13 de Septiembre de 1848
La batalla del Castillo de Chapultepec.
El general invasor, Winfield Scott, después
de practicar varios reconocimientos en las garitas del Niño Perdido, San
Antonio Abad y La Viga, ya que la defensa de la ciudad se había limitado a su
perímetro, ordenó el ataque a Chapultepec, que había quedado aislado y que como
es bien sabido, es una montaña cubierta de bosque, en cuya cima existía una
casa de recreo de los virreyes, destinada por entonces a Colegio Militar y
ligeramente fortificada. La guarnición
de ese punto la formaban ochocientos treinta y dos, con siete cañones,
incluyendo entre aquellos a los cadetes de dicho colegio, y que estaba mandada
por el general Nicolás Bravo.
Distribuyó éste sus
fuerzas dejando quinientos y tantos en la parte baja y doscientos y tantos en
el castillo; pues las fuerzas de su mando quedaron muy reducidas por una
deserción verdaderamente escandalosa, la noche del 12 de septiembre. De todo el Batallón de Toluca, que ascendía a
cuatrocientos cincuenta hombres, sólo quedaron veintisiete debido a esa
deserción, y fue preciso hacer fuego sobre los que se descolgaban por las
bardas del edificio, para contener aquella deserción. La tropa quedó visiblemente desmoralizada, y
aunque el general Bravo pidió refuerzos, otra vez sospechosamente, Santa Anna
se negó a dárselos.
Al amanecer de este día, los angloamericanos
comenzaron a bombardear Chapultepec antes de dar el asalto, de tal manera que
cuando las columnas de ataque ascendieron la montaña, el desorden se comunicó a
los soldados que había en la cima, sin que bastara ningún esfuerzo para
contenerlos. En la falda del cerro se
había batido heroicamente el Batallón de San Blas, mandado por el coronel
Santiago Xicoténcatl que murió con gran número de sus soldados.
Los alumnos del
colegio se batieron con valor hasta el fin, muriendo seis de ellos, siendo
heridos cuatro, y quedando prisioneros el director del colegio, general José
María Monterde, varios de sus subordinados y treinta y siete alumnos de fila,
entre ellos Miguel Miramón. De ellos
dice el oficial Mansfield quien tomó parte en la batalla: “entre los
prisioneros había cincuenta oficiales y como cien cadetes de la academia militar
de México. Eran estos, guapos muchachitos de entre diez y diez y seis años de
edad. Algunos de ellos fueron muertos,
peleando como demonios y en verdad que dieron un ejemplo de valor, digno de ser
imitado por algunos de sus superiores”.
Ocupado el Castillo
de Chapultepec, inmediatamente el general Scott hizo avanzar sobre México dos
columnas, una al mando del general Worth por la calzada de La Verónica y San
Cosme, y otra al mando del general Quitman por la calzada de Belem. La garita de este nombre fue cobardemente
abandonada por el general Terrés, en tanto que la de San Cosme fue
valientemente defendida por el general Rangel, aunque también al fin la ocupó
el enemigo.
Con la toma de las
garitas, puede decirse que cesó la resistencia.
El mayor desaliento reinaba; por
lo que Santa Anna, impelido por su naturaleza, como siempre decidió huir
marchando precipitadamente con rumbo a Puebla, deteniéndose en la Villa de
Guadalupe, y dejando el Ayuntamiento para que demandara garantías a los
vencedores, como lo hizo.
Aunque Santa Anna
designó a personas para que se encargaran del Poder Ejecutivo, sus órdenes no
fueron obedecidas; sino que el
licenciado don Manuel de la Peña y Peña, por ministerio de ley, y como
Presidente de la Suprema Corte de Justicia, se hizo cargo de la Presidencia de
la República, marchando a Querétaro, declarada provisionalmente capital de la
República, a establecer su gobierno. El Ayuntamiento de la ciudad de México
hizo entrega del Palacio Nacional a los invasores yanquis.
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