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jueves, 19 de enero de 2023

EFEMÉRIDES MEXICANAS // Rafael Urista de Hoyos

 


19 de Enero de 1927

Carlota Amalia

Emperatriz de México

  Muere hoy, 19 de enero de 1927, la ex Emperatriz de México Carlota Amalia de Habsburgo a la edad de 86 años en el castillo de Bouchout, cerca de Bruselas, Bélgica, donde pasó los últimos 60 años de su vida en períodos alternados de lucidez y demencia.  Nacida en el Palacio de Laeken, cerca de Bruselas, Bélgica.  Hija del rey Leopoldo I de Bélgica y de la princesa María Luisa de Orleans.

  En 1857 se casó con el Archiduque Maximiliano de Habsburgo, hermano del Emperador de Austria y Rey de Hungría, Francisco José.  La decisión del emperador francés Napoleón III de retirar sus tropas de México en 1866, obligó a Carlota viajar a París a tratar de mantener el apoyo francés y a Roma la aprobación de un concordato con el Papa Pio IX.

  La negativa de ambas personalidades a sus solicitudes de ayuda, perturbaron su estado mental al grado de perder totalmente la razón.  Sus familiares la protegieron recluyéndola en el castillo antes mencionado donde pasó el resto de su longeva y triste vida.

  Su matrimonio con Maximiliano le permitió ver realizado su deseo de gobernar.  Con regularidad presidía el Consejo de Ministros mientras su marido capturaba mariposas en los campos floridos de Cuernavaca.  Pero México no era el país que se había imaginado y el sueño imperial comenzó a desmoronarse irremisiblemente hasta arrastrarla a la locura.

  Cuando murió el 19 de enero de 1927, pocos mexicanos la recordaban; casi todos los que alabaron su llegada, aquellos que se entusiasmaron con su porte, que se sorprendieron por sus habilidades políticas y admiraron su carácter y fortaleza para enfrentar la adversidad, habían fallecido.

  María Carlota Amalia Victoria Clementina Leopoldina, que era su nombre completo y con el que fue bautizada, desde muy niña dio pruebas de su gran inteligencia, pero también de extrema vanidad.  No permitía que se le contrariara; sus menores deseos habían de ser obedecidos. Tenía un sentido pragmático de la existencia y se guiaba más por el cálculo que por el sentimiento.

  Cuando se casó con Maximiliano, ella misma cuidó los términos del contrato matrimonial, y aunque su padre era un tacaño miserable le arrancó el costo de su “trousseau” que el rey se negaba a cubrir diciendo que eso debía pagarlo el novio, varias vajillas de plata, joyas pertenecientes a la casa, una dote de cien mil florines y además el compromiso de entregarle cada año veinte mil florines para gastos menores.

  Carlota poseía una vasta preparación intelectual y desde que presionó a su marido para aceptar la Corona mexicana, asumió con seriedad su posición como emperatriz en un país que desconocía por completo.  Una vez que la pareja imperial llegó a la ciudad de México, el 12 de junio de 1864, Carlota se involucró de lleno en los asuntos de política interna.

  La emperatriz tenía el conocimiento, la frialdad y sobre todo la ambición para asumir con eficacia las riendas del gobierno.  Carlota convocaba al Consejo de Estado, decidía, disponía y ordenaba;  incluso llegó a tener un desencuentro con el nuncio apostólico porque ella estaba a favor de reconocer la libertad de cultos e incluso había elaborado un proyecto de constitución.

  Aparentemente nadie ponía en duda el rol de la emperatriz como compañera de Maximiliano.  Frente a la actitud dubitativa y pusilánime de su consorte, en su fuero interno Carlota se veía verdaderamente como la mujer que gobernaba a los mexicanos.

  Carlota sabía guardar las formas:  cuando Maximiliano regresaba a la capital, asumía su papel de primera dama, cumplía con el ceremonial de la Corte, era respetuosa del protocolo e invariablemente daba su lugar al emperador.  Sin embargo entre la clase política y la sociedad capitalina era por demás sabido que el anhelo de Carlota era gobernar.

  En 1866, con la noticia de la evacuación de las tropas francesas por órdenes de Napoleón III, Maximiliano le comunicó a Carlota su deseo de abdicar.  El sueño de la emperatriz estaba hecho añicos.  Desde el trono padeció el desmoronamiento paulatino del imperio, pero en su imaginario no quiso ver que la realidad, con la contraofensiva republicana desde 1866, no cuadraba con su percepción.  En su fuero interno no había lugar para la derrota:  esa fue la tensión psicológica que la llevó al colapso nervioso.

  Carlota no quiso aceptar la realidad, prefería hundirse en México que volver humillada y derrotada para refundirse en Trieste, en el Castillo de Miramar, por lo que se lanzó a la aventura europea buscando salvar al imperio, hasta que cayó presa de la locura,

  Sin embargo, la locura permaneció fiel a Carlota y atada a ella hasta los primeros días de enero de 1927, cuando cayó gravemente enferma víctima de la mortal influenza.  Sus últimos sufrimientos no dejaron huella sobre su rostro, que aún después de muerta conservaba rastros de la frescura que sus bellas facciones habían tenido en la juventud.

  La archiduquesa falleció en su alcoba del Castillo de Bouchout, cerca de Bruselas, Bélgica, el 19 de enero de 1927 (un día 19 como en el que fue fusilado Maximiliano), a los 86 años.  Murió con un rosario aferrándolo entre sus manos trémulas.

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