si era verdad que el general Serrano y correligionarios se iban a sublevar contra el gobierno, en el momento en que fueron aprehendidos aún no se levantaban en armas.

  Un empleado de la embajada de los Estados Unidos, la cual siempre está en todo, se identifica y pide hablar con el general Serrano, pues tiene órdenes de saber si algo se le ofrece “No gracias ---expresa Serrano--- un incidente sin importancia. Nos van a enviar a México, donde arreglare el caso tan luego como hable con el señor Presidente”.

  Los soldados atan fuertemente las manos en las espaldas a los prisioneros, con excepción del general Serrano, del licenciado Martínez de Escobar y de Augusto Peña a quien le falta la mano derecha.  Los van nombrando para introducirlos en automóviles que parten por la carretera a la capital de la República, perfectamente custodiados por una Compañía del 57º Batallón comandados por el general Enrique Díaz González.

  Ya en poder de las fuerzas del gobierno, los detenidos eran conducidos a la ciudad de México, pero al llegar a la población de Tres Marías el general Díaz González se encuentra con el general Claudio Fox, que venía con una pequeña escolta al mando de los coroneles Nazario Medina, Hilario Marroquín, Carlos S. Valdez, capitanes Gabriel Durán, Salvador Guerrero, teniente José Escamilla y subteniente José Alvarado.

  El general Díaz González, después de los trámites de rigor entre los dos militares, entrega al general Fox los reos para conducirlos a México, regresando él a Cuernavaca. El coronel Hilario Marroquín, jefe de la escolta del general Amaro, y el capitán Pedro Mercado, del Estado Mayor Presidencial, registran a los reos, los desarman y los distribuyen a empellones en los autos, de dos en dos y con tres soldados detrás para que los vigilen.

  Pardeaba la tarde cuando la caravana emprende el regreso; apenas habían avanzado unos cuantos kilómetros y la caravana se detiene en el kilómetro 48 en un lugar llamado “Huitzilac”, el general Fox dice algo en voz baja a Marroquín y a Mercado, dos asesinos profesionales, y se adelanta presuroso fuera del alcance de los presos, pues a pesar de ser él también un asesino no quiso ser testigo de la cruel matanza.

  Marroquín y Mercado disputan porque ambos quieren encargarse (para asesinarlos) del grupo en que queda el general Serrano, a quien, finalmente, el primero baja abofeteándolo y golpeándolo en el cuello con el cañón de la “Thompson” hasta hacerlo sangrar por la boca.  Tira del llamador del arma y cruza el cuerpo de Serrano con una hilera de tiros.  Serrano permanece de pie unos segundos con el semblante horrorizado y con el tórax cosido por los impactos. Cae y su verdugo le patea el rostro varias veces hasta desfigurarlo por completo.

  Como si eso fuera la contraseña, se desata un nutrido fuego a quemarropa sobre los prisioneros, que lanzan gritos de terror que son ahogados por las continuas descargas de metralla, y finalmente quedan todos muertos; catorce cadáveres regados por el terreno polvoso y pedregoso

  Serían las siete de la noche y el último cadáver fue colocado junto con los demás, para después acomodarlos en los autos y conducirlos, ahora si, a la ciudad de México, al hospital militar donde se les practicó la autopsia de ley, encontrándose en el anfiteatro, sobre la plancha, el cadáver del general Serrano con el rostro totalmente desfigurado,  su asesino Obregón fue a verlo comentando al final: “Como te dejaron, Pancholin”.     

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