13 de Septiembre de 1813
El Congreso de Chilpancingo
Don José María
Morelos y Pavón, viendo el fracaso de la Junta de Zitácuaro, expuso La
necesidad de reemplazarla por un cuerpo de sabios varones que con la
denominación de Congreso Nacional, fuera representante de la soberanía, centro
del gobierno y depositario de la suprema autoridad, que debían obedecer todos los
que proclamaban la independencia de México.
Los diputados de las
distintas provincias que eran gobernadas por la insurgencia y que resultaron
electos como congresistas fueron: Don
Ignacio López Rayón, por Guadalajara; Don José Sixto Verduzco, por Michoacán; Don
José María Liceaga, por Guanajuato; Don Andrés Quintana Roo, por Puebla; Don
Carlos María Bustamante, por México; Don José María Coss, por Veracruz; Don
José María Munguía, por Oaxaca y Don José Manuel Herrera, por la nueva
provincia de Tecpan; y como secretarios Don Cornelio Ortiz de Zarate y Don
Carlos Enríquez del Castillo.
El señor Juan N.
Rosains, secretario de Morelos, leyó después la manifestación que éste hacía al
Congreso con el nombre de “Sentimientos de la Nación” que en 23 artículos da
una clara visión de la obra de un hombre de Estado que no era muy conocida en
Morelos y que en este articulado hace una verdadera constitución, pues proclama
a México libre de España en su primer inciso, da a conocer su sentimiento
católico reconociendo a esta religión como la única en la nación, después
advierte que la soberanía de la nación reside en el propio pueblo. Proclama la abolición de la esclavitud y
declara que el 16 de septiembre sea una fiesta nacional.
Con respecto a la
organización política, Morelos establece que la soberanía dimanaba del pueblo
como hemos dicho, y que éste la confiaba a sus representantes; Además, señalaba
que el gobierno debería de dividirse, para su ejercicio, en tres poderes:
Ejecutivo, Legislativo y Judicial; los miembros del Congreso, nombrados por las
provincias, durarían en su cargo cuatro años, saliendo por turnos los más
antiguos y disfrutarían de un sueldo suficiente y no exagerado. Los mexicanos deberían de ocupar los puestos
públicos y no se admitirían mas extranjeros que los artesanos, capaces de
instruir en sus profesiones y libres de toda sospecha.
Las leyes generales
deberían de comprender a todos sin excepción alguna, pues los privilegiados
serían sólo en relación con su profesión o ministerio y decía: “. . . como una
ley, es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales,
que obliguen a la constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la
indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus
costumbres, y aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto. . .”
Debía ser respetada
la propiedad privada y el domicilio declárase inviolable. La tortura, las penas infames, todas esas
crueldades, invenciones del despotismo, proscritas, y más aún, condenadas;
abolidos los estancos, la alcabala, el tributo, pues creía que con un derecho
de importación del 10% en los puertos, una contribución de 5% sobre las rentas
y la buena y honesta administración de los bienes confiscados a los españoles
era más que suficiente en lo que a impuestos se refiere.
Es admirable
encontrar estas avanzadas teorías políticas y sociales en el manifiesto de
Morelos que planeaba las bases de una república y los deberes de un hombre de estado,
que sería increíble pensar que un clérigo que comenzó su carrera de sacerdote a
los treinta años en el Colegio de San Nicolás en Valladolid, pudiera comprender
tales sentimientos tan avanzados para su tiempo y aún en el de nosotros.
Estos son los
principios que Morelos redactó y dio a su secretario Rosains a leer y que
fueron aprobados como si fuera una Constitución; basta por si solos para
elevarle al Generalísimo en el lugar más notable de nuestra Patria; al
precursor que dio a México una de las Constituciones más notables de su época y
del presente, por lo que hemos luchado por más de doscientos años por obtener
este principio que se dio en aquella fecha del 13 de septiembre de 1813.
El Congreso en su
primera sesión y bajo la Presidencia de don José Sixto Verduzco, votó primero
la aprobación de la proclama de Morelos llamada “Sentimientos de la Nación” y
la hizo oficialmente suya, y posteriormente se nombró a Morelos por unanimidad
“Generalísimo” y Primer Jefe del Ejército del Poder Ejecutivo.
Morelos entró en el
poder del mando supremo jurando que: defendería a costa de su sangre la
religión católica (no hay que olvidar que Morelos era un auténtico y fiel
sacerdote católico); la pureza de María santísima; los derechos de la nación
americana y desempeñar lo mejor que pudiera el cargo que la nación le había
conferido. Diósele entonces el
tratamiento de Alteza, que no quiso admitir y que jamás usó, adoptando por sus
creencias el modesto título de ”Siervo de la Nación”. Si nuestros gobernantes durante estos
doscientos años de nación independiente hubieran adoptado los anteriores
preceptos de Morelos, México actualmente seria una potencia de primer mundo.
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