5 de Enero de 1790
General Don Melchor Múzquiz y
Arrieta
Semblanza Biográfica.
José
Ventura Melchor Ciriaco Eca y Múzquiz de Arrieta nació en el Presidio de Santa
Rosa, hoy Ciudad Melchor Múzquiz, el 5 de enero de 1790 (algunos historiadores
lo hacen nacer el 6 de abril de 1788).
Fue hijo de Blas María Eca y Múzquiz y Juana Francisca de Arrieta. El padre era teniente y servía en las tropas
presidiales cuando bautizo a Melchor (el general sólo usaba por nombre el de
Melchor), pero poco sabemos de su familia, además que tuvo dos hermanos que
optaron por el sacerdocio.
Sus padres, Blas y Juana, estaban emparentados
con la familia de latifundistas más adinerada del noreste mexicano, los Sánchez
Navarro. Quizá esto explique el que
Melchor y sus hermanos hayan podido hacer estudios superiores, privilegio
reservado a unos cuantos. Como haya
sido, el joven de Santa Roas tenía 22 años cuando se inscribió en el Colegio de
San Ildefonso de la ciudad de México, donde estudiaba jurisprudencia con una
beca de seminarista, la cual dejó al empuñar la espada por la defensa de la
libertad.
Al dejar los estudios, el 5 de enero de 1812,
el coahuilense acudió al campamento del general don Ignacio López Rayón. Asistió voluntariamente a algunas acciones de
guerra en las que se manejó con entusiasmo y valor. Ascendió pronto; el 12 de noviembre de 1812
Don Ignacio Rayón López lo nombró teniente de la 1ª. Compañía del Regimiento de
Infantería, cuerpo en el que sirvió hasta junio de 1813.
Múzquiz combatió al lado de Ignacio y Ramón
Rayón en Michoacán y en el hoy Estado de México. Destacó al lado de Ramón Rayón en los
enfrentamientos contra los realistas Landázurri y Manuel de la Concha, en los
que su arrojo e inteligencia no pasaron desapercibidos, llegando su fama hasta
el Generalísimo Morelos quien a principios de 1815 le otorgo el grado de
coronel de caballería, y lo nombró comandante del distrito de Yuririapúndaro.
No obstante los triunfos obtenidos, el
movimiento independentista vivía uno de sus peores momentos. Muertos Mariano Matamoros y Hermenegildo
Galeana, y maltrechas en el sur las tropas de Morelos, la rebelión languidecía.
Un golpe demoledor fue la aprehensión del
Generalísimo, ya que su fusilamiento, el 22 de diciembre de 1815 en San
Cristóbal Ecatepec, sembró el caos en las filas insurgentes y desaliento entre
los patriotas.
En el mismo año de 1815, el Congreso de
Apatzingán, el mismo por el que al defenderlo fue aprehendido Morelos,
encomendó a Don Melchor una delicada misión por lo que partió a Nueva Orleans
con el general José Herrera Valdés. El
objetivo del viaje era negociar la ayuda del gobierno estadounidense. Las
gestiones no dieron frutos ya que los angloamericanos estaban aún reponiéndose
de su cruenta guerra civil, pero Múzquiz aprovechó su estancia de ocho o nueve
meses en el vecino país para estudiar inglés y francés.
Al regresar a México volvió a la lucha, esta
vez en Veracruz, con las fuerzas de Guadalupe Victoria, uno de sus
condiscípulos en San Ildefonso, a quien se unió después de estar en Acapulco y
recibir en Ario el grado de coronel de infantería permanente.
A finales de septiembre Victoria le encomendó
la defensa del fortín de Monteblanco, cercano a Córdoba, el cual contaba con
sólo trescientos hombres y tres cañones. El realista Márquez Donallo, apoyado con mil
infantes, 16 cañones y otros cuerpos expedicionarios puso sitio a la hacienda
de Monteblanco y el 6 de octubre de 1816 emplazó sus 16 cañones y con pocos
tiros abrió una brecha en la muralla.
Sin esperar el asalto que amenazaba
convertirse en una carnicería, Múzquiz, en una brillante maniobra diplomática,
pudo lograr una honrosa capitulación salvando su vida y la de sus hombres,
aunque la única condición para la capitulación fue que él se diese prisionero.
Fue conducido a la cárcel de Puebla y se le
condenó a diez años de prisión en la isla de Ceuta, al norte de África; y al
destierro perpetuo. En tanto se le
enviaba a Ceuta, lo que nunca sucedió, estuvo confinado en la cárcel poblana
donde perdió el oído por las escaseces y miserias que en ella sufrió.
Después de un año de prisión (hay documentos
que alargan el encarcelamiento a dos años), quedo en libertad gracias al
indulto concedido con motivo del matrimonio del rey de España Fernando VII,
pero se le prohibió residir en Veracruz, Puebla y Coahuila, por lo que se
dirigió a Monterrey, donde vivía uno de sus dos hermanos.
