21 de Junio de 1916
Combate de El Carrizal.
Los escuadrones segundo, tercero y
cuarto del primero y segundo Regimientos de la Brigada Canales, formando un
total de cien hombres destacamentados en la Estaciòn Carrizal del Ferrocarril
Central Mexicano, a tres leguas al norte de Villa Ahumada, Chihuahua, y a las
órdenes del general Fèlix Uriostegui Gòmez, ex convencionista y ahora
carrancista, acatan la circular de la Secretarìa de Guerra de no permitir a las
fuerzas de la Expediciòn Punitiva yanqui movilizarse al sur, oriente y poniente
de Casas Grandes, y se enfrentan a 200 soldados negros (afroamericanos), muchos
de ellos veteranos de la guerra de Filipinas, pertenecientes a una fuerza de
caballerìa dirigida por los capitanes Charles T. Boyd y Lewis S.Morey, que se
empeñaban en pasar por la Estaciòn Carrizal hacia Villa Ahumada.
Desde anoche
empezaron a llegar los invasores, y el general Fèlix U. Gòmez advirtió al
capitán Boyd que tenía órdenes de batirlos si intentaban avanzar hacia la
Estaciòn. El capitán Boyd, jefe de la
fuerza yanqui, arrogantemente y contra
la opinión del capitán Morey, contestò al general Gòmez que pasarìa por
Carrizal hasta por “sobre las balas”, y cuando el general Gòmez le dijo que
quería evitar un conflicto armado, le contesta que “para morir eran los
hombres”, a lo que el general Gòmez le replica que también los mexicanos sabían
morir y que si creìa pasar por la fuerza lo intentara.
En estos momentos,
ambos jefes firmaron su sentencia de muerte que fue cumplida unos cuantos
minutos después. Silenciosamente y paso a paso de sus caballos, se retiraron
cada quien al ldo de sus fuerzas: el jefe yanqui dispuesto a pasar y el
mexicano a impedirlo; eran 200 angloamericanos
contra 100 mexicanos.
El jefe de las tropas
afroamericanas llego primero a su línea y toda la caballada se plegò con
rapidez en formación de pelotones como para iniciar la marcha; pero no fue para
eso sino para encadenar su caballada, maniobra ejecutada con maestrìa y
prntitud.
Mientras tanto la
fuerza mexicana de 100 hombres permanecía montada aún, sin ejecutar ningún
movimiento de defensa o de ataque y con esa natural ansiedad que fustiga a las
tropas que no saben ni hallan que hacer cuando su jefe no toma iniciativa de
ningún género. Bien se pudo haber
deshecho violentamente a la compañía invasora cuando atacara barriéndolos con
el fuego de ametralladoras, cargando inmediatamente sobre ellos cuando se
plegaron para encadenar su caballada, ya que en esos momentos presentaban un
magnifico blanco y el triunfo hubiera sido mexicano en pocos minutos, sin
sufrir la espantosa pérdida que tuvo en muertos, heridos y caballada.
Pero el destino quiso
que las cosas pasaran de otro modo. El general Gòmez se portò en esta ocasión
como un completo y asustado inepto, puesto que permitió a toda la tropa yanqui
encadenar su caballada frente a los mexicanos y se echaron pie a tierra
extendiéndose en línea de tiradores con toda inmunidad. Desde ese momento ya la ventaja la llevaban
los invasores dada la gran superioridad en hombres y armas y la posición de
tiradores pie a tierra que traìan.
Todavìa más,
inmediatamente que la fuerza angloamericana fue puesta pie a tierra y extendida
en línea de tiradores, avanzò a paso de ataque sobre los mexicanos con sus
armas embrazadas; ante aquel espectáculo, el general Gòmez permanecía
enmudecido y lívido y la tropa mexicana como imbéciles estatuas, montada en sus
flacas cabalgaduras esperando la orden de ataque de aquel jefe aterrorrizado
por el miedo.
Finalmente, el
general Gomèz, sobreponiéndose a su terror, dà la orden de ataque en el momento
que recibe un tiro en la cabeza muriendo instàntaneamente. Son las ocho de la mañana de este día 21 de
junio de 1916 cuando el teniente coronel Genovevo Rivas Guillèn (el verdadero heròe
de esta batalla) toma el mando e inmediatamente carga sobre los angloamericanos
quienes al verse por fin repelidos echan pecho a tierra haciendo uso de sus
pistolas calibre 45 de balas expansivas a sólo 10 metros de distancia.
Muchos mexicanos
cayeron pero los demás rechazaron el ataque mientras otro grupo flanqueaba a
los yanquis. El capitán Boyd cayo muerto
de un balazo en un ojo substituyendolo el teniente Addair, mientras el teniente
coronel Rivas Guillèn luchaba bravamente contra las fuerzas del capitán Morey,
quien tiene que retirarse con un balazo en el pecho muriendo poco después ese
mismo día.
Los soldados negros
van rindiéndose a discreción al verse sin jefes. Sòlo un grupo vende caras sus vidas cuando
advierte que tiene cortada la retirada encabezados por el teniente Addair quien
finalmente cae muerto y el triunfo mexicano se decide. Los invasores se retiran rumbo a Casas
Grandes dejando 44 muertos y 24 prisioneros, sin contar los heridos y los
dispersos, cuyo número se ignora. Fueron
100 contra 200 en desventajosas condiciones los mexicanos, de los que quedan
26, pues entre muertos y heridos se cuentan 64.
El cadáver del
general Fèlix U. Gòmez, fue conducido a Chihuahua en donde fue recibido de
todas maneras con todos los honores debido a su jerarquía. Nuestros muertos fueron sepultados en el
cementerio de Carrizal, en una gran fosa abierta al efecto, y ahí permanecen
hasta la fecha abandonados de la gratitud del pueblo chihuahuense, sin que ni
una tosca cruz de madera perpetùe su memoria y sus nombres olvidados de la
gratitud nacional quienes ofrendaron sus vidas por defender nuestra integridad
nacional. “Paz a su espìtitu”.
La lista de lo
capturado en el combate de El Carrizal, quitado a las fuerzas anglosajonas, es
la siguiente: 22 caballos, 31 mausers
Springfields, 3236 cartuchos algunos expansivos, 7 pistolas escuadra calibre 45,
7 almartigones, 3 frenos, 22 cananas, 19 maletas para provisiòn, 15 cantinas
para silla, 13 impermeables, 7 tiendas de campaña, 21 monturas, 2 aparejos, 7
fundas para carabina, 5 cadenas y 16 caronas (sudaderas). Fueron 24 los prisioneros enemigos entre los
que se encontraba el mormón interprete del capitán Boyd, apellidado Spillsbury.
Por órdenes
superiores fueron conducidos a Chihuahua (material y prisioneros) en donde el
interprete Spillsbury declaró por escrito en el sentido de que el combate pudo
haberse evitado si no hubiera sido por la intemperancia y la arrogancia
caprichosa del jefe de la fuerza invasora capitán Boyd; señalaba a su capitán
como único responsable, absolviendo a los jefes mexicanos de toda culpa,
quienes agotaron todos los recursos de prudencia y caballerosidad.
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