1º de Septiembre de 1861
Maximiliano invitado a gobernar México.
Como los
conservadores mexicanos habían perdido la esperanza de recuperar el poder y
mantenerse en él, valiéndose sólo de los elementos nacionales, desde antes de
estos sucesos habían emprendido serios trabajos en las Cortes europeas,
tratando de resucitar el olvidado Plan de Iguala para establecer la monarquía
o, cuando menos, asegurarse un protectorado de alguna potencia europea, a fin
de hacer estable un gobierno conservador.
Los gobiernos de
Santa Anna, de Paredes Arrillaga, de Miramón y Zuloaga, habían tratado este
punto en las Cortes de Francia, España e Inglaterra, aunque con escasos y
prácticamente nulos resultados, por medio de sus diplomáticos y también de
varios mexicanos residentes en Europa.
Entre los más activos
y entusiastas partidarios de la monarquía allí residentes, se contaba a don
José María Gutiérrez de Estrada, quien después de la famosa carta dirigida al Presidente
Bustamante a favor de la monarquía, que había originado su expulsión, había
vivido en varios países europeos, desempeñando algunas veces cargos
diplomáticos del gobierno conservador, hombre acaudalado y de cortos alcances,
creía de buena fe, hasta el punto de constituir en él una monomanía, que tal
forma sería la que salvara a México, haciendo de él una nación próspera y feliz,
y quizá era el único en aquel negocio que trabajaba desinteresadamente.
Otro de los
monarquistas era el general don Juan Nepomuceno Almonte, hijo natural del
generalísimo Morelos, que tras haber figurado en el partido federalista,
despechado por no haber podido llegar a la presidencia, se inclinaba ahora a la
monarquía; después de haber sido ministro plenipotenciario ante varias Cortes
europeas, había logrado hacer buen papel en la de Napoleón III, para quien era
persona grata.
A estos se agregaban:
don José María Hidalgo, hombre frívolo y superficial, amante de las vistosas
ceremonias, de fiestas y saraos, antiguo diplomático, que ya ni siquiera era
mexicano, pues se había nacionalizado español; hombre de mundo, ignorante de lo
que ocurría en México y amigo de la Emperatriz Eugenia de Francia, que tanto
contribuyó a la intervención. Y el
eterno conspirador, presbítero Francisco Javier Miranda, que se puede decir era
el alma de aquella intriga colosal. Y otros mexicanos, que tomaron con calor la
idea de fundar un imperio, sólo para satisfacer ambiciones personales, o por
deseo de venganza y odio a los principios liberales.
A partir de este día,
este grupo de personas, intensifican las acciones por el establecimiento de una
monarquía en México, siendo el Archiduque austriaco Fernando Maximiliano de
Habsburgo el príncipe elegido. Fueron
cuatro las condiciones que impuso Maximiliano para aceptar la corona
mexicana: Que lo eligiera la mayor parte
de los mexicanos; que Napoleón III lo apoyara con su ejército; Que su hermano
Francisco José, Emperador de Austria-Hungría, aprobase el proyecto y que el Rey
Leopoldo de Bélgica, su suegro, Padre de su esposa Carlota Amalia, también lo
aprobara.
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