No se conocen las actividades del General
Melchor Múzquiz en Monterrey después de recibir el indulto. Su reaparición pública ocurrió tras el
lanzamiento del Plan de Iguala el 24 de febrero de 1821 que respaldó declarando
la Independencia en Valle de Salinas, Nuevo León, pueblo donde era párroco otro
de sus hermanos; en el nuevo país se abrió una nueva época donde, irónicamente,
un abrazo (el de Acatempan entre Guerrero e Iturbide) acabó, aunque
momentáneamente, con los balazos.
Conforme a lo previsto en el Plan de Iguala y
los Tratados de Córdoba, el 24 de febrero de 1822 se instaló el Congreso
Nacional, donde el General Múzquiz ocupó uno de los escaños representando a la
provincia--- hoy Estado--- de México. El
8 de septiembre de 1823 el Supremo Poder Ejecutivo de la Provincia de México lo
designó Jefe Superior de ésta, la más populosa y rica del país.
Terminada su carrera política en la Provincia
de México--- a la que luego regresaría--- debido a la enconada pugna de
yorkinos y escoceses, el General Múzquiz se reintegró a la milicia volviendo al
servicio activo el 21 de mayo de 1827 donde recibió la orden de hacerse cargo
de la jefatura de la Comandancia General de Puebla.
Su estancia en la capital poblana sería decisiva. Allí debió conocer a su futura esposa,
Joaquina Bezares. Estando en Puebla
ocurrió el motín de la Acordada que otorgó el poder a Don Vicente Guerrero en
contra de Manuel Gómez Pedraza que lo había derrotado en las elecciones.
El 4 de diciembre de 1829 se organizó un
consejo de los jefes de tropa en Puebla desconociendo al gobierno de Guerrero
quien rodeado de enemigos y falto de recursos vivía sus últimas horas. La capital cayó en manos de los sublevados y
el vicepresidente Anastasio Bustamante asumió la presidencia el 31 de
diciembre. Gracias al triunfo de la
revuelta Múzquiz pudo regresar al ya constituido Estado de México, del cual fue
su primer gobernador en abril de 1830.
Los levantamientos se sucedían y Santa Anna
ya estaba con las armas en la mano. Acorralado, Bustamante solicitó licencia
para ponerse al frente del ejército en la lucha contra la sublevación y
entonces la Cámara de Diputados, el 7 de
agosto de 1832, declaró Presidente
Interino de la República al General Melchor Múzquiz.
Aquello se asemejaba más a un castigo que a
un premio. Al asumir la presidencia
rechazó al ascenso a General de División decretado por su antecesor ya que
consideraba ilegitimo el ascenso por venir de un presidente usurpador dando
muestra de una honradez nunca vista en los anales de la política y la milicia
mexicana; honradez que trasciende hasta nuestros días.
El presidente Múzquiz intentó inútilmente
buscar una salida política al conflicto, pero la insurrección se extendía. La capital estaba en estado de sitio, la
situación era terrible, faltaban alimentos e incluso agua, pues los sitiadores
cegaron el acueducto que la abastecía.
La revolución terminó con un arreglo: Bustamante y Santa Anna firmaron los
Convenios de Zavaleta y acordaron que Gómez Pedraza ocupara la Presidencia de
la República. Finalmente, Múzquiz fue
desplazado y abandonó el Palacio Nacional el 24 de diciembre de 1832: el máximo honor al que puede aspirar un
mexicano se había transformado para él en un calvario plagado de penalidades.
Conforme a los convenios, el no adherirse al
movimiento lo condenaba a ser expulsado del ejército. Fue degradado y desterrado a Padilla,
Tamaulipas, el pueblo donde había sido fusilado Iturbide, pero en 1835 el
Presidente Santa Anna declaró nulos los acuerdos de Zavaleta, dándole la razón
a Múzquiz quien nunca los reconoció, y le restituyó su grado militar.
Así principió una etapa de relativa
tranquilidad en la existencia del hijo de Santa Rosa. Fue miembro del Supremo Poder Conservador, creado
por las siete leyes para mediar en los conflictos entre los poderes Ejecutivo,
Legislativo y Judicial, pero que resultó inútil en la práctica; los políticos
mexicanos ya desde entonces han querido todo para sí y nada para los demás.
El 20 de diciembre de 1841 Melchor Múzquiz
recibió el ascenso, ahora sí muy legítimo, a General de División. Pero sus apariciones en la escena pública
fueron cada vez más aisladas, ya que se mantuvo lejos de los reflectores y de
la mira de los periódicos.
El General Melchor Múzquiz murió en su casa
de la Calle del Esclavo, hoy República de Chile, esquina con la Calle Donceles,
el 14 de diciembre de 1844. En sus
funerales se le rindieron los honores correspondientes a su grado y en
agradecimiento a los servicios que prestó a la Patria. Fue sepultado en el Panteón de Santa
Paula---ya desaparecido--- y sus restos se perdieron para siempre.
Carlos María de Bustamante, el cronista de la
guerra de independencia, dedicó a la memoria del coahuilense una frase que bien
pudiera servirle de epitafio: “Tarde o temprano la virtud del bueno es
respetada, y su memoria aplaudida”.
0 comentarios:
Publicar un comentario