18 de Septiembre de 1846
Monterrey cae ante
los angloamericanos
Después de las derrotas del general
Mariano Arista en Palo Alto y Resaca de Guerrero, es nombrado el general Pedro
Ampudia para substituirlo en el mando del Ejército del Norte. Se reunieron unos cuatro mil infantes y dos
mil caballos con cuarenta y seis cañones para la defensa de la plaza de
Monterrey, la que se fortificó hasta donde le fue posible con obras de tierra,
aunque sin un plan fijo. Hoy al mediodía
se presentan los angloamericanos en número de seis mil quinientos hombres y
diez y nueve cañones, al mando del general Zacarías Taylor.
Dos días después (20
de septiembre), las fuerzas de Taylor emprenden las acciones sobre la ciudad de
Monterrey, siendo las acciones más notables las de La Tenería, Fortín del
Diablo, el puente de La Purísima y las del Obispado.
Tanto las fuerzas
mexicanas como los paisanos (voluntarios regiomontanos) y aún algunas mujeres,
entre las que se distinguió doña Josefa Zozaya, se batieron con valor, pero desgraciadamente
el jefe de la plaza dio muestras de incapacidad, pues cuando apenas había sido
tomado algún punto de la primera línea de fortificaciones, ordenó se abandonara
ésta y la segunda línea de defensa, concentrando sus tropas dentro del recinto
fortificado. Entonces las fuerzas
invasoras comenzaron a horadar edificios, los que se disputaron palmo a palmo e
incluso rechazando al enemigo hasta obligarlo a acogerse a sus posiciones
originales.
La defensa de la
ciudad de Monterrey se sostuvo por tres días más y pudo haberse prolongado
todavía más, pues la líneas invasoras comenzaban a debilitarse y era el momento
en que muy posiblemente un ataque generalizado de los mexicanos hubiera
obligado a los angloamericanos a retirarse e incluso a dispersarse, pero
precisamente en los momentos de más empuje de los mexicanos el general Ampudia,
mostrando una gran cobardía aunada a una inexplicable ineptitud, solicitó una
capitulación que, desde luego, fue aceptada felizmente por los exhaustos
invasores, pues vieron que estando a punto de la derrota, la victoria se les
ofrece en charola de plata por un medroso general mexicano. La llamada
“capitulación” consiste en una negociación entre las fuerzas enfrentadas, donde
los sitiados ofrecen entregar la plaza disputada, a cambio de permitirles
retirarse con sus armas en forma pacífica y tranquila; o lo que es lo mismo: en
completa derrota.
Esta vergonzosa
capitulación, aparte de dar a los angloamericanos la importante y estratégica
plaza de Monterrey, permití a los defensores retirarse con armas y bagajes y
sólo seis cañones de los cuarenta y seis que tenían y ningún tipo de municiones,
comprometiéndose los invasores a no avanzar más allá de cierta línea antes de
ocho semanas, que era el tiempo que necesitaban los miserables gringos para
reponerse de la derrota que ya les había llegado en el campo de batalla.
Las pérdidas de los
angloamericanos fueron cuatrocientos ochenta hombres entre muertos y heridos,
incluso un general, Butler, y noventa y seis oficiales, en tanto las de los
mexicanos no llegaron a doscientos. La
batalla de Monterrey es una fehaciente muestra de la incongruencia y criminal
negligencia de los militares mexicanos, que siendo victoriosos tuvieran que
abandonar la plaza a un enemigo prácticamente derrotado.
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