19 de Enero de 1927
Carlota Amalia
Emperatriz de México
Muere hoy, 19 de enero de 1927, la ex Emperatriz de
México Carlota Amalia de Habsburgo a la edad de 86 años en el castillo de
Bouchout, cerca de Bruselas, Bélgica, donde pasó los últimos 60 años de su vida
en períodos alternados de lucidez y demencia.
Nacida en el Palacio de Laeken, cerca de Bruselas, Bélgica. Hija del rey Leopoldo I de Bélgica y de la
princesa María Luisa de Orleans.
En 1857 se
casó con el Archiduque Maximiliano de Habsburgo, hermano del Emperador de
Austria y Rey de Hungría, Francisco José.
La decisión del emperador francés Napoleón III de retirar sus tropas de
México en 1866, obligó a Carlota viajar a París a tratar de mantener el apoyo
francés y a Roma la aprobación de un concordato con el Papa Pio IX.
La negativa de
ambas personalidades a sus solicitudes de ayuda, perturbaron su estado mental
al grado de perder totalmente la razón.
Sus familiares la protegieron recluyéndola en el castillo antes
mencionado donde pasó el resto de su longeva y triste vida.
Su matrimonio
con Maximiliano le permitió ver realizado su deseo de gobernar. Con regularidad presidía el Consejo de
Ministros mientras su marido capturaba mariposas en los campos floridos de
Cuernavaca. Pero México no era el país
que se había imaginado y el sueño imperial comenzó a desmoronarse
irremisiblemente hasta arrastrarla a la locura.
Cuando murió
el 19 de enero de 1927, pocos mexicanos la recordaban; casi todos los que
alabaron su llegada, aquellos que se entusiasmaron con su porte, que se
sorprendieron por sus habilidades políticas y admiraron su carácter y fortaleza
para enfrentar la adversidad, habían fallecido.
María Carlota
Amalia Victoria Clementina Leopoldina, que era su nombre completo y con el que
fue bautizada, desde muy niña dio pruebas de su gran inteligencia, pero también
de extrema vanidad. No permitía que se
le contrariara; sus menores deseos habían de ser obedecidos. Tenía un sentido
pragmático de la existencia y se guiaba más por el cálculo que por el
sentimiento.
Cuando se casó
con Maximiliano, ella misma cuidó los términos del contrato matrimonial, y
aunque su padre era un tacaño miserable le arrancó el costo de su “trousseau”
que el rey se negaba a cubrir diciendo que eso debía pagarlo el novio, varias
vajillas de plata, joyas pertenecientes a la casa, una dote de cien mil
florines y además el compromiso de entregarle cada año veinte mil florines para
gastos menores.
Carlota poseía
una vasta preparación intelectual y desde que presionó a su marido para aceptar
la Corona mexicana, asumió con seriedad su posición como emperatriz en un país
que desconocía por completo. Una vez que
la pareja imperial llegó a la ciudad de México, el 12 de junio de 1864, Carlota
se involucró de lleno en los asuntos de política interna.
La emperatriz tenía
el conocimiento, la frialdad y sobre todo la ambición para asumir con eficacia
las riendas del gobierno. Carlota
convocaba al Consejo de Estado, decidía, disponía y ordenaba; incluso llegó a tener un desencuentro con el
nuncio apostólico porque ella estaba a favor de reconocer la libertad de cultos
e incluso había elaborado un proyecto de constitución.
Aparentemente
nadie ponía en duda el rol de la emperatriz como compañera de Maximiliano. Frente a la actitud dubitativa y pusilánime
de su consorte, en su fuero interno Carlota se veía verdaderamente como la
mujer que gobernaba a los mexicanos.
Carlota sabía
guardar las formas: cuando Maximiliano
regresaba a la capital, asumía su papel de primera dama, cumplía con el
ceremonial de la Corte, era respetuosa del protocolo e invariablemente daba su
lugar al emperador. Sin embargo entre la
clase política y la sociedad capitalina era por demás sabido que el anhelo de
Carlota era gobernar.
En 1866, con
la noticia de la evacuación de las tropas francesas por órdenes de Napoleón
III, Maximiliano le comunicó a Carlota su deseo de abdicar. El sueño de la emperatriz estaba hecho añicos. Desde el trono padeció el desmoronamiento
paulatino del imperio, pero en su imaginario no quiso ver que la realidad, con
la contraofensiva republicana desde 1866, no cuadraba con su percepción. En su fuero interno no había lugar para la
derrota: esa fue la tensión psicológica
que la llevó al colapso nervioso.
Carlota no
quiso aceptar la realidad, prefería hundirse en México que volver humillada y
derrotada para refundirse en Trieste, en el Castillo de Miramar, por lo que se
lanzó a la aventura europea buscando salvar al imperio, hasta que cayó presa de
la locura,
Sin embargo,
la locura permaneció fiel a Carlota y atada a ella hasta los primeros días de
enero de 1927, cuando cayó gravemente enferma víctima de la mortal influenza. Sus últimos sufrimientos no dejaron huella
sobre su rostro, que aún después de muerta conservaba rastros de la frescura
que sus bellas facciones habían tenido en la juventud.
La archiduquesa falleció en su alcoba del Castillo de Bouchout, cerca de Bruselas, Bélgica, el 19 de enero de 1927 (un día 19 como en el que fue fusilado Maximiliano), a los 86 años. Murió con un rosario aferrándolo entre sus manos trémulas.
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